Recuerdo una de las primeras frases que escuché a un profesor en mi primer año de derecho: “La justicia no tiene nada que ver con el derecho, son cosas distintas”. Eso, que el paso del tiempo me ha demostrado que lamentablemente es cierto, me estuvo persiguiendo durante mucho tiempo, y todavía hoy me vuelve a la mente de vez en cuando. Vale, la cosa no es tan dramática, al fin y al cabo ¿quién no se ha dado cuenta alguna vez de lo injusta que es la justicia? Pues eso.
Pero dando un salto mortal sin red y haciendo un paralelismo con los negocios y la ética, la pregunta que me hago es: ¿tienen algo que ver los negocios y la ética? Y aquí la verdad es que en un primer vistazo me tiemblan las piernas.
El otro día el profesor Josep M. Lozano decía en Twitter: “A los economistas no les preocupa la calidad ética de sus propuestas y a los éticos la viabilidad económica de lo que exigen. Y así nos va”. A nivel macro parece que la economía y la ética llevan caminos paralelos sin llegar a tocarse nunca, salvo honrosísimas excepciones, de modo que a veces, para un lego como yo, la economía aparece como un saber puramente técnico alejado de la realidad en cuanto a las consecuencias que generan sus decisiones, y centrando sus reflexiones en unos abstractos “mercados” para los que la ética es una entelequia incomprensible.
Respecto a los empresarios, la CEOE ha publicado recientemente un Código Ético y de Buen Gobierno, que es más un código interno de funcionamiento que un código del sector empresarial, y que por otro lado está lleno de generalidades y obviedades.
No olvidemos a otro actor fundamental de esta película, el trabajador. Por lo general el actor más débil pero que no por ello deja de interpretar la ética a su gusto o beneficio.
Dicho esto, ante lo que muchos no estarán de acuerdo, me interesa ir un poco más allá en la reflexión. Y voy a partir para ello de un pequeño libro de Adela Cortina llamado Ética Mínima, que da algunas claves interesantes. En una de sus páginas dice:
“Como señala Apel [Karl-Otto Apel], en su Transformation der Philosophie, cuando pensamos en la relación ciencia-ética en la moderna sociedad industrial, nos encontramos con una situación paradójica. Por una parte la necesidad de una moral universal, vinculante para toda la humanidad, nunca había sido tan urgente, dadas las consecuencias planetarias de las ciencias en una civilización unitaria; las consecuencias técnicas de la ciencia tiene unas repercusiones tales para el obrar humano, que no es posible ya contentarse con normas regulativas de la convivencia en grupos pequeños.”
En efecto, la modernidad ha traído la necesidad de unificar la moral y la ética, y más allá de diferencias religiosas, unificar a toda la humanidad bajo un mismo paraguas ético. El problema aparece cuando encontramos grupos que interpretan la ética no por lo que son, sino por lo que hacen. La autodefinición de grupos de influencia en las sociedades crea cotos que interpretación subjetiva de la ética a las necesidades de ese grupo, justificando acciones que para otros serían absolutamente punibles.
Estos modelos de actuación social y éticos se autojustifican por una especie de ética de resultados para la que siempre que se persigan unos objetivos loables, las acciones están justificadas. El ejemplo más claro lo tenemos en la política. En este ámbito escribía hace un tiempo Óscar Alzaga un muy interesante artículo en la revista Claves de Razón Práctica titulado Radicalización Política e Ideologías. En el artículo Alzaga hablaba de definiciones de la política. Por un lado Francesc Cambó hablaba de la política como “la lucha por conseguir el poder y, desde él, convertir en realidad todo o parte de un programa.” Es un enfoque instrumental de la política buscando un fin superior. Por su parte Anthony Downs hablaba de que el objetivo de los partidos es “formular políticas como un medio para ostentar el poder, más que buscar el poder para llevar a cabo políticas preconcebidas.” Vemos aquí, por tanto, un enfoque finalista de la política, siendo la propia política, y en concreto la detentación del poder, el propio fin de sí misma. Ahora bien, ¿se pueden trasladar estas dos visiones a la ética?
Evidentemente sí, podemos hablar de una ética de fines, instrumental, en la que el actuar ético se va adaptando a un fin superior más defendible y con el que todos estamos de acuerdo. En este caso hablamos de una ética que no es absoluta, que no puede tener axiomas inviolables o inmutables.
Pero por otro lado nos encontramos con una ética de absolutos, por así decirlo, en la que la ética por sí misma es el fin, en la que el comportamiento ético es la justificación de la ética, no el fin que se consigue con ese comportamiento.
¿Cuál es la mejor? ¿Cuál hemos de seguir? Posiblemente las dos, posiblemente haya unos mínimos que la ética de absolutos deba proteger y que nos obligue a cumplir una serie de reglas en nuestros comportamientos éticos y sociales. Pero al mismo tiempo es necesario tener en mente que hay objetivos superiores que requieren a veces quiebros en ese comportamiento ético, acciones que de otro modo no estarían justificadas.
¿Y en los negocios? Pues aquí creo sinceramente que, como en otros aspectos de la vida, ambos tipos de ética (y que conste que estoy simplificando la clasificación) son asumibles. El problema es cuando, como grupo, decidimos de manera egoísta, buscando la protección y cohesión del propio grupo, cuáles son esos fines que permiten alterar la ética de absolutos.
Estamos viendo muchos ejemplos de esta quiebra en los negocios y en la política, y muy posiblemente estemos asumiendo como normal una ética instrumental que se adapta a lo que cada grupo decide que es defendible y ético. Falta en los negocios una vuelta a la ética del artesano, a la ética del trabajo bien hecho y del aprendizaje constante. Tal vez nos falta una ética de absolutos más comúnmente aceptada por todos, en la que sea la sociedad la que defina los principios, reglas y máximas que componen las líneas rojas que no hay que cruzar. Y evitar así estos reinos de taifas morales que en más ocasiones de las deseables impiden que hablemos y nos entendamos con los mismos códigos. A veces más que una unidad de mercado creo que lo que necesitamos es una unidad ética y de principios morales.