En las últimas semanas he impartido conferencias sobre tendencias globales y su impacto en la política, economía y ciudadanía. Vivimos tiempos confusos y volátiles, con crisis más agudas y cambios rápidos.
En menos de una década, hemos experimentado una pandemia global, una guerra en el corazón de Europa, y una revolución tecnológica que está transformando las industrias, los mercados y la sociedad a una velocidad vertiginosa.
No obstante, bajo los acontecimientos visibles y las urgencias cotidianas, subsisten cuatro grandes fuerzas que configuran el devenir global:
- la geopolítica,
- la demografía,
- la tecnología
- y el medio ambiente.
Como escribimos en su día, estas grandes dinámicas, como en la tectónica de placas, se expanden, deslizan y superponen. Su fricción o choque generan ondas sísmicas de enorme energía, provocando terremotos y alterando para siempre la configuración del planeta. Estas fuerzas no solo determinan el presente, sino la forma de enfrentarnos al futuro. A lo largo de este artículo exploraremos cómo.
Del orden estable al caos incierto
Para entender mejor cómo ha cambiado el mundo desde la Segunda Guerra Mundial hasta hoy, me gusta hacer una analogía con dos modelos clave en la física:
- el modelo atómico de Bohr
- y el principio de incertidumbre de Heisenberg.
El orden mundial surgido tras la Segunda Guerra Mundial, basado en reglas e instituciones multilaterales como la ONU, FMI, Banco Mundial y OMC, estaba mejor definido y era más comprensible que el actual.
En física, el modelo de Bohr presentaba un núcleo atómico formado por protones y neutrones y unos electrones situados en órbitas definidas. Los saltos de órbita implicaban la liberación o absorción de energía y determinaban las interacciones atómicas.
Análogamente, en el ámbito geopolítico de la postguerra, cada país tenía un rol claro en el sistema internacional, con esferas de influencia bien definidas, no exentas de tensiones. Este orden proporcionaba cierta estabilidad y previsibilidad en las relaciones internacionales, y es el que facilitó la explosión globalizadora vivida en la segunda mitad del siglo pasado.
Sin embargo, en el mundo actual, hemos pasado de la certeza de Bohr al principio de incertidumbre de Heisenberg, donde la posición y la velocidad de una partícula no pueden ser determinadas con precisión al mismo tiempo. De modo similar, las dinámicas globales actuales son mucho más difíciles de prever.
La creciente pulsión estratégica entre potencias, los cambios demográficos, el auge de nuevas tecnologías y la competencia por los recursos en un medio natural cada vez más explotado generan un entorno donde el caos y la incertidumbre son la norma.
Al igual que en la física cuántica, lo que antes era previsible ahora está lleno de incertidumbre: no podemos conocer con exactitud el rumbo que tomará el mundo, pero sabemos que los cambios serán profundos e implacables.
Trabajamos con nubes de probabilidades, no con certezas.
Geopolítica: más polarización, más conflictividad, menos cooperación
Hablar de geopolítica en 2024 es inevitablemente hablar de tensiones. La rivalidad entre Estados Unidos, China y Rusia y sus respectivos satélites geopolíticos marca un cambio radical en el panorama internacional.
El realismo político ha resurgido con fuerza, y la competencia entre grandes potencias se ha vuelto más aguda; el conflicto se impone a la cooperación, y comprobamos cómo la globalización es un fenómeno perfectamente reversible.
En este sentido, la invasión rusa a Ucrania en 2022 supuso un punto de inflexión. Este conflicto no solo desató una crisis humanitaria, energética e inflacionaria, sino que también alteró las dinámicas de poder en Europa y el mundo.
Rusia, al igual que en épocas pasadas, volvió a ser percibida como una amenaza directa e inminente por sus vecinos europeos.
Las sanciones impuestas por Estados Unidos y la Unión Europea, junto con el apoyo militar a Ucrania, marcaron el inicio de una nueva fase de competencia estratégica.
