El auge de la demanda de tertulias políticas y económicas ha traído consigo un previsible aumento la demanda de su principal factor de producción: los “expertos televisivos”. La mayoría de los expertos genuinos han optado por quedarse en su casa, evitando así discusiones en las que importa más la agilidad a la hora de enlazar falacias lógicas que los argumentos racionales basados en la evidencia empírica. Mientras alguien con escrúpulos rara vez intentará explicar más de una idea a la vez –intentando acompañarla con evidencia empírica e incluso un cierto grado de escepticismo-, los charlatanes serán capaces de realizar tres saltos mortales lógicos en un solo argumento, bañándolos de una seguridad y certeza mucho más rentables en televisión que la duda honesta. Cuando el verdadero experto intente replicar punto por punto a las falacias lógicas, las réplicas a destiempo y las ganas de intervenir del resto de tertulianos desviarán la atención hasta que el argumento original se haya desvanecido de la mente del espectador.
Por un lado, todos deberíamos estar agradecidos a los expertos de verdad que, pudiendo dedicar su tiempo a asuntos más productivos a nivel personal, aceptan arrastrarse por el lodazal de los debates televisivos para intentar colar en las mentes de los españoles una idea, por pequeña que sea, sostenida por la evidencia empírica y la razón. Es de justos dar un reconocimiento explícito a algunos de estos nombres, como el de Ignacio Conde-Ruiz, Pablo Simón o Sebastián Lavezzolo, por decir tres nombres (podría decir desde luego muchos más).
Por el otro lado, no se preocupen: no vamos a levantar ampollas ni a dedicar tiempo a describir a los charlatanes que pululan por nuestras televisiones, pues estos han quedado ya de sobra retratados con la genial expresión de José García-Montalvo: “Paquirrines de la Economía”. Lo que sí vamos a hacer, no obstante, es intentar facilitar la vida a los televidentes que no estén seguros de si cierto tertuliano conoce verdaderamente el campo sobre el que opina o es otro charlatán más buscando sus diez minutos de notoriedad. Lo que sigue a continuación es un pequeño catálogo de falacias recurrentes que le permitirán identificar a los especímenes del segundo grupo. Uno solo de estos deslices y estará usted ante un charlatán con un altísimo grado de probabilidad; dos deslices y, aquí sí, tendrá usted una certeza absoluta.
“La clase media es quien más ha sufrido en esta crisis”
Este tipo de afirmaciones pueden incluso llegar a extremos como “la clase media ha desaparecido”, y suelen provenir de quien nunca ha visto una distribución de renta o ha consultado un “Decil de Salarios” del INE. A poco que se revise la evidencia empírica, los grandes afectados por la actual crisis han sido colectivos poco representados en la clase media, como por ejemplo:
1.- Trabajadores de la construcción que, si bien durante los años del boom habían conseguido ingresos artificiales que bien les situaban como miembros de la clase media, han perdido su empleo masivamente y se enfrentan a una enorme competencia por la escasa actividad comparativa.
2.- Trabajadores fuera del sistema de cotización –un problema que la población inmigrante padece en mayor medida- que se han visto fuera de la mayoría de esquemas de protección social. España es un país que basa dicha protección en las cotizaciones a través del empleo pero que deja sin cobertura a quien no haya aportado previamente.
3.- Jóvenes con contratos temporales y precarios, los cuales han sufrido la mayor parte del ajuste en los sectores no afectados por la burbuja inmobiliaria ante el desigual sistema de protección laboral, extraordinariamente sesgado en España hacia los trabajadores con experiencia.
Por el contrario, los colectivos que sí pueden considerarse mayoritariamente clase media han experimentado una destrucción de empleo mucho menor que los anteriores grupos y, además, aquellos que han sufrido la mala suerte de perder su empleo han tenido acceso a una protección mucho mayor. La crisis ha golpeado de verdad a las clases más bajas y a los jóvenes, no a la clase media.
“El problema de XXX en España es cultural”
No faltan quienes achacan los problemas de un cierto colectivo (por ejemplo, la emancipación tan tardía de los jóvenes en España) a algún tipo de elección cultural. La falacia lógica aquí consiste en pensar que las elecciones personales son ajenas al conjunto de incentivos que las generan, cuando lo que se trata es de identificar qué problema estructural hace que un cierto problema persista.
En el caso de la juventud española y su altísima edad media de emancipación, el motivo más probable es una regulación laboral que los condena a la temporalidad y la precariedad –y de paso a un déficit de protección social- al proteger desproporcionadamente a los empleados indefinidos con mayor experiencia. Ante el riesgo de tener que volver al hogar familiar, la formación de familias se retrasa considerablemente (agravando así el problema de natalidad que sufre España).
