Las ciudades en Estados Unidos tienen una configuración muy diferente a las europeas. Son ciudades extensas, en las que el centro está ocupado por los grandes negocios y empresas de servicios de gran valor añadido, en el que solo viven los más pobres. Este centro está rodeado por un cinturón industrial y de servicios, donde trabaja la mayor parte de la población. Y, en otro anillo concéntrico, hay un enorme cinturón residencial, compuesto preferentemente de casas unifamiliares agrupadas por barrios resultado de diversas promociones urbanísticas, y enormes saltos de nivel socioeconómico entre barrios colindantes.
Para acceder al centro de negocios, para los europeos enorme distancia a la que se encuentran las zonas residenciales de buen nivel, se utilizan vías rápidas. Esas vías rápidas, comparables a nuestras autovías aunque con carriles de incorporación y salida (slip ramps) mucho más cortos, a menudo tienen una peculiaridad: Una zona central con dos carriles rápidos por sentido, entre los carriles “normales” de cada sentido, entrada y salida. Es lo que se llama Expressway.
Los carriles centrales de una Expressway tienen menos puntos de acceso o salida y a menudo restricciones para su uso, lo que reduce la congestión del tráfico y los hace mucho más rápidos para desplazarse. Si uno va directamente al centro de la ciudad son sin duda la mejor opción. Como decía, hay restricciones para acceder a los carriles centrales como por ejemplo un peaje, o mi favorita, por ocupación del vehículo…
Vehículos con más de un ocupante
Para acceder a una de las Expressways de acceso a Pittsburgh, el requisito era que el vehículo estuviera ocupado por alguien más que el conductor. Con el objetivo declarado de disminuir el tráfico diario de entrada y salida de la ciudad, intentaba incentivarse que se compartiese transporte. Pero no penalizando el comportamiento a evitar, sino premiando el comportamiento deseado.
Un verano en que me encontraba allí, se desarrollaba un juicio a una mujer que había sido detenida conduciendo sola por los carriles centrales, se negó a pagar la multa y prefirió enfrentarse a la policía en el tribunal. En el juicio, y esto es lo que llamó la atención a los medios sobre el proceso, ella arguyó que estaba embarazada, y que por tanto había dos personas en el coche. Menuda jeta, ¿verdad?
El juez, en un fallo muy celebrado, no entró a valorar si estando embarazada había o no dos personas dentro del vehículo. Se ciñó a la exposición de motivos de la ley, que indicaba que los carriles centrales se creaban para descongestionar la Expressway. Entendió que en todo caso no había dos asientos ocupados, y por lo tanto no se podía presumir que gracias a ese uso de los carriles centrales se había utilizado un coche menos. Esto entre los juristas se llama interpretación teleológica de la ley. Entenderla desde los objetivos expresados.
Interpretación teleológica
En los países de tradición anglosajona, los jueces no solo aplican la ley, también generan jurisprudencia. Esto significa que las decisiones de otros jueces son una fuente del derecho, que una de las formas en que se fundamentan las decisiones judiciales es recurriendo a otras decisiones judiciales. Y en este entorno, en su sistema judicial se han llegado a anular leyes y sentencias porque contravenían el espíritu de leyes de rango superior (vean la escena en «El escándalo de Larry Flynt«, o lean el fallo correspondiente del tribunal supremo), o a anular artículos de una ley porque contravenían la exposición de motivos al comienzo de la misma.
Imagínense esto en España, donde se ha acostumbrado a colar de rondón en cualquier ley disposiciones que nada tienen que ver con el asunto que se regula, especialmente en la ley de acompañamiento de los presupuestos, llegando a tal punto que la práctica fue anulada en buena medida por el Tribunal Constitucional.
Imagínense que cualquier tribunal de primera instancia pudiera anular un procedimiento sancionador porque su procedimiento se articuló en la ley de creación de una oficina presupuestaria.
Imagínense que cualquier tribunal anula la incorporación al derecho interno de la normativa internacional que eximía de la obligación de documentación pública en la transmisión de patentes y marcas mediante una disposición adicional en la Ley de Tasas y Precios Públicos del Consejo de Seguridad Nuclear.
También en la empresa. Hay para todos
La declaración de principios de una empresa, condensada en las famosas Misión, Visión y Valores, es la guía de comportamiento de todos y cada uno de los actos de los trabajadores.
O debería serlo. Deberían empapar la actuación diaria de todos y cada uno de los trabajadores que ocupan puestos de responsabilidad, so pena de ser papel mojado. Un directivo debería poder oponerse a una línea de trabajo que los contradiga, o al menos poder cuestionarlo (en el foro adecuado).
Hace años, antes de una entrevista de trabajo, revisé la página web de la empresa y pasé por su declaración de principios, como suelo hacer siempre (igual da, empleador o cliente). Emocionado, descubrí que uno de sus valores expresados era el beneficio económico:
Beneficio económico: Todos los profesionales nos movemos por la voluntad de crecer y mejorar con la organización, traduciéndose todo el trabajo en un beneficio económico colectivo.
¿Cuántas empresas hay tan sinceras? ¿En cuántas organizaciones una “deserción” en busca de mayores ingresos no se entiende como una traición sino como un trabajador que aprovecha una oportunidad de mejora?
Repensemos la declaración de principios de una empresa. Intentemos que sea fiel reflejo de su cultura interna. Y viceversa, actuemos de acuerdo a nuestra declaración de principios. Permitamos que sean de verdad los valores rectores del comportamiento de nuestros trabajadores, que tengan la importancia, el valor, la centralidad suficientes para contravenir una indicación, una orden, una política de empresa.
Porque… ¿para qué los escribimos si no? ¿Para qué un apartado en la página web? ¿Para qué un cuadro en el vestíbulo? La declaración de Misión, Visión y Valores o sirve para clarificar y reducir la incertidumbre, o es algo peor que papel mojado. Una pérdida de tiempo y dinero, y un enorme motivo de desafección de nuestros clientes, trabajadores y proveedores.
Esta reflexión me lleva a las consecuencias no buscadas, pero eso lo dejaremos para otro día.