Algo que creíamos imposible hace sólo unos meses parece una realidad: el fin del automóvil como lo hemos conocido hasta ahora. Los acontecimientos se están acelerando a una velocidad de vértigo. Mientras Singapur se convierte en una “first-mover nation” en este ámbito, permitiendo que la startup NuTonomy despliegue una flota de taxis autoconducidos, Uber realiza su propia prueba piloto en Pittsburg, y Ford anuncia que lanzará coches sin conductor (pero también sin motor, sin volante, sin cambio de marchas, y sin pedales) en 2021. BMW tiene planes similares, y la mayoría de grandes marcas de automoción, dormidas hasta el momento, se han lanzado a una desesperada carrera de adquisición de startups que dominan las tecnologías clave del coche conectado: navegación, inteligencia y visión artificial, ciberseguridad y batería eléctrica, entre otras. Volvo se alía con Uber, GM con Lyft (competidor de Uber), y BMW con Intel.
La alocada carrera, impulsada por billones de dólares de capital riesgo, y propulsada por tecnologías de desarrollo exponencial (por primera vez, la ley de Moore aplicará al automóvil) tiene un punto final: el coche autoconducido, eléctrico y compartido. Tesla fue la primera que rompió la barrera de prestaciones del antiguo motor de combustión, demostrando que podía lanzar al mercado un vehículo eléctrico de igual prestaciones (rango, aceleración y potencia), y al mismo precio. Su modelo 3, lanzado en abril, tuvo 276.000 pedidos en una semana. Pero la arquitectura final parece que no será sólo el vehículo eléctrico. El nuevo paradigma supondrá la desaparición del conductor, y la irrupción de un nuevo modelo de negocio: el coche compartido.
El automóvil pasará de ser un producto a ser un servicio, a la vez que la vieja máquina mecánica se convierte en un gran PC con ruedas. Por eso, Google, Apple, Baidu (el Google chino) o Alibabá (el Amazon chino) también amenazan entrar en el sector. Un sector que se ha considerado “fortaleza” en las escuelas de negocio durante un siglo, hasta que la combinación explosiva de fuerzas de tecnología de crecimiento exponencial, innovación disruptiva en modelo de negocio y nuevas tendencias de economía colaborativa y sostenibilidad han reconfigurado un nuevo y sorprendente paradigma.
En pocos años, usted podrá abonarse a una empresa de movilidad, y programará sus necesidades mediante una aplicación en su smartphone. Cada día, por la mañana, un robotaxi le pasará a buscar puntualmente para llevarle al trabajo. El sistema de inteligencia artificial de su empresa de movilidad determinará la ruta a su destino. Le asignarán un slot de salida y una ruta, como si se tratase de tráfico aéreo. Los atascos dejarán de existir, pues los programas informáticos de control de tráfico rodado los podrán anticipar y disolver. También dejaremos de ver semáforos en las calles, dado que los robots no necesitan interpretar visualmente luces verdes o rojas: bastará un bit activado por el centro de control (¿vemos semáforos en las pistas de despegue de aviones?). Si se pincha una rueda, otro vehículo de la flota será movilizado inmediatamente para recogerle y continuar cómodamente su trayecto (ya se encargará el sistema de mantenimiento corporativo de rescatar y reparar el antiguo). Si llega tarde a su destino, recibirá una bonificación. Y, a final de mes, recibirá una factura en su domicilio de consumo de movilidad en función de los kilómetros recorridos.
El nuevo paradigma será mucho más eficiente medioambientalmente y en la gestión de recursos. No será necesario comprar un automóvil. Bastará con subscribirse a un servicio de transporte. Eso significará que, progresivamente, dejaremos de ver vehículos personales en las calles, y cada vez más veremos automóviles corporativos autoconducidos. Hasta el punto que, en unos años, sólo circularán estos últimos. Flotas de robotáxis serán los únicos coches que veremos en las carreteras. Cuando desee desplazarse, a través de su teléfono móvil, comunicará su trayecto y, en unos minutos (el objetivo de las empresas que lideran el cambio de modelo es hacer esperar al usuario un máximo de 60’), el robotaxi disponible más cercano le vendrá a recoger. La dinámica del sector será de unas pocas grandes compañías con inmensas flotas, compitiendo en velocidad y calidad de servicio por el usuario.
La desaparición del vehículo como instrumento de propiedad individual tendrá otras repercusiones: la reducción drástica del parque de vehículos existente. De hecho, el automóvil es un activo de muy poco uso medio. Se anticipan posibles caídas masivas de las ventas de coches a particulares. ¿Cómo afectará eso a la economía de zonas con fuerte presencia de la industria automotriz? Los automóviles corporativos estarán permanentemente en circulación, saturados al 100%, y eso significará otro sorprendente cambio: la desaparición de los parkings. Como usted no tendrá coche, no tendrá que aparcarlo. Se liberarán inmensos espacios urbanos con ello.
