Estamos ante una catástrofe, sanitaria y económica. Y nos lamentamos de lo que no somos y de lo que no hicimos y nos conjuramos para superar la catástrofe gastando un montón de dinero en una loca carrera. ¿Cómo podemos encarar el futuro? Espero aportar algunas ideas al respecto.
Económicamente, en las últimas cuatro décadas, España ha visto cambios esenciales. Remarco algunos.
Se ha incrementado la capacidad de I+D y se ha avanzado en el nivel de formación, extendiéndose la educación terciaria o superior, que incluye a la universitaria.
En 1980, España contaba con poco más de 30 universidades. En sólo 20 años se crearon otras 36, además de multitud de centros de investigación no universitarios.
Por otro lado, siguiendo la tendencia del mundo occidental, en esos 40 años, el país ha perdido industria. Ese ámbito ha pasado de aportar un 30% del PIB a suponer poco más del 15%.
El argumento primario para ambos cambios era que ese mundo occidental debía orientar sus economías hacia el conocimiento y el valor añadido mientras que la fabricación debía trasladarse a países especializados en ella y además baratos. Pero las cosas no han ido por el camino esperado.
China se ha convertido en un gigante del conocimiento, la I+D y la tecnología y, por otra parte, se ha visto que la industria es clave para un país, por cuestiones estratégicas y también económicas, ya que diversifica su economía y aporta puestos de trabajo de calidad y muy estables.
Otro hecho relevante en esas cuatro décadas ha sido la constante llegada de fondos europeos, para lograr la convergencia de nuestra economía con las líderes del continente.
Por supuesto, otros elementos definen este país desde el punto de vista económico. Uno de ellos es un recurso natural excelente (el sol y el buen tiempo) que ha hecho de este entorno lugar de vacaciones de los habitantes el norte. El turismo y la restauración son grandes motores económicos. Otra característica es un gran peso de la construcción, que en parte está relacionada con ese recurso natural citado.
Con la gran crisis económica del 2008, este modelo empezó a rasgarse y con la epidemia ha quebrado. La situación actual obliga a dos retos inmensos: 1) Salvar la economía y la sociedad y 2) Rediseñar la economía cara al futuro.
Un futuro que no es nuestro. Es el de nuestra gente joven. Pertenece a ese talento que formamos, al que generamos expectativas y para el cual queremos lo mejor. Pero al que no le damos un sistema que lo pueda acoger y, al que, en muchos casos, obligamos a emigrar para buscar sus opciones.
Nuestro sistema actual no da respuesta a las siguientes generaciones. Esa es nuestra más exigente obligación para dibujar un futuro distinto.
Hablaba pues de esos dos retos, salvar la economía y la sociedad y rediseñar ese futuro. Ambos requerirán enormes inyecciones económicas públicas. Vemos cómo los gastos derivados de la epidemia, directos e indirectos (asistencia sanitaria, prestaciones sociales, etc.) están elevando a gran velocidad el déficit y la deuda pública.
Por otra parte, Europa ha acordado inyectar 140.000 millones de euros en nuestra economía, con el objetivo de modernizarla y prepararla para el futuro. Una parte de esos fondos llegarán como préstamos. Es obvio que España alcanzará en los próximos pocos años niveles de deuda pública cercanos al 150% sobre el PIB cuando en 2008 esas cifras eran del 35%.
Ya en 2020, considerando la bajada del PIB, superará el 120%. Habrán sido una docena de años fatídicos, de larga memoria. Salvar la economía y construir un futuro distinto nos costará (a nosotros y a las próximas generaciones) una fortuna.
Ese es el contexto, nada agradable por supuesto. Además, todavía no vemos la luz al final del túnel de la epidemia. Lo más urgente es precisamente esto: que desaparezca o se minimice la enfermedad. Esa lucha debe ser ahora la prioritaria. El foco debe estar en salvar vidas y puestos de trabajo. Repensar el futuro en medio de este drama, cuando todavía no vemos su final y medio confinados, es un ejercicio complicado.
