Te puedo decir que 1+1= 2. También podría usar otra forma de decirlo. En vez de decirte 1, podría haber dicho el logaritmo neperiano del número e —es decir, ln(e) =1 en lenguaje matemático—. Y puedo sustituir el otro 1 por la suma del seno y coseno al cuadrado de x —escrito, sin2x + cons2x—. Al final, en vez de decir 2 puedo decir: ln(e) + (sin2x + cons2x). Esto se puede sofisticar aún más y más. Pero la pregunta es: ¿si tú y yo queremos entendernos rápido, aporta algo esa complejidad?
Adelanto mi conclusión: las mentes más lúcidas, más inteligentes y con mayor capacidad para comprender problemas complejos, resaltan su lucidez, inteligencia y creatividad si, a la vez, comunican bien.
Comunicar bien es lograr el punto de encuentro más rápido, directo y fácil para hacerse comprender en cada oportunidad. Para comunicar bien tenemos que ‘entrar en frecuencia’: igual que cuando sintonizas una emisora de radio. Encontrar la frecuencia es lo que nos facilita que nos entendamos.
Por muchas matemáticas que sepamos, lo más efectivo para alcanzar un acuerdo y comprar una lechuga en la frutería no es decirle al frutero que le pagamos un logaritmo neperiano de e en euros. Y, al contrario, necesitamos que el frutero se exprese en términos fáciles para llegar a un acuerdo y que fluya la transacción.
Esto que es una mera obviedad se trunca en el infra —o supra— mundo, depende de quién lo mire, de los negocios —jefecillos de cada parcela, su parcela—, los profesionales independientes —financieros, abogados, ingenieros…— y, general en la gestión y la cultura empresarial.
¿La comunicacion como status?
Es como si nuestra inteligencia —ego, status y posición en una empresa— dependiera de las barreras a la comunicación que creamos. Y, en cambio, es lo contrario. ¿Cómo serían esos contratos si no estuvieran sumidos a la interpretación de varios abogados y, lo normal, para que no se pongan de acuerdo? ¿Y esas reuniones de ingenieros donde nadie que no conozca su jerga entiende qué se hace, para qué y cómo? ¿Y qué decir de los financieros y sus palabros, acrónimos —tres de cada cuatro en inglés—, ratios contables y otros conceptos que, en la mayoría de los casos, sólo buscan confundir al común de los mortales?
Te hago una confesión. Llevo 16 años en consultoría. En finanzas, diseñando estrategias, valorando empresas, tratando de lograr que lo pequeño se haga grande y en la cocina de muchas pequeñas —y grandes— decisiones, con su cóctel de complejidad e incertidumbre. Y tras cientos, porque ya son cientos, de acuerdos y negociaciones, me encuentro con que uno de los principales problemas para llegar a acuerdos sólidos —y a veces con una gran capacidad de crear valor— son las barreras lingüísticas.
Los ‘listos’ que van de gurús con los últimos vocablos en la boca. Los que opinan y sofistican su lenguaje, para justificar honorarios, status o simplemente destacar. Todos ellos acaban rompiendo acuerdos y destruyen valor a cada paso.
Crear barreras a la comunicación es una poderosa herramienta para destruir valor financiero, crear sobrecostes, desmotivar a personas, fomentar conflictos y un largo etcétera de problemas. Entre ellos, y quizás el más importante, decidir mal.
Muchas decisiones críticas no se adoptan con el mejor conocimiento disponible porque éste no fluye, y no se interioriza entre todas las partes involucradas. La única manera de sacar el mayor valor al conocimiento es cuando se comunica con un lenguaje sencillo, directo, humano, integrador y pensando, siempre, en el interlocutor.
Cuando comunicas para pavonearte y demostrar ‘lo sabio’ que pareces sobre un tema, destruyes interés, creas barreras y el conocimiento no fluye. Nada bueno puede salir de ahí.
A veces tengo la sensación, palpada en empresas y organizaciones de todo tipo —desde compañías recién constituidas hasta cotizadas en bolsa—, que lo reaccionario es lo sencillo. Lo complejo es aportar sentido común. Es raro buscar de forma recurrente ‘la misma frecuencia’ de comunicación para que todo fluya. Lo difícil es adaptarse. Lo inteligente es saber usar la lógica y el profundo conocimiento para responder de forma sencilla preguntas: a veces sencillas, a veces complejas.
Comunicar para aglutinar lo diverso
Una organización no es la suma de personas iguales, con la misma formación, experiencias y, mucho menos, capacidades. Cada vez es más exigente, y necesario, un profundo nivel de especialización, que requiere de un aprendizaje continuo —y sofisticado—. Pero eso no está reñido con la comunicación.
Crear barreras lingüísticas no demuestra lo mucho que sabe una persona. Delata su incapacidad —e inteligencia— para explicar, lo sencillo o lo complejo, da igual.
