Su padre, telegrafista de correos y un hombre muy metódico, anotó en su diario que su niño “tenía mucha inteligencia”, pero que “precisaba tener más ilusión, confianza y concentración” y que “le sería beneficiosa una mayor ambición”. El niño se llamaba Ronaldo y se marchó a los 102 años (nació el 29 de diciembre de 1910 y falleció el 2 de septiembre de 2013), tras haber sido galardonado, entre otros honores, con el Premio del Banco de Suecia en memoria de Alfred Nobel (el llamado Nobel de Economía) en el año 1991. El Ronaldo del que se habla tuvo vida fuerte hasta la muerte (por ejemplo, en abril de 2013 se publicó el libro Cómo se convirtió China en capitalista del que es coautor), se apellidaba Coase y llegó al Nobel debido, en sus palabras, a “una serie de accidentes” que determinaron su trayectoria y que no fueron elegidos por él (“lo que he hecho ha sido determinado por factores que no formaban parte de mis elecciones”). En definitiva, señala que “se me ha impuesto la grandeza”, recordando la célebre frase de Malvolio en La noche de Reyes de Shakespeare.
A continuación revisaré su vida sobre la base de los accidentes que determinaron su trayectoria y posteriormente me centraré en uno de sus dos artículos Nobel: el titulado “La naturaleza de la empresa”.
Accidentes
La “serie de accidentes” se inicia con un problema físico en sus piernas que le lleva a aprender poco en el colegio y, segundo accidente, a no poder elegir los estudios que deseaba (Historia) porque no sabía latín. Su segunda opción fue la química, pero pronto se dio cuenta de que no le gustaban las matemáticas y, al final, terminó haciendo lo que se podía hacer en el centro donde podía estudiar: “Comercio”.
Aquellos estudios iniciales los completó posteriormente en la London School of Economics (LSE) y es en este centro en el que se encuentra con el profesor Arnold Plant (tercer accidente), quien se había hecho cargo de la asignatura “Comercio” (“con especial referencia a la Administración de Empresas”) en 1930 y tenía, además, un seminario en el que se produjo la gran transformación de Coase: “lo que dijo en el seminario fue lo que cambió mi visión de la forma de funcionamiento del sistema económico, o quizás, dicho con más precisión, fue lo que me dio una visión”.
La clave del seminario estaba en los principios de la economía y en los principios la clave estaba en, casualidades de la vida, Adam (Smith) y su mano invisible. Dentro de las posibilidades que había en el tercer curso de su grado en la LSE, en principio optó por el Derecho Laboral. “Si hubiera hecho esto, sin duda me habría convertido en un abogado”, pero al final siguió por otro camino, gracias (y este es el cuarto accidente) a una beca Cassel para Estados Unidos. Al fin, “estaba en el camino para convertirme en un economista”.
En Estados Unidos estudió la estructura sectorial “con el ánimo de descubrir las causas de que los sectores estuvieran organizados de formas diferentes”, visitando factorías y negocios. Como fruto de todo este trabajo, en el verano de 1932 (a sus 21 años) ya tenía claras las ideas de uno de sus artículos Nobel: “La naturaleza de la empresa”, que revisaremos en el siguiente apartado. De momento, lo que nos interesa es que dicho artículo tardó años en publicarse (en 1937) porque, a su vuelta al Reino Unido (primero Dundee, luego Liverpool y finalmente la LSE), tuvo mucha carga docente.
Tras la Segunda Guerra Mundial, vuelve a la LSE en 1946 y continúa sus investigaciones, de las que, tras una estancia de nueve meses en Estados Unidos, gracias a una beca Rockefeller, nace su libro sobre el monopolio británico de la radiodifusión, que se publica en 1950. En 1951 emigra a los Estados Unidos (primero Búfalo, luego Stanford y posteriormente Virginia). En el Centro de Estudios Avanzados en Ciencias de la Conducta de Stanford realiza un estudio sobre la Comisión Federal de Comunicaciones que, como veremos inmediatamente, una vez publicado en forma de artículo (“La Comisión Federal de Comunicaciones”, 1959), traerá cola como consecuencia de un error (el quinto accidente). El error lo cometieron algunos economistas de la Universidad de Chicago que pensaron que había algún error en el artículo de Coase y le pidieron que se lo aclarase en una reunión que se celebró en 1960.
En sus Memorias, Stigler (Premio Nobel en 1982) cuenta en detalle lo que pasó en aquella reunión, a la que asistieron veinte más uno (Coase) economistas, entre ellos Milton Friedman (Premio Nobel en 1976), quien “fue el que más habló y, también, como de costumbre, el que más pensó”.
El resultado de aquella reunión fue de cine: “en el curso de dos horas de discusión la votación pasó de veinte votos en contra de Coase por uno a favor, a veintiuno a favor de Coase”. De allí salieron otros resultados: por una parte, Stigler bautizó la idea con el nombre de “Teorema de Coase”, con el que todo el mundo la conoce ahora; por otra parte, el artículo fue revisado y publicado de nuevo bajo el título de “El problema del coste social” en 1960 y llevó, junto con el correspondiente a “La naturaleza de la empresa”, a que Coase obtuviera el Nobel en el año 1991 (en sus palabras; “si no se hubiera producido el hecho de que los economistas de Chicago pensaran que había un error en mi artículo sobre “La Comisión Federal de Comunicaciones”, es probable que no se hubiera escrito nunca “El problema del coste social”).