Por otro lado, China continúa empeñada en su ascenso como superpotencia, pero su relación con Estados Unidos se ha deteriorado. Las tensiones sobre Taiwán, las disputas en el mar del Sur de China y la competencia por la supremacía tecnológica han puesto a las dos economías más grandes del mundo en un estado de confrontación permanente en el ámbito tecnológico, económico y militar.
En 2024, las sanciones a empresas tecnológicas chinas, las restricciones en la exportación de semiconductores y la imposición de aranceles han exacerbado esta tensión.
China ha respondido invirtiendo más de 1,4 billones de dólares en su autosuficiencia tecnológica y amenaza a si vez con represalias económicas, entre ellas la utilización de los suministros clave como arma estratégica.
Esta nueva configuración geopolítica tiene efectos directos en la economía mundial. Las cadenas de suministro globales, que antes se daban por sentadas, ahora son cada vez más frágiles. gobiernos y empresas buscan diversificar sus proveedores, en un intento por reducir la dependencia de un solo país. Pasamos del “just in time” al “just in case”. Esto, sin embargo, no es fácil ni rápido. Reestructurar dichas cadenas de suministro requiere tiempo y recursos que muchas empresas no pueden o no están dispuestas a invertir.
En este contexto, Europa busca redefinir su papel. La «autonomía estratégica» de la que tanto se habla en Bruselas refleja una necesidad urgente de no depender de terceros, ni para su defensa ni para su tecnología.
La Unión Europea ha comenzado a fortalecer su infraestructura digital y su industria de defensa, pero sigue enfrentándose a grandes desafíos internos, como la cohesión política entre sus miembros, el exceso de burocracia y la ineficiencia fiscal. Se reacciona mal y tarde, a remolque de los acontecimientos.
Además de los conflictos evidentes, como la guerra en Ucrania, hay otros focos de tensión que amenazan con escalar y que tienen potenciales efectos globales.
Oriente Medio es un polvorín, con Israel sumido en una guerra regional contra actores no estatales (Hamás, Hezbolá, los hutíes de Yemen) sustentados por terceros países (Irán).
La creciente presencia militar de Estados Unidos en el Pacífico frente a la presión China sobre Taiwán, y el apoyo del gigante asiático y de Rusia a gobiernos autoritarios en África y América Latina, han creado un caldo de cultivo perfecto para futuras disputas.
Los regímenes iliberales continúan desafiando las normas internacionales, apoyando campañas de desinformación y alimentando los movimientos radicales en Europa y otros lugares del mundo. Y ya no tenemos gendarmes globales.
Demografía: un mundo en desequilibrio
Si la geopolítica cambia rápidamente, la demografía lo hace de manera lenta pero implacable. La población mundial está envejeciendo de manera irreversible, con más personas viviendo más tiempo y con menos nacimientos. Se trata un fenómeno global, que afecta tanto a economías ricas como de riqueza media.
Se espera que la población de 65 años o más pase de 761 millones en 2021 a 1600 millones en 2050. Las personas de 80 años o más están aumentando incluso más rápido.
Europa y Japón son claros ejemplos de economías que enfrentan serios desafíos debido a la disminución de la natalidad y el aumento de la esperanza de vida.
¿Cómo se verán nuestras ciudades y economías cuando un cuarto de la población global (un tercio en economías desarrolladas) tenga más de 65 años?
Este envejecimiento poblacional implica que habrá menos personas en edad de trabajar, lo que ejercerá una gran presión sobre los sistemas de pensiones y de salud. También supone un crecimiento económico más lento, en parte porque la población activa está disminuyendo, de no existir un flujo migratorio cualificado o una mejora de la productividad vía tecnología que compense dicha disminución. Y eso nos lleva al otro extremo del espectro.
Países en desarrollo como los de África subsahariana experimentan un crecimiento poblacional acelerado.
En 2024, se estima que más del 60% de la población africana es menor de 25 años.
