En un momento delicado para el panorama político en nuestro país, se me antoja necesario compartir con vosotros algunos retales de Robert (‘Bobby’) Kennedy, del que hoy se cumplen 50 años de su asesinato. Bobby Kennedy, muy hábil, tenía la capacidad de dar un paso atrás, subir a su atalaya y desde ahí aprender de la experiencia y elegir la mejor de las opciones.
Y yo, que frecuentemente presumo de disfrutar de mi atalaya y así divisar el campo de batalla o, como diría mi admirado Manuel Bermejo, disfrutar de mis ‘momentos napoleónicos’, me lanzo la pregunta sobre cómo encajaría un perfil como Bobby en un entorno tan mediocre políticamente como el actual.
Porque un líder como Bobby Kennedy, que perdimos trágicamente hace 50 años, es precisamente el tipo de líder que necesitamos hoy. Su padre le llamaba ‘enano’. Sus enemigos ‘despiadado’ y su hermano ‘Black Robert’. Dejémoslo en Bobby
¿Y por qué digo que es el tipo de líder que necesitamos hoy? Para empezar porque era un demócrata en el sentido original de la palabra. Jack Newfield, columnista del New York Times, decía:
« era igual de empático con los trabajadores y trabajadoras blancos que con los negros, latinos y nativos americanos. Piensa por igual en los policías, camareras, trabajadores de la construcción y los bomberos. Refiriéndose a todos ellos como ‘su gente’».
De hecho tenía fama de ser el único liberal del Senado al que se veía saludar regularmente a los agentes de policía de Washington que estaban de turno. Y es que su ‘brújula’ moral estaba más clara que la de su hermano John.
Cuando asesinaron a JFK, Bobby no ‘despareció’, utilizó su fama y su nombre para iluminar las partes más oscuras del país: la pobreza y el prejuicio; aquellos que morían de hambre en el país más rico del mundo; la difícil situación de los agricultores migrantes…
Kennedy se negó a potenciar las divisiones étnicas de Estados Unidos. Quería unir a todas las personas. Y no se cortaba: llegó a conducir un coche por Gary, una ciudad dividida racialmente en Indiana, llevando en su interior al boxeador Tony Zale y al alcalde de la ciudad, afroamericano, Richard Hatcher; y no puedo dejar pasar por alto su espectacular su discurso en Indianápolis el día que murió Luther King. Mientras los incendios asolaban las ciudades americanas, Indianapolis estaba en silencio.
Y hacer estas cosas le hacían venirse arriba. Ser fiel a sus principios e ideales, le hacía cada vez mejor. El día que le asesinaron, horas antes, le dijo a un periodista:
«tengo una asociación con aquellos que están menos acomodados, donde quizás podamos lograr algo, unir al país. Si la división continúa, lo único que tendremos será caos’».
Pero no pudo verlo. Su carrera se vio truncada con 42 años. No pudo seguir sirviendo a su país con honor y distinción. Y estoy seguro de que lo haría, porque no dejaba de mejorarse a sí mismo. Era un líder que no dejaba de aprender de los errores.
Como su relación con el Senador Joseph McCarthy, que terminó en ruptura meses después de iniciada, advirtiéndole que su conducta imprudente y abusiva como ‘cazador comunista’ le pasaría factura. Y tanto fue así que en unos meses Kennedy hacía frente común contra McCarthy. En el comité de investigación, como abogado demócrata, redactó la resolución que condujo a censurar y bloquearle.
La gran evolución de Kennedy sobre los derechos civiles destaca de manera similar su capacidad para aprender a través de la experiencia. Al principio, veía a los Freedom Riders como una vergüenza nacional y política. Pensó que los activistas de derechos civiles estaban lastimando la imagen de los Estados Unidos durante la Guerra Fría.
Todo esto cambió cuando vio el odio de aquellos que se oponían a la desegregación y la violencia que presenció contra activistas de derechos civiles por mangueras de incendios y perros policías. Ensangrentado en la batalla, Kennedy se convirtió en un fuerte aliado en la causa.
Hasta su ambición era diferente a la de los gobernantes de hoy. Su ambición era con propósito. Defendía que el cambio comienza con las acciones de una sola persona y que si suficientes personas hacen los mismo, pueden cambiar la historia. En su visita a Sudáfrica en 1966, en pleno Apartheid, le dijo a un grupo de universitarios:
«cada vez que un hombre defiende un ideal, o actúa para mejorar el bienestar de otros, o ataca la injusticia, envía una pequeña onda de esperanza».
Bobby, como os decía, no dejó de crecer en ningún momento. Increíble su papel en plena ‘Crisis de los misiles’ de Cuba. Después de mostrar las fotografías aéreas de los sitios de armas nucleares soviéticos, abogó en un primer momento por bombardear las plataformas de lanzamiento. Pero al darse cuenta de que esto significaría matar a cientos o incluso miles de cubanos y muchos soviéticos, comenzó a buscar una alternativa. No quería que los Estados Unidos condujeran, como él dijo, un «Pearl Harbor and reverse».
En su labor de solucionarlo, tuvo un encuentro secreto con un agente soviético y le propuso a Estados Unidos que retirara sus misiles de Turquía a cambio de que Moscú hiciese lo propio en Cuba. Convenció de nuevo a su hermano John y el intercambio con los soviéticos funcionó. Con las cabezas más frías y ya desde la atalaya, la guerra nuclear entre los Estados Unidos y la URSS pasó a mejor vida.
Y esto fue lo que distinguió a Robert Kennedy. Como decía al principio, a veces era un fanático, pero tenía la capacidad de dar un paso atrás, reflexionar, aprender de la experiencia y elegir la mejor opción.
Además, la compasión de Kennedy por la sociedad marginada, su deseo de unir a las personas independientemente de su condición y su obsesión por aprender, aprender y aprender, le convierten en el que sería un antídoto perfecto para lo que estamos viviendo hoy en día, y siempre con la humildad de reconocer que la primera idea no es necesariamente la mejor.
El mundo que deseaba todavía no ha llegado. Sigue la pobreza y desigualdad, los prejuicios, las diferencias entre razas… y eso no quiere decir que Bobby estuviese equivocado. Quiere decir que tenemos que esforzarnos más.
Estoy convencido de que necesitamos más personas como Bobby, en nuestra clase política, en nuestras empresas, en nuestras vidas… Más personas tratando de unirnos. Más personas dispuestas a actuar para mejorar las vidas de los demás. Más «ondas de esperanza» para conseguir un «mundo más nuevo».