Leí hace unos días un artículo de Manuel Jabois, llamado 15 Negritos, en el que habla de la absurda muerte de 15 seres humanos en la frontera entre Ceuta y Marruecos. Leo entre líneas, si es que eso es posible por mucho que digan los sabios, una cierta amargura por el enfoque relativista que le estamos dando al suceso en el rico y apoltronado occidente ilustrado. Comenta Jabois cómo, en este tipo de sucesos, se pone siempre el foco en los últimos 15 minutos, en la muerte y un poco más, en la acción inmediata que causa la desgracia. Por eso los “negritos” murieron porque trataban de entrar de manera ilegal, porque hicieron “algo malo”, “si se hubieran portado bien no les hubiera pasado nada”. No nos interesan los días anteriores, los meses previos, los años más lejanos. No nos interesa su vida porque nos han molestado con su muerte, y así tapamos sus poblados míseros, sus gobiernos corruptos y expoliadores, sus niñeces desgraciadas y hambrientas, su dolor diario. Al fin y al cabo están tan lejos…
Pero un día tienen la desfachatez de acercarse a nosotros, de presentarse en nuestros televisores y molestarnos mientras comemos. Ellos, los negros (“pero si nosotros no somos racistas…”), los que se han atrevido a morirse delante de nuestras playas. ¿Qué hubiera pasado si se hubieran muerto 15 opulentos bañistas de algún país “amigo” y blanco? Nos hubiéramos ennegrecido nosotros con luto nacional.
A raíz de este artículo me dio por pensar por el concepto de “beneficio”. Ya he dicho en alguna ocasión que soy más raro que un sapo con pistolas, y si no lo he dicho lo digo ahora. Mi mente va a su bola y así me salen las ideas que me salen. Me dio por pensar, digo, en el concepto de “beneficio” y cómo esos “negros” son capaces de posponerlo a un futuro lejano e incierto. No es un beneficio inmediato y tangible, es un beneficio posible, muy poco posible, pero que les sirve para poner en marcha una serie de acciones, recursos y deseos que les ayude a conseguirlo.
En occidente el beneficio es inmediato, o al menos se pretende. Ningún producto duraría más de una semana en el mercado si no propusiera un beneficio casi instantáneo, un bien casi tangible. Y no veo en esta sociedad proyectos de vida que no se nutran a corto plazo. No digo que sea malo, digo que es así.
En occidente hemos “occidentalizado” tanto el tiempo y el espacio que no comprendemos que un grupo de personas sean capaces de recorrer miles de kilómetros durante meses para jugarse la vida en esos últimos 15 minutos, los que a nosotros nos importan. Para ellos los días de quietud y permanencia eran años de sufrimiento, al menos los meses de caminar son un tiempo de esperanza, esperanza en conseguir ese “beneficio” que para nosotros no es relevante, el de la subsistencia.
El Bien
Nos hemos instalado en un beneficio “económico”, en una sociedad donde se espera un retorno a cada una de nuestras acciones, una sociedad de transacciones, donde el Bien es un concepto tan relativo que lo tenemos que adornar para poder venderlo. El Bien y el beneficio parecen ir de la mano, parecen sucederse el uno al otro: yo tengo beneficio cuando obtengo un Bien. El problema está en la definición de ese Bien.
Decía Platón que el Bien era el ideal supremo, aquello a lo que debería aspirar todo ser humano. El Bien platónico era el principio de toda realidad y la traducción filosófica del dios cristiano. Ese Bien nos queda ahora lejano y no solo por el tiempo transcurrido, sino porque ese Bien no es inmediato, es un proyecto, un camino que hay que recorrer y cuyo beneficio se encuentra al final. Somos impacientes y necesitamos bienes (en minúscula) y beneficios asibles, concretos, casi que podamos ver cara a cara, que podamos reconocer. Además necesitamos ponerles precio, cuantificarlos. Nada es bueno si no vale dinero. “Si es gratis desconfía”, se suele decir.
