El viernes, el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, anunció la devaluación de la moneda, hasta ahora en 2,15 bolívares por dólar, y el establecimiento de un tipo de cambio dual dentro de un marco de control férreo de capitales. Se ha fijado un tipo de 2,6 bolívares por dólar para las importaciones de primera necesidad (alimentos, insumos de salud y compras del sector público) y otro de 4,3 bolívares por dólar para el resto de las operaciones, lo que supone una devaluación extraordinaria que amenaza con disparar aún más la inflación, que cerró 2009 en el 25,1% ciento. Esta devaluación es tan necesaria como carente de sentido sin una reorientación global de la política económica, y la coexistencia de dos tipos de cambio abre una nueva puerta para el arbitrismo y la corrupción.
Venezuela no había variado su tipo de cambio oficial desde marzo de 2005, lo que ha supuesto una apreciación real de la moneda superior al 40%. Ello ha representado una traba en la búsqueda de una estrategia de desarrollo a largo plazo que diversifique una economía dependiente del petróleo, haciendo las importaciones artificialmente baratas y las exportaciones más caras. De este modo, el sistema de tipo de cambio fijo junto a la especialización en la extracción de petróleo han conducido a la economía venezolana hacia una preocupante «enfermedad holandesa». Mientras que desde comienzos de 2004 las importaciones han crecido un 240%, las exportaciones no petroleras han aumentado sólo un 10% y las exportaciones petroleras representan ya un 90% del total y la mitad de los ingresos públicos.
Hasta el estallido de la crisis, los altos precios del crudo pudieron ocultar la pobre gestión de la empresa petrolera estatal, PDVSA, y gracias a la ingente entrada de divisas el Ejecutivo pudo mantener mal que bien el tipo de cambio oficial, destruyendo el sistema productivo nacional con una inflación galopante de la mano del gasto público. Además, la creciente lista de precios regulados ha reducido drásticamente su oferta, alimentado también la espiral inflacionista en los mercados paralelos. De este modo, la recuperación del petróleo en el último trimestre no ha sido suficiente para retrasar la depreciación del bolívar. El país, que lleva meses reduciendo la oferta oficial de dólares y constriñendo la actividad del sector productivo, se enfrente ahora a una necesaria política de ajuste, aunque no parece que el Gobierno pretenda aplicar las medicinas correctas.
Por el contrario, Chávez ha decidido devaluar como una huida hacia delante con las elecciones legislativas en el horizonte de septiembre del presente año. De algún modo, el Ejecutivo había temido una mayor depreciación implícita del tipo de cambio en los mercados no oficiales en los meses previos a los comicios que habría disparado igualmente la inflación e impedido una activa política fiscal. Hasta ahora, el Gobierno venía centrando su estrategia en la emisión de bonos denominados en dólares para reducir la tensión sobre el tipo oficial ante la caída del volumen de divisas disponibles. Sin embargo, esta opción no ha sido sostenible y la crisis de algunas entidades financieras del país ha acabado por disparar la aversión al riesgo. Así, el Gobierno no ha podido con el mercado y ha tenido que tomar una decisión dolorosa, pero que le permitirá afrontar un año adicional con niveles de gasto extraordinarios gracias al incremento de los ingresos petroleros en moneda local. Chávez ha renunciado formalmente a controlar la inflación, que se habría situado igualmente en tasas elevadas ante la evolución del tipo de cambio en el mercado negro, pero espera, en cambio, incrementar notablemente su capacidad de gasto ante los próximos comicios. No se trata, por tanto, de una revisión de la política económica, sino de un atajo para mantener el gasto público y retrasar el ajuste que cada día se presume con mayor capacidad destructiva.
Sin duda, la crisis internacional está poniendo cada país en su lugar. Venezuela, después de una década de heterodoxa política económica, está comenzando a experimentar los efectos negativos de tales decisiones. Mientras la región mira al futuro con optimismo, Venezuela camina con paso firme hacia una profunda crisis sistémica.
José María Martínez / Jonás Fernández . Analista del Servicio de Estudios y director del Servicio de Estudios de Solchaga Recio & asociados