“La jubilación anticipada crea empleo a través del reemplazo”
Según esta falacia, habría que oponerse al retraso en la edad de jubilación (¡o incluso adelantarla!) para crear empleo a través del reemplazo en sus puestos de trabajo. En primer lugar, hay que reconocer que esta idea tiene un mínimo de sentido en un sistema muy estático como, por ejemplo, el de la función pública: por cada profesor que se jubila es necesario contratar otro más joven. Pero, en primer lugar, esto no es ninguna panacea ya que desde dicho momento el erario público estará asumiendo no uno sino dos salarios: el salario del segundo habrá de salir de los impuestos del resto de ciudadanos y a cambio se destruirá un empleo en el sector privado, aquel que dejará de percibir los nuevos impuestos recaudados para pagar al jubilado y al nuevo profesor.
Además, y en segundo lugar, esta visión estática tiene muy poco sentido fuera de la función pública, que funciona de forma ajena al sistema de precios y de la oferta y demanda del mercado laboral. En un sentido dinámico, la idea de un número de trabajos predeterminados a realizar en un país tiene muy poco sentido, como demuestra el hecho de que la tasa de ocupación de un país puede variar entre el 50% y el 70% de la población en edad de trabajar. El fenómeno del desempleo está determinado por raíces mucho más profundas ligadas a la productividad y a las rigideces del mercado de trabajo.
“El IVA destruye empleo”
De nuevo hemos de reconocer que, en un sentido estricto, un aumento el IVA, al igual que el de cualquier impuesto, destruye empleo. Pero de nuevo esto es cierto en un sistema estático en el que no se considera la sostenibilidad de las finanzas públicas o, en general, el coste de oportunidad de no subir el IVA, que será un tipo impositivo superior en algún otro impuesto (incluso aunque una disminución del gasto sea una opción, esta siempre será compatible con un rediseño impositivo que aumente el IVA y minore la recaudación de otro impuesto).
El IVA tiene una serie de características que lo hacen mucho más idóneo que otros impuestos, especialmente en una situación de grave desequilibrio exterior como la que sufre España (con una Posición de Inversión Internacional Neta escalofriantemente negativa: España tiene mucha deuda neta con el exterior y ha de devolverla). El IVA grava el consumo de bienes y servicios en nuestro país, tanto si dichos bienes han sido producidos en España como en el extranjero. Así, cada iPhone genera un ingreso por IVA que soporta en parte Apple. Por el contrario, la imposición directa (el IRPF y la cotización a la Seguridad Social) gravan la producción realizada en España, independientemente de donde se consuma. Además, mientras la imposición directa grava la renta tanto si esta va a destinarse a consumo o a ahorro, el IVA grava solo el consumo, incentivando así el ahorro interno y, con ello, el desapalancamiento.
Independientemente de si se reduce o no el gasto público, España necesita más IVA, menos imposición directa (que grava y desincentiva directamente el trabajo) y, por supuesto, menos desgravaciones fiscales.
“La imposición indirecta (como el IVA) genera un problema de equidad”.
Así como el error anterior suele provenir de las obsesiones de los más liberales, su equivalente entre las personas progresistas es que el IVA es socialmente injusto al no ser progresivo. Pero la evidencia empírica muestra que la reducción de la desigualdad no se produce mediante el lado de los ingresos, sino a partir de la distribución del gasto (ver). Las rentas altas tienen una capacidad alta de eludir impuestos o mutar su naturaleza para aprovechar todos los agujeros fiscales, por lo cuales los países apenas reducen la desigualdad mediante la progresividad.
Por el contrario, los países que más consiguen reducir la desigualdad tras la acción del sector público lo consiguen a través de un gasto público mucho más dirigido hacia los colectivos más necesitados. España es de los países que menos redistribuye en Europa, a pesar de tener una presión fiscal similar. Nótese cómo la reducción de la desigualdad por la vía impositiva es similar en todos los países mientras la reducción por la vía del gasto es muy distinta:
“Los 265 euros de los autónomos inhiben la creación de empresas”
Cualquiera que conozca mínimamente el sistema fiscal español sabe que esta afirmación es delirante: incluso un trabajador que perciba el Salario Mínimo Interprofesional (SMI) paga más a la Seguridad Social que los 265 euros que puede pagar un autónomo. Es cierto que el nivel de protección de dicha cotización es muy bajo, pero la discusión habitual es otra: que dicha cantidad no permite a mucha gente crear una empresa.
La realidad es mucho más cruda: aquellos autónomos que no puedan costearse ni siquiera 265 euros al mes están en realidad desempleados: la productividad de la actividad que desempeñan no les permitiría ni ser contratados con el SME. Esto es, por supuesto, un problema social que ha de ser atendido por el sector público, pero la solución nunca habría de ser la reducción de dicha cotización, ya que entonces se perdería el equivalente de todos aquellos autónomos que sí realizan una labor rentable para el mercado.
