En el juego del calamar la creatividad siempre gana

28 octubre 2021

1+1:33

La columna de:

David Asensio

Todos los días vivimos en una especie de juego del calamar: plagado de sanguinarias competencias, luchas a cualquier precio y caiga quien caiga. Aunque no sea en un estricto y literal sentido de la palabra. Porque aunque es una ficción, una locura y la serie más vista en el mundo, en todos los tiempos, y una fuente de casi 1.000 millones de dólares para Netflix… la realidad es que el juego del calamar es una fuente de ideas para nuestro día a día. Deja que me explique.

Como seres humanos competitivos tendemos a dividirnos entre dos grandes categorías 

  1. Los atacantes. Aquellas personas que quieren llegar al Olimpo del Éxito. Quieren ser considerados expertos, conocidos y reconocidos. Les mueve el ego de alcanzar lo máximo, incluso a cualquier precio.
  2. Los defensores. Quienes, da igual cómo hayan llegado hasta allí, defienden con uñas y dientes su puesto, su status quo. Se saben fuera de ese Olimpo, pero no es fácil derribarles. Usarán su poder, dinero, relaciones… para evitar que alguien ocupe su puesto.

Los atacantes —a los que me gusta llamar calamares— hacen lo que sea, y más, por llegar a la puerta del Olimpo. Sus ansias desmedidas, el ego, la ambición y la sed de victoria son los combustibles. Pero, sobre todo, la recompensa, el premio gordo. El foco en el premio (ego, status, dinero, privilegios…) es la mayor de las motivaciones. Esto suele ser peligroso porque si lo único que les mueve es el premio, si no lo logran, todo se convierte en frustración, rabia, o vergüenza, incluso.

Normalmente los calamares competitivos valoran los fines y les importa muy poco los medios. Incluso aceptan dejar de vivir, para subsistir. Creen que están en la rueda, pero dando vueltas sobre sí mismos. Los hay, incluso, quienes no son capaces de reconocer la realidad, viven en la mediocridad y en soledad les apabulla. Pero su egocentrismo, no les permite doblegarse, ni pedir ayuda, ni otra cosa distinta que asumir que son y serán exitosos…

Se enganchan a cualquier moda, a cualquier consejo, a cualquier gurú. ¿Que hay que bailar eso que sale en Tik Tok? Se hace. ¿Que hay que hacer el pino a las 5am? Se hace. ¿Que te tienen que ver en tal fiesta? Allá se va. En definitiva, se nos olvidan los antídotos ante la estupidez.

Da igual la dignidad. La cuestión es llegar donde sea que esté el supuesto éxito ¡La recompensa! Hacer aquello que te digan que te permite llegar a ella. Nunca dejan de competir, de jugar siendo calamares estrella. Incluso desde la irracionalidad.

A veces actuamos de calamares mucho más de lo que nos imaginamos: hacemos cosas estúpidas con mucho coste (emocional, financiero o reputacional) y resultados totalmente inciertos. Pero jugamos motivados por la sed de ganar, por el ego. Pisamos si hay que pisar. Somos los títeres de quien sea, si es un peaje necesario. Es un bucle peligroso. La recompensa nos ciega, pero también nos frustra y nos puede anular.

Algunas claves del juego del calamar en nuestras vidas

La vida no deja de ser un juego. Plagado de retos, pruebas, personas que compiten por la misma recompensa. Empresas que quieren liderar un mismo mercado, lanzar nuevos productos y ser diferenciales para los mismos clientes. Personas que quieren ascender a un único puesto, los que quieren huella, ganar dinero, ser famosos, tener una calidad de vida lo más alta posible y convertirse en supuestos ‘alguien’… 

Pero no todos jugamos de la misma manera. Los calamares juegan desde la competencia extrema de la suma cero (todo lo que yo me llevo es gracias a lo que tú pierdes). La individualidad y competencia del calamar, muy extendida en muchos ámbitos de nuestra vida, mueve montañas. Pero cada vez montañas de menos valor.

Cuando jugamos hay muchos protagonistas que siempre te impiden tener tu mejor partida: que si el CEO, el matón del colegio, la burocracia, a veces las leyes o el extendido amiguísimo. No tener el apellido adecuado, las relaciones adecuadas o no hacer ‘la pelota’ lo suficiente. Todas estas personas y situaciones son obstáculos que sortear, contra los que competir.

En algún momento es imprescindible aceptar las normas del juego. Empezar a confiar en alguien de tu alrededor. Hacerte fuerte para seguir jugando. Ganar en seguridad interior. Ver en ciertas personas lo que otros no ven, y apoyarte en ellas. Dar y recibir, crear lazos de confianza a través de valores (que no dejan de ser principios inamovibles que ejecutas incluso cuando nadie te ve). Estas cosas, los calamares ultra competitivos aún no lo entienden.

