Los que me conocen y tienen el valor de leerme de manera habitual (gente admirable, sin duda) saben que en ocasiones (algunos dirán que siempre) dedico estas páginas a divagar en voz alta (o negro sobre blanco, que queda más cool). Reconozco que es entonces cuando me siento más a gusto, porque es cuando cojo un tema en concreto y sólo me dedico a tirar del hilo, a saltar de un pensamiento a otro sin barreras ni limitaciones. En esta ocasión el tema me lo ofreció el domingo 12 de octubre, leyendo a Fernando Savater en una entrevista en el diario El Mundo, a causa de su último libro publicado, ¡No te prives! Defensa de la ciudadanía.
Savater habla del concepto de Ciudadano, y ante la pregunta de qué soy si me despojan de mi condición de ciudadano dice: “Un nativo, un oriundo y, en el fondo, un siervo de la gleba de aquellos que no tienen más horizonte que el de haber nacido y crecido en un lugar y estar pegado a la tierra, como las lechugas. El ciudadano en cambio tiene unos valores, unos derechos y deberes que no dependen de nada previo, de ningún condicionante natural, sino de un pacto humano basado en unas leyes y una constitución”. Vale, ya sé que cada uno llevará esta agua a su molino y lo interpretará como quiera, pero a mí me interesa abstraer un poco estas palabras de la actualidad miserable que vivimos.
Me parece necesario profundizar en ese concepto de Ciudadano y darle el valor que merece. Ciudadano como sujeto de valores, derechos y deberes, más allá de la pertenencia a un lugar u otro. Por eso Savater dice que el concepto “no dependen de nada previo, de ningún condicionante natural, sino de un pacto humano basado en unas leyes y una constitución”. Esta llamada a las leyes resulta fundamental para construir una sociedad sin compartimentos estancos. Como dice el propio Savater: “Durante siglos, los humanos eran del lugar donde habían nacido, de su religión, de su sexo; y contra todo eso ha luchado la democracia, quitándoles los condicionamientos de sexo, genealogía, color de piel e ideas religiosas. El ciudadano, una vez aceptada la ley común, puede ser distinto o parecerse a quien quiera.”
La ciudadanía por encima de cualquier condición natural, con las mismas obligaciones y derechos, es decir, un concepto que busca salvar particularidades y que iguala a las personas.
Justo lo contrario de lo que hace el concepto de Cliente. Aquí se busca la particularidad, la diferencia, la segmentación, lo que le hace único y relevante para mí. Las empresas y los expertos en marketing no buscan ciudadanos, no son gestionables en un entorno de mercado. Es un concepto que no genera economías de escala porque no me permite gestionar adecuadamente la información que me da. El marketing trabaja con segmentos, con grupos de personas concretas y diferentes al resto. Y esa diferenciación es subjetiva, ni siquiera es natural.
Y aquí viene una de las claves de mi reflexión, de ese hilo del que voy tirando a ver qué sale. ¿Gestionamos adecuadamente ambos conceptos? ¿Los circunscribimos a los ámbitos en los que son relevantes y necesarios? ¿Se quedan los clientes en los mercados y los ciudadanos en entornos sociales y políticos?
Sigamos tirando del hilo, para ver si la madeja me permite construir una respuesta… aunque sólo por el hecho de hacerme la pregunta ya parece que sabemos por dónde van los tiros.
José Antonio Marina, en su magnífico libro La inteligencia fracasada, habla de un concepto que me parece clave, el de Inteligencia Social. Y ofrece una fórmula interesante:
Esta fórmula es potentísima, porque toca de lleno en el ADN de las sociedades. Vamos por partes.
Sistemas de interacción pública. Ya hablé en una ocasión de la importancia que las estructuras públicas y sociales tenían para determinar la eficacia de una sociedad. En el fondo se trata de sistemas que favorecen una determinada forma de relación, con unas determinadas reglas y en torno a unos determinados objetivos. Además las sociedades están constituidas por redes de sistemas de interacción pública que se alimentan entre sí. El sistema que forma todo el entramado que genera el futbol (clubes, aficionados, televisiones, estadios, sentimientos, relaciones…) se toca constantemente con el sistema familiar (padres, madres, hijos, abuelos, parentescos, costumbres…) ya que ambos tienen puntos en común (las relaciones y sentimientos que se crean o alimentan cuando una familia va a ver un partido de futbol, por ejemplo).
La clave aquí está en comprender el papel que cada uno tiene en cada sistema, y asumir que el papel y lugar que tiene en uno no necesariamente va a ser igual en otro. Da igual si le ponemos nombres o no, pero por ejemplo yo soy ciudadano en sistemas de interacción social y política y soy cliente en sistemas de interacción económicos de mercado. Y aunque en ocasiones también tienen puntos en común (yo, por el hecho de ser ciudadano de un país, puedo disponer de unos derechos como cliente… o no).
