En noviembre de 2018, en Nueva York, la Maratón se disputaba el trending topic con la inminente apertura del segundo Headquarters de Amazon, en el barrio de Queens: el hombre más rico del planeta, Jeff Bezos, llegaba a una de las zonas más modestas de la ciudad.
La alargada sombra de la gentrificación, pero, activó a la comunidad local, que se opuso al proyecto. El resultado fue la modificación de esta decisión -de alto impacto estratégico- de la multinacional norteamericana por, entre otros motivos, la reacción de los vecinos. La sociedad es una variable clave en los negocios.
Desde la crisis del 2008 el capitalismo transita hacia un nuevo paradigma. El objetivo esencial ya no es la generación de beneficios a corto plazo para los accionistas sino la creación de valor a largo plazo para el conjunto de la sociedad.
Cuando las portadas del establishment económico como The Economist o Financial Times se alinean con esta tesis, cuando el Foro de Davos 2020 o las empresas más poderosas de EEUU de la Business Roundtable declaran que:
el propósito vinculado con el bien común debe estar en el centro del modelo de negocio las empresas, el nuevo escenario parece posible. ¿Ética o estética?
El propósito llama al talento. Los Fridays for future no son una anécdota de jóvenes ecologistas. Son la muestra de los colaboradores que nunca tendremos en nuestra empresa si el lucro es el único objetivo.
En esta línea, después de la cumbre del clima de París, 20.000 estudiantes de las mejores escuelas de negocio francesas firmaban un manifiesto donde se comprometían a no trabajar para ninguna empresa que tuviera un impacto climático negativo.
Cuando las élites también hacen la revolución parece evidente que estamos frente un movimiento tan transversal como imparable.
De hecho, en el último informe sobre gestión del talento millennial de la consultora Deloitte se enfatizan conclusiones interesantes sobre los motivos que provocarían que este segmento de la población decidiera marcharse de su empresa antes de 2 años. Entre otros, se subrayaba el hecho de no priorizar aspectos como el impacto positivo en su comunidad local (59% dejarían la empresa), la diversidad o la inclusividad (63%). La consistencia y coherencia en el propósito empieza por casa.
La sostenibilidad da dinero. Atomico, uno de los mayores fondos de capital riesgo a nivel global, en su informe de capital riesgo en Europa del 2019, destaca que más de 500 startups han levantado 4,4 billones de dólares con modelos de negocio vinculados con los objetivos de desarrollo sostenible de la ONU.
En paralelo, los actores del sistema financiero no solo están generando divisiones específicas para abordar el gran reto de la sostenibilidad, sino que algunos la están ubicando en el centro de sus políticas de inversión.
Los principales grupos inversores Internacionales firmaron la declaración Climate Action 100+ en la que se comprometen a pivotar sus decisiones de inversión en operaciones respetuosas con el medio ambiente. Empresas como Danone o AccorHotels han firmado importantes créditos sindicados con diversas entidades financieras con tipos de interés variables vinculados a la sostenibilidad del proyecto.
Si en el 2008 las subprime fueron los activos tóxicos, en este nuevo entorno lo son las empresas con impacto climático negativo. Con el EBITDA ya no es suficiente.
El mercado da recompensas a las empresas sostenibles. El subíndice de sostenibilidad del Dow Jones, en el que cotizan las empresas internacionales más capitalizadas, muestra que:
los productos que incorporan los valores de sostenibilidad de forma consciente han obtenido seis veces más en ventas que los que no lo hacen.
Adicionalmente, más de 80 millones de consumidores europeos (Eurobarómetro 2020) afirman tener en cuenta criterios éticos cuando toman decisiones de compra en alimentación o ropa.
El nuevo producto ampliado va más allá del diseño, tecnología, funcionalidad o el packaging. Incorpora el alma de la empresa.
Los agentes económicos nos movemos por incentivos o por presiones. Desde el 2018 una directiva europea regula la necesidad que las empresas de más de 500 trabajadores no solo deben presentar un reporting financiero, sino también social y medioambiental. Este es un paso más en un camino de sofisticación creciente a nivel legislativo que nos condicionará la agenda.
De nuevo el entorno nos envía señales que hay que descifrar para tomar las decisiones estratégicas adecuadas. En este sentido, un marco conceptual potente es el valor compartido -término creado por los profesores de Harvard Michael Porter y Mark Kramer- entendido como el alineamiento del impacto económico con el impacto social y medioambiental. Realidades que, lejos de ser antagónicas, representan dos caras de la misma moneda.
El valor compartido consiste en añadir una dimensión social a la estrategia, partiendo de la base que el rol del sector privado en la solución de los retos mayúsculos a los que se enfrenta la sociedad va más allá de la filantropía (compartir un valor ya creado) o la responsabilidad social corporativa (vinculado a comunicación y márketing).
La clave radica en poner la sostenibilidad corporativa (económica, social, medioambiental) en el centro del modelo de negocio. ¿Cómo hacerlo? En equipo y con método.
La crisis actual ha acentuado el sentimiento de pertenencia al colectivo. Cuando la incertidumbre es la norma es necesario contar con compañeros de viaje que compartan los mismos desafíos.
Este es el ADN del trabajo de desarrollo de clústers que se basa en articular grupos de empresas interconnectadas para entender cuáles son las estrategias ganadoras a implementar mediante proyectos transformadores.
Mediante un enfoque público-privado, el modelo de clústers pivota en actuar como agentes de cambio para activar sinergias entre los integrantes del ecosistema (grandes empresas, pimes, startups, universidades, centros tecnológicos) y contribuir a capacitar a los directivos del futuro con modelos de gestión específicos vinculados al valor compartido como B-Corp. Este es el modelo que hemos construido, con carácter pionero, en el ecosistema clúster de Catalunya.
Se trata de un movimiento internacional que cuenta con más de 100.000 empresas inspiradas en su modelo (más de 3.000 certificadas) y que cuenta con referentes como Patagonia (ropa y equipamiento outdoor) que se ha querellado contra el ex-Presidente Trump por actuar como una amenaza al medio ambiente.
La nueva ola de empresas sostenibles la protagonizarán las empresas activistas. En nuestro entorno próximo, la comunidad BCorp la forman de momento unas 80 empresas de dimensiones y sectores diversos (Ecoveritas, Hola Luz, Roots for sustanability, Ethikos, Ecoalf,..) que inician una curva que será exponencial.
Se trata de un nuevo management para hacer frente a nuevos retos estratégicos, con métricas específicas como el impacto social monetizado. La ética reforzada con indicadores, sin espacio para la estética interesada.
En un extremo las empresas tóxicas, en el otro las activistas. Los nuevos signos del tiempo. ¿Dónde te posicionas?
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Buena info!