Con las reglas más o menos sobre la mesa, lo siguiente es gestionar. Nos pasamos la vida gestionando situaciones, personas, egos, expectativas, … ¡objetivos!

Porque durante el juego descubrimos algo, nos relacionamos entre máscaras: roles, títulos, cargos, halos de éxito, reputación, imagen que trasmitimos o queremos transmitir… En definitiva, nos tendemos a relacionar en función de lo que creemos o nos hacen creer, pero muy pocas veces actuamos según la más cruda realidad.  

Jugar es llevarse bofetadas de los calamares más competitivos

Esa persona que tanto nos quería, nos alababa o se alegraba siempre por nosotros en el equipo, deja de hacerlo. Ha pasado a mentir, manipular y querer pasar por encima a cualquier coste. Quiere ganar y si eso implica pisar, lo hará. Esa competición también es la vida. Y cada vez de forma más individualista, egocéntrica e, incluso, narcisista.

Para jugar sin ser un calamar competitivo hay que saber liderar. Inspirar, crear relaciones sólidas, principios, equipos de alto rendimiento que valoren el todo más que al individuo. El liderazgo de impacto nace desde la autenticidad: reconocer y dar valor a los demás. Dar la mano cuando cualquiera de tu equipo la necesita. Escuchar de forma activa. Hacer y no sólo pedir. Exigir siempre que sea necesario. Ser transparente, confiar, aportar, sumar.

Cuando el liderazgo es una fortaleza y hace al equipo multiplicarse en capacidades, la posibilidad de evitar competencias individuales destructivas, de calamar, son menores.

Jugar implica aprovechar la oportunidad que se nos brinda

En el momento justo y con todas las capacidades preparadas al máximo nivel. Y eso implica, además, capacidad de adaptación y aprendizaje. Aprender mientras juegas: cuando tienes información nueva, la procesas y decides mejor.

Jugar implica no aferrarte a creencias. Para jugar bien a veces te tienes que desafiar a ti mismo, no tomarte demasiado en serio. Separarte de los problemas para aprender de ellos. Ver a los demás con ecuanimidad. Controlar los impulsos. Todas las grandes oportunidades requieren de una mente ágil, sin prejuicios, entrenada en mil batallas de la experiencia, para aprovecharlas.   

Por eso, el juego nos descubre que la experiencia, las cicatrices, nos hacen fuertes.

Y esa fortaleza depende de nuestra capacidad creativa. De nuestra capacidad para mirar, analizar, extraer del pasado esencias críticas para poner en valor hoy. Pero, además, con capacidad para imaginar soluciones nuevas y, por tanto, diseñar y crear futuro. La creatividad siempre nos mantiene en pie. Es la herramienta adecuada para pasar de nivel. Para aprender de forma constante, una y otra vez. Para desafiarte, hacerte preguntas y buscar allí donde nadie lo hace.

En una empresa, los desafíos del juego diario te obligan a gestionar, pensar, experimentar y desafiar una serie de ingredientes fundamentales

—La incertidumbre en cada gran decisión.

—El miedo a lo desconocido, siempre.

—Los egos: del que no quiere que su sillón quede vacío y de quien sólo quiere un sillón superior, cuando sea y a cualquier precio.

—La dificultad de asimilar que hay que girar el timón cada cierto tiempo: en mercados, con clientes, mejoras continuas, asumir tecnologías, crear capacidades…es decir, asumir que ¡nada es eterno!

—Crear procesos, burocracias, equipos que matan lo que nos hace fuertes, por ejemplo, la creatividad. Y que es uno de los ingredientes imprescindibles para abordar los desafíos anteriores.

Cuando no creas, replicas, o mal-copias… se te agota el combustible. El juego puede acabar con la empresa en cualquier momento.

Por todo ello, quiero acabar con tres ideas fundamentales:

  1. Cuando juegas sólo pensando en la recompensa, y nada más, se te nublan los valores. Y esto te podrá hacer perder.
  2. Cuando juegas por desesperación, se te anula la capacidad crítica y creativa. Y también podrás perder con facilitad.
  3. Cuando juegas con la estrategia, la inteligencia y la capacidad creativa entrenada… serás mejor líder, tendrás a tu alrededor personas con más talento que te apoyen. Tu energía se canalizará a soluciones de mayor impacto. El juego se convierte en un desafío mucho mayor que la recompensa. Es una forma de vivir, de aportar, de dejar un legado.

A lo largo de la historia siempre hemos visto que en todo juego el pez grande se comía al pequeño. Pero la realidad de la que no éramos conscientes es que fue la creatividad la que siempre se comió al calamar desesperado y obcecado.

Artículo escrito por David Asensio

Fundador de Chocolate Rojo

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