La presión migratoria hacia los países ricos es inevitable, y no solo por motivos demográficos: las desigualdades económicas, los conflictos, los estados inestables o fallidos y los eventos climáticos son también factores clave. Decenas de millones de personas se desplazarán en el mundo debido a ellos.
Europa, en concreto, se enfrenta a un dilema: necesita inmigrantes para mantener su economía en funcionamiento (el caso de España es paradigmático al respecto), pero al mismo tiempo, las tensiones sociales y políticas que genera la inmigración masiva, especialmente la irregular, han alimentado el auge de movimientos populistas y antiinmigración.
Los países receptores se enfrentan pues al desafío de integrar a los migrantes en sus economías y sociedades. Esto requiere políticas diferenciadas, ya que estamos ante un fenómeno multidimensional.
- Por una parte, aquellas que promuevan la inclusión y que maximicen los beneficios de la inmigración regulada, como el acceso al mercado laboral y el reconocimiento de cualificaciones profesionales.
- Pero también es necesario abordar los problemas de seguridad que genera la migración irregular y los factores estructurales que la propician, como los conflictos, el clima extremo y la falta de oportunidades económicas en los países de origen. Un complejísimo coctel.
Tecnología: transformación Acelerada
Si bien la demografía es una fuerza imparable, la tecnología es una fuerza explosiva. En los últimos años, hemos sido testigos de un avance sin precedentes. Desde la inteligencia artificial, la automatización, el blockchain, la computación cuántica hasta la biotecnología, el impacto de estas tecnologías emergentes está redefiniendo cada sector de la economía y de la sociedad.
En 2024, la inteligencia artificial generativa ya ha pasado de ser una curiosidad para convertirse en una herramienta esencial en industrias tan variadas como la manufactura, la medicina y las finanzas. Por su parte, la automatización, combinada con la IA, está transformando los mercados laborales.
Las tareas repetitivas y rutinarias están siendo progresivamente sustituidas por sistemas automatizados. Esto ha generado preocupación sobre el impacto que tendrá en el empleo: ya se espera que más del 50% de las tareas laborales actuales puedan ser automatizadas en los próximos años.
Sin embargo, esta transformación también abre nuevas oportunidades. Los trabajos que requieren habilidades creativas, de análisis crítico y de interacción con tecnologías avanzadas serán más demandados.
El desafío es asegurarse de que la educación y la formación profesional estén alineadas con las necesidades de esta nueva economía (inversión en capital humano).
Un dato relevante al respecto: en los últimos 25 años, la inversión en capital por trabajador ha crecido un 10% en términos reales en Europa Occidental, un 50% en Norteamérica y un 700% en China.
A su vez, debemos asegurar que se mantenga una red de protección social para las personas desplazadas por esta oleada tecnológica (inversión en protección social). Las implicaciones de futuro resultan evidentes sin más explicaciones.
En definitiva, la rápida adopción de tecnologías disruptivas está transformando los modos sociales y los modelos de negocio tradicionales. Las administraciones y empresas que no se adapten a este nuevo entorno corren el riesgo retrasarse sin remedio en la carrera por la competitividad global. No obstante, hay que evitar la implantación atropellada y oportunista.
Subirse al carro tecnológico sin conocer los procesos internos y evaluar el valor añadido que proporciona cada uno de esos avances en cada organización acaba suponiendo un desperdicio inasumible de recursos en un entorno ya muy tensionado. La tecnología es un medio, no un fin en sí mismo.
Cierro este apartado con unas cuestiones claves para la reflexión: ¿Cómo reconciliamos este fenómeno en las sociedades avanzadas con el envejecimiento de la población y los flujos migratorios que hemos descrito? ¿Tenemos capacidad y criterio para aprovechar todo el potencial de estas nuevas tecnologías o nos quedaremos atrás?
Medio ambiente y acceso a los recursos: un desafío global
La explotación del medio ambiente y los recursos naturales necesarios para mantener el crecimiento y despegue tecnológico globales es una cuestión prioritaria y con implicaciones estratégicas, económicas y sociales de primer orden.
