Vivimos en una sociedad que ha interiorizado una dinámica constante de lucha y de competencia, en lugar de colaboración. La idea de competir más y mejor es un mantra que se repite en todos los foros como si fuera la única opción posible.
Evito hacer lecturas demagógicas o ingenuas sobre las ventajas de Colaborar vs. Competir. Creo que ambas estrategias tienen su sitio, y que colaborar es bastante más complicado de lo que cuentan los que defienden esa opción. Pero sí que pienso que la teoría y praxis de los economistas sigue estando muy sesgada hacia la visión competitiva, y que todavía queda mucho que investigar en el ámbito de las estrategias colaborativas de asignación de recursos, a pesar de los avances conseguidos con los modelos de incentivos de la Teoría de Juegos, conceptos como los de Coopetición popularizado por Brandenburger y Nalebuff, o las contribuciones de la Premio Nobel Elinor Ostrom sobre el Procomún, entre otros.
El paradigma competitivo también es el dominante en la relación entre territorios, y voy a intentar explicar por qué éstos optan primero por competir y hacen las cosas de un modo que parece tan poco inteligente.
Lo que hace falta, más que nada, para que la colaboración funcione es confianza, y ésta depende de la reputación acumulada de acciones anteriores. La evidencia que tenemos en ese sentido es bastante sombría: los alcaldes de Madrid o Sevilla ganan muchos votos por pelear de forma mezquina por recursos a favor de sus ciudades en detrimento de Barcelona o Málaga. Los votantes de Zapatero o Rajoy les aplauden si consiguen en Bruselas más fondos para España, aunque eso signifique quitar ayudas a otros que tal vez las necesiten más si adoptáramos un enfoque de óptimo global. Así que para mí está claro que la unidad geográfica de optimización (de acuerdo al sistema político actual) es el territorio delimitado por los votantes.
Por eso, para que los territorios adopten una mayor perspectiva de colaboración necesitarían: 1) una visión a más largo plazo de lo que significan los modelos abiertos de desarrollo territorial, 2) un reconocimiento de la mutua interdependencia que supere el síndrome del “mío, mío”, 3) una clase política con más vocación de servicio público y menos obsesionada con la poltrona.
Más que competir, echo en falta buenas estrategias de especialización que ayuden a desarrollar oportunidades de complementariedad entre territorios. Desde esa lógica, veo mucho más interesante modificar el “posicionamiento” de una región o ciudad para hacerla diferente y singular, siempre que ese nuevo modelo conecte con raíces auténticas, que potencie una identidad genuina, y sea el resultado de una voluntad común o mayoritaria forjada con la participación de sus habitantes.
La lógica que subyace en todo lo dicho es bastante obvia:
:: Si muchos se te parecen, si tu oferta como territorio no es singular, terminarás compitiendo en precio porque muchos ofrecen lo mismo (lo siento, no hay mucha diferencia con una empresa que vende commodities, o con un ponente que da charlas sobre un tema del que habla mucha gente)
:: Si eres diferente, singular, escapas en cierto modo del incómodo escenario competitivo, y además, todo el mundo quiere colaborar contigo porque te ve como complementario.
No soy un experto en turismo pero Azores y Canarias compiten en alguna medida por el mismo pastel del mercado-turístico-insular-para-europeos. En épocas de crisis, es curioso pero hasta la Costa Croata compite con Canarias por el turismo de Sol y Playa. ¿Los croatas pueden colaborar con los canarios para optimizarse mutuamente? La verdad es que muy poco. ¿Son complementarios? No lo veo.
¿Lanzarote debería competir con Gran Canaria? No, éstos sí que son complementarios y tienen un amplio espacio para colaborar. ¿Sevilla y Granada? ¿Málaga y Sevilla? En ambos casos veo más sinergias que “productos sustitutivos”, y entonces debería haber más colaboración entre ellos. Pero no, algunos de estos territorios que he mencionado se plantean un escenario de competencia entre sí. ¿Y por qué? por una fuerte desconfianza mutua basada en hechos del pasado, por ignorancia, y también, por cierto espíritu destructivo de supervivencia que aflora con las crisis.
Pero volviendo a la reflexión inicial de competir o colaborar, voy a abandonar por un momento el debate territorial para explorar otro campo que puede aportarnos pistas, y es el de cómo se reparten los fondos públicos para proyectos.
Sabemos que son limitados, y no alcanzan para todo el mundo. ¿Cuáles son las opciones para su reparto? Una sería repartir el dinero de forma equitativa entre todos los potenciales beneficiarios, lo que suena bonito pero nos llevaría al empobrecedor “café para todos”. Ahí no habría competencia, pero sí acomodamiento.
La opción que nos queda es seguir algún criterio de comparación entre los proyectos de los candidatos para asignar unos fondos, que son finitos, a aquellos que presenten las mejores propuestas. De nuevo estamos en presencia de un escenario competitivo.
Siempre cabe la posibilidad de que los candidatos A, B y C pueden juntarse a colaborar en un proyecto conjunto, ¡¡perfecto, adelante!!, ya tenemos a tres que no compiten entre sí, pero está claro que el consorcio A-B-C verá como competidor a D, que se presenta solo, y al otro consorcio E-F-G, en la medida que los recursos no alcancen para todos.
Por mucho que me moleste, tengo que reconocer que el sistema es demasiado complejo y no está preparado para encontrar soluciones de óptimo social a escala global; así que si empiezas a fragmentar, a buscar colaboraciones más locales y operativas, entonces sub-optimizas y terminas creando dinámicas de competencia inter-territorial.
Por otra parte, y esto me parece muy importante, si queremos compartir vamos a tener que resolver ese problema tan humano del acomodamiento oportunista, con su comportamiento de Polizón o Free Rider asociado, que tiende a arruinar cualquier sistema donde no se ponen retos a los individuos, y en este caso, a los territorios.
Tengo claro, además, que el mantra competitivo no viene sólo de las escuelas de negocio, sino que parece estar incrustado en el ADN de este sistema. Un sistema como el Capitalista que genera unas expectativas y unas “necesidades” imposibles de cubrir con los recursos disponibles, y por esa vía una sensación artificial de constante escasez, tiene que provocar estrés por competir, en lugar de colaborar.
Sobre el autor:
Amalio Rey
Fundador y Director de EMOTOOLS