Diseñar el futuro debe hacerse en un contexto de tranquilidad, no de presión. Bajo mi punto de vista, el uso de esos 140.000 millones -que deberían servir para mejorar, no para salvar- debe hacerse con sosiego. Hoy percibo una loca carrera por definir proyectos, por estar ahí. Nadie quiere perder la opción de arañar parte de esos fondos. Se han movilizado patronales, grandes consultoras, agencias de desarrollo regional, cámaras de comercio, las grandes corporaciones españolas, el sistema investigador… Los medios de comunicación publican centenares de opiniones de personas expertas sobre el destino de ese dinero. Incluso en twitter he visto a gente preguntando dónde se recogían las propuestas. Es una imagen delirante. Ese proceder alocado no va a cambiar nuestra economía. Simplemente inyectará actividad económica, de manera cualitativamente poco distinta a como lo harían los famosos helicópteros del dinero.
Además, nuestra administración pública es incapaz de canalizar esas ingentes cantidades de dinero en tan poco tiempo, a menos que se establezca en ella una nueva cultura y unos canales administrativos y legales totalmente distintos a los que ahora nos rigen, cosa que no veo posible.
Estos días hemos sabido que el gobierno prepara un decreto ley para eliminar los cuellos de botella legales que puedan impedir la ejecución de los fondos. Leía también que el gobierno ha encargado a consultoras estudiar modificaciones en leyes como la de contratos del sector público y la de subvenciones.
Pero bajo mi punto de vista, no serán medidas suficientes (y además, me pregunto por qué ahora y no antes). Nuestra administración está bloqueada, fruto del trabajo sistemático de erosión de su función dinamizadora de la economía, que se inició con la lucha contra la corrupción y siguió con la gran crisis de 2008. Todo ello creó una nueva ética colectiva y empoderó a quiénes controlan y fiscalizan.
La genética de la administración ha mutado. Ha perdido un gen esencial, el que la definía como impulsora de la economía, y se ha sobreexpresado la función de fiscalización.
Permitidme que me refiera a ello desde varias aristas.
— Para luchar contra la corrupción, se ha implantado control y transparencia. Y se ha castigado a multitud de funcionarios por sus decisiones. Ello ha generado una enorme inseguridad.
Hoy los funcionarios temen las consecuencias de sus autorizaciones. Con ello, los propios procedimientos copan el protagonismo esencial frente a la finalidad a la que se orientan.
Quiénes controlan están empoderados, fruto del encargo colectivo.
Cuando una sociedad tiene profundamente arraigada la idea de la corrupción por naturaleza, los controladores (interventores, etc.) se convierten en implacables policías. Además, estas personas fortalecidas perfeccionan lo que es el centro de su vida; dibujan circuitos y procedimientos que se perfeccionan sin pausa.
— Las herramientas de soporte se convierten en cárceles. He visto repetir largos circuitos de papeles y firmas (de semanas, no de horas) debido a que un programa de gestión fallaba en los redondeos del segundo decimal y no permitía aprobar un expediente por la no coincidencia de importes.
— El resultado es la parálisis. Un ejemplo digno de ser estudiado con lupa: El bloqueo total de una entidad investigadora, el Instituto Español de Oceanografía, por culpa de la burocracia. Una institución con 10 sedes y 700 personas de plantilla colapsada. Una muestra; tienen decenas de millones en caja, pero no pueden pagar proveedores. Os recomiendo que vayáis a Google y repaséis la gran cantidad de noticias que esta entidad ha generado en el último medio año.
Las reglas y la burocracia colapsan instituciones.
— En un ámbito público del cual he sido responsable en la administración, teníamos un programa de soporte a la actividad económica, dirigido a la administración pública. Su fiscalización pasaba por…. ¡7 niveles distintos! El tiempo de control del gasto superaba ampliamente el tiempo dedicado a ejecutar el programa. Y eso ocurría ¡siendo entidades públicas quiénes recibían las ayudas!
El sector público controlándose a si mismo hasta la extenuación.
— No es de extrañar que el país aproveche en un grado ínfimo los actuales fondos europeos, estando España en la cola de países en cuanto al grado de ejecución.
El ritmo de gasto de los Fondos Estructurales y de Inversión Europeos fue de 9.500 millones de euros por año en los años 2014 y 2015. En el período 2016 a 2020 bajó a 4.500 millones por año. El ritmo de gasto para el período 2021 a 2026 deberá ser de 42.000 millones por año. No lo veo posible sin un cambio genético en la administración.
En resumen y volviendo al núcleo del artículo, el futuro no está en las urgencias ni tampoco en los proyectos. En este punto, acerca de ese futuro, tenemos claro lo siguiente:
- No podemos desdeñar el turismo,
- Hay que recuperar industria,
- Primando a las pequeñas y medianas empresas frente a las grandes corporaciones.
