Hay libros de ética, y libros de economía, y libros de sociología. Y luego hay libros éticos, económicos y que hablan de la sociedad en la que vivimos. Todo lo que Era Sólido es uno de estos últimos. Antonio Muñoz Molina, reciente premio Príncipe de Asturias, se desliza entre la maleza de la confusión con un libro cuando menos necesario, que nos coloca a todos (repito, a todos) ante nuestros espejos personales de responsabilidad colectiva. Todo lo que Era Sólido es un libro de culpa, de culpa colectiva pero también de culpa personal.
En Todo lo que Era Sólido, Muñoz Molina analiza las décadas anteriores a la crisis, aquellas en las que todo parecía sólido y España vivía en su propio castillo de naipes, bien apuntalado, pero de naipes al fin y al cabo. Analiza los años de la furia, los del exceso, los días en los que España era “el país donde más rápido uno se puede hacer millonario”, según palabras de un ministro de economía socialista. Los años del gasto y del desgaste, aunque fuéramos incapaces de apreciarlo.
Muñoz Molina hace un repaso de los años de democracia, casi desde el inicio de la misma, y separa cada átomo de nuestra sociedad para analizarla desde una perspectiva ética, económica y social. Ética porque no pretende ser un escritor aséptico, sino que interpreta los años vividos desde su propio modelo moral (que no lo neguemos, es el de todos… o eso decimos ahora) dando así sentido a todos los hechos que relata. No creo en la moral universal como moral o ética natural, no creo que el ser humano deba tener unos derechos por el sólo hecho de serlo. Sí creo en la moral universal como suma de acuerdos, como contratos éticos que las sociedades acuerdan a través de sus miembros. Pero al mismo tiempo que la ética puede ser relativa y cambiar con el tiempo, también es cierto que, como bien describe Muñoz Molina, hemos vivido de espaldas a la ética y moral que asumíamos como propia. Sabíamos que lo que se hacía (y todavía se hace) estaba y está mal, pero nos beneficiábamos de ello y nos dejábamos mecer por un cinismo ético que nos acunaba entre contratos y beneficios más o menos confesables.
Económica porque hoy todo es economía, todo se ve afectado de un modo u otro por el beneficio y la transacción. Lamentablemente no habla Muñoz Molina, porque no puede hablar porque no había, de una economía de ideas, rigurosa y de altura, sino que se limita a constatar esa economía de tahúr que busca como fin único un beneficio propio.
Me ha pasado algo curioso: conforme avanzaba en el libro me iba viniendo a la cabeza otro libro básico y fundamental, también de lectura reciente, Por qué Fracasan los Países. En él los autores hablan de dos tipos de economía, una inclusiva en la que los dirigentes buscan una distribución equitativa de la riqueza aumentando las posibilidades de enriquecimiento de toda la población, y otra economía extractiva impulsada por una élite que busca construir un modelo en el que se detraigan grandes recursos de la población para satisfacción de una élite más o menos concreta y numerosa. Adivinen con cual identificaba yo este país conforme el libro de Muñoz Molina avanzaba.
Social porque el libro habla de una sociedad, de toda ella, aunque se centre en grupos concretos. Y eso es lo que asusta, su descripción global de modos y formas de entender las relaciones éticas y económicas, es decir, sociales. No hay culpa (si es que se puede hablar de culpa) individual, ni siquiera de un grupo concreto, sino que es una culpa colectiva, de la que todos participamos alegremente porque todos esperamos participar del beneficio que enjuague esa culpa o al menos la enmudezca con el grito de la satisfacción que ofrece el beneficio inmediato.
Muñoz Molina habla de una época de excesos y pone ejemplos que vistos ahora nos resultan vergonzantes pero que en su momento se vendía, y así lo creíamos, como ejemplo de la pujanza mundial de España. Como aquella vez que un presidente autonómico le pidió a Muñoz Molina, como director del Instituto Cervantes de Nueva York, y a través de su servicio de protocolo (imprescindible en toda autonomía que se precie) que debía esperarlo a la puerta del Instituto porque así le gustaba al presidente de esa autonomía. O cuando otra autonomía organizó unas jornadas en Nueva York para publicitar las bondades de su tierra a la que sólo asistieron las decenas de acompañantes que venían de España, por lo que nadie que no conociera ya esa comunidad escuchó nada.
Pero esto, lamentablemente no es exclusivo de los niveles más altos de la administración. Les voy a contar una historia. Hace unos años viajaba yo a FITUR, la feria de turismo más importante de España, con una revista de turismo para la que trabajaba. Cogí un tren a primera hora de la mañana en clase turista. Estaba yo haciendo cola para entrar cuando a mi lado empezó a pasar un grupo de personas, hombres y mujeres, que nos adelantaban a todos y se encaminaban a primera clase. Observé un momento y vi a caras conocidas del ayuntamiento de mi localidad. Todos iban a FITUR, pero ellos en primera clase. Por un momento me entretuve en adivinar cuántos eran de la concejalía de turismo. Nadie pertenecía a turismo. Todos eran segundos o terceros niveles del ayuntamiento de diversas concejalías que iban, a gastos pagados, a pasar unos días en FITUR. El alcalde y el séquito de turismo iban en avión. Y todo para un municipio que ocupaba en la feria lo que ocupa un mostrador, porque ése era su espacio y su importancia en el sector turístico de la zona.
El libro de Muñoz Molina no es un reproche al capitalismo, para eso, o para analizar la moral del capitalismo ya hay otros autores. André Comte-Sponville, en su libro El Capitalismo, ¿Es Moral?, lo analiza de una forma muy interesante. El autor distingue cuatro órdenes:
- El orden económico-tecnocientífico, basado en la oposición entre lo posible y lo imposible e incapaz de limitarse a sí mismo.
