Está a unas tres incómodas horas en tren o a dos en coche del aeropuerto más cercano, el de Zurich, y durante los cuatro días que dura el encuentro, las calles de esta pequeña localidad ofrecen como mayor incentivo nieve derritiéndose en sus calles y carámbanos de hielo amenazando desde las cornisas. Sin embargo, jefes de Estado, CEOs de las mayores multinacionales y todo aquél que ostenta poder político, económico o empresarial a nivel global consideraría imperdonable no asistir. Es el llamado Foro de Davos.
Allí, en su última Asamblea, se entregaba a los asistentes un libro de 188 páginas titulado «La cuarta Revolución Industrial», cuyo autor, Klaus Schwab es, además, el creador y presidente de este Foro Económico Mundial que pone a la población suiza de Davos en las portadas de todos los medios durante unos días.
En efecto, la protagonista es hoy esta llamada «4ª Revolución industrial» que surge como una evolución natural del Internet de las Cosas (IOT). Si la red ha traspasado ya las fronteras del ordenador para convertir cada vez más «cosas» de nuestro uso diario en dispositivos conectados y por tanto con capacidades, usos y efectos distintos, era lógico esperar que el mismo fenómeno alcanzaría a la industria. Si hoy tenemos ya, por ejemplo, frigoríficos capaces de gestionar la cantidad y caducidad de los productos que guardan, contactar con el supermercado para hacer la compra y con el banco para abonarla, e incluso ofrecernos recetas para sacar partido a los alimentos con los que contamos, no es difícil entender que esta nueva forma de vida que se está poco a poco imponiendo se esté trasladando también a la parcela productiva. Es el Internet Industrial de la Cosas (IIOT).
IIOT, La evolución convertida en revolución
Muy bien explicado por Adriana Sola, «El IIOT se basa en conectar a internet todos los aparatos y dispositivos involucrados en la producción de manera que estén interconectados y envíen toda la información que generan en tiempo real. Se vinculan así máquinas capaces de aprender, tecnologías Big Data, de sensores, comunicación de máquina a máquina y tecnologías de automatización creando una industria inteligente.»
Así pues, nos guste o no, el escenario en el que el ser humano se dedica a producir aquello que necesita y que, a la vez, le proporciona los recursos para adquirir lo que antes ha producido, está también dando la vuelta como un calcetín.
El Foro de Davos, en su última Asamblea, manejó un documento de trabajo que anticipaba las consecuencias de esta 4ª Revolución Industrial. En él se habla de la «disrupción tecnológica» que modificará sin remedio el mercado laboral: surgirán nuevos oficios; los científicos, sobre todo vinculados con el análisis de datos, serán protagonistas; se incrementará el desempleo, pero, sin embargo, habrá numerosos puestos especializados sin cubrir; el reciclaje laboral y de conocimientos será condición imprescindible para sobrevivir.
Este panorama, tan apocalíptico como precursor de oportunidades, lleva a la conclusión, según el mismo Foro de Davos, de la necesidad de asumir y emprender una «revolución del talento». … Y es sobre este punto sobre el que me permitiré aportar alguna reflexión, más allá de lo que el Foro apunta al aspecto.
Los nuevos tiempos exigen nuevos “talentos”
La RAE define perfectamente un término aparentemente tan volátil y ambiguo como «talento». Es la suma de inteligencia o capacidad de entender y aptitud o capacidad de hacer. Pensamiento y acción…, nada más y nada menos.
Pero ¿qué tipo de talentos serán más necesarios? ¿Sobre qué ámbitos será prioritario volcar la inteligencia y la aptitud de los profesionales en el futuro que nos está ya dibujando la 4ª Revolución Industrial? ¿Qué aspectos del próximo escenario laboral van a exigir nuevas formas de talento? ¿Cuál debería ser, en fin, el punto de mira de quienes desde ahora estén preparándose para la nueva forma de trabajar que se acerca?
En mi opinión van a ser necesarios (lo están siendo ya) cuatro tipos de «talentos» para poder someter a nuestro favor esta Revolución.
El talento creativo
En una reciente conferencia impartida por Nicolás Moya, Director de Innovación de Bankinter, pude disfrutar del acertado análisis que hacía del entorno necesario para innovar y ser creativo. Un entorno amigable, cultura de la experimentación, apertura a ideas externas, aceptación de la diversidad cultural y foco en crear otras formas de generar valor. Creo que no hay mucho más que añadir.
El talento creativo será el encargado de abrir nuevas puertas a la forma de producir, de vender, de rentabilizar. Hará falta creatividad para adentrarse en territorios desconocidos, pero también talento para entender que la raíz de lo nuevo puede estar en lo ya conocido (de un palo y un trapo surgió la fregona), y aptitud para asumir la creatividad más como transpiración que como inspiración.
