Hay algo que me trae un poco de cabeza últimamente y que me preocupa sobre todo en los entornos en los que trabajo, la aparente separación que hay entre las ideas, creencias y modelos de gestión de muchas empresas (y emprendedores) y la realidad contra la que, tozudamente, se golpean una y otra vez. Creo que el entorno (tecnológico, político, social e intelectual) está cambiando a tal velocidad que muchos no son capaces de adaptarse a esos cambios y no dan respuestas adecuadas a las necesidades que surgen. La cosa es más compleja de lo que parece, porque no se trata sólo de dar respuesta a las necesidades de los clientes, sino de ser capaz de competir en igualdad de oportunidades con aquellas empresas que, comprendiendo el nuevo entorno, son capaces de utilizar las armas que hay (comprendiéndolas) para ser más competitivos y relevantes para sus clientes.
Pongo un ejemplo que en el momento de escribir este artículo me ha hecho llegar mi amigo Fabián González. Fabián ha compartido una noticia según la cual Skyscanner ha empezado a testar el uso de Periscope. Hasta aquí nada aparentemente raro, lo que pasa es que Skyscaner es básicamente un comparador de precios y Periscope una especie de Twitter en el que en lugar de escribir grabas vídeos. Skyscanner ha empezado a probar Periscope con bloggers para trabajar la fase de inspiración del proceso de viaje. Es decir, una empresa que se centraba en la fase de búsqueda y reserva entra ahora en una fase previa que tiene otros componentes y claves completamente distintas (la fase de planificación y resera es fundamentalmente racional, mientras que la de inspiración es emocional)
En este ejemplo vemos una empresa, Skyscaner, que ha sido capaz de comenzar a salir de su zona de confort y buscar nuevas oportunidades de negocio en entornos aparentemente ajenos (o al menos empezar a dar pasos en esa dirección). Lo vemos también con Google y sus coches sin conductor, Amazon y la creación de Amazon Web Services o en los movimientos de Apple para entrar en el mercado turístico. Algunos proyectos se materializan, otros no; algunos tienen éxito y otros se quedan en pasos previos de otros más importantes, pero el caso es que estas empresas comprenden que están en un entorno al que han de adaptarse constantemente sacando lo mejor de él y aprovechando sus oportunidades.
Otras empresas se paralizan, algunas en estados de aparente éxito, porque o bien piensan que se encuentran en una fase de expansión y crecimiento, o porque son incapaces de gestionar los nuevos códigos que nacen. Sin embargo, paradójicamente, las empresas podrían tener una mejor respuesta a los mercados si fueran capaces de hacer una abstracción y distanciamiento de sí mismas y accedieran a modelos de pensamiento más filosóficos y menos economicistas. Me explico.
Estamos en lo que se llama la Posmodernidad, un modelo de pensamiento y comprensión de la realidad complejo y al mismo tiempo profundamente cambiante. Es un modelo en constante crisis puesto que no se define tanto por sus características propias como por la negación de la fase anterior, la Modernidad. (Aclaro que estoy simplificando mucho para poder articular un texto que no necesite 100 páginas de disquisiciones y notas a pie de página que, por supuesto, no tendrían sentido aquí).
La Posmodernidad tiene entre sus claves fundamentales la individualidad de la persona, que deja en gran medida de sentirse parte de un grupo para buscar la unicidad de su experiencia vital. Se habla entonces de una pérdida de moral dominante, de la asunción del relativismo como modelo de pensamiento o de la querencia por una búsqueda de sensaciones únicas y personales. Algunos ejemplos los tenemos desde esa pérdida de valores morales universales hasta la búsqueda de experiencias turísticas únicas e intransferibles. Ya comenté en una ocasión la relación directa entre lo material (infraestructura) y lo intelectual (superestructura).
Como digo, en la posmodernidad prima la individualidad, mientras que las empresas, comunidades de intereses, han de vivir en el borde de la contradicción: sujetos individualistas que buscan un objetivo común en un proyecto que trata de ser único en un entorno de asimilación e innovación. Dice Gilles Lipovetsky: “en la actualidad son más esclarecedores los deseos individualistas que los intereses de clase, la privatización es más reveladora que las relaciones de producción, el hedonismo y sicologismo se imponen más que los programas y formas de acciones colectivas por nuevas que resulten”. Los proyectos colectivos tienen en la propia naturaleza de sus individuos su mayor debilidad. Organizaciones sindicales puestas en peligro por el hedonismo de algunos de sus miembros que utilizan tarjetas que contradicen sus propios principios. Políticos que gastan hasta en lo que parece una inversión pública sólo buscando el rédito personal (“hay que pensar también en el beneficio político”, me dijo un concejal cuando le presenté un proyecto que beneficiaría al comercio local). La individualidad se impone sobre la comunidad.
Pero es que además estamos en un modelo de sociedad tecnológica que favorece esos movimientos individualistas. Nunca antes hemos accedido a tanta cantidad de información como ahora. Nunca antes hemos tenido la capacidad de ser oídos como ahora. Nunca antes hemos tenido la capacidad de diferenciarnos del resto como ahora. Lo llaman marca personal.
