Posiblemente una de las cosas más fascinantes del momento en que estamos es que nadie es capaz de predecir cómo será el mundo dentro de 5, 10 o 15 años. Las proyecciones, tanto económicas como sociales o de otro tipo, son incapaces de acertar en la mayoría de los casos. Y es que es tal la velocidad de cambio que estamos sufriendo (o disfrutando, según se mire) que cualquier bola de cristal está completamente desintonizada. El cambio es lo que define nuestra sociedad.
(Punto y aparte: Es fundamental que seamos capaces de ver el cambio desde distintas perspectivas para que nuestras empresas dispongan de todas las claves para hacer de él algo valioso para nuestras organizaciones. En ese sentido es interesante el 1er Foro de la Red de Consultoría Artesana (#ForoRedca) que se celebrará en Bilbao el próximo 5 de julio, con múltiples visiones y perspectivas del cambio y su impacto en las empresas. Seguimos)
Pero conviene preguntarse qué relaciones se generan en ese cambio, cómo afecta a los sistemas culturales donde se dan, cómo afecta a las personas y a las empresas. Me interesa conocer sobre todo hasta qué punto una sociedad como la occidental está predispuesta a asumir ese cambio y a adaptarse a él. ¿Son las empresas agentes del cambio en esa sociedad? ¿Están dispuestas a asumir una evolución que pueden no controlar? ¿Pueden adaptarse a él? Por supuesto, pretender dar respuesta a todas estas preguntas y otras que puedan surgir en un artículo es irreal, pero sí puedo dar algunas claves para centrar la reflexión. Y una de las primeras claves es utilizar la antropología cultural como lenguaje de investigación.
Esta elección ya tiene por sí misma un significado concreto, es decir, no es una elección inocente. Utilizar la antropología cultural supone colocar las empresas en un escenario más amplio que el meramente económico, supone asumir que las empresas están formadas por personas, que las personas se relacionan entre sí y que esas relaciones son algunas de las manifestaciones culturales que la antropología cultural estudia. Las empresas viven en un entorno en el que lo económico sólo es una parte del mismo, de modo que muchas de las claves para su comprensión se alejan de cuentas y balances. Las empresas no permanecen en entornos asépticos, sino que desarrollan sus actividades en sociedades con sus sistemas culturales propios que afectan y se ven afectados por todas las instituciones que los forman.
Dice Roger Keesing: “Las culturas son sistemas que sirven para relacionar a las comunidades humanas con sus entornos ecológicos” (ISBN 84-362-2845-6). Las formas de producción están fundamentadas en la necesidad de dar respuesta a la supervivencia en un entorno dado. Desde esta perspectiva la relación entre sistemas culturales y empresas es clara, pues ambos son una respuesta a un entorno determinado. Lo interesante aquí es averiguar qué grado de relación hay entre ambos, es decir, si el sistema cultural tiene poco o mucho que decir del sistema económico escogido, o es por el contrario el sistema económico el que determina qué instituciones culturales desarrollamos.
Antes de dar respuesta a esta cuestión volvamos a Keesing, que en el mismo libro referenciado dice lo siguiente: “Contemplados como sistemas adaptativos las culturas cambian en dirección a un equilibrio dentro de los ecosistemas. Pero cuando el equilibrio se sobrepasa debido a cambios sistémicos demográficos, ambientales, tecnológicos o de otro tipo, otros cambios de ajuste se ramifican a través del sistema cultural”. Es decir, las culturas van respondiendo a un ecosistema dado, cuando éste cambia la cultura se adapta a este cambio, pero también tiene en su seno la semilla de nuevos cambios posteriores.
La evolución cultural fue en un primer momento una mera respuesta a las necesidades que el entorno iba generando, pero con el dominio del espacio por parte del ser humano esta respuesta no fue en una dirección, sino que cada cambio cultural era potencialmente un nuevo cambio que conseguía una mejor adaptación al entorno, en ocasiones redefiniéndolo.
Veamos lo que dice uno de los antropólogos más influyentes del siglo pasado, Marvin Harris. Harris fue el creador del Materialismo Cultural, que básicamente venía a decir que toda manifestación cultural o religiosa no es sino una respuesta a las necesidades que en el individuo en sociedad crea el entorno. Uno de los ejemplos más claros está en el supuesto canibalismo de algunos pueblos americanos, como los mayas o aztecas. Estas civilizaciones vivían en entornos de densas selvas, con una deficiencia de proteína animal debido al poco tamaño general de los animales que vivían en ellas, lo que les obligó a desarrollar un modelo de canibalismo justificado culturalmente en torno a ritos religiosos. Con esto solventaban esa deficiencia proteínica de manera inconsciente a través de acciones culturales y religiosas, que al mismo tiempo conseguían la cohesión del pueblo.
