Pocos avances tecnológicos combinan tanto impacto en nuestras vidas y anonimato sobre su historia como el inodoro. Patentado en 1775 por Alexander Cummings, su instalación masiva a lo largo del siglo XIX fue uno de los mayores avances en materia de salud pública de nuestra historia, al permitir controlar una innumerable variedad de enfermedades, desde la difteria hasta el cólera, muchas de ellas mortales. Así, su relevancia no se debe solo a su comodidad en términos de higiene, sino también a que ha salvado cientos de millones de vidas.
Pocos avances tecnológicos combinan tanto impacto en nuestras vidas y anonimato sobre su historia como el inodoro. Patentado en 1775 por Alexander Cummings, su instalación masiva a lo largo del siglo XIX fue uno de los mayores avances en materia de salud pública de nuestra historia, al permitir controlar una innumerable variedad de enfermedades, desde la difteria hasta el cólera, muchas de ellas mortales. Así, su relevancia no se debe solo a su comodidad en términos de higiene, sino también a que ha salvado cientos de millones de vidas.
Desde la patente del inodoro hasta el iPhone 5 ha pasado aproximadamente un cuarto de milenio, y las cosas han cambiado mucho. En 1800, en los primeros pasos de la revolución industrial, la renta media de una persona en Estados Unidos equivalía a 3.450 dólares anuales (a precios de hoy), mientras en la actualidad supera los 48.000. Un ciudadano estadounidense no solo puede comprar mucha más cantidad de bienes y servicios que entonces, sino que hemos logrado pasar de una economía con 100 referencias de productos a una, la actual, con más de 10.000 millones de referencias (un supermercado como El Corte Inglés tiene más de 25.000 referencias de productos alimentarios distintos, por ejemplo).
Durante todo este proceso, nuestra relación con el progreso tecnológico ha sido compleja. La primera huelga general de España se produce en 1855, siendo el blanco de las iras de los trabajadores las nuevas máquinas que se instauraban con fuerza en las fábricas, especialmente en zonas de mayor tradición industrial como Cataluña. Las máquinas eran el enemigo que destruía empleo y salarios. Esta percepción del proceso productivo, conocida desde entonces como luddismo, fue perdiendo fuerza paulatinamente ante la evidencia de las mejoras en la calidad de vida que la mecanización y la tecnología trajeron.
“La TI destruye más empleos de los que crea”
Por ello, sorprende enormemente el curioso artículo que la MIT Technology Reviewpublica bajo el rotundo titular: “La TI destruye más empleos de los que crea”. La historia se vuelve a repetir, azuzada por la crisis, y el artículo ha generado un gran revuelo en las redes sociales. ¿Qué puede haber de cierto en una afirmación así?
Si atendemos a nuestro nivel de bienestar medio y a la renta per cápita, los dos últimos siglos han sido únicos en la historia económica de la humanidad. En los largos milenios que van desde el neolítico hasta el reciente S. XIX, la inmensa mayoría de la población era agrícola y subsistía con una renta mínima.
El siguiente gráfico cuenta, posiblemente, la más importante y bella historia de la humanidad: la del acceso generalizado a una mínima calidad de vida. Hasta el S. XIX, rara vez superaba un país los 1.000 dólares per cápita. A partir de la mecanización introducida por la revolución industrial, la renta per cápita se dispara en casi todas las áreas del mundo. Incluso África, con el peor historial de crecimiento del S. XX, supera con claridad el estándar de vida máximo de toda la historia de la humanidad.
La revolución industrial trajo el inodoro, la electricidad, los antibióticos, la máquina de vapor, las lanzaderas volantes y un gran número de avances tecnológicos y científicos que transformaron los procesos productivos. La mecanización y las ganancias de productividad fueron reduciendo las necesidades de mano de obra en el campo hasta representar solo una pequeña fracción sobre el total del empleo en una economía moderna.
¿Se ha frenado este proceso en la actualidad? Ni mucho menos. Los argumentos en contra de la desaparición del empleo debido a las mejoras tecnológicas en la agricultura y en la industria se dan de frente contra los datos. El siguiente gráfico muestra, para toda la OCDE, la relación entre (i) el porcentaje de empleo en la agricultura y la industria y (ii) la tasa total de empleo, esto es, el porcentaje de población mayor de 15 años que tiene empleo. El período de cálculo es el de 1992–2010.
