Las raíces de nuestro lobbysmo castizo

20 enero 2015

El pasado año publicamos en Sintetia una serie de entradas sobre los lobbies en USA que tuvieron muy buena acogida y generaron no poco debate e intercambio de ideas (primera parte, segunda parte y conclusión). Explicábamos entonces  que el hacer lobby se basa en el derecho de todo individuo a ser escuchado, destacando que el lobbysmo está íntimamente ligado al desarrollo de las veteranas democracias anglosajonas y constituye un elemento fundamental de éstas.

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Añadíamos también que para el ciudadano medio europeo el término “lobby” posee la mayoría de las veces una connotación negativa, ligada a poderosos grupos de presión que maquinan de forma semioculta tras las bambalinas políticas, sirviendo intereses espurios y hurtando al ciudadano su legítima participación en los asuntos públicos. Esta visión negativa resulta todavía más acusada en España, y gran parte de la culpa la tiene el lobbysmo castizo y casposo que tanto nos hemos acostumbrado a ver y sufrir por estas tierras.

Nos estamos refiriendo, por ejemplo, a ese cabildeo político-empresarial de palco futbolero; de cacerías, partidas de póquer y juergas en chalets; de puertas giratorias poco transparentes;  de contubernios entre responsables políticos y financieros en cajas de ahorro difuntas o rescatadas;  de amiguismo audiovisual o de vergonzantes tejemanejes de zascandil entre pasillos y despachos de villas y cortes.

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Viejos conocidos

Lo más chocante de esta realidad es que comportamientos como los descritos nos parecen cercanos y nada ajenos, impresos como están en el ADN de la vida pública española desde hace siglos. Basta con recordar a nuestro magistral Lazarillo de Tormes.

Lazarillo

A este respecto, Eduardo Torres Corominas, en un magnífico ensayo sobre el personaje («Un oficio real»: el Lazarillo de Tormes en la escena de la Corte) apunta muy bien los elementos que han ido conformando la idiosincrasia de nuestra peculiar manera de ejercer influencia y prosperar en los asuntos públicos. El profesor Torres reflexiona sobre la figura del Lazarillo, que ya en la Segunda Parte de su biografía aparece ya como hombre “de fortuna” plenamente integrado en la vida cortesana de su época. Un Lázaro de Tormes que al final de su carrera, desposado con la manceba del arcipreste de San Salvador y en posesión de un oficio real:

“… no sólo ha completado su progresión personal y “profesional”, sino que ha logrado dar un salto cualitativo de primer orden al penetrar, gracias a la ayuda de «amigos y señores», en la sociedad política del momento, esto es, en la sociedad cortesana, cuyos valores y forma de vida asume —y esto es lo que, precisamente, le permite integrarse en su seno— al final de un arduo proceso de aprendizaje, de una cuidada institutio dirigida por ciegos crueles, clérigos mezquinos e hidalgos presuntuosos, cuyo resultado la configuración del discreto cortesano…”

Prosigue brillantemente Corominas:

“Establecido, pues, en España, el sistema político de Corte, comúnmente llamado Estado moderno, aquellos virreyes, embajadores, capitanes, capellanes, corregidores (y también pregoneros) que representaban la autoridad real y conformaban, por tanto, el cuerpo político de la Monarquía, lograron, por esta vía, ocupar una distinguida posición social y acceder a las altas esferas del honor, mientras obtenían por sus servicios unos provechosos emolumentos. Aquella compleja organización se regía internamente por medio del sistema de la gracia, esto es, a través del patronazgo real y señorial, que se canalizaba, de arriba abajo, a través de poderosas redes clientelares dominadas por los grandes patronos de la Corte. En torno a ellas se cohesionaron, a partir de relaciones personales, aquellos oficiales y servidores que compartían un mismo origen, interés, ideología o sensibilidad religiosa, de manera que los más importantes debates y controversias del período pueden comprenderse bien a la luz del enfrentamiento protagonizado por las distintas facciones en litigio”.

¿Acaso no les resulta familiar esta descripción?

