En algunos posts que he publicado, comenté cómo uno de los mayores activos de España es la calidad de vida social, y que éste es el motivo que atrae a tantísimos europeos en su jubilación hacia nuestras costas. En una expresión común (y que no entiendo por qué no prospera más), podríamos ser la Florida de Europa.
De viaje por Pensilvania
Con quince años tuve la enorme suerte de pasar un verano en Norteamérica. Viajé por Estados Unidos y subí a Canadá, centrando las excursiones en Pittsburgh, Pensilvania. Una de ellas, entre Scranton y Nueva York, supuso parar a comer en una pizzería de carretera en un pequeño pueblo. “¿Sabes que aquí la gente solo se muere de vieja?”, me dijeron. Pensé que me estaban tomando el pelo (entonces abundante) y lo dejé correr.
¿Por qué saco a colación esta anécdota ahora? Porque recientemente ha caído en mis manos el libro Outliers, de Malcolm Gladwell, que trata del comportamiento de trabajo incesante e hiperespecialización de aquellos que han logrado gran éxito y muchísimo dinero en su carrera profesional. Y en la introducción de este libro se habla de la población de Roseto, Pensilvania.
Roseto, Pensilvania
Roseto fue fundado en 1882 por inmigrantes italianos que venían de un pueblo llamado… Roseto Valfortore. Poco a poco aumentó la emigración y para 1894 eran ya 1200 los habitantes del Roseto americano que procedían del Roseto italiano. Para poner estos datos en perspectiva, en el pueblo italiano habría entonces unos 5400 habitantes. Entonces no era extraño que los inmigrantes a los Estados Unidos se refugiasen en sus comunidades de origen, permaneciendo en un entorno cultural inmediato totalmente homogéneo (¿recuerdan Gangs of New York o El Padrino II?). Era una comunidad tan cerrada en sí misma que hasta mediado el siglo XX la lengua de comunicación corriente en ella era el dialecto italiano de Apulia del pueblo de origen.
The Roseto Story
Durante los años 60, dos doctores en medicina llamados Steward Wolf y John Bruhn investigaron la población. Con las enfermedades infecciosas bajo mínimos, y siendo la Segunda Guerra Mundial un mal recuerdo, la principal causa de muerte en Estados Unidos comenzaron a ser los problemas cardiovasculares. Y sin embargo, en Roseto nadie por debajo de los setenta y cinco años moría de enfermedades cardiacas.
Wolf y Bruhn investigaron a fondo las peculiaridades de Roseto, y publicaron sus conclusiones en un libro, The Roseto Story. Primero constataban las peculiaridades de la población:
- No moría de infarto, ni sufría afecciones cardiacas nadie menor de 55 años
- Los problemas cardiovasculares en mayores de 65 eran la mitad que la media en EEUU
- La tasa de mortalidad total era un 65% de la media en EEUU
- No se reportaban suicidios, alcoholismo, problemas de drogadicción, y apenas delincuencia
Después empezaron a descartar los motivos a priori más probables de esta salud de hierro:
- La “dieta mediterránea” no estaba ya presente entre los habitantes. Mantequilla y manteca de cerdo, nada de aceite de oliva, y pizzas bien gruesas y con mucho queso (de esto último doy testimonio).
- Ni el deporte ni el cuidado por la salud estaban especialmente presentes. Aún más, los rosetinos más ancianos destacaban por fumar como carreteros, y muchos eran obesos.
- Una “bendición genética” quedó descartada ya que otros inmigrantes desde Roseto afincados en otros lugares de los EEUU no tenían una salud en absoluto especial.
- Las características de la zona quedan también descartadas puesto que las poblaciones limítrofes de Bangor y Nazaret tienen el mismo clima, el mismo agua… y con medias muy similares a las nacionales. Lo mismo ocurre con otras poblaciones del entorno.
Calidad de vida social
Lo que sí hacía diferente a Roseto eran sus patrones de vida en común. Familias extensas de tres generaciones viviendo juntas, visitas diarias entre vecinos, comidas comunales (entre amigos, entre vecinos, entre familias) casi cada semana, charlas en la calle, veintidós organizaciones vecinales en una población muy pequeña. Tenían una gran calidad de vida social. Cada individuo sentía pertenencia a muchos grupos, familiares y de sociedad, todos de cercanía inmediata. Cada individuo se sentía “integrado socialmente” de muchas maneras. A diferencia de lo común en los Estados Unidos, los jóvenes no abandonaban la familia al finalizar el instituto, sino que tendían a volver a la misma población tras pasar por la universidad (los pocos que entonces lo hacían). Esto es lo que hacía diferente a Roseto, y a esta vida social achacaron la salud de hierro de los rosetinos.
Los álbumes de fotos de los españoles
Todo esto puede resultarnos bastante lógico y natural, pero probablemente lo sea porque también somos “mediterráneos”. Porque nuestros hábitos y relaciones sociales son muy parecidos. Porque las costilladas tras una romería o las paellas en el campo (hasta que las prohibieron) nos son algo común. Porque la comida de los domingos en casa de los padres, las cenas en casa de alguien, irse de pinchos o tomar unas tapas con amigos son una forma de ocio de lo más habitual.
Una estadounidense, amiga de mi familia, contaba que solo dos cosas le habían extrañado de los españoles. Primero, nuestra afición por enseñarle la casa a cada nuevo visitante (incluso el baño, recalcaba asqueada). Y segundo y más importante, nuestros álbumes de fotos. Según ella se componían secuencialmente de una foto de unos niños, otra de gente comiendo, una de un paisaje, otra de gente comiendo, una de una iglesia, otra de gente comiendo,…
Puede que esta sea, más allá de la dieta mediterránea u otras explicaciones, el secreto de nuestra longevidad (que, por cierto, no ha disminuido de repente), además del atractivo turístico o como destino en la jubilación. Explotemos nuestras ventajas competitivas.