Introducimos un concepto poco utilizado, pero clave, la autoeficacia. Pero antes, una pregunta: ¿Cuál es la primera señal de civilización en una cultura? Esta fue la pregunta de una estudiante a la antropóloga Margaret Mead. La estudiante esperaba que la antropóloga hablara de anzuelos, cuencos de arcilla o piedras para afilar, pero no.
La antropóloga Margaret Mead sentenció que el primer signo de civilización es la prueba de una persona con un fémur roto y curado.
Mead explicó que entre los animales, el que se rompe la pata muere. Nadie se la cura y no puede sobrevivir el tiempo suficiente para que el hueso sane. Con la pata rota no puede huir de ser devorado por sus depredadores. Ni siquiera puede ir al río a beber agua o a cazar para alimentarse. La prueba de un fémur roto curado es la señal inequívoca de que alguien se tomó el tiempo para quedarse con el que cayó, curar su herida, ponerlo a salvo y cuidarlo hasta que se recupere y pueda valerse por sí mismo.
«Ayudar a alguien a atravesar la dificultad es el punto de partida de la civilización», explicó Margaret Mead.
Nuestra salud emocional se erosiona
Nuestros problemas actuales no son los fémures rotos sino muchas vidas que se están resquebrajando, quebrando y rompiendo. La salud emocional y mental se está erosionando de forma paulatina en nuestra sociedad debido a los altos niveles de estrés provocados por la presión constante del cambio, la incertidumbre, las crisis y otros muchos factores.
Ya en 1994 el psicólogo estadounidense y profesor en Harvard, Rober Kegan, nos advertía en su libro “Desbordados” que entre la mitad y los dos tercios de la población adulta se encuentra metalmente excedida para responder a las demandas del entorno y las exigencias de la vida actual porque nuestras mentes no han sido preparadas para ello.
Esta situación nos produce un malestar emocional continuado que nos está haciendo languidecer, en palabras del sociólogo Corey Keyes: falta de ánimo, agotamiento, sentimiento de no tener un rumbo claro, sensación de estancamiento.
Todo ello genera una fatiga mental cada vez más difícil de manejar que nos lleva a un estado de entropía psíquica: incertidumbre y ansiedad que afecta a nuestra mente, desordenando nuestra conciencia sin que podamos pensar y decidir con claridad, como describió Mihaly Csikszentmihalyi.
El estrés, arma de destrucción mental
Las consecuencias las encontramos por todas partes, afectan a nuestra calidad de vida, nuestra salud y hasta la propia existencia, y cada vez los datos son más alarmantes[2]:
Estrés: 8 de cada 10 personas en el mundo consideran estar estresadas. La situación de malestar en el trabajo es tal que en mayo de 2019, la OMS reconocía oficialmente como enfermedad el ‘burnout’ o ‘desgaste profesional’. El estrés tiene importantes consecuencias en nuestra salud:cardiopatías, trastornos digestivos, hipertensión y dolor de cabeza, trastornos músculo-esqueléticos como lumbalgias, 58% más probabilidades de sufrir una isquemia y 22% más de hemorragia cerebral. |
Aumento de las adicciones: alrededor de 269 millones de personas usaron drogas en todo el mundo durante el 2018 En 10 años ha aumentado el consumo de drogas un 30%. Más de 35 millones de personas sufren trastornos por el uso de drogas. El consumo de alcohol ha aumentado a nivel mundial en un 70% desde 1990. En los dos últimos años se ha producido un aumento del 52% de los casos de ludopatía. |
Depresión: afecta a 264 millones de personas y es una de las principales causas de discapacidad. |
Suicidios: Cada año se suicidan cerca de 800 000 personas. En 2016 fue la segunda causa principal de defunción entre las personas de 15 a 29 años en todo el mundo. |
El contexto en el que nos está tocando vivir no nos lo pone fácil: es volátil, incierto, cambiante y ambiguo (VUCA), además de turbulento (TUNA) y plagado de situaciones que no solo son difíciles de predecir y comprender, sino que son caóticas, completamente impredecibles e incomprensibles (BANI). Lo que más inseguridad nos provoca a las personas y más vulnerables nos hace sentir es el desorden mental.
Cuidarnos es ordenar nuestro mundo interno
Cuidarnos no es curar fémures rotos sino ayudar a las personas a desarrollar la capacidad de ordenar su mundo interno y la realidad externa en la que viven. Para que puedan comprenderse y comprenderlo mejor y tomar decisiones que le permitan afrontar las demandas del entorno sin comprometer sus aspiraciones futuras y su bienestar. Porque comprender es un acto personal, nadie puede hacerlo por nosotros.
El gran reto de la sociedad contemporánea es reducir la brecha existente entre las demandas y expectativas del entorno y la capacidad mental para afrontarlas.
Cuidarnos es ayudar a crear comprensión y comprendernos, algo que se logra a través de la construcción de relaciones y conversaciones empáticas, profundas, cercanas e inteligentes. Conversaciones en las que nos convertirnos en socios pensantes de nuestros semejantes. En seres humanos que ayudan a otros a pensar mejor por sí mismos para que puedan hacer posible su mundo ideal en el mundo real.
