Ha nacido un nuevo concepto: el objeto digital. Esa nave que sale en Star Wars y que tanto te gusta, ese reloj —sí, con su mecanismo y todo—, un puzzle, una cámara vintage que ya no encuentras en ninguna tienda, un dron, casi cualquier pieza por compleja que sea y así decenas de miles objetos que te puedas imaginar. Así que imagina, porque si se puede dibujar, se puede convertir en un objeto digital: unos cuantos bits que se imprimen y luego los puedes tocar. Esto rompe con el paradigma de la fabricación. Hasta ahora, todo lo que nos rodea se fabrica en masa, bajo moldes, en fábricas estructuradas con unos procesos casi inamovibles, con unidades todas iguales en precisión, donde la personalización es muy rara e inaccesible. O, en todo caso, muy cara para el usuario. Este modelo de la fabricación en masa nos permitió llegar a donde estamos, a tener millones y millones de productos a nuestro alcance, bajo parámetros de eficiencia y controlando la calidad (una lata en España es igual que en Holanda y que en Wisconsin). Pero siempre queremos más. Si ahora compras lo que está disponible en una estantería —de una tienda o de unos almacenes tras una gran web de comercio electrónico—, pronto tendrás acceso a nuevas oportunidades.
De tu móvil a tu impresora. De la fabricación en masa a la personalización en masa. De la compra física, a la compra digital para poder crear los objetos que tú quieres, en el momento que los precises. Crea contenidos, invéntalos, porque el siguiente paso es que cualquiera los pueda convertir en objetos. La impresión 3D llegó para revolucionar la forma en la que fabricamos, consumimos y nos relacionamos. Este reportaje de El País Semanal profundiza de forma impactante en la revolución 3D.
Esas industrias que fabrican en masa ya están cambiando su propia forma de trabajar. Hay todo un mercado emergente, creciente y sofisticado de impresión 3D que permite hacer desde piezas para trenes, hasta camiones enteros o series cortas de piezas hiper sofisticadas. Las empresas llevan algunos años trabajando con prototipos, creando, imaginando y tocando en tiempo real gracias a la impresión 3D, lo que facilita llevar los productos al mercado, obtener información rápida y precisa de clientes o resolver problemas de fabricación y mantenimiento en tiempo real. No hay I+D, ni innovación ni diferenciación, sin conocimiento, sin prototipos, sin mentes creativas. Y esos procesos se aceleran si lo que piensas lo puedes imprimir, tocar, probar, enseñar, sin que ello suponga un gran desembolso de fabricación. La impresión 3D, en este sentido, ya está entrando en las tripas industriales para acelerar su potencia competitiva. Y la fiesta acaba de empezar.
Pero hay otro gran reto a la vuelta de la esquina: llegar a que todo esto esté accesible para el consumidor. Piensa que en el año 2006 no podíamos entrar en nuestra televisión, buscar una serie que está online y verla cuando queramos. O escuchar toda la música que jamás nos imaginamos a golpe de click en cualquier lugar donde te encuentres. Ni podíamos trabajar en un archivo, subirlo a la nube y poder usarlo donde queramos cuando lo necesitemos. Ni siquiera podíamos mandarnos mensajes por WhatsApp. Parece imposible imaginarse sin esto, pero es tan joven que abruma.
Y ahora he visto lo que viene. Ya está aquí. Esta semana lo toqué en Tumaker, una empresa vasca con una solución que funciona —en la que se han invertido muchos recursos y mentes muy brillantes— que me ha enseñado el presente y, sobre todo, la oleada de futuro que nos va a envolver. La impresión 3D tiene, a día de hoy, una gran barrera: hay que saber de diseño para coger un archivo e imprimirlo. Si no sabes de diseño las opciones se dividen a lo más ínfimo. También tienes que ser un poco “maker”, tienes que saber de máquinas, para hacer calibraciones y sacarle el mayor partido a tu máquina. En el gran consumo se han destinado pocas energías en integración y a facilitarle la vida al usuario. El foco ha estado en la industria y en toda una comunidad inicial de diseñadores y markers para que prueben, hagan, diseñen, construyan y creen comunidades, algunas de ellas realmente potentes y con millones de objetos, diseñadores e ideas para crear a través de la impresión 3D.