En 2024, la transición hacia las energías renovables parece más urgente que nunca, pero también mucho más compleja de lo que los dirigentes políticos pretenden hacernos creer. Aunque los avances tecnológicos en energías limpias son impresionantes, la implementación masiva enfrenta numerosos obstáculos.
- En primer lugar, la transición energética global requiere grandes cantidades de materiales como el litio, el cobre, el cobalto y las tierras raras.
Estos materiales son esenciales para la fabricación de baterías, turbinas eólicas y paneles solares, elementos imprescindibles para la electrificación del transporte y la generación de energía renovable. Sin embargo, la extracción y refino de estos recursos están concentradas en unos pocos países, lo que genera una nueva dependencia geopolítica.
China, por ejemplo, controla gran parte de la producción de tierras raras y litio, lo que plantea riesgos para la estabilidad de las cadenas de suministro. La «weaponización» de estos recursos podría convertirse en un punto crítico de la geopolítica en los próximos años, ya que los países compiten por asegurarse el acceso a estos materiales esenciales.
En 2024, casi el 30% del comercio mundial de baterías de iones de litio y células fotovoltaicas se realiza entre economías geopolíticamente distantes, lo que incrementa el riesgo para la seguridad de suministro.
- Otro elemento cada vez más escaso es el agua. El aumento de las temperaturas globales ha provocado que muchas partes del mundo enfrenten sequías severas, mientras que otras regiones sufren inundaciones devastadoras.
Esto no solo afecta la producción agrícola, sino que también pone en riesgo el suministro de agua potable y aumenta las tensiones geopolíticas. Un ejemplo claro es la disputa entre Etiopía y Egipto por la Gran Presa del Renacimiento Etíope, que amenaza con desestabilizar aún más la región.
Los países que ya enfrentan tensiones internas por el crecimiento demográfico y la falta de recursos verán agravados estos problemas a medida que los eventos climáticos se vayan extendiendo: las migraciones climáticas se multiplicarán en los próximos años.
No debemos obviar, finalmente, el impacto de la transición ecológica sobre los países o los ciudadanos con menos recursos. Una sostenibilidad bien entendida y posible debe contemplar necesariamente tres dimensiones concurrentes: las medidas para proteger el medio ambiente deben ser:
- socialmente soportables,
- equitativas en su impacto sobre los más desfavorecidos,
- y económicamente viables, no sujetas a la subvención perpetua.
Conexiones y fricciones
Como hemos apuntado en la introducción, estas fuerzas están profundamente interconectadas. La competencia geopolítica por los recursos necesarios para la tecnología y la transición energética está directamente relacionada con las tensiones internacionales.
Las innovaciones tecnológicas, si bien ofrecen soluciones a muchos de los problemas ambientales, también son fuente de disrupción y competencia. Lo que ocurre en una de ellas tiene efectos directos e indirectos en las demás.
La fricción entre la geopolítica, la tecnología, el medio ambiente y la demografía es continua, y el equilibrio entre ellas determinará nuestro futuro.
Pongamos un ejemplo concreto sobre cómo funcionan estos mecanismos:
- la demanda de baterías para vehículos eléctricos está impulsando la minería intensiva de litio en lugares como América Latina.
- Esto genera tensiones entre la necesidad de desarrollo económico y la preservación del medio ambiente.
- Al mismo tiempo, la automatización y el uso de inteligencia artificial en la industria minera están transformando el trabajo, pero también desplazando a trabajadores que no tienen las habilidades para adaptarse a estas nuevas tecnologías.
Merece la pena abundar un poco más en estas interacciones con algunos ejemplos adicionales.
- Geopolítica y tecnología: la competencia geopolítica por el dominio tecnológico se ha intensificado.
Estados Unidos y China, las dos principales superpotencias, están en una carrera para dominar sectores clave como los semiconductores, la inteligencia artificial y las energías renovables.