Mejorar la calidad de nuestras conversaciones para mejorar nuestra capacidad de comprensión y decisión es la mejor ayuda que hoy nos podemos prestar.
El valor de conversar
Debemos recuperar el valor de conversar. Cuidarnos a través de prestarnos atención al escucharnos, comprendernos, ayudarnos a lograr el equilibrio emocional y la claridad mental que son necesarios para tomar el control de nuestras vidas. Construir y cultivar este tipo de conversaciones y relaciones es hacer realidad la ética del cuidado y la responsabilidad, que tanto ha defendido Carol Gilligan, y que hace realidad la humanidad y el sentido de civilización. Esta es una de las razones por las que promuevo el desarrollo de la inteligencia relacional y conversacional a través del mentoring.
Las conversaciones que impulsa la práctica del mentoring son conversaciones que ordenan, activan, estimulan, inspiran, crean y nutren. Conversaciones que nos ayudan a recuperarnos del desánimo, la apatía, el estrés, el estancamiento, que nos llevan de un estado de entropía psíquica a otro de flujo vital. Y lo hacen convirtiendo a las personas en creyentes, fortaleciendo su autoeficacia individual.
Porque cuando creemos, creamos, construimos futuro y nos convertimos en activistas del cambio.
La autoeficacia como concepto crítico
Albert Bandura (1999) ha definido la autoeficacia como la creencia de una persona respecto a su propia competencia para realizar una actividad de un modo razonablemente aceptable. La autoeficacia es una creencia potenciadora, movilizadora, activadora y empoderante.
Creer que podemos hacer algo, que tenemos capacidad para intervenir en el entorno y lograr el resultado deseado nos convierte en creyentes, activa nuestra confianza y nuestra fe. Es una creencia basada en la reflexión sobre la experiencia propia, sobre nuestras acciones y resultados que nos revela lo que somos capaces de hacer y lograr. Conocer cuáles son nuestras fortalezas, habilidades y recursos.
“La gente cree sólo lo que ve” decía Henry David Thoreau. De ahí que las conversaciones basadas en halagos, la motivación externa a base de reconocimientos vacíos de argumentación, desconectados de los hechos y la experiencia real, no refuercen la autoeficacia, ni la confianza, ni la seguridad.
Las personas nos hacemos creyentes por dos vías: la de la fe y la de los hechos. Si ambas están unidas, más potentes serán nuestras creencias de eficacia. La fe la proporciona el propósito y los hechos nuestras acciones y resultados.
¿Cómo se promueve la autoeficacia?
La autoeficacia se promueve a través de un circuito conversacional que comienza con el propósito y finaliza con la acción y el autofeedback o práctica reflexiva.
1.- Propósito: conversaciones que nos conectan a nuestro propósito vital para convertirlo en una imagen potente que nos activa energéticamente.
Mi madre solía repetirme, desde muy pequeña, “hija ten fe, que la fe mueve montañas”. Y solía aclarar que la “fe es creer en lo que no vemos”. Para algunos es un Dios, pero también puede ser un propósito, o ambas cosas. Porque este último también aporta fe, confianza, certeza, seguridad, esperanza, coraje, motivación y voluntad.
Tenemos fe en él porque representa nuestros valores, el ideal del mundo en el que creemos y queremos hacer realidad. Una fe que nos hace sentir y creer que merece la pena luchar por ello, a pesar de los miedos, los obstáculos, las circunstancias y las incomprensiones.
Cuando formulamos nuestro propósito le ponemos foco a la vida, la iluminamos, es el faro que nos guía por ella, para establecer objetivos, para aprender, para tomar decisiones y transformarlas en acciones.
2.- Metas y acciones tangibles: Con el tiempo he descubierto que la fe del propósito sí se puede ver. Se puede materializar a través de su concreción en metas y objetivos. Que sean tangibles, viables y encajen con quienes somos.
Y que todo ello se puede hacer realidad si nos centramos en aprender y mejorar en aquello que es necesario para lograrlo y no nos distraemos con cantos de sirenas, modas y promesas facilonas.
La autoeficacia personal, creer que podemos, nace de conversaciones centradas en las experiencias de dominio, de las acciones que ponemos en práctica y tienen resultados exitosos, es decir, nos acercan al logro de nuestro objetivo.
Con cada una de esas acciones sentimos que estamos realizando nuestro propósito, aumenta nuestra fe y nuestra esperanza, nuestra motivación y voluntad para seguir perseverando, para ir a más, para superarnos.
3.- Práctica reflexiva: una buena conversación ayuda a convertir la experiencia en una fuente de aprendizaje y autoeficacia individual a través de la práctica reflexiva.
Es en ellas donde la persona comienza a descubrir su poder a través de sus actos, de los resultados que producen, los cambios que pueden operar y las contribuciones y aportaciones a las que dan lugar. Con todo ello, además, aprendemos cómo hacerlo mejor en el futuro, y cómo realizar nuestro propósito de forma más óptima.