Las tecnologías clave del sector serán otras. Los vehículos serán similares a grandes ordenadores móviles, dotados de baterías eléctricas y completamente softwarizados. Que tiemblen las petroleras. Países como Holanda y Noruega se plantean prohibir la circulación de coches de combustión hacia 2030. La ola de destrucción creativa se llevará también por delante a las gasolineras y, quizá, a las autoescuelas. ¿Desaparecerán los permisos de conducir, si los robots conducen por usted? ¿Habrá problemas de seguridad con ello? Quizá no tanto, al fin y al cabo un autómata no bebe alcohol ni lee sus e-mails mientras conduce. Tampoco habrá robots de 90 años conduciendo. Además, sistemas de seguridad redundantes (con medidas superpuestas a través de radar, láser y ultrasonidos) garantizarán la seguridad en la conducción. Si algo no se podrán permitir los líderes del nuevo modelo será un fallo de seguridad. El efecto sería mediáticamente tan catastrófico como un accidente de aviación. Los sistemas de cobertura de seguro ya no cubrirán al particular, sino a la compañía de servicios, con garantías astronómicas, multimillonarias, en caso de fallo informático. El modelo significará también un revulsivo para los sistemas de transporte público. ¿Serán necesarios? Probablemente se conviertan en una extensión a bajo coste de los servicios privados.
Entramos en una era de efervescencia y transformación radical en un sector tan aparentemente sólido y estable como el del automóvil. Un sector que ha sido piedra angular de la industrialización de las naciones avanzadas, y una gran escuela de buenas prácticas. Pero hoy las grandes marcas de automoción parecen haber perdido el control de dos factores clave para su competitividad: las tecnologías de control y posicionamiento que dominarán el futuro, y las nuevas interfaces de usuario. El fin de automóvil como lo conocemos reconfigurará el ecosistema de movilidad, arrastrando fabricantes, proveedores, cadenas de distribución de combustible, talleres auxiliares, aseguradoras y servicios de parking, entre otros. El dominio de la movilidad de usuario puede favorecer el asalto de todo el sector logístico y de transporte de bienes en una segunda fase.
Si pregunta a especialistas del sector, le dirán que este escenario es imposible. Precisamente porque son especialistas (insiders) del modelo actual, y jamás han visto otra realidad. Las rupturas tecnológicas jamás son anticipadas con facilidad. Nadie podía imaginar en 1980 la revolución de PC. Ni en 1990 la de internet. Ni en 2000 la de los smartphones. Nadie creía hace pocos años que el teléfono iba a substituir a las cámaras fotográficas… Y si cree que este radical cambio de paradigma jamás será aceptado espere a tener que tomar la decisión de comprar un nuevo vehículo y ver que a su vecino cada día le pasa a buscar un silencioso automóvil robotizado de última generación, ultraconfortable, autoconducido, con espacio de business center interno para que pueda revisar la prensa o sus e-mails mientras va al trabajo por una tarifa plana de 50 € mensuales.
El modelo Uber puede significar al automóvil lo que la fotografía digital a Kodak, el iPhone a la telefonía móvil o Amazon a Noble & Barnes. Nuestros nietos quizá se sorprendan y crean que era una insólita práctica neolítica el hecho de que sus abuelos compraran ruidosos automóviles de gasolina y los guardaran en extraños habitáculos adyacentes a su casa.
1 Comentario
Pues sí y no. Se dice:
«Los atascos dejarán de existir, pues los programas informáticos de control de tráfico rodado los podrán anticipar y disolver.»
Esto no está del todo claro: hay escenarios trazados en que el éxito del coche autónomo podría suponer aún mayor uso del transporte, y si la capacidad de las vías es insuficiente (en horas punta o entradas a las ciudades) estos atascos serían imposibles de solventar. El supuesto ahorro energético que aportaría una movilidad más eficiente se podría compensar con un aumento de la demanda. Y al respecto del uso de espacio público, según cómo aumentara esta demanda, es probable que se tuvieran que mantener zonas de aparcamiento o de almacenaje en entorno urbano. Más información: http://www.washington.edu/news/2016/02/25/driverless-cars-could-increase-reliance-on-roads/
Por otra parte, los insiders del sector esto lo saben. Ford, GM, Toyota, BMW, Volkswagen y hasta PSA/Peugeot/Citroën llevan tiempo investigando estas posibilidades, porque saben que si les pillan con el pie cambiado, simplemente morirán como empresas.
Con todo, gracias por el artículo, está bien reiterar que esto queda cerca.