Tengo un amigo, dueño de una de las panaderías con más tradición de mi ciudad, realmente preocupado porque la crisis estaba influyendo de forma severa en sus ventas de pan y pastelería. Nunca antes había observado que “hasta en el pan, afecta una crisis macroeconómica”. Los ingresos se habían reducido de forma importante mientras sus costes no, o al menos no en la misma proporción, pues una empresa no afronta despidos de forma inmediata o no puede dejar de asumir aquellos costes que no dependen de cuántas barras de pan vendas, como el alquiler del local, seguros o préstamos. La panadería había entrado en un terreno peligroso y habitual en muchas empresas: los gastos son superiores a los ingresos. Ante esta situación, mi amigo plantea lo que cree que es una buena solución a corto plazo: subir los precios de las barras de pan y de la pastelería. Ante esto le pregunto:
:: ¿Crees que esto mejorará tu nivel de ingresos? Su respuesta fue afirmativa: cree que, aunque venda menos, lo que se vendiese tendría un precio superior y, por tanto, podría al menos corregir ese desfase entre ingresos y gastos.
:: Sin ser experto en masa de pan, le comenté: tienes que pensar que el precio del pan no lo marcas tú, sino la disposición a pagar de tus clientes y tu competencia. Puede suceder que si el precio es superior a lo que la clientela está dispuesto a pagar por tus productos, los ingresos no sólo no aumentarán, sino que pueden disminuir.
:: Mi amigo se sorprendió, y me preguntó si yo podía estar seguro de mi afirmación. Me pidió ahondar en el razonamiento. Estuvimos haciendo un repaso a su principal competencia en la ciudad: otras panaderías de prestigio, supermercados de tamaño medio y grandes superficies a escasa distancia. Todos ofrecen pan, de diferentes precios/calidades y la clientela toma decisiones asumiendo diversos parámetros distintos: calidad, precio, tamaño o el poder comprar otros productos en el mismo establecimiento. Le dije que, si no ofrecía “algo más”, será difícil que le sigan comprando el mismo pan, pero más caro, de forma generalizada. Le recomendé ponerse en el papel de sus clientes y no sólo pensar en su producto.
::La conversación siguió sobre qué cosas podría cambiar en su organización: horarios, personal, optimizar los costes de transporte a los clientes, subcontratar determinadas actividades, ofrecer otro tipo de productos diferentes, invertir para mejorar sus capacidades productivas, etc. Todo eso lleva mucho tiempo, concluimos. Pero es que no se puede ofrecer lo mismo por más dinero, lo contrario sí. Hay que crear la capacidad para tratar de ajustar los costes y, sobre todo, buscar formas ingeniosas para que, aun en crisis, a la clientela le interese tu pan y tu pastelería.
De la conversación se extraen al menos dos ideas: una, subir precios no es el único mecanismo para mejorar los ingresos, porque depende de qué ofreces a cambio, del mercado, la competencia y tu situación respecto a la misma. Y dos, aunque seas una panadería, hay que buscar formas para crear valor añadido a tus recursos y trasladarlo a tus clientes. Éste es el día a día de cualquier empresa, su desafío constante, mantenerse en la brecha para no desaparecer.