Esta competencia se está extendiendo a otras naciones, creando alianzas estratégicas basadas en la tecnología. Sin embargo, el acceso a estos avances está determinado no solo por la capacidad tecnológica de un país, sino también por su posición geopolítica y económica.
Las instituciones globales, como la ONU, el FMI y el Banco Mundial, enfrentan el desafío de actualizarse para gestionar un mundo que cambia rápidamente. Sin embargo, la creciente polarización política y el debilitamiento de estas instituciones han dificultado su capacidad de respuesta. Reformar estos organismos para adaptarse a los nuevos desafíos geopolíticos y ambientales será clave para mantener la estabilidad internacional.
- Medio ambiente y tecnología: la presión sobre el medio ambiente está acelerando la innovación tecnológica.
Las energías renovables, los sistemas de almacenamiento de energía y las redes eléctricas inteligentes son tecnologías clave para la sostenibilidad ambiental. Pero el acceso a los materiales necesarios para estas tecnologías, como hemos visto, está generando nuevas dependencias geopolíticas y tensiones en los mercados globales.
- Demografía y geopolítica: las regiones con poblaciones envejecidas, como Europa y Japón, enfrentan presiones económicas debido a la disminución de su fuerza laboral y al aumento del gasto social.
Esto obliga a los gobiernos a redefinir sus políticas internas y de inmigración, pero también sus alianzas y estrategias internacionales. Los países con poblaciones jóvenes y en crecimiento, como India y varias naciones africanas, están en una posición demográfica favorable, pero necesitan inversiones para convertir ese potencial en crecimiento económico real.
- Demografía y tecnología: a nivel social, la tecnología también afecta cómo manejamos los desafíos demográficos.
La automatización y la inteligencia artificial podrían ser la respuesta a la escasez de mano de obra en las economías envejecidas. Sin embargo, estas mismas tecnologías están desplazando empleos en sectores tradicionales, lo que genera tensiones en los países con una fuerza laboral joven y no cualificada.
El reto: cómo redistribuir las oportunidades tecnológicas para que beneficien al mayor número posible de población mundial.
- Medio ambiente y demografía: los efectos del clima en la demografía se hacen más evidentes.
Las regiones con un rápido crecimiento poblacional son las más vulnerables a los impactos climáticos, como la escasez de agua, la inseguridad alimentaria y los desplazamientos forzados.
Habilidades Necesarias para el Nuevo Entorno Global
Frente a este escenario de cambio acelerado y disrupción, la pregunta clave es: ¿cómo podemos prepararnos?
Las habilidades que nos habilitaron para gestionar el mundo de ayer ya no son suficientes en el mundo de hoy, y mucho menos en el de mañana.
Para navegar en este futuro incierto, se necesitarán nuevas competencias, algunas de las cuales ya están siendo demandadas en el presente.
- Pensamiento crítico: el mundo se está volviendo más complejo, y la habilidad para analizar y evaluar información será crucial.
Enfrentar desafíos complejos, requiere capacidad de análisis y discernimiento crítico para tomar decisiones informadas.
- Adaptabilidad: en un entorno donde el cambio es la única constante, la capacidad de adaptarse a nuevas realidades será vital. Las personas deberán estar preparadas para ajustar su trayectoria profesional y adquirir nuevas competencias a lo largo de sus vidas.
La tolerancia a la frustración resultará clave para enfrentarse a los reveses y desafíos que surgen en un mundo tan dinámico.
- Creatividad: en un mundo cada vez más automatizado, la creatividad humana es más valiosa que nunca. La capacidad para pensar de manera original y generar nuevas ideas será clave para impulsar la innovación en áreas como la tecnología, los negocios y la política. Las administraciones y empresas que no fomenten la creatividad en sus equipos corren el riesgo de quedarse atrás.
- Competencias tecnológicas avanzadas: la alfabetización digital será el nuevo requisito mínimo, mientras que las competencias avanzadas en áreas como la inteligencia artificial, el análisis de datos y la ciberseguridad estarán muy demandadas. Estas habilidades tecnológicas serán necesarias en todos los niveles y sectores.