Con el tiempo me he dado cuenta de que la sofisticación del lenguaje esconde lagunas, y a veces profundas. Y no me fio de ningún profesional que no sabe explicarse bien. Tan malo es no tener conocimiento, como tener conocimiento y que éste no se pueda compartir con mentes diferentes para que sumen y el conocimiento sea efectivo.
Ninguna organización abierta, sujeta a la mejora continua, a críticas, a incorporar nuevas ideas y conocimiento recurrente puede permitirse el grandísimo error de hacer que no fluya la buena comunicación. Crear espacios cerrados, acotados a profesionales que saben de lo suyo, y sólo ellos son ‘los que pueden opinar de lo suyo’, porque nadie entiende ‘qué es lo suyo’, es una pérdida muy severa de frescura, creatividad, diversidad y potencia para mejorar.
Las personas inteligentes usan lenguaje sencillo, porque no necesitan sofisticarlo para demostrar que son inteligentes. Los que saben de una materia en profundidad no temen a abrirse y no se protegen con términos y expresiones que nadie maneja.
No hay nada sofisticado en finanzas, por ejemplo, que no se pueda explicar sin antes haber pasado por una facultad de Económicas. Llevará más o menos tiempo, habrá que hacer más o menos esfuerzos, pero la inversión en tener una busca capacidad de comunicación es muy rentable. Facilita, integra, crea nueva información para los no especialistas. Una buena comunicación siempre suma.
¿Por qué se comunica tan mal?
Si esto es así, ¿por qué no se hace? Esta pregunta la hice muchas veces a invitados de Sintetia en las entrevistas.
Mi triste impresión es una respuesta recurrente: hay mucho narcisista suelto. Creerse único, diferencial, superior incluso, por manejar ciertas parcelas de conocimiento, es peligroso para crear equipos de alto rendimiento y tomar decisiones que integren muchos más conocimientos que los que uno tiene.
¿Te imaginas un equipo directivo plagado de personas como los colegas de Sheldon en The Big Bang Theory, cada uno en su campo —marketing, finanzas, legal, ingeniería…? Tendrían tanta capacidad intelectual para demostrar, con su propio lenguaje, que cuando tuvieran que tomar una decisión que afecta al todo (que es mucho más que las partes) rompería. Un equipo diverso y de alto rendimiento no puede funcionar sin la integración de un conocimiento especializado y disperso. Y para eso hay que saber comunicar. Los colegas de Sheldon sólo «funcionan» porque son una comunidad de mentes que saben de los mismos temas…
Cada día veo más Sheldon Cooper’s en las empresas. Y veo cómo se van al traste muchas negociaciones. O percibes cómo la sabia de lo nuevo no fluye.
Ya ocurre con las jóvenes empresas. Aprenden pronto, y cuanto más tecnológicas peor. Párate a escuchar a un emprendedor 2 minutos recitando el típico discurso para inversiones —hay muchos videos en YouTube de ‘formadores’ que te ayudan a usar este metalenguaje— y observarás cómo sueltan sus 30/50 palabros, más sus acrónimos, en inglés, para impresionar. Pero, la mayoría, están vacíos de contenido. Y, lo peor, después de esos 2 minutos, no sabes cómo crean valor, ni cómo en esa empresa entra y entrará más dinero en la cuenta corriente del que sale…
Jeff Bezos es un líder empresarial, entre otras cosas, porque eliminó los PowerPoint y los mega informes y presentaciones tediosas. Impuso en Amazon que todo problema (aunque fuera un problema de 1.000 millones de dólares) se tenía que poder explicar en 6 folios. Y esos folios deben tener la información relevante y la claridad en comunicación adecuada para que cualquier persona de la organización lo entienda. Que a Bezos se le reconozca en las escuelas de negocio por esto demuestra el nivel en el que nos movemos aún. Lo mismo le ocurre a Warren Buffet. Sus cartas a los accionistas explicando sus decisiones de inversión rayan la perfección de la sencillez.
Una verdadera revolución organizativa, quizás está en las raíces de un nuevo management en ebullición, es colocar a la comunicación y a la pedagogía en un lugar crítico como profesionales. Especializarse, aprender lo máximo, enredarte en lo complejo —incluso rozando lo obsesivo—, pero también saber hacer partícipes a los demás. La comunicación una de las divisas más productivas del ser humano y está en cada rincón de lo que creamos. Y no lo olvidemos, esa divisa sólo gana valor con el tiempo.
Quiero acabar poniéndole un poco de humor —aunque igual es triste pero contado muy bien—. El otro día me llegó este vídeo del psiquiatra Luis Gutiérrez Rojas sobre cómo usan los jóvenes el lenguaje. Por favor, no te vayas de este artículo sin pasar por él 🙂