El anglicismo que designa mundialmente a los trabajadores por cuenta propia es “freelance”. Su origen, hasta donde he podido rastrear, está en las páginas de la novela Ivanhoe (1819) de Sir Walter Scott. En ella llama lanza libre (free-lance) a los caballeros de la Europa feudal que, no sometidos a rey ni señor, se ofrecían como mercenarios en cualesquiera conflictos bélicos. Esta situación les permitía ciertas libertades de las que no disfrutaban los caballeros sometidos a servidumbre, y también no pocos problemas. En los años setenta del pasado siglo, los profesionales del sector editorial que eran pagados por cada trabajo entregado y no con una nómina mensual adoptaron la denominación y la introdujeron en el lenguaje común.
Llevo un tiempo anunciando una #FreelanceRevolution, un vuelco hacia el modelo de trabajo por cuenta propia en nuestra economía. Una de esas soluciones de mercado (como BlaBlaCar, Airbnb, … o Google en su momento) que permiten superar un paradigma, una organización de mercado que creíamos estable. Recordemos que no compiten las empresas, compiten las cadenas de suministro. Y que las grandes innovaciones, las disruptivas, son las que generan nuevas cadenas de suministro o cambian la gobernanza en las ya existentes.
En el discurso público es casi omnipresente la concepción de que todo empleo que no sea por cuenta ajena, a jornada completa y con condiciones casi funcionariales es algo horrendo, execrable, un sub-empleo merecedor de reprobación y condena eterna. En dicho discurso, además, se condena exclusivamente al empleador como causante y responsable de que tan abyecto contrato exista. Es más, se califica como “falso autónomo” a lo que en realidad es un trabajador por cuenta propia con un cliente principal, logrando generar la suficiente inseguridad jurídica como para que muy pocas empresas se hayan aventurado a contratar con esta figura.
El pop out
Sucede, sin embargo, que todos los costes asociados a ese modelo de empleado y contratación se asignan al empleador, en la vana confianza de que este no intente reaccionar y reducirlos o trasladarlos a la otra parte. Sucede que esa enorme cuña de costes (impuestos y riesgos) hace que los sueldos parezcan muy bajos al empleado y los costes muy altos para el empleador. Para el salario mínimo interprofesional, por ejemplo, al bolsillo del empleado llega menos de un 55% de lo que cuesta al empleador. Visto del otro lado, al empleador le cuesta casi un 80% más de lo que le ingresa al empleado (sin contar con otros costes y riesgos no directos, como despidos, bajas, absentismo, etc.). El resultado de este perverso sistema de costes impuestos es que muchas personas se ven literalmente expulsadas del mercado laboral porque no pueden generar con su trabajo un valor que supere ese coste. Los motivos son tan variados como personas lo sufren: salud, inteligencia, edad, conocimientos, …o actitud. A esa expulsión del mercado laboral, a esa imposibilidad de lograr un trabajo, le llamamos pop out.
Por parte del empleador, una de las lecciones aprendidas durante la recesión es la necesidad de mantener una estructura ágil y flexible, adaptable. De concentrarse en su mayor valor añadido (core business) y externalizar todo lo demás. En resumen, y si recuerdan “señales de debilidad empresarial”… a hacer justo lo opuesto de lo que describía allí. Otra lección aprendida (o eso espero) es optar por el crecimiento orgánico, con poco o ningún endeudamiento externo, como han hecho Mercadona o Inditex (nuestros verdaderos “campeones nacionales” durante la recesión son buenos ejemplos).
El opt out
Frente al pop out (o verse expulsados del mercado) está la opción del opt out, elegir salirse del paradigma dominante y enfocar el mercado de una nueva manera. En el caso que nos ocupa sería elegir ser trabajador por cuenta propia. ¿Por qué alguien habría de preferir ser autónomo?
- Como la cuña regulatoria e impositiva es menor para los trabajadores autónomos, pueden aumentar sus ingresos manteniendo el mismo coste para su cliente.
