La semana pasada me encontré en medio de una conversación, cuanto menos, absurda:
– Es que dice que está muy enfadado.
– Pues que tome tila.
– Tenemos que hacerle caso. Está muy enfadado.
– ¿Cuando se sienta feliz pasaremos de él? ¿No? Pues eso.
No me entiendan mal. No digo que la emoción como argumento no tenga su razón de ser, su cabida, su ámbito. Evidentemente en una relación de pareja en la que uno de los dos siente emociones negativas a diario es una relación que está haciendo desgraciadas a las personas. Hablo del ámbito laboral, de las empresas y los negocios. No son relaciones afectivas, y por lo tanto no tiene cabida la emoción como argumento.
– Me siento muy decepcionada contigo. No me has pagado a tiempo.
– Te advertí en cuanto vi que venían problemas. He ido de cara.
– Me siento MUY decepcionada contigo. Y MUY triste.
– Hago pedidos a comerciales más emotivos todavía. ¿Les pago antes a ellos que a ti?
En el trabajo, esperamos y queremos que la actuación de los demás sea profesional y racional. Vale, sí, lo reconozco, el elemento emocional es importantísimo en algunos ámbitos de la empresa como la publicidad o el proceso de venta, y especialmente cuando el interlocutor es un particular y no un profesional. Pero no estoy hablando de esas situaciones, sino de las interacciones que se producen entre las personas mientras están trabajando. Y en esas interacciones esperamos que la otra parte sea racional… así que, en justa correspondencia, nos exigiremos a nosotros mismos ser racionales también.
– ¿Tú eres imbécil? ¡Me has colgado el teléfono!
– No soy yo. Es una aplicación en mi móvil, que cuando nota gritos, interrumpe la comunicación. Me la recetó mi psiquiatra.
– ¿Me estás vacilando?
– No. Y tampoco te grito.
Porque, consciente o inconscientemente, la comunicación preñada de emociones negativas recoge cierto grado de extorsión. Se expresan las diferencias de esa manera para generar incomodidad y malestar en el otro, logrando forzar su mano y decisión. Se busca que la emotividad genere incomodidad en el otro de modo que, para evitarla transija con nuestras exigencias. Esta extorsión habitualmente no es consciente. Se refuerza porque funciona en el corto plazo; y cuando en el largo plazo nos pasa factura no es fácil encontrar la relación.
– Buen trabajo.
– …
– Y, por cierto… Gracias.
La emoción es, por supuesto un motivador bidireccional. Cualquier imán atrae y repele, dependiendo del polo, positivo o negativo. Igualmente, la emoción refuerza un comportamiento o su ausencia, dependiendo de la orientación que tome.
Dicho de otra manera, del mismo modo que el palo y la zanahoria motivan el avance del burro pero de muy distinta manera, la emoción lleva a la acción de formas muy diversas. Recordemos siempre que la emoción adversa (el enfado, por ejemplo) mueve al alejamiento… en cualquier dirección, mientras la emoción atractiva (el reconocimiento) mueve al desplazamiento hacia el lugar que queremos.
Retribución y sueldo
Como bien saben los profesionales de los departamentos de recursos humanos, la retribución es un concepto que engloba el sueldo y también muchas otras cuestiones que actúan como motivadores. La ausencia del sueldo percibido como “correcto” o “suficiente” por el empleado es un desmotivador, y sin embargo un sueldo superior a ese nivel motiva solo a muy corto plazo.
Esta característica del ser humano hace conveniente una retribución que no se restrinja al sueldo. Por desgracia, habitualmente el “paquete retributivo” se diseña desde un departamento de recursos humanos generalmente alejado en el tiempo (se hace antes de la incorporación del trabajador), el espacio (se está lejos) y el conocimiento tanto del puesto (están lejos de la trinchera) como de la persona (hace falta más tiempo del que disponen para un solo empleado). La retribución del empleado (o colaborador) se genera en aspectos como el ambiente de trabajo, la formación en el puesto, el reconocimiento, el crecimiento profesional.
También en otros dos aspectos a menudo olvidados. El primero, la confianza en la propia capacidad de decisión. Tener capacidad de decisión no solo nos hace estar más motivados de forma directa, sino que además reduce la incertidumbre que sentimos. Veamos esto.
