Entrevistamos a Manuel Hidalgo, un economista cada vez más mediático gracias a sus intervenciones en distintos portales de referencia (Voz Pópuli o Agenda Pública son dos ejemplos). Manuel se doctoró en Economía por la Universidad Pompeu Fabra y después de pasar por varias agencias del gobierno, especialmente el Instituto de Estadística de Andalucía, es profesor de economía Aplicada de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla. Tiene publicaciones en diversas revistas especializadas, varios capítulos de libros y/o monografías. Actualmente desarrolla su investigación en áreas relacionadas con el cambio tecnológico, mercado de trabajo y crecimiento económico. Esto nos ha llevado a charlar con Manuel para hacer un repaso a algunos de los temas en los que más está trabajando y poniendo el foco analítico.
:: Has publicado un trabajo junto al profesor Molinari que habla de la relación entre la tecnología, la ocupación –es decir, qué tipo de empleo- y la desigualdad salarial. Con estos condimentos, por favor, ¿qué habéis encontrado?
Encontramos dos cosas. En primer lugar, y en un análisis empírico, que gran parte del aumento de la desigualdad entre el “otro 99%” (es decir, la desigualdad entre los propios que menos renta tienen) se debe a los trabajadores con menor remuneración. Las principales explicaciones son el cambio tecnológico y el movimiento que éste provoca. Esto conduce a la polarización, movimientos de empleos intermedios, con remuneración intermedia, hacia empleos de menor salario.
Por otro lado, con el modelo teórico que desarrollamos encontramos que una posible explicación es el aumento del coste de aprendizaje que suponen las nuevas tecnologías. Esta dificultad por alcanzar estándares medios (cada vez más exigentes con la tecnología) puede obligar a cada vez más gente a tener que decantarse por empleos de bajos salarios.
:: Hablemos de un tema que has trabajado mucho y que especialmente me interesa mucho:
1.- ¿Qué son las externalidades de los recursos humanos?
Las externalidades son beneficios o costes de actividades (económicas o no) y que no son capturadas por quien las genera. Por ejemplo, la contaminación es la más habitual en ejemplos.
En el caso del capital humano, las externalidades implican que los beneficios de la educación exceden del ámbito privado del que la recibe y beneficia a más gente. En especial a aquellos que interaccionan con él. Además, beneficia a la sociedad. Por ello se define como externalidad, pues estos beneficios no se los apropia todos el educado.
2.- ¿cómo se miden para hacer análisis macro?
Es complejo. Dado que es posible la iteración de numerosas variables en estos procesos, es absolutamente necesario aislar cada relación que puede enturbiar nuestro análisis. Para ello hay varias propuestas que la literatura ha ido ampliando a lo largo de los años.
3.- ¿Cuáles son las principales conclusiones que habéis encontrado sobre las provincias españolas?
Las provincias es la dimensión geográfica sobre la que hemos hecho el análisis, pero el estudio en realidad se refiere al conjunto del país. Las conclusiones son similares a otros trabajos con otras técnicas y para otros ámbitos geográficos en España y fuera de ella. Innovando en el método, encontramos que las externalidades pueden explicar entre un 3 y un 5 % de aumento de renta cuando elevas la educación de los españoles en un año de media. Esto unido a una rentabilidad privada del entorno del 6-7 %, es decir, lo que aumenta tus ingresos anuales cuando tienes un año más de estudio, nos lleva a decir que elevar la educación en un año de media puede representar entre un 9 y un 12 % más de renta per capita.
:: ¿Existe consenso respecto a si los robots nos quitarán el empleo o es el eterno debate que nunca acaba…desde hace dos siglos?
No existe consenso. Pero creo que la lógica es aplastante. La tecnología tiende a movilizar el empleo, pero no a eliminarlo. No tenemos por qué pensar que esta vez va a ser diferente. Es posible que los efectos en salarios y en precariedad sí sean más intensos, pero no en empleo.
:: Hablemos de mercados, comercio y populismos…
1.- Por primera vez en décadas, ¿vivimos ante el riesgo de que la globalización frene su ritmo?
Sí. Tanto Trump como el Brexit son los ejemplos más claros de este cambio de paradigma. Resulta sorprendente además que sea China la que se erija en defensora del comercio internacional.
Los toques de atención en Francia y el surgimiento de movimientos populistas en el sur de Europa, de corte radical de izquierdas contraria a los tratados de libre comercio, nos hacen pensar en un enfriamiento en los deseos de avanzar en la liberalización comercial global.