De aquellos barros, estos lodos

Visto lo visto, no es de extrañar que en el excelente estudio sobre la situación los lobbies en España, publicado el año pasado por Transparencia Internacional, la visión general del sector sea francamente negativa, tanto en funcionamiento como en regulación legal y transparencia. Nuestro país suspende clamorosamente en los tres aspectos clave necesarios para un lobbysmo bien configurado. En una escala que va de 0 a 100, obtenemos un 10% en transparencia, 35% de  integridad y 17% en igualdad de acceso, con una puntuación global del 21%. A su vez, dichas valoraciones se desglosan de la siguiente manera:

El informe apunta de forma muy acertada:

“La situación del lobby en España, así como los sucesivos escándalos de corrupción, producen una incómoda sensación de que el campo de juego no está equilibrado y que la toma de decisiones está sesgada en diversos ámbitos de políticas a favor de los más poderosos económicamente. La persistencia percibida y real de ejemplos de malas prácticas contribuye a la mala imagen del lobby. Aunque se trata de una actividad ineludible en una democracia y que puede aportar elementos muy positivos a la toma de decisiones, el lobby tiene hoy una connotación muy negativa en el imaginario público”.

España y su ADN social

En nuestro país parece existir un amplio consenso sobre la necesidad de transformar estas burocracias Weberianas que continúan siendo nuestras Administraciones Públicas, reduciendo su grado de despilfarro y promoviendo una profunda regeneración estructural y política, pero ¿se corresponde tal consenso con una verdadera convicción para asumir nuestra propia cuota de responsabilidad como individuos en la deriva que estamos padeciendo? ¿Existe una auténtica autocrítica sobre ese tercer pilar esencial para el funcionamiento de toda nación desarrollada? No referimos, claro está, a la “sociedad civil”, concepto que no deja de ser un llamativo eufemismo para referirse a los ciudadanos y que difumina en un todo colectivo e indeterminado las individualidades que lo conforman, así como sus responsabilidades.

A nuestro entender, tres máximas prevalecen en el comportamiento colectivo y conforman el ADN de la sociedad española:

  1. La concepción del estado paternalista y la inherente asunción de que somos como niños que necesitan ser tutelados. El aparato estatal se concibe como un gran solucionador de todos nuestros problemas, lo que deriva en una enorme tolerancia (o indiferencia o desidia) al exceso de regulación, a la imposición y la intervención. Un estado, además, vertebrador de casi todas nuestras actuaciones, donde resulta muy difícil el desarrollo de iniciativas ciudadanas al margen de la tutela pública directa o indirecta. Consideremos, por ejemplo, el modelo “charity” de numerosos países anglosajones, que autofinancia cuestiones que en España nos parecen tan “estatales” como el patrimonio histórico-artístico. O los exitosos modelos “universidad+empresa+I+D+i” implantados en las naciones más avanzadas. O el mismo lobbysmo de EEUU, protagonizado por unos ciudadanos muy sensibles al destino de los impuestos que pagan, pero a su vez altamente desprendidos con su propio dinero cuando se emplea en causas que les importan. A los españoles nos queda todavía un largo camino que recorrer en este sentido. Largo no, larguísimo.
  2. La cultura del “dinero público no es de nadie”, que aunque nos resistamos a admitir racionalmente, prevalece de forma irracional en nuestros comportamientos. Una cultura que nos empuja a vivir de la subvención o a confiar en que siempre dispondremos de ella (convirtiéndola en derecho), y que también explica el alto grado de tolerancia social con el fraude fiscal, con las corruptelas cotidianas o la poca disciplina de gasto de tantos organismos públicos.
  3. La demanda del “gratis total”, por la que los ciudadanos no estamos dispuestos a pagar nada, asumiendo que es el Estado quien debe proveer una amplia cartera de bienes y servicios públicos sin coste, que además deben satisfacer sobradamente nuestras principales necesidades. Como tales servicios no se pagan directamente, mantenemos la ilusión de que son “gratis”. Por supuesto, los impuestos, el déficit y la deuda nos recuerdan cada día lo contrario, pero ojo: mejor que paguen otros, a ser posible “los ricos”.