Dice mi amigo Manel Muntada que “estamos muy lejos de los antiguos constructores de catedrales o de Gaudí y de su Sagrada Familia, ya que hoy en día es difícil que alguien enfoque un proyecto con la mentalidad de no poder verlo terminar. Éste es uno de los principales aspectos que condicionan sobremanera la tipología de los proyectos que se impulsan actualmente.” Y tiene razón, somos incapaces de proyectarnos en el futuro.
Mientras escribo esto recibo un mail de un antiguo alumno que está desarrollando un proyecto de innovación de gran envergadura intelectual y que me comenta que se sorprende de que en este país enfoquemos la innovación como otra app, una nueva comunidad u otra web, proyectos intranscendentes que los gobiernos de cualquier nivel presentan como el resultado de un gran esfuerzo en innovación. Este alumno trabaja en un proyecto a medio y largo plazo, que le llevará varios años desarrollar y que lo toma con sabiduría, esperando un beneficio futuro y no inmediato.
La utilidad
Decía hace poco José Ignacio Sánchez Galán que él debía buscar el beneficio de sus accionistas. Independientemente de que esta frase lleva una enorme carga de inconcreción y parece obviar la ética como parte de la reflexión (digo sólo “parece”), Sánchez Galán reconoce en sí una utilidad concreta, monetaria y, dentro de lo posible, inmediata.
Es interesante el tema de la utilidad relacionado con el beneficio. Nos estamos centrando en el beneficio útil, en aquello que nos aporta un bien que podamos utilizar para conseguir otro bien, que no se muera en sí mismo. Un libro sólo vale si nos sirve para algo más que el placer de leerlo. Una carrera universitaria se mide por sus salidas laborales. Recientemente mi también amigo Amalio Rey (uno ha de presumir de amigos, sobre todo si son más inteligentes) escribió un magnífico artículo, Elogio a la útil inutilidad, en el que me puso sobre la pista de un delicioso libro de Nuccio Ordine, La Utilidad de lo Inútil. En el libro Ordine defiende aquellas acciones y saberes que no necesariamente parecen útiles según los parámetros actuales, que no parecen ofrecer un beneficio inmediato.
Hace muchos años, demasiados, hacía yo prácticas en un banco y el director me preguntó qué estudiaba. “Filosofía”, le dije. “Has elegido mal”, me contestó, “eso no tiene salidas. No podrás vivir de eso.” En realidad sí he vivido de eso desde entonces, he vivido de pensar, de transformar datos en conocimiento (unas veces mejor y otras peor, para qué nos vamos a engañar). He vivido de cuestionarme constantemente todo, de no dar nada por supuesto, de pensar siempre fuera de la caja, de pensar a secas.
No podemos entregar estos conceptos a la masa, no podemos dejar que sean las modas y la costumbre quien determine qué es beneficioso, bueno o útil para nosotros, no podemos dejar de construir una estructura intelectual sólida en nuestras vidas, donde la economía, la cultura, la ética y la filosofía tengan un lugar predominante. No podemos, por ejemplo, abandonar a un país como Grecia porque ya no nos es útil, porque no son “buenos”, porque no generan un beneficio a Europa, y olvidar que todo el saber occidental bebe de las fuentes de los que una vez fueron sus habitantes. Lo que ya nos han dado debería bastar para, al menos, respetarlos lo que quede de vida al ser humano.
Hace poco murieron 15 personas porque pensaron que viajando durante meses, poniéndose en manos de las mafias, pasando hambre, siendo humillados, sufriendo sed y saltando una simple valla obtendrían un beneficio. No era un beneficio inmediato, y dudo que esperaran un beneficio instantáneo al cruzar la frontera, si la cruzaban. Murieron porque esperaban conseguir un bien, poseer lo que no poseían en sus lugares de nacimiento y que para nosotros es habitual.