“El consumo como motor de crecimiento”
Este último tipo de falacia suele nacer a partir de las discusiones sobre la robotización (“si cambiamos trabajadores por máquinas, ¿quién va a consumir?”), sobre la deslocalización (“si llevamos fuera de España los trabajos, ¿quién va a consumir?”) o sobre, de nuevo, la subida del IVA (“si reducimos el consumo, ¡se frenará la economía!”).
Este es el tipo de error más fundamental que puede cometer cualquier tertuliano, y señala un desconocimiento total acerca del funcionamiento de una economía. Se debe en parte al desconocimiento de la dinámica de consumo, ahorro e inversión en las economías modernas –toda reducción del consumo lleva a un aumento del ahorro, por una sencilla identidad contable e incluso lógica, y el aumento del ahorro o bien financia nueva inversión o bien devuelve el consumo anterior financiado con deuda durante el boom-, aunque está relacionado de nuevo con una visión estática de la economía.
Y hasta aquí las falacias de hoy. No están todas, pero están algunas de las más frecuentes.
6 Comentarios
Buenas,
Me han parecido muy interesantes los puntos que comentas. Hay una cosa q me gustaría q aclararas. Cuando comentas que Apple soporta cierta parte del IVA cuando vende iPhones, a que te refieres? Tenía entendido que el IVA era soportado 100% por el consumidor. Y si se vende en España, entiendo q es 99% españoles los q soportan dicho coste.
En primer lugar quiero felicitaros por este estupendo blog. Desde que lo descubrí, disfruto aprendiendo, y pensando.
En esta ocasión, estando de acuerdo con la idea principal del post, hay algunas otras con las que discrepo. Por ejemplo: «la evidencia empírica muestra que la reducción de la desigualdad no se produce mediante el lado de los ingresos, sino a partir de la distribución del gasto» Totalmente de acuerdo pero… ¿El mero hecho de la elusión fiscal no es un problema per se? ¿Hay que resignarse a perjudicar la equidad recaudatoria por mero instrumentalismo? Pienso que este debate se moverá por motivos ideológicos.
Y, con más fuerza aún, me llama la atención la afirmación «toda reducción del consumo lleva a un aumento del ahorro, por una sencilla identidad contable e incluso lógica» Si, si la renta disponible se mantiene estable, cosa que para la población «de a pie» no ha ocurrido: Más presión impositiva, salarios estancados o a la baja si no situación de paro… Como bien señalais, es una afirmación que se basa en una visión estática de la economía.
Pablo,
Una de las áreas clave de la teoría económica fiscal es la «incidencia impositiva», que estudia quien soporta realmente un impuesto frente a quien lo soporta legalmente.
La respuesta rápida es que depende de las elasticidad relativas de la oferta y la demanda. Considera estos dos ejemplos.
1- Una subida de los impuestos al tabaco.
2- Una subida de los impuestos a la sacarina
Aunque ambos impuestos recayesen legalmente sobre las empresas, ¿cuál de ambos se trasladaría al consumidor? Los fumadores tienen pocas alternativas a su adicción (les subirán el precio y lo soportarán, como han hecho siempre), pero los usuarios de la sacarina pueden pasarse a otros endulzantes,.. e incluso volver al azúcar.
Unai,
Sí, la elusión fiscal es sin duda un problema al que merece la pena buscar solución. Pero, mientras la solución no se encuentra, no podemos fingir que los impuestos progresivos redistribuyen, porque no es así: lo que distribuye ahora mismo es cómo se gasta, y la progresividad acaba siendo una excusa para gobernantes que no quieren tomar las decisiones difíciles: quitar gasto a grupos privilegiados y dárselo a quien realmente lo necesita. Es muy ilustrativo además que ningún país haya conseguido acabar con dicha elusión. Los fiscal loopholes en un mundo globalizado son muy difíciles de evitar.
Segundo, suceda lo que suceda con la renta, la presión fiscal o cualquier otro factor, un euro menos de consumo es un euro más de ahorro. Es una identidad contable de la que no se puede escapar.
Quisiera hacer una puntualización sobre la cotización a la Seguridad Social de los autónomos.
Un trabajador por cuenta ajena solo cotiza por las horas efectivamente trabajadas. Esto es, si trabaja 5h. semanales cotizará por esas 5h. y no por las 40 de una jornada completa. Y lo mismo ocurre con la discontinuidad en el tiempo. Si trabaja un total de 7 meses al año solo cotizará por los periodos de tiempo que ha estado trabajando, como es lógico.
No ocurre lo mismo con los trabajadores autónomos, cuya cotización a la Seguridad Social es la misma si trabajan 5 o 40h. semanales o incluso si no se realiza trabajo alguno durante ciertos meses al año.
Así, una actividad por cuenta propia a tiempo parcial y/o que no se realice 12 meses al año difícilmente existirá u obligatoriamente se realizará en negro.
Creo que sería más lógico (y justo) una cotización a la Seguridad Social en función de los ingresos obtenidos, lo que permitiría una reducción del paro y de la economía sumergida.
Un saludo.
Buen punto! JM