4) Quiero añadir una cuarta evidencia: Aunque hay quién opina que no somos un país científico y tecnológico, debemos apostar fuertemente (muy fuertemente) por la tecnología. China no era un país tecnológico hace pocas décadas. Hoy sabemos que la tecnología (entendida en una sentido muy amplio) es la variable más importante de desarrollo económico. Esa relevancia se acentuará aún más en el futuro.
Me refiero a esa capacidad económica que se genera a partir del talento, la educación, la I+D, la innovación, las empresas intensivas en conocimiento y tecnología y su clusterización en el territorio. En macroeconomía, el marco correspondería a los modelos descritos por Romer, premio Nobel de Economía en 2018, sobre el crecimiento endógeno.
Un dibujo del futuro no puede obviar una apuesta firme y decidida por aquel concepto que más incidirá en ese futuro, la tecnología.
Antes decía que el camino hacia ese porvenir no estaba en las urgencias ni tampoco en los proyectos. Bajo mi punto de vista, ese camino pasa en gran parte por los cambios soft, que incluyen una nueva cultura. La lista de cambios es muy larga. En este artículo me refiero únicamente a tres de ellos.
— Uno lo he mencionado ya; ese cambio genético en nuestras administraciones públicas que sitúe la función de dinamización de la economía como papel esencial. Ello pasa por empoderar (de nuevo) a quiénes diseñan e implementan programas frente a quiénes tienen la función de controlar y fiscalizar.
— Nuestras universidades llevan largo tiempo con un modelo que no se ajusta a los nuevos tiempos. Las universidades del mundo que marcan la senda del futuro incorporan a sus estudiantes en los laboratorios de investigación durante la realización de sus grados y másteres. Esas estancias proporcionan un barniz experto a esas personas, más que las clases presenciales. Esas mismas universidades animan a sus estudiantes a crear empresas y lucen casi como propios los puestos de trabajo que crean esas compañías.
Mi propuesta es doble: 1) Exigir que cada uno de los miles de grupos de investigación de nuestras universidades y centros de investigación tuviese en todo momento alguna decena de estudiantes trabajando en ellos. 2) Adoptar un indicador esencial de financiación de las universidades: El número de puestos de trabajo que sus exestudiantes crean.
La Ciencia hoy no sólo supone avanzar la frontera del conocimiento. La nueva Ciencia debe también impulsar la frontera de la tecnología y generar actividad económica. Aunque la transferencia de tecnología es relevante, es mucho más importante que esas universidades “transfieran” personas emprendedoras con un barniz científico y tecnológico que puedan crear actividad económica basada en la tecnología.
En el mundo local (ciudades y provincias), la promoción del desarrollo económico sigue unas pautas muy clásicas, centradas en trabajo autónomo, turismo y comercio. Ha habido excepciones, muy notables y relevantes, en ciudades de gran tamaño (Barcelona, Madrid, Valencia…), que mediante iniciativas “muy locales” (sin intervención de la administración del Estado o incluso de la correspondiente comunidad autónoma) han sabido generar interesantes polos de emprendimiento y tecnología, arrastrando y dinamizando el sector del capital riesgo.
Veíamos en prensa hace pocos días que ese sector destinará más de 1.000 millones a inversiones en startups tecnológicas durante 2020. No es una cantidad nada despreciable. Y ese dinero se ha estructurado por una única razón:
Por el hecho de que hay startups en las cuáles invertir. Las startups son ya hoy (y lo serán cada vez más en el futuro) un actor esencial en la economía.
¿Es posible repetir ese modelo de las grandes ciudades citadas en otras de menor tamaño? ¿Por ejemplo en las capitales de provincia? Así lo pienso, especialmente en las que haya universidades.
Talento, tecnología (en un sentido amplio), emprendimiento e industria deben ser elementos esenciales de las políticas económicas y sociales locales. Pero sólo las muy grandes ciudades cuentan con suficiente personal técnico experto en este tipo de dinamización de la economía. Esa nueva obligación debería suponer una redefinición (también humana) de esos departamentos de promoción económica.
Los famosos y ansiados 140.000 millones deberían servir para reinventarnos. Y una reinvención no pasa por un listado apresurado de proyectos (aunque seguramente la mayor parte de ellos tendrán gran sentido). Un futuro distinto supone muchos cambios, culturales y de modelos. No deberíamos gastar esos fondos inmensos en un listado de proyectos hecho con grandes prisas sin antes (o en paralelo) identificar y acometer esos cambios.