Emociones negativas autoinflingidas: estrés
¿Por qué hay personas aparentemente más resistentes al estrés? Mi tesis es que han desarrollado un pequeño conjunto de habilidades que, lejos de enfrentarse y combatirlo, son tendentes a obviarlo y reducirlo.
Un pequeño ejemplo: la mayor fuente de estrés es la sensación de falta de control sobre aquello que nos afecta. Tener capacidad de decisión, evidentemente, reduce el estrés porque reduce la incertidumbre.
Otro ejemplo: preocuparse por un problema en cuya solución no podemos avanzar y contribuir ahora, es perder energía inútilmente. Desarrollar la capacidad de posponer el enfrentamiento con ese problema y, mientras tanto, no dedicarle atención, reduce el estrés y el desgaste. Por cierto, que esta habilidad es todavía más importante cuando la empleas para cerrar de verdad una jornada de trabajo y desconectar hasta la siguiente.
Y otro más: detectar la comunicación de emociones negativas por parte del otro hace que NO nos afecten… Porque sabiendo que no van con nosotros sino con la emotividad del otro, no nos arrastran. Porque centrándonos en el mensaje racional, es a ese al que respondemos.
¿Por qué digo que el estrés es autoinflingido? Porque es cada uno de nosotros el que decide mantenerse en el puesto o cambiar de trabajo (y el jefe que tiene a largo plazo). Es cada uno el que genera la disciplina (o no) de posponer el enfrentamiento ante los problemas que no podemos mejorar ahora. Es cada uno de nosotros el que filtra la información que emite nuestro interlocutor para cribar lo meramente emocional y quedarnos con la información racional.
No te lo puedes permitir
Las emociones negativas afectan a los demás. No digo que no sean naturales, normales o espontáneas. No digo, el cielo me libre, que a quienes tienen una buena actitud les pasan cosas buenas. Digo que comunicarnos cuando estamos ansiosos, estresados, enfadados, hartos… Logramos que casi lo único que comuniquemos sea nuestro estado emocional.
¿Estás de cara al público, de cara a los subordinados, a los clientes, a los jefes, a los compañeros? Date un minuto, y habla cuando te hayas calmado. Genera en ti esa disciplina, y cada vez será más fácil. Porque no te lo puedes permitir.
No te puedes permitir perder tiempo y energías, propias y ajenas, en una comunicación con suerte solo improductiva, y habitualmente destructiva. No te puedes permitir agotar la paciencia de los demás. No te puedes permitir desahogarte con un cliente. No te puedes permitir ser la rémora del grupo. No te puedes permitir que tu enfado, decepción, tristeza o rabia sean el centro de lo que comunicas.
Emociones y memoria
No me malinterpreten. La emotividad en el quehacer diario y la comunicación tiene sus lados buenos. Por ejemplo, no es posible contagiar de motivación y optimismo si no se comunica ese estado de ánimo.
Y quizá el mejor aspecto sea que los recuerdos se fijan mucho más cuando están asociados a una emoción. Seguro que cualquiera de ustedes recuerda mucho mejor el nacimiento de un nuevo miembro en la familia que la comida de anteayer. Y el motivo no es otro que la emoción asociada al recuerdo. Así que usémoslo. Cuando necesitemos que algo quede fijado, añadamos emoción a la comunicación.
Cuando queramos confirmar que un comportamiento es deseable, digamos cómo nos hace sentir ese comportamiento (orgullosos, encantados, sorprendidos,…). Si hace falta, hagamos aspavientos con un toque de humor, pero busquemos que ese comportamiento quede fijado como deseable.
Cuando queramos que un comportamiento no se repita, digámoslo desde la emoción. No desde el enfado o el desprecio, sino desde la decepción y la incredulidad… y también desde la confianza de que, efectivamente, ese comportamiento no se repetirá.
Mayor emotividad, mayor capacidad
No me malinterpreten. Una mayor emotividad no es necesariamente mala, ni mucho menos. Supone mayor capacidad de sufrimiento, pero también de disfrute, de maravilla, …de motivación. Como más fuerza, o más inteligencia, supone una mayor capacidad, que puede ser usada en cualquier sentido. Las personas con mayor emotividad tienen la capacidad de ser las más motivadas, y por tanto las más resilentes. Solo de ellos depende.