China superó a Estados Unidos en investigación científica, en cantidad y en calidad en agosto de este año, según un informe del Ministerio de Ciencia y Tecnología de Japón. Esta fue una de las noticias más trascendentes de 2022, pero pasó desapercibida.
Por primera vez en la historia reciente, una potencia no democrática lidera el desarrollo científico mundial. Sabemos que China tiene todavía profundos problemas (no ha superado la pandemia), y parece que existe una incipiente contestación interna al líder supremo, Xi Jinping.
Pero eso no cambia la corriente de fondo: China se dirige a liderar el mundo en ciencia, tecnología e industria, a una velocidad de crucero jamás vista antes. Es el único país capaz de planificar a largo plazo, y no hace falta extendernos sobre las implicaciones de esta tendencia de progreso científico en productividad económica, control de los mercados, seguridad o defensa.
China sobrepasó a Estados Unidos especialmente en campos relacionados con las disciplinas STEM (Science, Technology, Engineering and Maths). Casi un tercio de los artículos de investigación de mayor impacto se producen ya en China, alejándola de su tradicional imagen de “mala calidad”.
Tiempo tendremos las democracias occidentales (y, especialmente países como el nuestro) de arrepentirnos de no haber reformado en profundidad nuestro sistema de ciencia e innovación —I+D+i—, capaz de generar talento y conocimiento, pero obligado a exportarlo por la falta endémica de políticas industriales (cosa que parece que, afortunadamente, empieza a corregirse).
La política industrial (y, por ende, la política de innovación) ha sido anatema en el mundo académico y político, dirigido durante las últimas tres décadas por ideologías económicas neoclásicas (conocidas mejor como “neoliberales”). La mejor política industrial era la que no existía. Los “espíritus salvajes” del emprendimiento se encargarían de asignar los recursos de mejor modo posible.
Recomiendo leer el estupendo libro “Jack Welch: El hombre que rompió el capitalismo”, que describe el modelo de referencia en management y la perspectiva económica que han dominado el mundo durante los últimos treinta años: “downsizing”, “outsourcing”, “offshoring”, “buybacks”, “layoffs”… “Pondría mis empresas en balsas, y las movería continuamente, en busca del lugar más barato”, decía Welch, nombrado directivo del siglo por Fortune en 1999.
Capitalismo de shareholders (accionistas) en lugar de capitalismo de stakeholders (comunidades). Cierto, como algunos dicen: la idea más estúpida del mundo, pero muy enraizada. Maximización del beneficio al accionista en el corto plazo, aún a costa de desinvertir en actividades de largo plazo (como la I+D), de externalizar manufactura e ingeniería a donde fuera necesario, y de destruir la confianza en la cadena de valor y en el ecosistema local. Tierra quemada de desindustrialización que abrió las puertas al populismo político.
Muchos argumentarán que los datos de investigación en China son matizables. Pero lo cierto es que ese país, un actor científico irrelevante en 2010, ha protagonizado una disrupción sin precedentes en el escenario tecnológico global, un auténtico “ataque en torpedo”, desde posiciones claramente inferiores, en poco más de diez años.
La inversión en I+D de la economía china ha crecido exponencialmente, desde la nada hasta una gigantesca cifra de más de $500.000 millones en dos décadas. China es hoy una apisonadora científica. Con una cuidadosa y disciplinada planificación estratégica, avanza decididamente hacia el control de la totalidad de tecnologías llamadas “habilitadoras. Tecnologías “exponenciales” por su base digital, que ha seguido durante los últimos 70 años la progresión geométrica conocida como la “Ley de Moore”: cada dos años se ha doblado la capacidad de integración de dispositivos en un semiconductor.
Los supercomputadores de hoy, si Moore sigue cumpliéndose, los tendremos en nuestro iPhone en 15 años. Esa ley es la que ha facultado la explosión de la inteligencia artificial, de la bioinformática, de la internet de las cosas o de las comunicaciones móviles. La ley de Moore ha hecho posible que, a finales de este 2022, ChatGPT haya sorprendido al mundo con un sistema conversacional que amenaza al propio Google, por lo que significa en cuanto a nuevas interfases de búsqueda de información, capaces de razonar y de presentar información argumentada y comparada. Nos acercamos a sistemas digitales que se parecen cada vez más a cerebros humanos.
La fuerza directora de nuestra era sigue siendo el cambio tecnológico, pese a que 2022 ha sido un mal año para las empresas “tecnológicas”. Realmente, están cayendo en la curva de la desilusión que sigue a un pico de sobre-expectativas como el que se originó durante la pandemia. Algunas de ellas han perdido más del 60% de su valor financiero. Pero la tecnología trasciende empresas y empapa sectores enteros. Ya no sólo hablamos de plataformas de eCommerce, como durante la burbuja de internet.
Las empresas tecnológicas hoy son farmacéuticas, automovilísticas, fabricantes de semiconductores, de nuevos materiales o programadoras de algoritmos avanzados. Y, en tecnología, China ambiciona el liderazgo absoluto en todo ello: posee 186 de los 500 supercomputadores más potentes, frente a los 123 norteamericanos. Máquinas críticas para simular procesos complejos como el cambio climático o para aplicaciones avanzadas en ingeniería, medicina, genética o criptografía. Despunta en inteligencia artificial, biotecnología, espacio o computación cuántica. Controla cadenas de suministro como las de las baterías eléctricas, y está dando pasos significativos en el dominio de los semiconductores.