Coase terminó su carrera académica en la Universidad de Chicago, a la que se incorporó en 1964 y en la que, entre otras labores, fue editor del Journal of Law and Economics, revista que, a su juicio, “ha sido el principal factor para el establecimiento de “Derecho y Economía” como un campo de estudio separado”.
¿Por qué hay empresas?
Coase parte de la afirmación de Arthur Salter respecto a que “el sistema económico normal funciona por sí mismo. Para su funcionamiento ordinario no está bajo ningún control central, no necesita una supervisión central…, la oferta se adapta a la demanda, y la producción al consumo, por un proceso automático, elástico y sensible”. Esto es, la idea convencional a este respecto es que en el mercado (en el capitalismo en definitiva) la planificación “ni está ni se le espera”.
Pues bien, Coase rechaza de plano esta afirmación convencional, ya que “dentro de una empresa esta descripción no es adecuada en absoluto”. Efectivamente, si bien es cierto que el mercado hace su labor en muchos ámbitos (por ejemplo, si un frutero pide demasiado por unas manzanas uno siempre puede ir a otro que las venda más baratas, con lo que, al final, el frutero mencionado tendrá que someterse a las reglas del mercado o cerrar la tienda), hay otros ámbitos en los que no interviene; hay, por decirlo con las palabras de Robertson que cita Coase, “islas de poder consciente en ese océano de cooperación inconsciente”. Es decir, dentro del mercado (que funciona por cooperación inconsciente, pues la gente coopera aunque no lo sepa), hay “islas de poder consciente”, ámbitos en los que el mercado y los precios no funcionan y son sustituidos por el “ordeno y mando”. Esto es lo que pasa dentro de la empresa. Por ejemplo, antes de entrar en la misma un trabajador pasa por el mercado de trabajo, pero una vez que está dentro de la empresa el mercado desaparece y aparecen los mandos y las órdenes, la jerarquía, por decirlo con el término de otro Nobel (Williamson, 1999).
En resumen, en las economías de mercado hay dos mundos: el de “fuera de la empresa”, en el que “los movimientos de los precios –el mercado, en definitiva- dirigen la producción” y el de “dentro de la empresa”, en el que “estas transacciones de mercado están eliminadas, y la complicada estructura del mercado… está sustituida por el empresario coordinador, que dirige la producción”.
La conclusión de Coase es clara: “la característica distintiva de la empresa es precisamente esa función de reemplazar el mecanismo de los precios” y la pregunta que surge de la misma es obvia: “… es importante investigar por qué la coordinación es obra del mecanismo de los precios en un caso y del empresario en otro”. La respuesta (nada obvia) de Coase es que “la principal razón por la que resulta rentable establecer una empresa parece ser la existencia de unos costes de utilizar el mecanismo de los precios”.
El primer coste que menciona es el correspondiente al descubrimiento de los precios (“El coste más obvio de “organizar” la producción por medio del mecanismo de los precios es precisamente el de descubrir cuáles son los precios”). Y es que “la existencia de agencias de información de precios pueden reducir este coste, pero no lo elimina”.
El segundo coste que señala es el correspondiente a “los costes de negociar y concluir un contrato separado para cada transacción de cambio que tenga lugar en el mercado”. Este coste no desaparece cuando las empresas sustituyen al mercado, pero se reduce notablemente, ya que los muchos contratos que se deberían hacer vía el mercado “se sustituyen por uno solo” (por ejemplo, la empresa negocia un contrato con el trabajador por un plazo más o menos largo; si el mercado tuviera que sustituirla –a la empresa-, habría un contrato diario sobre los servicios que se le piden al trabajador al empezar cada día, lo que sería mucho más costoso).
El tercer coste que señala se relaciona con los plazos del contrato, concretamente con el contrato a largo plazo, y Coase lo fundamenta en dos razones: su menor coste y su menor riesgo (“acaso se desee concluir un contrato a largo plazo… debido a que es más barato hacer un contrato a largo plazo que varios a corto, o a causa de la actitud que los individuos en cuestión adopten ante el riesgo”). (Respecto a la segunda razón, recuérdese que cuanto mayor es el plazo menor es la posibilidad de predicción y por lo tanto mayor es el riesgo. De ahí que las partes deseen contratos a largo plazo para minimizar el riesgo).
En síntesis, “podemos resumir esta parte del argumento diciendo que el funcionamiento del mercado lleva consigo unos costes, y que formando una organización y permitiendo que una autoridad (un empresario) dirija los recursos, se ahorran ciertos de esos costes del mercado” (los costes que en la actualidad se denominan “costes de transacción” –Coase no empleó dicho término en su artículo). Esta es, según Coase, la causa de que surjan las empresas, esas “islas de poder consciente” en las que “el empresario tiene que llevar a cabo su función a un coste aún menor, … a un precio inferior al de las transacciones de mercado que él sustituye”, porque si no es así, si no es capaz de conseguirlo, siempre hay una salida: “siempre es posible recurrir al mercado” (cerrar o reducir las actividades de la empresa). Esto es, el mercado y la empresa actúan como formas de coordinación alternativas que, en función de los costes de cada momento, llevan a más mercado (externalización de actividades antes internas de las empresas) o más empresa (internalización de actividades antes externas a las empresas).