2.- Pocos consensos hay en Economía como el poder del comercio para generar cambios en un país. ¿A qué crees que se debe esta ola proteccionista y de fronteras?
Los perdedores del comercio tienen incentivos a organizarse y hacerse oír. Es más fácil prestar atención a lo malo que viene que a los efectos positivos. Y es que no siempre están (a quien le va mal y a quien le va bien) en el mismo saco. Los primeros son personas cuya vida puede verse afectada, o no, pero que se identifican con quien se puede ver perjudicado. Los segundos somos los demás que no identificaremos que una mejora en nuestro bienestar es gracias al comercio, aunque realmente esto sea así.
Mientras existan estas asimetrías habrá un debate también asimétrico. En mi opinión, ocurre además que ahora es más fácil juntar, y hacerse oír, a los desencantados o perdedores. Esto fomenta la contestación.
:: ¿Es Trump un riesgo para la economía mundial?
En realidad no lo creo. Pienso que lo es más para su propio país. Es evidente que su retirada de algunos acuerdos, o futuros acuerdos, sobre comercio u otros aspectos puede suponer un shock global. Pero en estos momentos soy muy escéptico de su posibilidad de llevar a cabo gran parte de las medidas que ha prometido.
:: Del mismo modo, ¿es Macron una oportunidad para volver a cargarnos las pilas europesitas?
Lo es, aunque como otras muchas veces es bastante probable que nos terminemos por desilusionar aquellos que somos pro-europeos. El problema de la Unión Europea es complejo. Su gobernanza no es sencilla y el avance que creemos necesario exige además ceder más soberanía aun complejo institucional que aún está lejos de funcionar a la perfección. Todo ello me hace ser muy escéptico. Aunque la esperanza es lo último que se pierde.
:: Si tuvieras que decir qué 3 políticas consideras que han fallado en esta crisis en España, ¿Cuáles serías?
Más que políticas, hablaría de voluntades. La política monetaria fracasó antes de 2012. A ello debemos gran parte de nuestra situación durante la segunda parte de la crisis.
Pero en cuanto a políticas nacionales, como he dicho, creo que lo principal ha sido la falta de reformas necesarias. De nuevo, cuando los vientos empiezan a soplar de cola dejamos de hacer lo necesario. Y queda mucho por hacer.
:: Y al revés, ¿cuáles funcionaron?
Creo que la reforma laboral funcionó en parte. Sin embargo, la recuperación ha dado muestras de que esta es muy parcial y que se debió mejorar otras parcelas del mercado de trabajo. Por ejemplo, se ha facilitado la flexibilidad en el despido, y que era necesario, pero sin embargo sigue siendo difícil contratar a una persona como indefinida. Ni que decir tiene, también, la incapacidad de la anterior reforma para eliminar una de las grandes lacras de nuestra economía: la temporalidad.
:: ¿Consideras que en Europa seguimos usando la deuda ‘por encima de nuestras posibilidades’?
No. Europa es la primera potencia exportadora del globo, y España en concreto tiene saldo positivo en sus balanzas. Esto quiere decir que vamos por el camino correcto. De momento.
:: ¿Qué piensas cuando oyes eso de que en España la solución es que se paguen más impuestos por parte de los ricos?
En España tenemos un sistema fiscal que es particularmente ineficiente. Nuestro diseño nos lleva a perder capacidad recaudatoria donde no se debería. No creo necesario elevar impuestos (tipos), aunque sí eliminar bonificaciones o reducciones. Y sí, estos son mayores entre los que más rentan ganan, por lo que terminarán pagando más. Pero es necesario dotar a nuestro sistema fiscal de una racionalidad que ahora, en mi opinión, no existe o por lo menos es discutible.
:: Cuéntanos, ¿cuál fue la última propuesta económica que consideraste como ‘una locura’ sin sentido?
La última bajada de impuestos de Montoro.
:: ¿Qué es más preocupante, que los jóvenes emigren o tengan empleos con una cualificación muy inferior a la que tienen?
Lo segundo. Creo que en un mundo globalizado los movimientos de factores es una reacción sana al funcionamiento de la economía y a los procesos de convergencia. Creo que es un mal menor.
:: ¿Qué 3 grandes reformas pondrías en la mesa para discutir si queremos poner las luces largas a nuestro horizonte?