Sociedad

Inmadurez cívica

Tales características denotan una base social todavía inmadura en cuestiones cívicas esenciales, en la que prevalece un sustrato de cómodo “buenismo”. En demasiadas ocasiones, a todos los niveles, no estamos dispuestos a enfrentar la dureza y las renuncias que impone la compleja y cambiante realidad actual, prefiriendo habitar en una ilusión de Arcadia Feliz. Si un problema no se debate ni se afronta, no existe: así no debemos enfrentarnos a nuestras propias inconsistencias éticas como sociedad y como individuos. Así podemos seguir presumiendo que el hombre es bueno por naturaleza y que por supuesto nosotros también lo somos, como el niño salvaje de Rousseau.

Y esto es precisamente lo que ocurre con el lobbysmo patrio. Queremos creer que nuestras instituciones son puras y bienintencionadas per se, y que velarán siempre por el mejor interés de todos. Por consiguiente, no asumimos la necesidad de establecer mecanismos transparentes, efectivos y directos de influencia continuada sobre ellas (algo que exige esfuerzo y dinero), complementarios a los canales políticos normales de representación. No “va con nosotros”, no reconocemos ni ejercemos nuestra cuota de responsabilidad personal más allá de la rutina del voto o de la protesta airada cuando las cosas no salen como nos gustan o como “nos prometieron”.

Lobbysmo_España_Sintetia

Al final, acabamos percibiendo los defectos y malos resultados sociales del sistema como algo ajeno y no como consecuencia de nuestras propias acciones u omisiones. Es este marco el que permite y que fomenta la existencia de los Lazarillos modernos y de quienes les sustentan, caldo de cultivo para la demagogia y los populismos de todo pelaje.

Mientras no cambiemos esta concepción añeja estaremos condenados a repetir una Tangentópolis perpetua (¡ah Italia, esa gran maestra!), en la que todo cambia para que todo pueda seguir igual.  Porque la política y las instituciones, no nos cansaremos de repetirlo, son el producto, bueno o malo, de una buena o mala sociedad,  compuesta por personas mejores y peores. Personas como ustedes y nosotros.

Por consiguiente, no cabe sino batirnos y lidiar con el resultado. Never surrender, queridos lectores.

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Artículo escrito por

Sebastián Puig

Analista del Ministerio de Defensa

9 Comentarios

  1. David Ruiz

    Genial. Totalmente de acuerdo de principio a fin.

    No nos queremos dar cuenta de que la casta, como está de moda últimamente llamarla, no es más que un reflejo de lo que hoy es España como sociedad.

    La culpa siempre es de otro, yo no tengo responsabilidad nunca, y si me pasa algo malo la culpa seguramente sea de los bancos, los políticos o del vecino del cuarto, pero nunca mía. Eso sí, a la hora de pedir derechos, tengo una lista bien larga.

    ¿Soluciones? Me parece tan tremendamente complicado cambiar ese ADN social instaurado, como bien decís, desde hace tantos años, que no sabría ni por dónde empezar.

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  2. jesus_vil

    Interesante artículo. Muchas gracias por el estupendo trabajo.Los ideólogos que sustentaban la Revolución Francesa, manifestaban una gran desconfianza hacia colectivos o grupos de presión; se entiende que la democracia es de los ciudadanos, no de los grupos de interés.Comparto esa idea del «buonismo» del Estado y de la necesidad de controles, pero esa organización de lobbys (que reconozco como existentes) conduciría a un estado dentro del estado. Hablar de «pícaros» es justificar (hacer aparecer como necesario)lo que quizás solo es explicable (contingente). Como ven, tengo mas dudas que respuestas. De nuevo, gracias por su atículo.

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  3. Juan

    Gracias por el articulo. Como contrapeso a este punto de vista tan critico de la corruptela, hay que pensar que en cierta forma es necesaria para que el sitema funcione. Simplemente podemos aspirar a que funcione un poco mejor.

    Este aritculo es iluminativo:

    http://www.theatlantic.com/magazine/archive/2014/03/the-case-for-corruption/357568/

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  4. Sebastián Puig

    Gracias por la aportación, Juan, pero no puedo coincidir contigo. Esa actitud condescendiente con la «corruptela», como tú dices, es la que finalmente propicia el mantenimiento de un statu quo del todo indeseable.

