Bryan Caplan es profesor de economía en la George Mason University. Ensayo previamente publicado en Econlib el 28 de noviembre de 2011. Derechos de traducción y reproducción cedidos por Liberty Fund. Inc.
He estado en la educación durante los últimos 35 años: 21 como estudiante y el resto como profesor. El resultado es que el Mundo Real me es casi completamente ajeno. Realmente no sé cómo hacer casi nada. A pesar de haber realizado algunos trabajos mundanos en mi adolescencia, mi conocimiento de primera mano del mundo laboral más allá de la “torre de marfil” es prácticamente nulo.
No estoy solo. La experiencia de la mayoría de profesores es tan reducida como la mía. Si quieres tener éxito en el mundo académico, el Mundo Real es una distracción. Tengo un trabajo soñado para toda la vida porque fui excelente en mis obligaciones como estudiante año tras año, conseguí la admisión en prestigiosas escuelas y publiqué un par de docenas de artículos destinados a otros profesores. Y eso es todo lo que ha sido necesario.
Considerando cuan concienzudamente he ignorado el Mundo Real, podrías pensar que el Mundo Real me habría devuelto el favor ignorándome. ¡Pero no es así! He tenido influencia sobre la carrera en el Mundo Real de miles de estudiantes. ¿Cómo? Mediante las notas. Al final de cada semestre, examino a mis estudiantes para comprobar si han asimilado mis asignaturas, y les pongo una nota. El resto de profesores hace lo mismo. Y, lo que es más importante, a los empleadores les importan nuestros juicios desde la “torre de marfil”. Los estudiantes con muchos sobresalientes finalizan sus estudios y consiguen trabajos agradables y bien pagados. Los estudiantes con suspensos no terminan sus estudios y consiguen, con suerte, trabajos poco agradables y mal pagados.
¿Por qué les importan a los empleadores las notas y los diplomas? La historia “obvia”, para la mayoría de la gente, es que los profesores enseñan a sus alumnos habilidades que en algún momento utilizarán en su trabajo. Las malas notas y la ausencia de diploma, entonces, equivaldrían a pocas habilidades.
Esta historia no es completamente falsa; la alfabetización y la soltura con los números son muy importantes. Pero la historia “obvia” está lejos de reflejar completamente la realidad. Piensa en el tiempo que dedican los estudiantes a la historia, el arte, la música, la poesía y las demostraciones matemáticas. Lo que aprendes en la mayoría de las clases es, con toda honestidad, inútil en una amplia mayoría de ocupaciones. Ello no debería sorprender a nadie si tuviésemos en cuenta lo poco que sabemos sobre el Mundo Real los profesores como yo. ¿Cómo podría mejorar en mis estudiantes su habilidad para realizar un amplio abanico de trabajos que yo mismo no sé hacer? Tendría que ser algo relacionado con la magia. Tendría que ser Merlín, Gandalf o Dumbledore para completar el ritual:
- Paso 1: Abro mi boca y hablo sobre temas académicos como las externalidades de la población o el efecto de la educación sobre las preferencias políticas.
- Paso 2: Los estudiantes aprenden la materia.
- Paso 3: ¡Magia!
- Paso 4: Mis estudiantes se convierten en mejores banqueros, comerciales, gerentes, etc.
Sí, puedo entrenar a los estudiantes de postgrado para que se conviertan en profesores. Aquí no hay magia; les enseño el trabajo que sé hacer. Pero, ¿qué hay de mis miles de estudiantes que no se convertirán en profesores de economía? No puedo enseñarles lo que no sé hacer, y no sé hacer los trabajos que en el futuro realizarán. Muy pocos profesores saben realizar dichos trabajos.
Muchos educadores calman su conciencia insistiendo en que “enseño a mis estudiantes cómo pensar, no qué pensar”. Pero este tópico se enfrenta a cien años de psicología educativa. La Educación es una senda muy estrecha; si tienes suerte, los estudiantes aprenderán solo la materia que específicamente les enseñas.
Otros educadores argumentan que enseñan buenas costumbres laborales. Pero, especialmente a nivel universitario, este argumento no pasa el test de la risa. ¿Cuántos trabajos toleran un 50% de tasa de absentismo o te permiten pasar la semana con doce horas de trabajo? La enseñanza probablemente ayuda a crecer personalmente si la comparamos con los videojuegos. Pero es difícil comparar este crecimiento personal con el que se adquiere en un trabajo a tiempo completo en el Mundo Real.
Llegados a este punto, podrías pensar: si los profesores no enseñan muchas habilidades laborales, no enseñan cómo pensar y no inoculan buenas costumbres laborales, ¿por qué premian tanto los empleadores el éxito educativo? La mejor respuesta proviene de la propia torre de marfil. Se llama el modelo de señalización en la educación –el tema del libro que actualmente estoy escribiendo, “El Argumento contra la Educación”.
De acuerdo con el modelo de señalización, los empleadores premian el éxito educativo por aquello que muestra (“señala”) sobre el estudiante. Los buenos estudiantes suelen ser listos, trabajadores y conformistas –tres características cruciales para casi cualquier trabajo. Cuando un estudiante destaca en sus estudios, los empleadores asumen correctamente que es probable que sea un buen trabajador. ¿Qué ha estudiado precisamente? ¿Qué ha aprendido a hacer? Meros detalles. Mientras seas un buen estudiante, los empleadores asumirán que aprenderás con rapidez lo que necesitas saber en el propio puesto de trabajo.
En esta visión de la “educación como señalización”, lo que importa es cuánta educación tienes en comparación con el resto de trabajadores con los que compites. Cuando el nivel de educación aumenta, los empleadores pasan a aplicar estándares más altos; cuando el nivel educativo cae, los empleadores rebajan su estándar. Estamos en una rueda de molino. Si los votantes se tomasen en serio esta idea, mis amigos más cercanos y yo podríamos perder nuestros trabajos con facilidad. Como profesor, mi interés es que el público continúe creyendo en la magia de la educación: el imaginar que la torre de marfil transforma en oro el metal de los estudiantes.
Mi conciencia, en cambio, me apremia de todas formas a hacer sonar la alarma sobre el sistema. La educación no es magia. Los profesores no pueden mejorar la aptitud laboral de sus estudiantes en cualquier trabajo que les espere mediante el aprendizaje de temas arcanos. Me alegro de tener un trabajo soñado de por vida. Trabajé duro para ello. Pero la sociedad estaría mejor si los contribuyentes se ahorrasen su dinero, los estudiantes pasasen menos años en los centros educativos y si los académicos protegidos -como yo mismo- entrásemos finalmente en el Mundo Real para conseguir un trabajo real.