Esta semana se cumplen siete años de uno de los episodios más catastróficos de la historia económica contemporánea. La mayor quiebra de la historia, la del cuarto banco de inversión del mundo, Lehman Brothers, que acababa de cumplir 158 años. Esta fue la gran señal de alarma pero todo empezó antes…
… El 9 de agosto de 2007, el banco francés BNP Paribas la lió bien liada. En un escueto comunicado anunciaba que suspendía los reembolsos de tres de sus fondos de inversión por falta de liquidez, ¿por qué? Por uno de los efectos secundarios de las tristemente famosas ‘subprime’. A partir de ahí nosotros abandonamos esos fantásticos crecimientos para un país de primera división del 4%, nos olvidamos del objetivo del pleno empleo, pasamos por dos recesiones y parece, solo parece, que podemos acabar el año en positivo.
¿Qué nos pasó?
Nos vamos a 2001 con un mercado inmobiliario repuntando en Estados Unidos, provocado en parte porque un año antes había pinchado la burbuja de las ‘puntocom’ y los inversores buscaban algo más tangible. Banco Central Europeo y Reserva Federal, con Alan Greenspan al frente, se calientan y optan por una política expansiva. Bajan tipos a mínimo históricos. Y esto provoca que aparezcan los ‘listos’ y toda su ingeniería financiera. Diseñan ‘productos estructurados’, CDS y otros productos complejos basados en las hipotecas ‘subprime’ (os recuerdo que eran aquellas concedidas a perfiles con alto riesgo de impago) que ofrecían altas rentabilidades. ¿Uno de sus argumentos? El precio de la vivienda nunca baja. Pues casualmente, éste empezó a bajar, la morosidad repuntó y la desconfianza salió a la luz. Los inversores le dieron valor cero a los activos ‘subprime’, sí, esos a los que las agencias de calificación ponían la mejor nota. La famosa triple A. Y ese 9 de agosto de 2007 del que hablaba al principio, BNP Paribas fue la primera entidad que puso las cartas sobre la mesa y reconoció lo que nadie se atrevía a reconocer. A partir de ahí los bancos dejaron de prestarse dinero entre ellos. Nadie se fiaba de nadie. Y el contagio se trasladó a la economía real.
Con ésta, y ya van varias (la primera en el s.XVII, la Crisis de los Tulipanes), vuelve a quedar patente que los modelos de crecimiento basados solo en la revalorización de activos no son sostenibles en el tiempo. Esta crisis no solo ha sido financiera. Ha puesto en duda valores, principios, confianza, instituciones y hasta un proyecto como es el Euro. Sus efectos tardarán tiempo en desaparecer.
¿Por qué llegamos ahí?
Porque había países que para crecer necesitaban financiarse de manera exagerada y lo hacían utilizando el ahorro de otros. Se creó mucho dinero. Todos estaban tranquilos porque la vivienda y la bolsa subían con fuerza. Había una preponderancia del mundo financiero sobre la economía real.
No había regulación específica y se permitió que la banca pudiese crecer de forma ilimitada sin la solvencia adecuada. Parece que se han tomado medidas con la nueva normativa Basilea III. Y luego…
¿Qué hemos aprendido?
La verdad es que poco. De hecho, el mantenimiento de tipos negativos durante mucho tiempo fue uno de los motivos de aquella burbuja y ahora estamos optando por la misma estrategia para salir de ésta y así será hasta que las economías no se muevan con alegría tal y como se han comprometido desde la Reserva Federal, Banco de Inglaterra y Banco Central Europeo. Es más, éstos llevan desde el estallido de la burbuja inyectando dinero al mercado y comprando deuda a los países con más problemas. Y en el caso europeo, peor todavía. Las políticas de austeridad no están dando los resultados deseados.
Y agarraos que vienen curvas… La Reserva Federal quiere subir tipos, de momento se ha contenido, pero insiste en que pronto llegará esa subida. Cuando lo haga toda la deuda de países emergentes, en dólares, se verá afectada. ¿Podrán pagarla?
China está resfriada. Un país que no puede crecer a los ritmos que lo estaba haciendo, que sus números no sabemos hasta que punto son reales, y que, por desgracia, acumula reservas enormes de dólares y de euros. Claro, se deshará de ellas si necesita ‘animar’ su economía. Sí, sí, claro que nos afectará. Mientras ellos están resfriados, nuestro gripazo puede ser monumental.
¿Qué deberíamos llevarnos de todo esto?
Que debemos apostar por la innovación. No debemos apoyar en un solo modelo productivo. En nuestro país, en concreto, la apuesta por la construcción fue total. Nos jugamos todo a esa carta y… ya veis (miedo me dan las grúas que vuelvo a ver por algunos sitios).
Las empresas creadas en este periodo han nacido y aprendido a vivir sin crédito. Cuando cambien las cosas seguirán sin necesitarlo, o saben como conseguirlo por nuevas vías. Son clientes que ha perdido la banca.
Hay gente que lo está pasando mal, muy mal, fatal. Pero hay otros y empresas que están francamente bien. Siempre hay oportunidades. La resiliencia existe. Pero ojo, la pusilanimidad también.
La capacidad de cambio y su sentido estratégico de adaptación se han convertido en una ventaja competitiva real.
A nosotros nos toca, para salir de ésta con garantías, regenerarnos en muchos ámbitos. La queja no sirve de nada. Marquemos a fuego en nuestra mente lo que hemos aprendido en esta etapa, porque la ambición tiene mala memoria y cuando mejoren las cosas…
Ah! Y tenemos que tener claro, muy claro, que no somos más pobres que antes. Nunca fuimos tan ricos como creímos.