- Como casi todos los riesgos inherentes a una relación laboral pasan al autónomo en el caso de una relación mercantil, el cliente estará dispuesto a pagar por encima del coste previo.
- Dado que un trabajador por cuenta propia tiende a tener varios clientes en distintos sectores, logra una diversificación de fuentes de ingresos que le hace menos vulnerable a vuelcos en uno de ellos.
- Dado que un freelance (no sólo, pero sí especialmente) elige sus clientes, sus jefes, la alineación con la cultura de los mismos tiende a ser mucho mayor.
- Siendo su propio jefe, elige su horario y dedicación, y la conciliación con la vida personal y familiar depende únicamente del propio trabajador.
- En tanto que le remunerarán por resultados, no “por estar”, el absentismo presencial simplemente no existirá.
- Dado que su alineación de incentivos con los de sus clientes es necesariamente mayor, estos tienden a estar más satisfechos con el trabajo que reciben de subcontratar autónomos.
- Al salirse de la contratación laboral y sus características, el trabajador autónomo no acabará nunca como un parado de larga duración, con todo lo que esa situación conlleva.
- Al no contar con una pensión pública tras su jubilación, o quizá con una muy baja, el freelance tiende a generar un patrimonio con que afrontar esos años. Dado que la rentabilidad que le ofrecerá ese patrimonio es MUY superior a la que supone una pensión de reparto, asegurará mejor su vejez.
- Dado que ese patrimonio acumulado sí es patrimonio acumulado, no derechos de cobro mientras siga vivo y jubilado, sus descendientes podrán heredarlo (no “se perderá”).
Todos estos, y alguno más, son motivos para optar por salirse del paradigma laboral al uso… Pero no es una arcadia feliz. Es duro y difícil. La responsabilidad que se necesita (o que se desarrolla) supone un esfuerzo consciente y constante. Pero tiene recompensa.
¿Qué dicen los clientes?
Los clientes ven con mucho interés esta opción. Como decía, valoran muchísimo más ahora que en 2007 el tener una estructura ágil y adaptable. Y no solo eso.
Como se ve en esta infografía de Carlos Otto Reus con datos de la Freelancers Union estadounidense, más de un tercio de los trabajadores de EEUU trabajan como autónomos, bien como actividad principal, bien como complemento, bien como empresarios con trabajadores.
Esto ocurre en una de las economías con mercado laboral menos regulado de occidente. ¿Entonces, por qué lo hacen? Entre otros motivos, porque el cuarto de los problemas principales de las PyMEs USA, según su propia percepción, es la calidad de los trabajadores (dato vía Sebastián Puig). Entreveo una mejor alineación de incentivos en este tipo de contratación.
Y la tendencia es global. Según un estudio publicado por la consultora IDC, más del 37% de los trabajadores a nivel mundial son autónomos, con expectativas de seguir aumentando.
¿Y qué buscan?
Según un estudio de la London School of Economics and Political Science, Outsourcing Unit (que aunque especialistas, pueden tener incentivos para embellecer el panorama), estos son los tres grupos de motivos u objetivos de las empresas que contratan con freelances.
- Mejorar la eficiencia/utilidad (obtener servicios más baratos). Son movimientos que se centran primero en el control de costes, y con el tiempo en su reducción, manteniendo la coherencia en la prestación de sus servicios a sus clientes.
- Mejorar los procesos de negocio (hacerlo mejor). Supone un esfuerzo en mejorar la calidad de los productos que sirven a sus propios clientes, subcontratando las tareas no primordiales a aquellos que sí son especialistas en ellas.
- Transformacional (hacer nuevas cosas). La organización y su prestador de servicios crean una asociación a medio o largo plazo para acceder a nichos no atendidos previamente, crear nuevos mercados, nuevos productos, etc.
En el mismo informe, la LSE hace hincapié en definir previamente los requisitos, objetivos y expectativas, clarificarlos y comunicarlos. De esta manera se limitan muchos de los problemas habituales en los procesos de subcontratación (la famosa separación entre cliente y usuario).