- Ética y responsabilidad: a medida que la tecnología avanza, los dilemas éticos se volverán más frecuentes. ¿Cómo podemos asegurar que los nuevos avances beneficien a la sociedad en general y no solo a unos pocos? ¿Qué efectos no deseados pueden provocar las barreras tecnológicas y cognitivas que vamos superando?
La habilidad para tomar decisiones responsables y considerar las implicaciones éticas de nuestras acciones será crucial en todas las industrias y sectores. Para ello se necesitan principios y valores.
- Trabajo en equipo y colaboración global: en un mundo interconectado, la capacidad de trabajar con personas de diferentes culturas y geografías será esencial.
Las empresas y los gobiernos necesitarán líderes que puedan colaborar de manera efectiva en contextos internacionales para resolver problemas tanto globales como locales.
¿Estamos preparados para lo que viene?
Las cuatro grandes fuerzas que reconfiguran el mundo en 2024 —geopolítica, tecnología, demografía y medio ambiente— no se pueden detener. La pregunta ya no es si podemos o debemos enfrentarlas, sino si estamos preparados para gestionar su impacto de manera efectiva y justa.
- La demografía, como hemos visto, es una fuerza implacable que avanza lentamente, pero sus efectos son profundos. El envejecimiento de la población en los países desarrollados y el crecimiento acelerado en los países más pobres están creando un mundo desequilibrado.
¿Podrán las economías envejecidas encontrar formas de aprovechar el potencial de las economías jóvenes y viceversa?
La respuesta dependerá en gran medida de la capacidad de integrar la migración, fomentar el desarrollo global y preparar a las sociedades para estos cambios.
- La tecnología ofrece herramientas poderosas para resolver muchos de los problemas a los que nos enfrentamos. Desde la automatización del trabajo hasta la mitigación del cambio climático.
Pero también plantea preguntas difíciles sobre el futuro del empleo, la privacidad y la equidad. ¿Cómo podemos asegurarnos de que estas innovaciones beneficien a todos y no solo a unos pocos?
- En cuanto a la geopolítica, es muy probable que veamos un mundo más polarizado en los próximos años. Con las grandes potencias compitiendo por el liderazgo tecnológico y militar. La cooperación internacional, aunque necesaria, parece cada vez más difícil de lograr en este contexto.
Los conflictos por recursos y las tensiones políticas no desaparecerán pronto. La cooperación internacional, aunque cada vez más difícil, seguirá esencial para abordar problemas exceden con mucho el ámbito de las naciones. De lo contrario, declinaremos irremediablemente.
- Finalmente, la protección del medio ambiente y la explotación sostenible de los recursos exigen una respuesta global coordinada, pero a la vez justa, viable y soportable para la sociedad. No podemos permitirnos esperar a que las soluciones tecnológicas resuelvan todos los problemas. Los gobiernos, las empresas y los ciudadanos deben actuar para mitigar los peores efectos y adaptarse a un futuro donde los eventos climáticos serán más frecuentes.
- Las habilidades necesarias para navegar este entorno en constante cambio no se limitan a lo técnico. El pensamiento crítico, la adaptabilidad y la creatividad, serán esenciales para enfrentar los desafíos. Pero estas habilidades deben estar respaldadas por principios y valores, así como por una buena comprensión de las tendencias globales que hoy hemos analizado.
Vivimos en un mundo donde la tecnología avanza más rápido que la regulación, y donde las decisiones que tomamos hoy tendrán repercusiones en las generaciones futuras. Por eso la ética y la responsabilidad son dos pilares fundamentales.
El futuro no es un destino fijo, sino una construcción permanente, individual y colectiva. ¿Estaremos a la altura del desafío? Las decisiones que tomemos hoy definirán si somos protagonistas o meros espectadores en la reconfiguración de nuestro mundo.