Este es el tercero de una serie de artículos que he dedicado a la innovación y a la dicotomía entre un modelo de innovación más centrada en la empresa y otro más abierto a ecosistemas externos. En el primer artículo pretendía sentar algunas bases de esta reflexión, fijando los conceptos de Innovación Egoísta e Innovación Ecológica, como dos fases de un proceso continuo en el que tratamos de materializar todo el potencial que la innovación nos puede ofrecer.
En el segundo artículo me centraba en la Innovación Egoísta, reflexionando tanto sobre la importancia de trabajarla, como del peligro que supone quedarnos en ella sin ir un paso más allá. Y ese paso es la Innovación Ecológica.
La innovación ecológica es el desarrollo del proceso de innovación “hacia fuera”, generando impacto no sólo en el entorno más cercano y controlado por la empresa, sino en un ecosistema más amplio: ya sea un mercado, un grupo social, una zona poblacional, en el que dicha empresa pierde parte del control, pero en el que el impacto beneficioso de la innovación es mucho mayor.
Hay aquí dos puntos de reflexión que creo que son fundamentales:
1.- El impacto externo.
Soy de la opinión de que una innovación no es tal si no tiene la capacidad potencial de generar un cambio social, de mayor o menor envergadura. Puede que inicialmente tenga un impacto más limitado, pero cualquier proceso de innovación ha de tener esa capacidad. Da igual que estemos hablando de una mejora interna de procesos, en este caso la generalización de esos procesos ha de suponer una mejora en costes (y precio), una mejora del producto o un nuevo enfoque de comunicación, con lo que en cualquier caso estamos generalizando esos resultados inicialmente limitados.
Asumir la existencia de ese impacto externo implica asumir, al mismo tiempo, cierta pérdida de control sobre la innovación. Del mismo modo que un producto en el momento que sale al mercado deja de pertenecer, en cierto modo, a la empresa que lo creó y es el cliente el que le da sentido y uso, también la innovación genera usos que no esperábamos y que pueden potenciar su utilidad, ya sea por la forma en que asume el cliente esa innovación (dándole utilidades que creíamos que no tenía, por ejemplo) o por desarrollos posteriores de otras empresas.
La innovación ha de crear ecosistemas, ha de favorecer la creación de relaciones de utilidad y valor entre el mercado, la sociedad y las empresas, de modo que seamos capaces de enriquecer la meta-innovación, es decir, todos los conocimientos, usos, principios y modelos que han construido una innovación en concreto y que pueden tener utilidad más allá de ese uso.
Debemos ser capaces de mezclar, de favorecer la intersección de modelos y conocimientos a través de esos ecosistemas de actores y organizaciones que trabajan en la innovación.
2.-El impacto interno
Pero al mismo tiempo que se genera un impacto ecológico o ecosistémico en el entorno, también lo hace dentro de la empresa.
Cualquier innovación, y posiblemente no tanto por su resultado como por el proceso del que nace, ha de dejar un poso de conexiones dentro de la organización, ha de facilitar la apertura o el fortalecimiento de canales de comunicación interdepartamental y transversal, de modo que genere, también aquí, ecosistemas de valor y conocimiento que supongan una mejora continua de la organización.
La Innovación Ecológica se llama así porque no se centra en un proceso, en un recorrido lineal con un principio y un fin, sino que trabaja en escenarios, en la intersección entre distintos actores, en el ecosistema. Más que una metodología es un enfoque, una forma de aceptar que el beneficio de una innovación no puede ser un beneficio cautivo, sino compartido. Y no sólo porque genere impactos positivos en el entorno, sino porque también los genera en la propia organización.
Ahora toca diseñar esos ecosistemas de innovación.