    Hay formas de canalizar la influencia que no necesitan recurrir a la corrupción.

    Un cordial saludo.

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  5. pedro

    Coincido en el diagnóstico de la falta de madurez, pero no acabo de ver la influencia (positiva) que puede tener en ello el lobismo.
    A mi me parece que lo que se debe de fomentar son los mecanismos de participación ciudadana en los asuntos públicos; pero no para defender sólo el interés particular de este u otro colectivo en función de los medios económicos que se tengan, sino para crear esa pedagogía de lo público que tanta falta hace y cuya ausencia justifica (por ejemplo) que siempre que se hable del Estado se haga para recordar lo que sobra y nunca para recordar lo que falta: invertir (mejor) en sanidad, en educación e investigación, y regular ciertas actividades para que prevalezca la libertad de oportunidades; y si es necesario retirarse de allí donde el gasto es superfluo y no genera valor social. Gracias.

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  6. anguebus

    Si las contribuciones de Lilian Fernández y de Sebastián Puig siempre nos hacen reflexionar, la colaboración de ambos es una auténtica «conjunción planetaria», que esperamos que se repita.

    No obstante, no comparto algunos aspectos importantes del enfoque del artículo. Concreto: no creo que el tema del «lobbismo», tan regulado en USA y en el ámbito EU, sea una cuestión reproducible para nuestro país.

    Simplificando mucho, y partiendo de las raíces históricas, diría que nuestro «estado moderno» fue conformado por los «liberales moderados», en un titubeante proceso frente a los más inmovilistas del «antiguo régimen». Ese largo proceso se dilataría, con avances y retrocesos, desde la muerte de Fernando VII (Estatuto Real…) hasta la «Gloriosa Revolución» de 1868.

    Es cierto que en este periodo se eliminaron los gremios o las propiedades en «manos muertas», que se desarrolló intensamente la técnica concesional o que se impulsó el crecimiento urbano con las «leyes de ensanches», etc. Pero, todo ese proceso se desarrolló, más bien, por una acomodación a los nuevos tiempos de los más ilustrados de entre las antiguas clases dominantes (nobleza, cortesanos y caciques locales), y no por la emergencia de una burguesía de nuevo cuño (salvo, en parte, en Cataluña y Euskadi).

    En consecuencia, no se produjo en España una auténtica liberalización burguesa, sino una apertura económica controlada y aprovechada por una élite reducida. Élite reforzada con la posterior repatriación de capitales de Cuba.

    Salvo en contados y breves episodios más o menos revolucionarios, de propuestas de cambio más o menos radical, nuestra estructura económica, con esa élite cerrada de poder económico no ha cambiado mucho.

    Así, el control económico real siempre ha estado muy concentrado, y dirigido desde los aledaños del poder (lo que ha sido compatible, claro está, con el crecimiento económico y con un amplio desarrollo de las clases medias).

    Esa concentración de poder económico ha significado también (y esta es mi tesis) una concentración de poder político, a través de los distintos regímenes y formas de gobierno que se han sucedido.

    La regulación de los lobbies tiene todo el sentido en un gobierno neutral, pero no encaja en un sistema político en que el gobierno es, en realidad, una prolongación delegada del poder económico, como ha ocurrido -y sigue ocurriendo- en esta «Españístán» de «palcos del Bernabéu» o de las «cent families catalanes».