Organización del poder. Ufff, complicado hablar en estos tiempos de poder. Cuando hablamos de la organización del poder en este contexto lo que resulta interesante es analizar hasta qué punto es un poder distribuido y participado o concentrado. Es decir, si estamos en una sociedad extractiva o inclusiva, siguiendo a Acemoglu y Robinson. En una sociedad inclusiva, con un uso de poder distribuido, se generan redes de colaboración. En una sociedad extractiva, con un poder concentrado, se generan redes de clientelismo. Y aquí está una de las claves del mal uso de los conceptos Ciudadano y Cliente. Pero sigamos.
Si analizamos la fórmula antes mencionada vemos que la tercera variable está en las inteligencias personales, en la capacidad intelectual, no sólo académica, sino también social y emocional, que tengan los individuos de una sociedad. Pero es tanta la importancia que tienen las otras dos variables mencionadas que hasta el propio Marina define una sociedad estúpida como: “aquellas en que las creencias vigentes, los modos de resolver conflictos, los sistemas de evaluación y los modos de vida, disminuyen las posibilidades de las inteligencias privadas”
Esta disminución de nuestras inteligencias privadas (que no quiere decir necesariamente que seamos académicamente más estúpidos, como he dicho) es en el fondo un modo de control de nuestros entornos, una manera de gestionar nuestra ciudadanía desde una perspectiva distinta. Y aquí está la clave, cuando en lugar de comprendernos como ciudadanos las instituciones públicas y políticas nos gestionan como clientes. Clientes que no necesariamente tienen derechos (o no necesariamente se los reconocemos de facto, aunque sí de iure), sino necesidades, necesidades que se pueden manipular en cierta medida a través de una estrategia marketiniana, construyendo esa necesidad, encubriendo o camuflando la que de verdad existe pero somos incapaces de satisfacer…
En un magnífico libro titulado Psicología del Espacio, de A. Moles y E. Rohmer, los autores analizan la importancia que tiene la construcción del espacio para controlar y gestionar la libertad. El ser humano tiene varios niveles de análisis, desde la personalidad y unicidad más absoluta, con un poderoso control de los propios impulsos, aunque siempre con una doble determinación social (lo que mi entorno influye en mí) y natural (los impulsos animales de los que hablaba Freud), hasta su análisis como ser social, totalmente controlado por el entorno, aunque con capacidad de tomar decisiones puntuales de manera personal
Las administraciones (locales, provinciales, autonómicas, nacionales…) tienen la capacidad de definir el espacio, de controlar ese entorno donde se manifiesta el yo como ser social, afectando a la propia psicología de la persona, de modo que pueden enfocarlo como ciudadano (entornos con un mero beneficio social) o como cliente (entornos con un fuerte beneficio político). Es decir, espacios construidos con un objetivo puramente social o con un objetivo puramente de rédito político.
Vivimos sociedades líquidas, siguiendo a Zygmunt Bauman. Sociedades en las que el ser humano se relaciona con su entorno de muchas maneras, sociedades en las que el ser humano tiene una posición cambiante en ese entorno social, sociedades que fomentan la precariedad y la incertidumbre.
Los partidos políticos nos ven como clientes, no como ciudadanos, y por eso tratan de vendernos su mensaje, un mensaje cambiante y adaptable a las circunstancias. “Estos son mis principios, si no le gustan tengo otros”, decía el gran Groucho Marx, y nunca ha habido una mejor definición de la ética de los partidos.
En aquella fórmula de José Antonio Marina antes mencionada nos fallan los sistemas de interacción pública y la organización del poder. Los primeros porque en esos sistemas siempre hay un elemento político (actor, objetivo, intervención…) que pervierte el sistema, y no porque en sí el elemento político sea malo, sino porque tiene unos objetivos perversos y no necesariamente sociales, sino alineados con la particularidad de su propio grupo.
Y la organización del poder nos falla porque éste no nos pertenece, sino que se nos concede, como a los clientes. No somos ciudadanos, sino que estamos sujetos a leyes de mercado, al valor que tenemos como grupo, no como persona individual. Las instituciones, los partidos, “lo público” nos ve como segmentos que hay que pastorear, a los que lanzar mensajes que quieran ser oídos, aunque luego estén vacíos de sustancia, aunque sean contradictorios con lo que se ha dicho anteriormente.
Nos confunden y nos confundimos. No somos conscientes de lo que somos, en realidad no sabemos lo que somos. Compramos ideas y programas que nos creemos cada cuatro años, como quien espera aumentar su atracción sexual por comprarse determinado coche o ponerse aquella colonia. Nosotros ya nos hemos etiquetado como clientes y la sociedad se ha convertido en un mercado, las instituciones se han convertido en un mercado. Es fundamental votar en las elecciones europeas, dicen. Vas a elegir a tus representantes, dicen. Y al día siguiente de enterrar nuestros votos en las urnas empieza el cambio de cromos (este comisario para ti, este comisario para mí).
¿Qué somos, leones o huevones?… Perdón, ¿ciudadanos o clientes? La lógica para hablar, tratar y gestionar la relación con cada uno es distinta. Los primeros tienen derechos por el mero hecho de serlo, los segundos adquieren derechos sólo si compran. Los que no compran no tienen derechos.
1 Comentario
Fantástica relación. Me ha gustado mucho esa manera de ir deshilando la madeja.
Bravo.