1.- La laboral. Déjame que cite un artículo que escribí sobre ello:
«en España no necesitamos una nueva reforma. Necesitamos un nuevo mercado de trabajo. Nuevas leyes, pocas, simples y claras. Derogar el Estatuto de los Trabajadores y toda la legislación que se adhiere a ella como un tumor y crear una nueva. Un nuevo estatuto. Ni más neoliberal ni más socialdemócrata. Simplemente una regulación sensata, razonable y adecuada a los nuevos tiempos. Necesitamos una nueva legislación que, creando los lógicos mecanismos de continuidad, sea pensada para un futuro nuevo.
Pongan esta reforma en la mesa, aderécenla con un buen pacto educativo, una nueva y eficiente legislación fiscal y administrativa y les aseguro que en pocos años a España no la reconocerá ni la madre que la parió. Eso sí, busquen a políticos con voluntad de cambio y pídanles que no flaqueen»
2.- La fiscal. También he escrito sobre este tema largo y tendido.
España necesita de un nuevo «diseño de su marco fiscal que permita ante todo alcanzar un óptimo de eficiencia es un asunto de enorme relevancia. El Informe Mirrlees del Institute for Fiscal Studies (IFS) nos dejó una guía de cómo debía ser un sistema fiscal del siglo XXI. Este debería ser progresivo, es decir, debe redistribuir con el objetivo de reducir la desigualdad de ingresos y riqueza, debe ser neutro, lo cuál implica que la imposición debe minimizar (imposible eliminar) su distorsión en la actividad económica de los individuos y empresas, y debe ser simple, fácil de cumplir e implementar. Por último, este sistema fiscal debe buscar su estabilidad a largo plazo, no solo en su objetivo de financiar los gastos de las administraciones públicas, sino de ser relativamente inelástico al ciclo económico. En este sentido, y desde hace no poco tiempo, sabemos que España no es un ejemplo que cumpla, ni tan siquiera se acerque a tales objetivos. Por ejemplo, a pesar de tener tipos impositivos máximos en IRPF o IVA similares e incluso en algunos casos superiores al de nuestros vecinos europeos, nuestros tipos efectivos, lo que realmente se recauda sobre la base que se tributa, es inferior, evidenciando una clara incapacidad para recaudar los ingresos necesarios para sostener una cobertura social adecuada. Las principales explicaciones son la maraña de bonificaciones y deducciones en impuestos sobre la renta o sociedades o el bajo número de bienes que por ejemplo son gravados al tipo máximo (21 %) del IVA»
También abordé una reflexión sobre por qué deberíamos reformar el IVA:
«Como señala el profesor de la Universidad Complutense de Madrid Jorge Onrubia en este magnífico trabajo, una reforma del IVA debería reformular los bienes y servicios incluidos en las categorías de reducidos y superreducidos, suprimir el Régimen Simplificado de estimación de cuotas a ingresar mediante módulos y, por último, eliminar la exención de los servicios financieros y que en la actualidad está en estudio por la UE pues no podría realizarse de forma unilateral. De este modo, el IVA podría “normalizarse” a parámetros europeos y elevar adecuadamente los recursos del sistema con los que hacer frente a los gastos necesarios»
Y, por último, creo que España tiene un serio problema de autocomplacencia, y debemos trabajar ampliamente en este aspecto con políticas concretas. Hablé de ello también en un artículo reciente:
«Como suele ser habitual, los buenos tiempos reducen las ansias reformadoras. No es sin embargo España un país donde los legisladores enloquezcan en una orgía reformadora cuando nos vienen mal dadas, pero al menos, recibíamos ciertas presiones desde el exterior para hacerlo. Los grandes planes reformadores españoles (1959, 1978, 1994 y 2010-12) son hijos de tiempos oscuros y de señores con maletín negro y trajes del mismo color. Pero en cuanto el PIB crece, estos impulsos reformadores se debilitan. Quien gobierna España no encuentra las razones para asumir riesgos políticos al desaparecer los incentivos para ello. Cuando el bolsillo de los ciudadanos vuelve a llenarse, el voto suele castigar menos. Si las cosas van bien ¿para qué una nueva reforma laboral? ¿Para qué continuar con la transformación de las Administraciones Públicas? ¿Para qué un pacto de estado en educación o para qué asumir los graves problemas presupuestarios que acarrea una población que envejece? No hay incentivos. Total, en cuatro años veremos qué ocurre»