Reset es mi palabra. Y quiero empezar con la cita de un grande, F. Scott Fitzgerald: “Hablo con la autoridad que da el fracaso” .
Hoy, 25 de febrero, es mi cumpleaños. Me tocan 47 años, 17.167 días, algo más, si todo va bien, de media vida. Y, como siempre, me paro a pensar. Porque toca resetear. Porque todo podría ser perfecto y debemos ver las cosas como son y no como la montaña que imaginamos.
A la salida de los cuarenta y seis, y a las puertas de los cuarenta y siete, os regalo una reflexión. Porque cuando nuestras costumbres podrían ser llamadas vicios, cuando las inercias no nos llevan a nada bueno y volvemos a tropezar por enésima vez con la misma piedra… es necesario empezar de nuevo.
Os invito a hacer un reset de verdad en vuestras vidas. A que abráis los ojos y ver el mundo como si acabaran de fundarlo, como si fuésemos su primer habitante y pudiésemos estrenarlo. Nuestros ojos, velados, normalmente por las cataratas de lo cotidiano, podrían en ese momento descubrir de nuevo que el cielo es azul. Pero que es un cielo de cientos de azules al mismo tiempo. O que las nubes grises que lo encapotan no son grises, sino que muestran gamas sutiles que van del gris rosado al gris plomizo, y de éste al negro nubarrón.
Un reset nos permite ver, pero ver de verdad, a esa persona que está permanentemente en nuestro corazón y presente en nuestras vidas. Gracias a ese reset apreciaremos, como antaño, ese levísimo pliegue que se forma junto a las comisuras de sus labios cuando sonríe. El brillo que centellea en sus ojos al mirarnos. Sacar todo el partido a ese momento extraordinario que ya no vemos, en el que no nos fijamos. Y que ocurre cuando nuestras miradas se encuentran y responden a ese encuentro. Porque entonces podríamos alargar el instante, disfrutándolo. Prolongado, el cruce de miradas, nos permite ascender al paraíso. Porque en esas miradas ha desaparecido de repente la soledad.
Un reset en el trabajo haría posible que ese problema enquistado que no hay modo de resolver apareciese en su verdadera dimensión. No solo menor de lo que solemos creer, sino sobre todo algo perfectamente soluble gracias a que ahora lo vemos con distancia. Desde nuestra socorrida atalaya, en lugar de chocar violentamente con él.
Demasiado a menudo estamos ciegamente seguros de cómo son las cosas. Da igual que sean las relaciones con otras personas o el complejo estado del mundo. Ante el conflicto sólo sabemos estallar, maldecir a los demás y maldecirnos a nosotros. Porque no vemos lo que en realidad ocurre, sólo el problema agigantado erigiéndose como una montaña elevadísima que impide nuestro camino.
Si por un instante lo viésemos en su auténtica dimensión, veríamos que a un lado del obstáculo hay una pequeña brecha, un pasadizo secreto estrecho, pero suficiente para dejar que nos colemos por ahí. Podríamos descubrir pronto que hay otro lado, que el panorama se puede despejar, que, si sorteamos el problema, este ya no es tan imposible y descubrimos que podemos de nuevo respirar hondo. Hay perspectivas que se abren donde todo parecía cerrado a cal y canto, para siempre jamás.
No hay júbilo comparable al que sentimos cuando notamos que estamos al comienzo de algo y en ese empezar de cero descubrimos que todo podría ser perfecto. Que la vida es joven, que el futuro es prometedor, que podemos volver a aprender una vez hemos desaprendido radicalmente.
No hay palabra más prometedora que ‘comienzo’. Porque significa nacer, debutar, iniciar lo que sea tras habernos desprendido del peso a veces paralizante de lo que sabemos, de lo que creemos saber, de todos los prejuicios, de todo lo que agarrota nuestra capacidad de pensar.
A lo largo de la vida se van decantando en nuestros sistemas mentales toda suerte de elementos procedentes de la experiencia y de nuestro choque con la vida, con las cosas. Muchos de esos elementos no tienen ninguna base seria. Se han ido consolidando como preconceptos, pero no son fruto de la reflexión profunda sino de la ‘reacción epidérmica’. Si pudiéramos librarnos de todo ese lastre, cuyo prestigio interior carece de fundamento, seguramente se nos abrirían las puertas del cielo.
Eso son las revoluciones en la historia. Puntos y aparte tras los que volver a empezar. A menudo nuestras vidas se beneficiarían mucho de esos renacimientos posibles.
Pensadlo. Feliz reset y que, cuando os toque, cumpláis muchos más.