- El orden jurídico-político, en torno a la oposición entre lo legal y lo ilegal, que limita al orden anterior, pero también incapaz de limitarse a sí mismo.
- El orden moral, que limita e interpreta el orden anterior y se mueve en torno a criterios de prohibición y deber.
- Por último un cuarto ético que trata de dar forma y sentido a todos los órdenes anteriores como un sistema sostenible y deseable.
A partir de aquí, Comte-Sponville dice que “pretender que el capitalismo es moral, o incluso querer que lo sea, sería pretender que el orden económico-tecnocientífico esté intrínsecamente sometido al orden moral, lo que me parece excluido por su tipo respectivo de estructuración interna. Lo posible y lo imposible, lo posiblemente verdadero y lo ciertamente falso, no tienen nada que hacer con el bien y el mal.”
Esta separación metodológica entre el orden económico y el orden moral no me parece sostenible. Tanto uno como otro orden es en cuanto que lo desarrolla, manifiesta y gestiona el ser humano, y ese ser humano siempre es un ser moral en cuanto que entiende que sus acciones tienen una interpretación subjetiva y susceptible de ser juzgada.
Nosotros construimos nuestras estructuras morales, no necesariamente jurídicas, a partir de una serie de creencias que no nacen en el corto plazo, sino que se nutren por lo general de historia, tradición, costumbre, entorno… Moral que va evolucionando pero que no cambia en el corto plazo. Y digo esto porque el libro de Muñoz Molina muestra muy claramente esa separación entre los hechos y la moral, entre el hacer y la interpretación de ese hacer, y cómo podemos llegar a instalarnos en el cinismo de la conveniencia para separar interpretaciones contradictorias de lo que creemos (lo que consideramos moralmente aceptable) y de lo que hacemos (que sabemos que no se corresponde con nuestra moral).
Me interesa mucho esta figura de sociedad a-ética, que es capaz de separar de manera casi quirúrgica las asunciones éticas de las acciones, como si unas no alimentaran a las otras. Viajo uno de los libros clásicos de Albert Camus, y al mismo tiempo una de las reflexiones más impresionantes sobre el hombre contemporáneo, El Hombre Rebelde. Camus habla de un hombre nihilista, ajeno a la moral y a la ética, que vive ajeno a lo que de verdad le define como hombre, la ética. Posiblemente una de las afirmaciones más trágicas que se derivan de esta obra es aquella que reza “si Dios no existe todo está permitido”, que si no recuerdo mal pertenece a Los Hermanos Karamazov, de Dostoyevski. Dios como principio indudable y aceptado por todos, no necesariamente como realidad religiosa. Dios como ética universal.
No es ajena esta reflexión a la economía. Recordemos que la economía es una construcción humana y que se rige por principios humanos. Demasiadas veces vemos cómo hay esa separación entre los objetivos y acciones y los principios éticos que deberían asistirlos. España se ha convertido en un país utilitarista, en el que el principio de valor está en la utilidad que puede tener un objeto o una acción para mí. Y un utilitarismo de costo recorrido, es decir, no buscando un bien y una utilidad común y social, a medio y largo plazo, sino una utilidad inmediata y personal. Por eso la acumulación se convierte en un fin en sí mismo.
Hay un libro interesantísimo de Freud, El Malestar en la Cultura, que con todas sus limitaciones nos da alguna clave de este estado de cosas. Habla Freud de la tensión que sufre constantemente el ser humano al tener que elegir entre sus impulsos animales y sus limitaciones sociales y culturales, que le hacen no poder dar rienda suelta a esos deseos que le gustaría satisfacer. Uno tiene la sensación de que vivimos cada vez más en una sociedad que deriva hacia la animalidad, hacia el dominio de los impulsos (acumulación, dominio del fuerte sobre el débil, ego, dominio del aparentar sobre el ser…) que nos hace construir una sociedad demasiado obsesionada con la acumulación, la posición y la relevancia visible. No en vano Camus habla en su libro de “la necesidad de satisfacer los impulsos primarios por encima de las conductas normalizadas”, tanto culturales como éticas. Otra frase de Camus, “en este mundo desembarazado de Dios y de las ideas morales, el hombre se halla ahora solitario y sin amo”.
El libro de Muñoz Molina es un libro para reflexionar (hacia Camus, Freud o quien sea), no es un libro para estar de acuerdo, sino para disentir si es menester, o para estar de acuerdo si así lo creemos. Pero sobre todo es un libro ético de una sociedad económica a la que hemos de mirar desde nuestras asunciones y creencias. Es un libro incómodo porque nos enfrenta a nosotros mismos y nos pone frente a nuestras decisiones y acciones. Es un libro necesario porque si hemos de cambiar lo tenemos que hacer nosotros y desde dentro, conociéndonos más y mejor. Y es un libro optimista porque como dice el propio Muñoz Molina “quedan cosas sólidas que proteger” y “no estamos entregados al desorden”.
2 Comentarios
Totalmente de acuerdo en la importancia de este libro imprescindible.
Al respecto realicé unas modestas y breves reflexiones en mi blog, que me permito compartir:
http://libreoyente.wordpress.com/2013/10/23/resena-breve-x-en-el-palacio-de-congresos-con-munoz-molina/
Definitivamente el libro, expresa con exactitud la pobreza del ser humano ……..y en estos momentos que somos partícipes del proceso electoral para gobiernos locales y regional 2014 – Cusco – Perú; estamos envueltos de una sociedad obsesiva de la acumulación, la presión y la relevancia visible.