La relación es fuertemente negativa: mientras el porcentaje de ocupación en agricultura e industria se redujo del 38% al 29%, la tasa de empleo aumentó, incluso considerando los efectos sobre el empleo de la tremenda crisis de 2009. La liberación de recursos de la industria y agricultura ha traído todavía más empleo para la economía de la OCDE en su conjunto.
¿Cómo funciona este mecanismo tan anti-intuitivo, por el cual la destrucción de empleo se traduce en mayor empleo en otros sectores?
Comprendiendo las mejoras de productividad: un mundo de salchichas y bollos
Para ilustrar la curiosa relación entre tecnología y empleo, hagamos un breve ejercicio de abstracción. Pensemos en España como un país donde solo se venden dos productos que, además, se consumen juntos: salchichas y bollos de pan. Supongamos, redondeando, que somos 40 millones de personas, de las cuales 20 millones trabajan: 10 millones de personas hacen bollos de pan y los otros 10 millones hacen salchichas. Cada trabajador tiene una productividad diaria de 12 bollos de pan y 12 salchichas. Esto permite que las 10 millones de personas de cada sector logren una producción de 120 millones de perritos calientes y que los españoles puedan comer 3 perritos calientes al día -olvidemos de momento las oportunidades de negocio en la “industria auxiliar” del tratamiento del colesterol-. Esta sencilla situación fue propuesta por el maravilloso Krugman de los 90 (¡que nadie se pierda su serie de artículos en Slate – “The Dismal Science”!) para explicar el impacto de la tecnología sobre la productividad y el empleo. Veamos cómo.
Supongamos que un equipo de ingenieros del sector de las salchichas encuentra una manera de aumentar su productividad: han averiguado cómo fabricar 18 salchichas al día por cada persona empleada. ¿Qué efecto tendría un cambio así sobre el empleo y sobre nuestro bienestar?
1.- Si la asignación de trabajadores no cambiase, España pasaría a generar 180 millones de salchichas al día, mientras los fabricantes de bollos seguirían produciendo solo 120 millones. De repente, tenemos un exceso de salchichas y una terrible escasez de bollos de pan en nuestra economía: cada salchicha adicional aporta muy poco, pero cada nuevo bollo es un nuevo perrito caliente. Ha disminuido el valor de cada nueva salchicha y ha aumentado el valor marginal de cada bollo.
2.- El resultado es contraintuitivo. En el sector en que ha aumentado la productividad son necesarios menos trabajadores, mientras que, por la complementariedad entre panes y salchichas, los trabajadores tienen ahora más valor en el otro sector.
3.- Con un funcionamiento normal del mercado laboral, la nueva demanda de bollos podría crear millones de nuevos empleos hasta pasar a producir 180 millones de bollos: las ganancias de productividad en un sector se traducen en una mayor demanda y en mayor empleo en otros sectores.
4.- Pero, si no se crean los nuevos empleos en el sector de los bollos… ¡podrían incluso destruirse empleos en el sector de las salchichas! Concretamente, podrían destruirse hasta 3,3 millones de empleos y España seguiría produciendo 120 millones de salchichas, como antes. Los españoles seguirían comiendo 3 perritos al día, pero para ello es necesario mucho menos trabajo. El titular sería claro: la tecnología destruye empleo.
5.- Sin embargo, esos 3,3 millones de empleos “expulsados” del sector de las salchichas se podrían distribuir entre ambos sectores, de forma que el país podría disfrutar de más perritos calientes cada día. Si el sector de los bollos contrata a 2 millones de trabajadores y el de las salchichas a 1,3 millones, entre ambos son capaces de producir 144 millones de perritos calientes, 24 millones más que en la situación inicial. Nuestro PIB -medido en este caso en perritos calientes- ha aumentado un 20% gracias a la mejora tecnológica de un sector y de cómo esta ganancia se ha trasladado hacia el resto.
¿Y si las ganancias de productividad fueran tan elevadas y nuestra capacidad de producir perritos tan alta que ya no quisiéramos comer más de 4/5 al día? La respuesta es que se abriría una puerta fantástica para crear otros sectores, como el del ketchup, las patatas, los bares, la cerveza… ¡y sí, ahora sí: la industria del control del colesterol!
