Está en la ciudad sueca de Helsingborg y para un Emprendedor debería ser lugar de peregrinación; algo así como el estadio de Maracaná para un amante del fútbol o Graceland para un roquero. Se trata del Museo del fracaso. Su carta de presentación afirma, sencillamente, que “aprender es la única forma de convertir un fracaso en un éxito.” Allí se exponen “cadáveres” de la innovación y restos de prometedoras estrategias empresariales tales como la bicicleta de plástico, la lasaña de Colgate, los Bic femeninos y otras curiosidades.
Apple, paradigma de empresa de éxito, acumula sonoros fiascos como el Macintosh TV del que apenas vendió 10.000 unidades, algo parecido a lo que ocurrió con el 20th Anniversary Mac, o su consola de videojuegos Pippin o esa maravilla del diseño (y nada más) que fue el Power Mac G4 Cube. La primera empresa creada por Bill Gates, Traf-O-Data, dedicada a recopilar datos de tráfico, no brilló por su éxito. Hasta Walt Disney fue despedido en sus inicios por su falta de creatividad y tampoco prosperó con su primera iniciativa empresarial, Laugh-O-Gram Studio.
En la empresa, como en la vida, el riesgo a fracasar es omnipresente y la confirmación fáctica de tal riesgo frecuente.
El fracaso es siempre consecuencia de un error, que generalmente es propio y a veces derivado de cambios circunstanciales imprevistos para los que no estábamos preparados; el error, en cualquier caso y aunque sea ajeno, también cuando son las circunstancias las que se equivocan, existe y nos afecta,
Fracasar no pasaría de ser algo anecdótico si no produjera, entre otras, dos consecuencias que nos alteran profundamente: la dolorosa frustración de unas expectativas insatisfechas y la no menos punzante evidencia de nuestras propias limitaciones. …Y eso duele.
No voy, por tanto, a caer en el recurso tan manido por los gurús de la motivación de convertir el fracaso en algo bueno per se. Estrellarse, en cualquier ámbito de la vida, nunca es bueno, como tampoco lo es la enfermedad, ni la pobreza extrema, ni el dolor sea del tipo que sea. No nos confundamos: una cosa es ser inteligentes y maduros para asumir e intentar revertir lo que, inevitable o no, nos hace sufrir, y otra ser gilipollas (con perdón). Por tanto, no conviene aspirar al fracaso como ideal ni tan siquiera terapéutico, pero sí es recomendable aceptarlo como realidad cuando menos enriquecedora.
El fracaso productivo
En palabras del experto en comunicación y reputación Miguel Del Fresno: “Existe una cierta corriente de opinión que tiende a proponer el fracaso empresarial y, por tanto, personal casi como una necesidad (…) La idea ingenua subyacente es la de que el fracaso es necesario y bueno en sí mismo y, además, es una suerte de acelerador para el éxito”. No es así, como decíamos, si bien un fracaso empresarial, en el imaginario contable, no debería por inercia incluirse en el pasivo sino en el activo, siempre que exista la capacidad de extraer las enseñanzas oportunas. El mismo autor nos da unas magníficas pautas para ello: dotes analíticas, inteligencia, autocrítica y capacidad para el aprendizaje. Mejor evitar, por tanto, la tentación de olvidar, como si una organización pudiera eludir las cicatrices que su propia evolución le va dejando. Muy al contrario, un revés empresarial ha de ser objeto de estudio para encontrar causas, responsables y tratamiento que evite recaídas futuras.
En este proceso, la honestidad y autocrítica son básicas. Es verdad que la tendencia es socializar los infortunios repartiendo culpabilidades, pero semejante estrategia de autodefensa por parte de los equipos directivos demuestra muy poca inteligencia. Claro que para que la autocrítica surja como natural hace falta que el error se asuma como posibilidad inherente también a las decisiones empresariales por parte de toda la organización.