La ventaja que tiene el individuo es que comprende fácilmente los cambios que se generan en su entorno y se adapta de una manera relativamente fácil a ellos. El problema que tienen las empresas es que ni comprenden los cambios ni son capaces de adaptarse a ellos. La adaptación a estos cambios ha de llegar desde la dirección, evidentemente, pero es que también los niveles inferiores (siguiendo un modelo de lenguaje piramidal) generan resistencia al cambio. Un modelo de adaptación no puede sustentarse en una imposición, sino que ha de ser un convencimiento de toda la organización. Por eso hablo de la paradoja de la Posmodernidad: una organización que ha de trabajar con objetivos comunes pero teniendo en cuenta la individualidad de acción y de objetivos de sus propios componentes.
Habla Jürgen Habermas de la capacidad de aprendizaje del capitalismo, pero que aprenda el capitalismo no quiere decir que aprendan las empresas que lo forman, desde luego no todas. El capitalismo se adapta para sobrevivir, las empresas se han de adaptar para ser eficientes y relevantes, no basta la supervivencia. Sin embargo hay autores que sí piensan que estamos en un proceso de constante mejora.
Thomas Nagel habla de que humanidad está en progreso continuo, que la sociedad y la vida en común están reduciendo la barbarie. Pero al mismo tiempo afirma que “el progreso moral y político es mucho más difícil que el científico porque no tiene que ocurrir en la mente de algunos expertos, sino en la de millones de personas”, pero señala, optimista, que “aun así ocurre”. Tecnología, moral, política… volvemos a tocar en un mismo nivel de análisis los material y lo inmaterial.
Desde mi punto de vista la tecnología no es nada sin una asunción de objetivos estratégicos, morales (en cuanto que humanos) y políticos (en cuanto que sociales) que la sustenten. Y es aquí donde fallan las empresas, en desconocer no ya la tecnología, que es fácilmente reconocible, sino en comprender el uso moral, político y humano que la sociedad le está dando y lo que ello significa. Las empresas, o al menos muchas empresas, piensan que se encuentran en la cresta de la ola porque sus resultados económicos son buenos, pero son incapaces de pensar más allá, de descubrir cómo el individuo está cambiando la forma de entender su relación con la sociedad y cómo esta está evolucionando en torno a una tecnología que muchas empresas son incapaces de descifrar.
Hay que poner el foco en el individuo. Los early adopters no son sino guías que marcan el camino de la masa, unos buscadores de la innovación, que no es sino la búsqueda de diferenciación, la huida de la manada. Los individuos se mueven mejor que las empresas en estos entornos inestables y complejos, mientras que las organizaciones añoran la estabilidad de una cuenta de resultados en negro y aburridamente repetitiva.
Los empresarios han de aprender a ser posmodernos, han de crear “un movimiento que dé más importancia a las personas que integran esa empresa, constituyendo una verdadera comunidad, que al sistema o proceso racional que se diseñe e imponga sobre su trabajo.” Paradójicamente han de pensar menos en la organización y más en las personas para que la organización sea más fuerte. Las organizaciones posmodernas han de asumir que la información y el conocimiento está y es distribuido, que no pertenece a nadie y está en poder de todos. Que la innovación nace y tiene su origen en la individualidad, para a partir de ahí crecer en grupos de agregaciones que van construyendo conocimiento de manera conjunta. Del uno al muchos. Del uno al todo. Las empresas posmodernas han de comprender que la realidad es líquida, que hay muchas maneras de asirla y que todas son válidas. Y las empresas posmodernas han de asumir que no nacen de la nada, que vienen de una tradición y de una acumulación de errores y aciertos que se reflejan en una sociedad más tecnológica y más individualista. Al fin y al cabo hasta manifiestos tan aparentemente innovadores por ser capaces de comprender la nueva realidad como el Manifiesto Cluetrain con máximas míticas como “Los mercados son conversaciones”, no hacía más que traducir a lenguaje actual una obviedad que venía de la tradición pero que alguien debía mostrárnoslo para que pudiéramos comprenderlo: todo nace de las relaciones entre personas, entre individuos que van sumando voluntades, con mayor o menor dificultad, y consiguiendo objetivos o redefiniendo éstos.
No cabe sino, y es una opinión personal, buscar comprender la realidad cambiante en la que vivimos y asumir que todo es más complejo de lo que nos gustaría, que el posible éxito en el que estamos puede ser sólo la antesala del fracaso. O eso o, permítanme la broma, analizar las 5 leyes fundamentales de la estupidez humana de Carlo M. Cipolla a ver si las cumplimos:
- Siempre e inevitablemente cualquiera de nosotros subestima el número de individuos estúpidos en circulación.
- La probabilidad de que una persona dada sea estúpida es independiente de cualquier otra característica propia de dicha persona.
- Una persona es estúpida si causa daño a otras personas o grupo de personas sin obtener ella ganancia personal alguna, o, incluso peor, provocándose daño a sí misma en el proceso.
- Las personas no-estúpidas siempre subestiman el potencial dañino de la gente estúpida; constantemente olvidan que en cualquier momento, en cualquier lugar y en cualquier circunstancia, asociarse con individuos estúpidos constituye invariablemente un error costoso.
- Una persona estúpida es el tipo de persona más peligrosa que puede existir.
Yo me estoy examinando. Igual soy más estúpido de lo que pensaba. Ya les iré comentando el resultado.
1 Comentario
Interesantísimo el paralelismo entre personas y organizaciones, individual y colectivo.
El día que «un/a individuo/a» que lidere organizaciones sea consciente de este hecho de la sociedad posmoderna, creo que todo se podrá entender un poco mejor.
Me ha encantado Juan.
(Tenemos que hablar) 😉