Futuro Freelance en España
Todo esto está muy bien pero, ¿es extrapolable a España? Entiendo que sí.
Primero porque es una solución adaptativa del mercado. Lo importante no es que haya resistencias o que algunos implicados (como por ejemplo los sindicatos) no lo deseen; lo importante es que la innovación tenga sentido.
Segundo, porque es una forma en la que puedan aflorar formas de economía sumergida que estoy convencido son abundantísimas en nuestro país. Mi convencimiento viene de que, con una tasa de paro tan demencial como un 40% en Cádiz, no haya niveles venezolanos de delincuencia, sólo puede ser explicado con la economía sumergida. Y la economía sumergida sólo se explica por los costes de la formalidad.
Tercera, porque son precisamente aquellas comunidades con mayor nivel de paro (o con economía más dinámica) en las que el crecimiento de autónomos en 2014 ha sido más intenso (Canarias +4,1%, Baleares +3,8% y Andalucía +3,5%).
Cuarta, porque la tecnología facilita enormemente la actividad de los autónomos. Por poner un ejemplo, sencillo pero no banal, hace años que no se necesita tener una persona pegada a un teléfono o a un fax para atender a los clientes. La tecnología permite el envío y la monitorización del trabajo realizado en tiempo real. Permite la comunicación casi constante con los clientes. Permite compartir la información necesaria apenas sin coste. Y automatiza las tareas más rutinarias y de menos valor añadido.
Y quinta, como ya propuse, porque si las empresas con suficiente personal en staff se ofrecen a ejercer de gestoría para sus proveedores autónomos, podrá fidelizar a los mejores y que prioricen sus encargos ante los de cualquier otro.
El principal problema del autónomo
El principal problema que tienen hoy los trabajadores autónomos es el cobro. Y en concreto el plazo de cobro. Los clientes, empresas, siguen pagando a una media de 95 días de plazo, que llegan a los 114 días en el caso de la gran empresa.
La ley de servicios de pago, que data de 1999 y fue reformada 10 años después, no supuso ningún cambio en los plazos de pago… salvo para generar nuevos costes a las empresas que trabajan para clientes particulares.
¿Por qué no pagan antes las empresas? Según sus propios clientes, principalmente porque no quieren o porque no pueden.
¿No quieres? ¿No pueden? ¿Cómo es eso? Si recuerdan, las empresas en España están terriblemente descapitalizadas, en un estado muy cercano a la quiebra que sin embargo es perfectamente lógico. Si además sumamos la práctica desaparición del mercado interbancario y detrás de las líneas de crédito (producto típicamente utilizado para financiar circulante)… Nuestras empresas, sin más opciones, han pasado a financiarse de sus proveedores.
Reacción probable de la administración
Suelo insistir en que la visión correcta de la economía es siempre dinámica, de modo que no puedo acabar este texto sin reflexionar cuál pueda ser la reacción de la administración pública si se da esa revolución freelance que contemplo. Y tengo que decir que supongo que la reacción de las administraciones públicas será… en contra. Subiendo los impuestos, los requisitos, los trámites, los costes en suma del trabajo por cuenta propia. Y puede que centrándose aún más en este tipo de contribuyente, a quien cualquier acción en contra de una inspección fiscal puede suponer un coste inabarcable. Cualquier cosa antes de que, como propuso Vincent Vega, la reforma fiscal la hagamos los ciudadanos.
En la típica incomprensión de la economía vista como una situación estática, probablemente quieran recaudar una mayor proporción que la que obtengan de esa riqueza creada. Si, por desgracia, acierto, volveremos ver un paso del opt out al pop out. Volveremos a ver a muchos conciudadanos expulsados a la economía sumergida. E, igual que ocurrió con la ley de servicios de pago, legislarán en contra de la gravedad, pero no lograrán vencerla.