El mayor reto es lograr que no haya barreras de entrada. Yo mismo jamás abrí un programa de diseño, como no necesito saber de solfeo para escuchar una canción en Spotify. Me imagino una aplicación móvil (tablet), una web donde, lo que me gusta, lo tomo y lo imprimo en mi máquina. Sin saber técnicamente más de lo que necesito para manejar mi móvil. Tengo un océano digital de potenciales objetos, para mí, y les puedo cambiar tamaños, colores, o parte de su diseño —y si eres maker, de ahí al cielo. Lo personalizo, lo adapto, y lo imprimo. Pues esta semana, en Tumaker he tocado esto en vivo y en directo. Creé una chapa para mi mascota, con su nombre —Angie— y mi teléfono, le di a imprimir y ya. Pero podía hacer un puzzle, una pieza de ajedrez o el prototipo de una nave de la NASA.
La impresión 3D es algo que está en boca de todos, incluso en los juegos de mesa de mis hijas ya salen preguntas/respuestas con esta tecnología. ¿Qué hay de nuevo? Todo. No es la máquina. Es la capacidad para conectar mentes inquietas, usuarios creativos, comunidades enteras creadores de conocimiento que lo comparten o lo venden. Es la conexión de la máquina con la comunidad. Y su utilidad es infinita, desde cualquier industria hasta la medicina más sofisticada, el gran consumo o el ocio. Estará en nuestras vidas de forma integral. Y Gartner la ha colocado en el mapa como una de las más importantes tendencias tecnológicas de nuestra era:
En el caso de Tumaker su apuesta se llama Voladd. Una máquina que parece un electrodoméstico con un diseño que me hace recordar a Jobs, integrada y que sólo trabaja en red, que se conecta a una plataforma donde la máquina se calibra, donde a través de un sistema de Apps —similar al Appstore— puedes seleccionar qué te interesa e imprimirlo. Da igual que estés en el trabajo y la máquina la tengas en casa, ¡imprime! Donde le digas, cuando le digas.
Con la excusa de una máquina se abren nuevas oportunidades para negocios de plataforma y de consumo, rápidamente escalables, con fuertes economías de red —cuantas más personas diseñen y quieran objetos digitales más valor y variedades tendrán esos objetos y se acelerarán vertiginosamente las posibilidades—.
Tumaker tiene una doble especialización: una línea muy sólida, industrial, para empresas que buscan usar la palancas del 3D en su línea de flotación en I+D y, después para consumidor, con Voladd. Tengo el inmenso placer de trabajar en la estrategia financiera de Tumaker desde hace años, de conocer su evolución, todos los riesgos técnicos abismales que había para lograrlo y que se han mitigado en su totalidad con una solución única y muy diferencial.
Me apasiona trabajar en la estrategia para financiar empresas con tanto talento, en negocios tan incipientes que se convierten en emergentes, disruptivos y que nacen en mercados, como el español, que no son precisamente la cuna de Silicon Valley. Son estrategias complejas, que requieren de otro tipo de finanzas, más ágiles y a la vez más sofisticadas, para medir y mitigar riesgos e incertidumbres.
Por suerte, Tumaker tuvo desde muy temprano algo que caracteriza al País Vasco, su arraigo industrial con empresas tractoras sólidas. En ese caso, CAF estuvo apoyando desde el embrión, como accionista minoritario de la compañía y como cliente, adquiriendo su tecnología para aprender con ella las infinitas posibilidades que ofrece.
Ahora Tumaker vuelve a estar onfire, con una nueva estrategia financiera y comercial hacia el consumidor final. El objetivo es hacer accesible a cualquier persona la impresión 3D. Tiene producto, tiene tecnología, tiene plataforma, ha limitado todas las barreras que te podrías imaginar para el usuario, y sorteado el gran riesgo tecnológico que esto tenía cuando empezaron a imaginarlo. Ahora es posible. Y estamos en las tripas de una nueva estrategia financiera para lograrlo. Me resulta apasionante poder vivir cómo los financieros podemos estar en estos negocios complejos y disruptivos, tratando de sumar y aprender, sobre todo, de personas con tanta capacidad para llevar al mercado cosas que hace años te eran difíciles siquiera de imaginar. El lema de Tumaker es que la Red es la fábrica. ¿Te imaginas la potencia que todo esto supone? Piénsalo…