La analogía es perfectamente aplicable al actual debate en la economía española, ¿hay que subir impuestos a las rentas más altas? El gobierno se hace las mismas preguntas que nuestro panadero, y puede decir lo siguiente:
:: La crisis ha destruido 2,1 millones de empleos en un año, y hay 2,5 millones de parados más. Esto significa menos cotizantes y pagadores de impuestos (ingresos) y más demandantes de prestaciones públicas (gasto). Y a eso hay que unir el hecho de que el consumo ha caído (menos recaudación por IVA) y las empresas tienen serias dificultades para cerrar en positivo (menos recaudación del Impuesto de Sociedades). En concreto, la recaudación de impuestos ha caído en unos 30.000 millones de euros entre los años 2008 y 2009 ( Consultar aquí los datos Oficiales)
:: Y, en este contexto, la propia dinámica de gasto corriente y las inversiones acometidas y aceleradas para tratar de mantener la caída de la demanda han hecho que, entre enero y mayo de 2010, el Estado tenga obligaciones de gasto que superan en más de 20.000 millones a las de los mismos meses del año 2008. ( Consultar aquí los datos Oficiales)
Por lo tanto, ingresos abajo, gastos arriba, ¿qué queda? Un aumento significativo del déficit. Ante esto se cree que la solución es subir impuestos a las rentas altas, ¿por qué a las rentas altas? Porque asfixiar más a las rentas medias y bajas, , las que tienen nómina y no pueden evadir ningún tipo de impuestos, y después de la subida de dos puntos en el IVA ,sería posiblemente un gran suicidio económico. Subir impuestos a las rentas bajas y medias agravaría claramente la crisis. ¿Y a las rentas altas? A priori parece factible, pero ya se puede anticipar que los resultados serán muy modestos. Salvo en un porcentaje muy limitado, las rentas más altas coinciden con personas que poseen empresas u otros vehículos legales a través de las cuales pueden controlar qué volumen de renta cobrar y qué gastos financian con arreglo a esa renta. De hecho, las rentas altas tienen más probabilidades de eludir impuestos “jugando” con sus empresas, algo legal y factible.
Los impuestos sirven para recaudar, pero no debemos olvidar que son el instrumento de incentivos más preciado que existe. La cantidad de impuestos que paga una persona puede incentivarle o no a trabajar, a consumir, a invertir, en el caso de las empresas a tener beneficios, a usar una u otra modalidad de contratos laborales, y un largo etcétera. En España, tan sólo un 4% de contribuyentes declaran una renta superior a 60.000 €, pero aportan casi el 40% de la recaudación. En un contexto de ralentización en el consumo, de merma de la riqueza de las familias y de incertidumbre sobre el futuro, aumentar impuestos a esa escala de población, puede ser una mala decisión, además de poco efectiva en términos de recaudación.
El gobierno puede usar los impuestos para tratar de financiar su gasto creciente, pero posiblemente no cumpla su cometido y, a cambio, se generen una serie de efectos perversos no controlados desde el primer momento. Piense en un supuesto extremo: en una economía en absoluta depresión, con el 80% de su población en edad de trabajar en paro, ¿valdría para algo aplicar subidas de impuestos? No estamos en esa situación, pero al menos tenemos que buscar alternativas a la subida de impuestos, porque luego será prácticamente imposible bajarlos. Y esas alternativas pasan por las mismas a las que se enfrenta mi amigo el panadero: analizar con lupa la productividad y el impacto a corto y medio plazo de cada partida de gasto, la productividad de los funcionarios, y evaluar la posibilidad de reajustar la plantilla (aunque ésta será una de las últimas decisiones que tomaría cualquier administración en este país). También se podría revisar la utilidad y productividad de ayudas ingentes a sectores de actividad aún regulados o la efectividad de las políticas económicas. ¿Son todas las infraestructuras y ayudas igual de necesarias? Hay que crear detectores de gasto superfluo o de poco impacto y eliminarlo. El objetivo último del gobierno, en materia económica, debería ser maximizar la utilidad pública de cada euro de ingresos.
El problema de fondo es dar por buenos dos axiomas: uno, todo gasto es necesario y, dos, además de necesario se consolida y, generalmente, no se puede bajar. Si el panadero funcionara con estos dos axiomas no sobreviviría mucho tiempo en el mercado. Y es que en términos políticos es “menos costoso” subir impuestos “a los ricos” o al consumo de determinados productos (alcohol, tabaco, gasolina…) que buscar eficiencia y productividad en el gasto. Sin embargo, o se busca esa eficiencia y esa productividad o las instituciones no tendrán todo el impacto necesario para el buen funcionamiento de las economías.