La acusación del mencionado artículo, “Las Tecnologías de la Información (TI) destruyen más empleo del que crean”, tiene, por lo tanto, muy poco fundamento. ¿Acaso no podemos considerar como “empleos en TI” a la plantilla de Inditex, que se caracteriza por uno de los sistemas de logística más avanzados del mundo? Cuando un cirujano utiliza un nuevo software como asistencia en una operación, ¿acaso no es también un puesto de trabajo TI? ¿Y qué me dice de un controlador aéreo? Las TI son una bomba de productividad y eficiencia para toda la economía y nuestro primer motor de innovación: 1 de cada 4 euros en I+D en Europa se destina a las TI en todo tipo de campos: energía, nuevos materiales, logística, etc.
La clave: la velocidad de ajuste
¿Dónde se encuentra entonces la disyuntiva entre tecnología y empleo? En la velocidad del ajuste y sus consecuencias. Las personas que pierden empleo en un sector no necesariamente son las mismas que lo logran en otro sector. Por ejemplo, el dependiente de quiosco que pierde su puesto por una máquina que dispensa golosinas no es quien pasa a diseñar los autómatas dispensadores. Como apuntábamos en un artículo reciente:
“[…] el mercado valora cada vez menos las habilidades no cualificadas, una tendencia probablemente irreversible. La caída generalizada de las barreras comerciales, incluso en la prestación de servicios, está deprimiendo los salarios de los trabajadores no cualificados conforme cientos de millones de nuevos trabajadores sin formación se incorporan a la cadena mundial de producción”.
El mundo lleva más de dos siglos en un imparable proceso de sustitución de recursos poco cualificados por tecnología. Gracias a ello, podemos dedicar nuestros esfuerzos en aquello que peor sabe hacer una máquina: diseñar productos, crear nuevas formas de hacer las cosas, explorar oportunidades y seguir buscando formas de mejorar nuestra calidad de vida. Ninguna máquina va a encontrar por sí misma la vacuna contra la malaria o la solución al cambio climático, ni siquiera va a tomar decisiones sobre qué nuevo producto funcionará en un mercado. Ello requiere de personas usando el único recurso realmente renovable que tenemos: el conocimiento.
Cinco soluciones para un problema que no debería existir
La complejidad se ha instalado en nuestras vidas y está aquí para quedarse. Las soluciones institucionales para afrontar este nuevo mundo podrían agruparse en cinco grupos:
1.- Un diseño del mercado laboral que prime la flexibilidad, la movilidad y la formación continua (mayor libertad en la negociación de los términos del despido y de las cláusulas de rescisión).
2.- Una regulación laboral que no nos “ancle” a un puesto de trabajo como si fuera para toda la vida. Es absurdo que la estrategia dominante para un trabajador en tiempos de crisis sea aferrarse a su puesto de trabajo.
3.- Mejorar de forma extraordinaria la forma en que nos educamos. La diferencia esencial entre una persona capaz de reinventarse y otra que no reside en una educación que persigue la excelencia de cada individuo, que ha dado a esa persona las herramientas necesarias para encontrar y transformar el conocimiento, y que ha sabido mantener en esa persona la pasión vital innata por aprender.
4.- Diseñar sistemas fiscales que fomenten el trabajo, es decir, reducir la imposición sobre el trabajo y sustituirla por una subida proporcional del resto de figuras tributarias.
5.- Creación de un sistema financiero que asigne apropiadamente el ahorro y lo convierta en oportunidades de inversión productivas, dejando de incentivar de forma absurda, mediante regulación e incentivos fiscales, la inversión en ciertos tipos de bienes muebles e inmuebles que no lo son.
Solo la educación y la capacidad de adaptación nos harán avanzar como sociedad y asegurar una mayor calidad de vida para todas las personas. Y la ciencia y la tecnología son el vehículo para hacerlo: llevan haciéndolo ininterrumpidamente más de dos siglos. El problema no está en la tecnología, sino en nuestra incapacidad para adaptarnos a ella. Aprovechar las oportunidades requiere un gran esfuerzo personal y un sistema laboral y educativo que no sea disfuncional. A pesar de lo tentador que resulte buscar alguna cabeza de turco para culparla de nuestros males, poco conseguiremos señalando a las máquinas y al progreso tecnológico.
Artículo original publicado en ElConfidencial.com
2 Comentarios
Interesante. De hecho, hay puntos en común entre el inodoro y el iPhone. Aunque poca gente lo admita, mucha gente lleva su smartphone al baño y lo usa mientras está sentado en el inodoro… o no?
Jejeje muy bueno!