    Saludos cordiales

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  7. LILIAN FERNANDEZ

    Gracias por vuestras aportaciones, creo que lo que esencialmente perseguimos es promover el debate ya que personalmente pienso que sólo desmontando todo aquello que damos como preconcebido e inamovible, comenzaremos a realizar un análisis crítico, absolutamente necesario para abordar el futuro con madurez como sociedad.
    Por mi parte creo que ante cualquier tipo de corruptela la tolerancia social debe ser cero, sea esta en el ejercicio de cargo publico o sea esta como ciudadano. Este verano dos amigos daneses me comentaban sorprendidos cómo la noche anterior habían escuchado en una cena a uno de los asistentes vanagloriarse de «defraudar a Hacienda» y como el resto lo escuchaba entre admirado y divertido, y hasta con una cierta envida. Para ellos era incomprensible, en Dinamarca un comentario de este tipo, implicaba el silencio despectivo en la cena y la respuesta de no volver a invitarle jamás -la muerte civil-. Mientras esto no cambie, mal vamos.
    Por otro lado, negar la naturaleza humana o la «naturaleza» de las instituciones presumiendo una justicia buenista en sus actuaciones es negar una realidad que existe, luego si existe afrontemosla como adultos maduros y «regulemosla». Caso contrario, seguiremos con este lobbismo castizo y torrentiano.
    como señala Salvador,este país parece que va siempre a destiempo, un diacronismo histórico en el que o hacemos las cosas demasiado pronto o demasiado tarde en relación con nuestro entorno y casi siempre a medias, quizás porque en lugar de avanzar con pequeños pasos continuos y firmes, nos empeñamos en dar saltos hacia delante cuando aún no hemos consolidado la posición anterior. De ahí, que el apunte de Salvador me parece magnifico, pues es esa falta de revolución burguesa la que probablemente explique muchos de nuestros problemas actuales. Nunca deja de sorpenderme cuan vigentes están los análisis de la generación del 98 o de Ortega y Gasset sobre España, con la consiguiente reflexión ¿hemos afrontado alguna reforma real en los últimos siglos o seguimos siendo esa España de hidalgos venidos a menos y picaros del siglo de Oro?
    Un saludo y prosigamos el debate.

    Responder
  8. Juan

    Lilian,

    pues a mi me parece que los Daneses son un poco hipocritas. Tienen casi tanta economia sumergida como los Espanyoles:

    https://www.sintetia.com/en-espana-se-recaudan-pocos-impuestos-o-no/

    Pero al menos esta culturalmente mal visto, lo que es un paso.

    No es lo mismo defraudar a hacienda que la corrupcion de los agentes del Estado. Me gustaria saber si hay algun metodo de estimar lo que cuesta la corrupcion a un pais, tanto en dinero publico como en oportunidades perdidas por la mala gestion.

    El dia que haya corrupicon 0 tal vez deberiamos si los hombre son angeles y un sistema comunista funcionaria tambien.

    Mientras tanto, se trata de dar los pasos que funcionen como deterrentes de corruption. Sin que haya chivatos, como se puede controlar, por ejemplo, si el hijo de un politico consigue un contrato que no se merece? En todos los paises, lo unico que pueden hacer es poner parches. Se trata de encontrar los parches que mejor funcionan.

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  9. Sebastián Puig

    Abundando en lo apuntado por Lilian y los demás comentaristas, unas apreciaciones:

    – Jesús: un lobbysmo bien estructurado y transparente no termina siendo un «estado dentro del estado». Te recomiendo que leas la serie de artículos sobre lobbysmo USA publicados aquí en Sintetia. Te llevarás una sopresa. En este tema, solemos opinar con mucho prejuicio y poco conocimiento.

    – Pedro: la existencia de lobbies NO está reñida, ni mucho menos, con otros mecanismos de participación ciudadana, a todos los niveles. Esa es otra concepción errónea de muchos ciudadanos. Cuanto mayor y más variada sea la implicación cívica en los asuntos públicos, mejor. Mucho mejor.

    – Salva, me ha gustado mucho tu aportación. Un comentario: la configuración de un lobbysmo moderno debe contemplarse dentro de un mucho mayor proyecto renovador del estado y sus instituciones. Pero es un objetivo deseable y alcanzable. ¿Por qué no empezar por ahí?

    – Juan: lo perfecto es enemigo de lo bueno. No conseguiremos eliminar por completo la corrupción, porque es un comportamiento no deseable pero posible dentro de la propia condición humana. Lo que no debemos hacer es incentivarla con administraciones alejadas del ciudadano, obsoletas y nada transparentes. Trabajar en esa transparencia e implicación personal solo puede ser bueno.

    El derrotismo, queridos amigos, no es una opción.

    Un abrazo a todos.

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