Como sabe cualquier empresario avezado y ya curtido, un Emprendedor debería ejercitarse desde el principio, hasta incluirlo en su propio ADN profesional, en una virtud: la tolerancia a la incertidumbre. Y, en mi opinión, la sociedad en la que estamos tendría por su parte que sustituir la mirada de lástima ante quien ha sucumbido en su objetivo de negocio por la de admiración … por haberlo intentado. En esto, la cultura emprendedora norteamericana nos da una lección hasta el punto de que es normal mencionar en el curriculum los “proyectos fallidos” porque, en ese primer filtro, se sabe que tal dato de la biografía del aspirante puede tener un importante valor positivo. Aquí oscilamos entre las condolencias al perdedor y la crítica feroz al triunfador.
El tropiezo como oportunidad
Fracasar no es el ideal, ni tan siquiera es bueno por mucho que de ello se deriven enseñanzas útiles. Que aprendamos a reconocer y valorar tales enseñanzas no significa que tengamos que adquirirlas a base de bofetones. Pero las hay, sin duda, y me permitiré destacar algunos valores que los infortunios incluyen, ocurran en el inicio o en el devenir posterior de la empresa.
1º/ Tomar conciencia de la realidad. La ilusión es un motor imprescindible ante cualquier nuevo proyecto, pero, a veces, los hechos nos enfrentan a la excesiva distancia que puede haber entre las expectativas y lo que en realidad se ha logrado. Tener los pies en lo que vemos, tenemos y podemos es siempre un ejercicio saludable para que, en el futuro, el prometedor horizonte al que aspiramos no se inunde de nubarrones de frustración.
2º/ Reajustar equilibrios entre arrojo y prudencia. El fracaso puede llegar también tanto por exceso como por defecto de alguno de tales rasgos en la forma de desarrollar el proyecto. Compensar los frenos y aceleradores de nuestra forma de ser de manera más equilibrada y efectiva nos viene de la mano de las segundas oportunidades.
3º/ Conocer aún mejor las debilidades y fortalezas propias y del proyecto. Es la gran enseñanza que, de hecho, incluye todas las demás posibles. Todo plan de negocio incluye una estrategia de Marketing que, a su vez, se suele apoyar en un análisis DAFO. Se trata de aplicar los mismos conceptos para descubrir dónde y por qué han sobresalido las fragilidades o/y, en su caso, se ha demostrado mayor robustez.
4º/ Volver a la casilla de salida. Puede parecer un contrasentido, pero regresar al principio, tras concluir que habíamos iniciado un camino sin salida, significa tener de nuevo ante nosotros todas las opciones. El concepto japonés “IKIGAI” (razón de vivir), aplicado al Emprendedor y a cualquier innovación que se introduzca en la empresa incluye cuatro preguntas cuya respuesta clarifica bastante las iniciales incertidumbres. Estas son: qué te gusta hacer, qué eres bueno haciendo, qué necesita la sociedad y qué te puede pagar el mercado. Esos son los tacos de salida de nuestra nueva carrera y tener la oportunidad de poder apoyarnos de nuevo en ellos no deja de ser una gran oportunidad para volver a empezar.
… Y, aunque no sea una virtud intrínseca al fracaso, permítaseme que, como terapia, recomiende de nuevo un cierto sentido del humor. Relativizar los errores ayuda a situarlos en su justa posición. Quizá algunos no tengan ya solución y dejen una muesca permanente en la organización, pero, salvo tales excepciones, casi todos admiten correcciones. Por tanto, tras la autocrítica, no viene mal esbozar una sonrisa y, continuación, recopilar, analizar y sacar conclusiones.
Se llama “Fuckup Nights” y se define como un movimiento global para compartir historias de fracaso profesional sobre negocios que se han ido al traste, socios que no resultaron la mejor compañía o productos destinados al olvido. Al estilo TEDx, pero con un aire más casual, organizan charlas por todo el mundo en las que ejecutivos, emprendedores, empresarios cuentan su particular y “enriquecedor” fracaso. Toda una lección para entender que, puestos en tal tesitura, ni somos los únicos ni tan siquiera nos cabe el honor de haber sido los más zoquetes.