Una aclaración antes de seguir. No creo en la asepsia científica y mucho menos en la filosófica o antropológica. Cualquier tipo de estudio o ciencia tiene teorías dispares y a veces contrapuestas, un investigador honesto creo que ha de asumir y reflexionar a partir de aquella teoría en la que cree. Personalmente estudié antropología desde el materialismo cultural, por lo que me siento muy identificado con ella, con las salvedades y evoluciones propias que el tiempo genera en cualquier teoría. Otros no estarán de acuerdo con este modelo de pensamiento, me parece lógico y correcto, pero no es el objeto de este artículo. Dicho esto, sigamos.
Veamos el siguiente gráfico que es una representación del materialismo cultural.
Para el materialismo cultural existe un Principio de Primacía de la Infraestructura, es decir, son las necesidades de producción y los problemas de la población los que definen tanto a la estructura como a la superestructura. Quiere ello decir que lo primero que busca el ser humano es, en cierto modo siguiendo a Maslow, la satisfacción de sus necesidades básicas, y para ello ha de tener en cuenta el ecosistema en el que está y cómo responder a esas necesidades con los elementos con los que cuenta. Esas respuestas, llamémoslas microeconómicas, generan una estructura a su imagen en forma de políticas sociales y económicas que en cierto modo lo que hacen es justificar la infraestructura. Al mismo tiempo esas necesidades y usos materiales crean una respuesta a modo de superestructura en forma de filosofías, ideas, principios, valores o creencias.
Más o menos el proceso de cambio iría en esta dirección.
De este modo es el entorno físico el que determina el sistema cultural que creamos, añadiendo al entorno físico la respuesta de supervivencia y desarrollo que le damos. El cambio es entonces un proceso lento, que sólo se genera cuando cambia algo en el ecosistema que nos obliga a dar una nueva respuesta a modo de infraestructura, y por ende con resultados en la estructura y la superestructura.
¿Pero de verdad ocurre así? ¿Estamos tan determinados por el entorno? La verdad es que no, porque se ha generado un fenómeno que no se contemplaba en el caso de las civilizaciones y pueblos antiguos: el ser humano dibuja, define y determina su entorno. Con la aparición de la Revolución Industrial, fundamentalmente, el ser humano empieza a controlar los recursos naturales, el ecosistema ya no es tan determinante porque él puede cambiar ese ecosistema. Resumiéndolo con una frase: En entornos urbanos es el modelo de negocio el que define el espacio, en los entornos rurales es el espacio el que define los modelos de negocio.
Lo que ha generado el creciente dominio del ecosistema es que se genere una dinámica en espiral y no unidireccional donde los cambios, que posiblemente eran inicialmente en la infraestructura, se localicen ahora en otras fases. Más o menos así.
Aquí vemos cómo hay una doble vía de cambio: una de la infraestructura hacia la superestructura, y otra de la superestructura hacia la infraestructura. Aunque creo que el materialismo cultural sigue siendo cierto en esencia, y hay una preponderancia de los cambios que se generan en las fases de infraestructura y estructura, la aparición de nuevas formas de lógica, por ejemplo, como es el caso de la lógica abductiva, establecen nuevos canales y dinámicas de cambio.
Estos nuevos ritmos y dinámicas de cambio son en muchos casos ejercicios de innovación que no hacen sino retroalimentar el dibujo del ecosistema por el ser humano, creando necesidades antes impensables que a su vez generan nuevas dinámicas innovadoras. El cambio, desde mi punto de vista, no es una realidad simple, con un origen determinado, sino que aparece en las sociedades actuales como un elemento complejo al que muchas empresas se adhieren y que otras rechazan, en ocasiones como parte de su política de mercado pero no como una respuesta a un ecosistema de necesidad. Los ecosistemas actuales no están pensados para satisfacer las bases de la Pirámide de Maslow, lo que hace que muchas empresas se conviertan agentes de cambio por sus deseos de encontrar nuevas formas de satisfacer las necesidades superiores.
El cambio ya ha dejado de ser un hecho raro y puntual, una respuesta a cambios externos a las sociedades, para formar parte de ellas y definirlas como elemento dinamizador de su evolución y su capacidad de innovación.
Sobre el autor:
Juan Sobejano
Fundador de Innodriven
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