La política científica china es un subconjunto de su política económica, bien encajada en la misma. Por ello se extiende del laboratorio a la fábrica, y florecen los campeones nacionales (como Huawei, líder en 5G). Xi Jinping quiere crear un estado-incubadora soportado en tres ejes conectados:
- ciencia de frontera,
- industria avanzada
- y emprendimiento.
Beijing es la segunda ciudad en número de unicornios (startups valoradas en más de $1.000 millones), detrás de San Francisco. Si las democracias occidentales no reaccionan, el dominio tecnológico chino será aplastante en muy pocos años.
Por ello, el Congreso estadounidense ha aprobado la Chips and Science Act, un programa de $280.000 millones para estimular la I+D de su economía y contener la ofensiva china, denominado “el esfuerzo de una generación” por el presidente Biden.
Las universidades anglosajonas son baluartes de investigación de frontera: según el influyente ranking de Shanghái, entre las top 10 se encuentran ocho universidades estadounidenses, y dos británicas. Pero no hay ninguna de la UE. La irrelevancia de la investigación europea es alarmante en un contexto de pugna por el liderazgo global.
Es cierto que esos rankings son controvertidos, y que miden básicamente las publicaciones científicas de alto impacto académico. Enfocándose en ellos, las universidades corren el peligro de dejar en segundo término la excelencia docente, o la transferencia de resultados a la sociedad y a la economía. Pero son un buen indicador de las prioridades estratégicas y de los sistemas de gestión. Y difícilmente Europa podrá mantener o exportar su modelo democrático, de bienestar social y de defensa de los derechos individuales sin una I+D a la altura, en la academia y en la industria.
Emerge, además, un neoproteccionismo cada vez más nítido, consolidado en el Inflation Reduction Act de Estados Unidos, que fomenta mediante agresivos incentivos la vuelta a la producción local. Es el momento de la reindustrialización. Europa, el continente ingenuo, no puede quedarse atrás.
En España, el sistema científico está burocratizado, infrafinanciado, sin prioridades estratégicas y desconectado del entorno industrial (y aun así, obtiene resultados de investigación notables). Por más que se sucedan los debates, las mesas redondas y los manifiestos, no hemos conseguido que la ciencia constituya el sistema nervioso central de nuestra economía.
Parece que tampoco lo conseguiremos con los fondos Next Generation, sometidos a asfixiante lentitud administrativa. Esperemos que no acaben en convocatorias desiertas, en reformas urbanísticas o en irrelevantes convenios con entidades públicas. La política científica debería ser parte esencial de la política económica, como la política de innovación. Haciendo lo que siempre hemos hecho, conseguiremos lo que siempre hemos conseguido.
Viendo el despertar de China, la reconfiguración de los núcleos de poder internacionales, y la carrera global por la I+D, pagaremos cara nuestra miopía estratégica. Los recientes datos sobre inversión en I+D (1,43% sobre PIB) indican un cierto cambio de tendencia, especialmente desde antes de la pandemia. Pero nuestro esfuerzo es irrisorio: sólo 363 € invertidos en I+D per cápita. Hay que doblar ese esfuerzo.
Y, en medio de todo ello, nos enteramos de que el 97% de nuestros alumnos supera la selectividad, con profusión de notables y sobresalientes. Sin aprobados no hay paraíso. Aunque también sabemos que, en realidad, más de una quinta parte de los alumnos de 4º de ESO no obtienen los niveles mínimos en matemáticas e inglés, capacidades fundamentales para sobrevivir y prosperar en el mundo que se está dibujando.
¿Excelencia o mediocridad? ¿Un país de superdotados, o una irresponsabilidad educativa a gran escala con las generaciones futuras? El plácido mundo en que nacimos ya no existe. Las exigencias son otras. Es momento de reindustrialización. Momento STEM. Necesitamos reformas en profundidad, en I+D y educación. Ese es el mensaje urgente que hay que enviar al año 2023.
4 Comentarios
Extraordinario el artículo. Completamente de acuerdo en todo lo que se dice. Sobretodo de como se tiene que enfocar el esfuerzo en la educación y en la reindustrialización. Somos reos de nuestros propios pecados. Mi padre ya me lo decía: Cada día cerrando empresas y abriendo bares. Al final sólo serviremos para llevar la servilleta doblada en el brazo.
De acuerdo con el contenido. Desearía opnar sobre un hecho corriente.el tema es quje las plusvalías se generan en todas partes. Unos las convierten en dividendos desapareciendo el capital. En cambio otros las convierten en inversión a largo plazo. No hace falta decir quien se va a llear el premio no?
Mis mejores saludos
Jan
Eso del "placido mundo en que nacimos" de las "democracias occidentales" se basó en la explotación de los países del tercer mundo, saqueando sus materias primas o comprándolas a precios irrisorios, eso algún día tiene que acabarse, eso de querer"contener a China" refleja su paranoia
Se veía venir esta realidad, ahora, esto de "país no democrático" no lo comparto así no más. ¿Cuál es el cristal con el que se mira si hay o no democracia en un país determinado?, ¿quién promueve las guerras en todo el mundo?.