La Unión Bancaria supone un importante paso en el fortalecimiento de la Unión Europea. Pendiente de cuajar un Fondo de Garantía de Depósitos, ya opera un Mecanismo Único de Supervisión (MUS) y otro de Resolución (MUR). Pero sería ilusorio relajarse esperando que las nuevas instituciones aportaran soluciones inmediatas. Ni en la Eurozona, ni en España. Tardarán años. Porque su maduración serán necesariamente lenta y también porque despegan cuando aún colea la crisis financiera. Veamos.
Recordemos que las medidas desencadenadas por esta crisis se han centrado en dos pilares: elevadas exigencias de capital y una política monetaria del BCE fuertemente expansiva en volúmenes, y poco exigente en tipos de interés y plazos.
Pero el énfasis dado a las exigencias de capital parece orientado a tratar los problemas una vez se hayan producido. Tal vez “post-mortem”. Pero no orientado a evitar que se produzcan. Básicamente, porque no se refuerza la vigilancia de la pérdida de valor de los activos, verdadera causa de la insolvencia y de las crisis bancarias. Vigilancia ya diluida hace una década por las Normas Internacionales de Contabilidad.
Es más, las exigencias regulatorias de capital validan componentes de escasa calidad y conceptualmente muy discutibles, por ser onerosos o exigibles o por carecer de sustancia económica o de liquidez. Son buenos ejemplos los activos fiscales diferidos (que siguen incluso preocupando en Frankfurt) y determinados títulos híbridos, como los llamados “cocos”, muy gravosos y de futuro incierto.
La política monetaria del BCE pretende combatir la deflación y promover el crédito y el empleo. A mí me recuerda al redescuento, clásico préstamo de última instancia. Solo que éste se concedía a entidades solventes, a plazos muy cortos y a tipos de interés muy altos. Hasta la fecha, la política del BCE apenas está logrando cumplir sus objetivos. Sin embargo, se intensifica ahora indefinidamente para ganar tiempo. A riesgo de generar serios problemas: distorsiona el negocio bancario; propicia la creación de burbujas de activos llamadas probablemente a estallar; debilita el sentido del riesgo; puede ocultar graves problemas subyacentes; y puede agotar el arsenal para posibles nuevas crisis.
Por otra parte, el énfasis en aquellos dos pilares posterga la vigilancia de áreas clave: la precaria rentabilidad recurrente; la opacidad de activos malos que puede hacer ficticios los niveles “contables” de capital y de resultados; el desequilibrio de los balances, con fuertes sobreapalancamientos dependientes de mercados mayoristas inestables; y la ineficiencia. Tan es así que entidades con estos problemas suelen ser calificadas como sanas, si cumplen “contablemente” las exigencias de capital.
Para mí, la Supervisión es más importante que la Regulación. La cual puede resultar tolerante, ambigua o no aplicada. Por tanto, debería enfatizarse también la “medicina preventiva”, reforzando la vigilancia de las áreas postergadas. Se trata de que los problemas de descapitalización se capten prontamente, a tiempo de aplicar medidas correctivas eficaces.
Pero resulta que el MUS o la “Supervisión Única” presenta problemas. Primero, los derivados de las inevitables diferencias de experiencia, cultura y praxis entre los equipos supervisores conjuntos.
Además, según declaraciones de la Presidenta del MUS, 50 de las 150 regulaciones heterogéneas existentes en la Eurozona no parecen susceptibles de convergencia. Su aplicación quedaría probablemente al criterio desigual de los reguladores nacionales, influidos con frecuencia por factores políticos, irrenunciables para algunos. El MUS puede verse abocado a buscar un denominador común alineado con las normativas menos rigurosas y llegar así a formular diagnósticos optimistas y tardíos. Preocupante.
Particularmente preocupante es que las nuevas inspecciones pastoreadas por el MUS raramente cuantifiquen los ajustes. Y que los escasos requerimientos emitidos se refieran principalmente a temas de procedimiento. De hecho, directrices recientes de Frankfurt tratan de evitar tales cuantificaciones, de reducir al mínimo la duración de las inspecciones y centrarlas en el control de procesos informativos.
El MUS viene así a abundar en el ya generalizado abandono de un mecanismo clave para una buena Supervisión: la revisión de los expedientes de crédito para detectar la capacidad de pago del deudor, con independencia de la morosidad formal, indicador fácil de maquillar. Se considera que este mecanismo resulta demasiado caro, olvidando que nada acaba resultando más caro que la ausencia de una buena Supervisión.
Sobre este mecanismo clave prevalecen otros menos fiables, que le sustituyen. Son los modelos matemáticos y los “stress tests”, ejercicios teóricos frecuentemente fracasados, que parten de información del pasado, proporcionada además por las propias entidades, sin la debida verificación. Se ignora que cuando una entidad tiene problemas serios procura ocultarlos. A veces, como bien sabemos, con la tolerancia del Supervisor.
También prevalece ahora, como gran “panacea”, el refuerzo de la buena gobernanza. Concepto encomiable, pero lento y de difícil control, porque presupone la creación de una nueva cultura colectiva, todavía inexistente. Por ejemplo, el MUS su0pervisa ya la composición y el mecanismo de debate de los consejos de administración. Pero simultáneamente ocurren cosas: se toman decisiones fuera de los órganos de gobierno; se manipulan los mercados; se sobrevaloran activos; subsisten políticas llamativas de retribución de directivos; y consejeros teóricamente “independientes” pueden no serlo, cuando su remuneración es excesiva.
Pasemos al MUR o “Mecanismo de Resolución”. Con independencia de lo compleja e inmadura que resulta todavía su toma de decisiones, los defectuosos diagnósticos pueden retrasar, obstaculizar o incluso impedir el tratamiento pronto y eficaz de la insolvencia.
Tenemos recientemente sorpresas llamativas: Banco Espírito Santo (con pérdidas de 6.800 Millones de €), Monte dei Paschi di Siena (con morosidad “declarada” del 40%) y Deutsche Bank (con pérdidas de 6.900 Millones € en un sólo año, 2015). Pues bien, lo súbito y tardío de la afloración de estas situaciones parece indicar que no habían sido detectadas a tiempo por el MUS, ni por los Supervisores nacionales, a pesar de la nueva regulación y de los nuevos instrumentos de Supervisión. ¿Dónde estaban los modelos, los “stress tests” y la “famosa” revisión de activos de 2014?Tampoco habrían sido sometidas oportunamente estas situaciones a la atención del MUR o de los mecanismos preexistentes, que podrían haber adoptado tratamientos desiguales entre países.
En conclusión, un diagnóstico y un tratamiento tardío o equivocado de la insolvencia encarecería fuertemente las soluciones, que serían sufragadas por los propios sistemas financieros y el bail-in de los acreedores… sin excluir incluso a los contribuyentes. Por la creciente dimensión de los problemas. Y porque la cobertura conjunta de las pérdidas por los países tendrá un límite de 55 billones de euros y no entrará en vigor hasta 2019.
Ahora, la pregunta clave: a pesar del nuevo arsenal europeo de normas, instrumentos e instituciones, ¿qué ocurriría si se produjera una nueva crisis bancaria antes de que los Mecanismos Unificados alcancen su madurez y sean aplicados con eficacia?
NOTA: artículo previamente publicado en El País.