El circuito conversacional
Si manejamos en nuestro día a día este circuito conversacional se elevarán las creencias de autoeficacia individual, se renovará la fe en nuestro propósito, en nosotros mismos y en los demás. Cuando plantamos la semilla de la autoeficacia individual en una persona estamos cultivando el jardín de la autoeficacia colectiva.
Cuando alguien cree que merece la pena investigar la fuga sangrante de capitales hacia paraísos fiscales —porque es dinero que se está dejando de aportar para contribuir a la mejora de infraestructuras, servicios sociales, lucha contra la pobreza, mejora de la salud— resulta que se movilizan a más de 600 periodistas dando lugar a la mayor colaboración periodística de la historia. Han examinado durante 2 años 11,9 millones de archivos y puesto en evidencia —y tras la pista de las autoridades— a quienes con sus actos defraudan a sus países, sus conciudadanos y la sociedad en su conjunto.
Cuando la falta de autoeficacia individual se apodera de nosotros desarrollamos un sentimiento de impotencia que opera como un virus social. No podemos hacer nada contra la corrupción, contra la violación de la privacidad de facebook o contra las imposiciones de whatsapp. Esa impotencia nos acaba corroyendo y acabamos en la desmoralización. Algo así como especie de acedia colectiva. Como argumenta Antonio Gutiérrez Rubi: un malestar que afecta al ánimo, a la percepción y la reacción frente a las dificultades o adversidades, una especie de resignación que nos aísla y nos llena de desesperanza.
El mejor antídoto contra todo ello es la fe en nuestro propósito y en nuestro talento para hacerlo realidad.
Las personas que mejoran el mundo no se distinguen por sus títulos académicos y su cuenta bancaria. Sino por su fe, su coraje y su voluntad. Todas ellas se construyen a través de potenciar en la vida el Factor PHR: Pensar, Hacer, Reflexionar.
- Pensar: ¿A qué puedo contribuir o mejorar? ¿Cómo voy a hacerlo?
- Hacer: Actuar con conocimiento de causa o propósito.
- Reflexionar: ¿Qué he logrado, qué he aportado, que he aprendido?¿Qué puedo hacer mejor en el futuro para hacer realidad mi propósito?
El hacer reflexivo que mejora nuestra autoeficacia
Este hacer reflexivo, estas conversaciones compartidas para incrementar nuestra autoeficacia, nos ayudan a hacernos conscientes del poder e influencia que tenemos. Y con ella generar cambios a nuestro alrededor. También de la fuerza del ejemplo para inspirar y movilizar a otros en torno a propósitos comunes.
El propósito no solo hace al líder, también hace a los seguidores, el propósito une causas, moviliza voluntades, crea cambios, transforma sociedades. El propósito crea vínculos de pertenencia porque las personas se conectan y unen fuerzas transcendiendo sexo, edad, género, raza, etnia u origen.
En 1989 miles de personas se unieron durante semanas para derribar el Muro de Berlín. En 2021 el Chef Asturiano José Andrés, logró movilizar a más de 40 voluntarios en La Palma. Distribuyó diariamente entre 1.000 y 1.200 menús entre los afectados y servicios de emergencias durante semanas. Entre ambos hechos hay 32 años de diferencia y muchas son las cosas que han cambiado.
Sigue habiendo una que permanece inalterable: la capacidad del ser humano para transformar la realidad y construir el futuro. Cuando alguien cree en un propósito, se compromete con él, da un paso al frente y logra movilizar a otros que también creen.
¿Héroes o creyentes?
Tendemos a ver a estas personas como héroes pero en realidad son creyentes. Creen en una causa, en un propósito, en su bondad, en la necesidad de hacerlo realidad. Creen que pueden hacerlo y que merece la pena intentarlo. Y lo hacen. Con ello logran que otros muchos les sigan, se contagien de su fe y de sus creencias de autoeficacia.
El futuro lo comenzamos a construir cuándo creemos en nuestro propósito y en nuestro talento para hacerlo realidad. Porque la fe mueve montañas, mueve a las personas, contagia y une. Las conversaciones y acciones que refuerzan la autoeficacia individual contribuyen a construir la autoeficacia colectiva. Son conversaciones que nos inspiran, nos expanden, comprometen y movilizan para ser activistas del cambio.
En un mundo rendido a la transformación digital, debemos recordar que la mejor tecnología para construir el futuro sigue siendo la conversación. Necesitamos más transformación humanista, más creadores de autoeficacia colectiva, más conversadores de calidad y con propósito, que promuevan conversaciones que nos conviertan en creyentes, contagien la fuerza del “nosotros” y nos movilicen para ser activistas del cambio. Porque como señala Antonio Gutierrez Rubi: “sin proyectos colectivos y futuros compartidos no hay posibilidades individuales sostenibles de desarrollo y realización”
Quizás este mundo necesita menos líderes y más creyentes. Más conversadores de calidad y menos gurús.