Talento operativo
Las máquinas, aunque sean digitales, son artefactos en si mismos inertes. Para que un robot industrial cumpla su función, solo o en combinación con otros, hace falta que alguien le diga qué tiene que hacer y, además, hasta el mínimo detalle. Por eso resultaba tan inadecuada la denominación que antaño se daba a los primeros ordenadores a los que se calificaba como «cerebros electrónicos», como si el cerebro humano fuera replicable electrónicamente en toda su complejidad. Menos arriesgada es la actual «inteligencia artificial» que, al menos, se cura en salud marcando distancias con la inteligencia natural propia del ser humano.
El hecho es que las máquinas necesitan quien las programe. El «idioma» más preciado será precisamente el que permite entender y entenderse con los ordenadores. Dotarles de operatividad exigirá un talento preciso, conocimientos cada vez más exhaustivos y una cierta distancia ante los cantos de sirena tecnológicos. Un burro ante un ordenador seguirá siempre siendo un burro.
Talento predictivo
Según los últimos datos, en el año 2020 habrá 50.000 millones de dispositivos conectados a Internet. Como recordaba en un artículo anterior, «todos los días generamos 2,5 trillones de bytes en datos; el 90% de los datos del mundo acumulados a día de hoy se han creado en los últimos dos años.» Estamos, pues, más interconectados y, cada vez, dejando en el camino de nuestro devenir diario más y más información personal. Es el gran tesoro de nuestro mundo, que las empresas ya han descubierto pero que, paradojas de la «revolución», aún no todas ni siempre saben cómo aprovechar.
El valor de la información apunta, entre otras cosas, hacia la predicción en base a modelos matemáticos. Es decir, el Big Data, convertido como ya dijimos en «useful data», nos da patrones de comportamiento. Eso significa poder adelantarnos a pautas de consumo, vislumbrar con nitidez productos y servicios aún inexistentes, pero pronto reclamados. Quizá los influencers sean sustituidos por algoritmos predictivos con menor margen de error.
Es el «profiling», la capacidad de ser más precisos en la segmentación de nuestras comunicaciones a partir de una visión más nítida del cliente. Y en esta nueva función va a hacer falta talento a raudales.
Talento directivo
Ya hace un par de años que a la mesa de la Junta de Deep Knowledge Ventures, empresa de capital riesgo de Hong Kong, se sienta, con derecho a voto, un algoritmo de nombre Vital. Su labor consiste en cotejar las informaciones de enormes bases de datos en cuestión de minutos y sugerir posibles estrategias a seguir en función de las tendencias que observa. No es ciencia ficción, es un robot dirigiendo una empresa, y, según confiesan sus colegas humanos, con bastante acierto.
Es posible que en un futuro ésta no sea la excepción sino la norma pero, eso sí, allí donde el único requisito sea la capacidad de gestión y cálculo de datos. Para el resto de funciones «directivas», aquellas que implican creatividad, resolución de conflictos y relación interpersonal, un algoritmo tiene poco que hacer. La inteligencia seguirá siendo «artificial» y los otros ingredientes del alma humana, empatía. Intuición…, nunca serán programables.
El «talento directivo» será por tanto básico como aptitud para conducir organizaciones con el foco puesto más en las personas que en los procesos, puesto que estos sí estarán automatizados, previo uso del talento operativo al que hacíamos antes referencia.
Harán falta especialistas, pero también filósofos. Será ya imprescindible no solo analizar la realidad sino entenderla y relacionarla. Habrá que contar con personas capaces de ir más allá del dato para que nos descubran el valor de los hechos como indicadores de un rumbo, como categoría.
Uno de los desencadenantes de la otra Revolución, la Francesa, fue la Ilustración, cuya obra de referencia, liderada por Denis Diderot y Jean le Rond d’Alembert, fue una ingente Enciclopedia que reunía los frutos de conocimiento acumulados hasta entonces. Pues bien, en L’Encyclopédie se dice que «la sensibilidad es una potenciadora de la razón si viene guiada por la experiencia: a medida que el espíritu adquiere más luces, el corazón adquiere más sensibilidad». Hay componentes del ser humano que escapan del lenguaje binario, del dato frio y racional, pero (he ahí la grandeza de los nuevos “talentos”) las luces del conocimiento se retroalimentan sin remedio, enriqueciéndose, con los flases del alma.
Esta Revolución, 4ª de la Industria y 1ª del Talento, está cambiando paradigmas productivos y laborales. Como siempre a lo largo de la historia ante movimientos similares, también modificará nuestra visión de la vida y la forma de usarla. Pero ¿con qué contamos para que el cambio no se nos indigeste? Como siempre y más que nunca, con la educación. … Y me temo que ya llegamos tarde.
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