Tal vez debemos volver la vista a todo lo inútil que parece que hay en nuestra sociedad, lo que de verdad creemos que es inútil: la filosofía, el arte, la cultura, la poesía… Tal vez debiéramos pensar un poco, dedicar tiempo a no hacer nada, sólo pensar. Tal vez debiéramos dejar de hacer colas absurdas para comprar el último modelo de iPhone y hacer cola para ver la última de Woody Allen o esa obra de teatro que trata de decir algo más (lo sé, soy un iluso). Tal vez deberíamos potenciar todo lo que de humano hay en nosotros, sobre todo la inteligencia y el trabajar en torno a un concepto de beneficio que no sea sólo el económico ni busque la inmediatez del orgasmo vacío del consumo.
Bueno, ya me voy. Sí, lo sé, este artículo me ha salido demasiado del corazón. Prometo que no lo volveré a hacer… igual no es muy beneficioso.
5 Comentarios
Tienes algun dato para decir que occidente no piensa a largo plazo?
Hasta donde yo se, una gran proporcion de los fondos de inversion son de jubilacion. Sin inversion a tan largo plazo, en el mundo occidental no se sostendrian las inversiones en empresas, cuyo precio tiene un gran retorno pero una gran volatilidad.
Gracias Juan. Como habrás notado no es un artículo económico, más bien es una reflexión personal que trata de tocar la ética, la filosofía…
Un cordial saludo
Uf… Muchas cosas se me ocurren decir al respecto. Tocaré solo algunas.
Por una parte, es cierto que buscamos beneficios y placeres inmediatos, «ascensiones meteóricas» (alguien tendría que revisar esa expresión) y pelotazos como para poder retirarse a los 35. Pero, por otra parte glorificamos el esfuerzo a largo plazo, los deportistas que tantas horas entrenan y el emprendedor que malduerme por sacar adelante su empresa y -esto sobre todo- a los padres que sacan adelante a sus familias. Ése seguramente sea el caso más representativo.
Por otra parte, no sé si verías la charla «la niña y el huevo» que dio @scientia en el último Naukas llamado «la niña y el huevo». Una explicación de lo que es la investigación básica y para qué sirve. Un beneficio improbable y lejano, sin duda: http://scientiablog.com/2013/09/30/el-huevo-y-la-nina-mi-conferencia-en-naukas2013/
Desde lo literario, creo que no puedo ser más fan de esta propuesta de Cortázar. Ojalá me quedaran pelos largos a los que hacerles un nudo: http://www.me.gov.ar/efeme/cortazar/pelo.html
Ni antes ni después…su bien era conseguirlo, como el alpinista que consigue llegar a la cima; pero si tuviera que ejemplificarlo tal vez lo haría con el/los pioneros de antaño, aquellos que brújula y cantimplora en mano eran capaces de adentrarse en lo desconocido. Simplemente ellos y la montaña. Entonces la tecnología, las previsiones del tiempo apenas ayudaban, tal vez por estar también en sus comienzos. Y a pesar de ello, la curiosidad de poder lograrlo era superior a cualquier otra cosa. No es eso la libertad. Llegar sin más. Saltar la valla, luchar contra los arrecifes, luchar contra el frío. Pero, al fin lo conseguí. Otros muchos no, pero yo fui libre en aquella cumbre, en el mismo instante en que pise la arena…lo que sigue a continuación: el regreso, las deportaciones, el malvivir en un cies, la bajada de la montaña con los pies congelados, eso ya no importa, porque en algún instante fui libre.
Creo que hay otro factor a considerar. La esperanza de vida en muchos de los países de procedencia de esta gente es muy baja. Para ellos es una decisión hasta necesaria
a) Me quedo en mi país y muero de media a los 30 o 40 y algo (aquí http://es.wikipedia.org/wiki/Anexo:Pa%C3%ADses_por_esperanza_de_vida y ojo con la dispersión que la media engaña)
b) Me juego la vida con veinte o treinta y pocos, voy a Europa y allí espero que mi esperanza de vida suba hasta los 70…
Es una apuesta de doble o nada, pero el nada lo tienen a menudo delante de sus ojos