El pasado 7 de octubre, el Presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, presentó en público el nuevo Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia. Pese al buen tono y la correcta puesta en escena (con presencia preeminente de simbología de la UE), no empezamos bien. Demasiados conceptos para algo simple que nos pide Europa y que puede resumirse en una sola palabra: competitividad.
Europa no nos pide que nos recuperemos, que nos transformemos y que seamos resilientes. Nos pide que seamos competitivos, como lo es el norte europeo, en base a un renovado modelo industrial digitalizado, productivo y basado en I+D. Nada más (y nada menos).
Y no lo hace por generosidad, sino porque algunas de las mentes más brillantes de Europa han constatado que, ante el nuevo escenario mundial, dominado por grandes plataformas tecnológicas americanas (y por la potencia, dimensión y escala del sistema nacional de innovación chino) sólo nos queda una opción: integrarnos y competir a nivel continental (o quedar reducidos a la insignificancia y la marginalidad).
El uso correcto de los famosos 140.000 M€ que han de llegar se enfrenta a varias amenazas.
La primera es la falta de estrategia. Corremos el riesgo de que esos fondos (o una parte significativa de ellos) se pierdan en proyectos no alineados con la necesidad de construir un tejido empresarial competitivo, y se doblen a intereses coyunturales y presiones políticas. Que vayan a pagar viejas deudas o a mantener estructuras obsoletas o ineficientes.
La segunda amenaza es la fragmentación de recursos. Aún respondiendo a los objetivos europeos, podría ser que quisiéramos contentar a todo el mundo. Café para todos.
Lo diré claro: mejor 140 proyectos tractores, diferenciales, con alto contenido en I+D, efecto multiplicador y elevado impacto económico, de 1.000 millones de euros cada uno (grandes plataformas de biotecnología, inteligencia artificial, tecnología de hidrógeno, semiconductores); que 140.000 proyectos de un millón. Esto último sería ineficiente e ingestionable.
La tercera amenaza es, precisamente, la incapacidad de gestionarlos. Según Pere Condom, uno de los mejores expertos en transferencia tecnológica del país, la capacidad de gestión de Fondos Estructurales e inversión europea en España ha sido de unos 4.500 M€ en los últimos años. Ahora nos tocaría gestionar 10 veces más.
Todo ello, en medio de un sistema administrativo oxidado, orientado a la burocracia y al control, no a la agilidad y al resultado finalista. Un sistema donde es más fácil reinvertir en infraestructuras y actuaciones públicas que movilizar inversión económica productiva. Serán necesarias reformas legislativas y administrativas previas, si queremos que los recursos fluyan con la rapidez necesaria.
Las tres amenazas son concéntricas y concatenadas: una mala estrategia llevaría a una incapacidad de priorizar los proyectos con mayor efecto tractor; lo cual comportaría a su vez una fragmentación excesiva y, finalmente, el bloqueo y colapso en la gestión, con incapacidad de digerir y ejecutar esta monstruosa cantidad de dinero. Los cenáculos de la innovación temen hoy, tras vislumbrar los primeros pasos, que lamentablemente ésta sea la senda que nos espere.
Sería necesaria la creación de una agencia de innovación, con participación de administraciones, empresas y expertos, que diseñe la estrategia, y vele por la neutralidad, la eficiencia y el efecto multiplicador de esos fondos. Los principios de gestión son sencillos: proyectos competitivos, de excelencia, orientados a la generación de ventajas competitivas globales, con elevado impacto económico y efectos multiplicadores en la economía.
En medio del marasmo de intenciones y de propuestas (todas ellos bien intencionadas, y probablemente necesarias) echo en falta una estrategia clara de I+D. Para mí, esa es la piedra angular de la economía del futuro.
Toda evidencia económica nos dice que una economía intensiva en I+D genera externalidades positivas, atrae talento e inversión, y sostiene estados del bienestar prósperos.
La economía española invierte un paupérrimo 1,24% de su PIB en I+D. Y la mitad de esa inversión se da en entornos públicos, desconectados de la realidad económica y productiva del país. La Agenda Europa 2020 exigía a los estados miembros de la UE situarse en el 3% de I+D/PIB este año (2020). España no ha progresado en sus indicadores de innovación desde hace una década. Según los últimos datos del INE (noviembre 2019), la economía española invierte 14.946 M€ anuales en I+D (correspondientes a ese 1,24% del PIB). Una cifra indigna.
Para situarse al nivel de Alemania (3%), España debería cubrir un déficit de inversión tecnológica de 21.213 M€ anuales. Según los estándares internacionales, esos 21.213 M€ podrían activarse con una inversión pública adicional de unos 7.000 M€ (con un efecto arrastre de dos euros privados por cada euro público). Eso significaría desplegar políticas fiscales, ayudas directas, compra pública innovadora y créditos preferentes a la I+D empresarial para conseguir esos objetivos. Sólo serían necesarios 7.000 M€ anuales extraordinarios. Y va a llegar 20 veces esa cantidad. Pero no veo actuaciones claras, decididas y contundentes en esa dirección.
Por el contrario, tengo la impresión de un excesivo enfoque en políticas extensivas de absorción tecnológica (apoyo a la extensión del vehículo eléctrico o de las redes 5G), sin potenciar intensivamente las plataformas y los clústeres empresariales propios capaces de desarrollar esas tecnologías.
Ser grandes usuarios de tecnología, sin ser capaces de generarla, nos seguirá situando en posiciones de extrema debilidad competitiva.
Hay ecos del infausto Plan E de Zapatero en esta propuesta de Plan de Recuperación. Ecos de otros pasados, a los cuales también nos retrotrae la icónica cifra de los 800.000 empleos planificados. ¿Cómo, exactamente, se van a crear? ¿Qué relación lógica hay entre las propuestas, los gastos, y los resultados?
El Plan se despliega en cuatro pilares: Transición Ecológica, Transición Digital, Cohesión Social e Igualdad de Género. Además, aparecen iniciativas de agenda urbana, inversiones verdes y azules, pacto por la ciencia, deporte, industria, cultura, modernización de la administración y un sinfín de palabras bonitas.
Pero Europa nos envía un potente pulso de luz blanca y directa (quizá la última), una demanda de competitividad, y la pasamos por un prisma de refracción, que la convierte en un arco iris de colores. Veremos cuáles de ellos se tornan en soluciones pragmáticas al principal problema del país: la creación, urgente, de empleo de calidad en sectores de alta productividad. Nos va la prosperidad, el estado del bienestar, el mantenimiento de las clases medias y, quizá, la propia democracia en ello.
Amplía las reflexiones sobre este asunto con las entrevistas a José Manuel Leceta y Andrés Pedreño en Sintetia.