Siempre hablamos de los que amargan la fiesta en las empresas. Nos fijamos en esos jefes mediocres o en los líderes egocéntricos. Hablamos de los burócratas y sus resistencias corporativistas. Aborrecemos a los profesionales que hacen de la queja un modo de vida. Sorteamos como podemos a los sabelotodo que confunden perfección con talento. Nos hastiamos con los que no gastan empatía con nadie, ni clientes, ni compañeros. Procuramos hacer ejercicios oblicuos contra los bulldozer para los las sendas solamente tienen sentido si las transitan ellos. Soportamos la pesadez de los escépticos profesionales para los que todo ya está inventado y para los que todo ya fue probado en algún momento del pasado. Incluso aguantamos la legión de gruñones y pesados que ensombrecen cualquier reunión.
Pero en las organizaciones hay muchas personas fantásticas, gente que nos hace sentir especiales por pertenecer a comunidades de las que vale la pena participar. Gente que con la edad gana pasión por los detalles, por la innovación, por militar en una sabia inocencia. Personas que construyen alegrías por cualquier banalidad pero que nos arman de sonrisas capaces de relativizar todo. Pequeños ilusionistas que nos retornan a una reunión justo en el momento que íbamos a desconectar. Están también los esforzados inteligentes. Aprendemos de líderes que aprenden y saben construir cadenas de inspiración que son el oxígeno de la empresa. Llegan los novatos y hacen preguntas de una ingenuidad radical capaz de hacer repensar todo. Están los que saben llevar el talento sin arrogancia, los que ponen este conocimiento que parece que les sobra a disposición de los demás. También los que distinguen bien entre el respeto profundo del respeto impuesto o impostado. Incluso hay sensatos que saben que no hay que verlo todo y gente madura que es consciente que la comunicación es no decirlo todo.
Esta buena gente aguanta los equipos, les da rendimiento y lo hace sorteando obstáculos de gente tóxica, que un día se torció, que plantó la bandera en la cara amarga de la vida. La buena gente que pone paciencia para ganar agilidad y pone urgencia para entender el sosiego. Están los que se leen la letra pequeña para asegurar la calidad, no para restregarla por la cara de los más superficiales. Hay incluso emprendedores que desbordan a cada paso las costuras de la organización pero que construyen sueños corporativos que no estaban escritos en el gran libro de las ortodoxias.
Las empresas no serían lo que son sin los que se atreven. Los que ponen cara de no tener miedo aunque sientan mil calambres por dentro. Nunca agradeceremos bastante a los que desafían el miedo para no ser imprudentes, para no caer en la gran imprudencia del estancamiento. O los que son flexibles ante lo que no está escrito. Los que no ven el cambio como el fin del mundo. Y los que ponen el relato. Los que describen la visión para que se entienda y culmine este trabajo diario, arduo, necesario de construir cadenas de inspiración.
Los pobres que aguantan el chaparrón. Y tratan de no amargar, pero tampoco de esconder, cuando los clientes no se sienten precisamente deleitados. Los que mantienen la simpatía con clientes que cruzaron fronteras de mala educación innecesarias. Y ante situaciones tensas, cuando a más de uno se le pondría cara de Clint Eastwood ponen casi cara de Adruey Hepburn en Desayuno con diamantes. Todo el mundo puede tener un mal día. En fin.
Me gustan los jefes que estudian por las noches el nombre de su gente para saludarlos como merecen. Los que aprenden en esperas de aeropuertos para que la cadena de inspiración no desfallezca. Los líderes que se desvelan para entender cómo podrían sacar lo mejor de su gente, hacer que crezcan y crecer con ellos. Esos que saben que la autenticidad en las empresas se sostiene por redes invisibles tejidas desde el ejemplo.
Hagamos un homenaje a los buenos. A los que no por llegar alto pierden la humildad del viajero comprometido. Reconozcamos a los que nos prenden sonrisas casi sin querer. O a esos que nos sorprenden con automatismos emocionales oportunos, just in time. En las empresas hay gente tóxica y es muy difícil lidiar con ellos, son armas de destrucción masiva de las corporaciones. Pero en la empresas hay gente que nos hace ir más allá de lo obvio, que nos lleva a bondades que no conocíamos y que nos sugiere la mejor cara de la luna dónde instalar nuestros crecimientos y aprendizajes. Hoy tocaba hablar de los buenos.
2 Comentarios
¡Que rica reflexión! Humildad, sonrisas, aprendizaje permanente, no amargar, resistir el chaparrón…
Yo recuerdo a esos jefes, con una sonrisa.
Paloma Bellido
Parafraseando al gran Victor Kuppers, yo quiero gente a mi alrededor que vaya a 30.000 watios, en lugar de gente que vaya fundida.