Si tuvieses que elegir entre invertir en una empresa con gran potencial de crecimiento u otra con también gran potencial de crecimiento pero un perfil de sostenibilidad, bien medioambiental o social ¿qué elegirías? Hasta hace poco ante esta disyuntiva muchos inversores elegían la empresa de modelo tradicional pensando que una inversión con un perfil medioambiental o social tenía un impacto positivo en la sociedad, pero obligaba al inversor a renunciar a parte de su rentabilidad financiera para lograr tan altos fines. Sólo el denominado tercer sector, en el que se encuentran las ONGs y Fundaciones, entraba en la arena de la inversión buscando el bien social o de grupo y anteponiéndolo a la rentabilidad financiera o directamente renunciando a dicha rentabilidad.
Pero un nuevo paradigma en la inversión se presenta en la actualidad, los límites entre la inversión e impacto y la tradicional se difuminan y la sostenibilidad se cuela en todos los ámbitos, incluido el financiero.
Teniendo la intuición de lo anterior, hace unas semanas se publicaba un artículo en Insitutional Invetors “Where ESG fails” firmado por Porter, George Serafin y Mark Kramer en el que analizan la relación entre rentabilidad social y financiera. Mientras que la mayoría de las empresas que se financian en los mercados financieros internacionales se han enarbolado la bandera de la sostenibilidad, no existe evidencia empírica de que las empresas sostenibles puedan batir a su índice de referencia. Lo más relevante del artículo es que desgrana las condiciones para que las empresas sostenibles según los patrones ESG (Empresas Socialmente Responsables) logren batir sus índices.
Tomando sin embargo la lista “Change the world” de la revista Fortune las empresas incluidas logran batir el MSCI World Stock Index (2015-2019) en el año posterior a la publicación de la revista. Este hecho pone de manifiesto, tanto que las métricas ESG utilizadas están perdiéndose una parte sustancial del comportamiento de las compañías como la vinculación de dichas métricas con la capacidad de generar retornos al accionista/inversor.
Y aquí entra el concepto de materialidad y el separar los temas ESG de la propia estrategia de la empresa. Los directivos que toman las políticas ESG pensando sólo en su reputación, porque está de moda, para atraer consumidores, inversores y empleados están olvidando lo principal y es que el ESG debe ir de la mano de la estrategia de una empresa para impregnar toda su actividad y ser capaz de convertirse en una ventaja competitiva.
Una primera aproximación, quizá la más primitiva, a la hora de invertir suele ser el criterio de exclusión, en el que el inversor decide que no invertirá en determinados sectores porque los considera más contaminantes o moralmente reprobables. Según se va avanzando o refinando la política ESG se comienza a tomar iniciativas que consideran la materialidad, o que una empresa deberá prestar especial atención a aquellas áreas en las que tenga más impacto y otros indicadores tradicionales de ESG quedarán bastante fuera de su ámbito de actuación.
Un ejemplo muy clarificador que incluye el artículo de Porter, Serafin y Kramer es la comparación entre Walmart y Amazon. La actividad de estas dos compañías es muy contaminante: mientras que Amazon ha externalizado la distribución e incluido esos gastos en un la tarifa denominada “Prime”, Walmart ha llevado a cabo una innovadora política de distribución cambiando el volumen distribuido a las tiendas y con una flota que incorpora nuevas tecnologías. Con este cambio ambas compañías han reducido su huella de carbono, si bien Walmart ha reducido de una forma estratégica su riesgo ante nuevas normativas y a la vez costes de forma significativa, mientras que Amazon continuará siendo más vulnerable a cambios regulatorios.
Las empresas que interiorizan el ESG, lo integran en su estrategia y son capaces de innovar logran una ventaja competitiva que las hace más fuertes frente a otros competidores.
Analizar por lo tanto las políticas ESG de compañías, su capacidad de generar valor, la integración en sus decisiones estratégicas y la inclusión de innovación como ventaja competitiva es un reto que se nos presenta, pero al que los stakeholders no están dispuestos a renunciar.
Según se van refinando los análisis el greenwashing/socialwashing será cada vez menos efectivo y las empresas sostenibles: financiera, medioambiental y socialmente tendrán que integrar en sus estrategias estas variables, no sólo para limitar el riesgo sino para ofrecer más rentabilidad.
La semana pasada la ministra para la Transición Ecológica, Teresa Ribera, aducía que su área de actividad es tan importante como la de hacienda y ha dejado de ser un ministerio de segundo orden para convertirse en un valor para la sociedad. Además, el próximo mes de diciembre la cumbre del clima (COP25) organizada por la ONU en Madrid, nos ofrece una oportunidad para que toda la comunidad empresarial, inversora, consumidora, etc. se impregne de esta nueva realidad que ha llegado para quedarse y que está íntimamente vinculada no sólo con la mejora de la calidad de vida de una sociedad sino con a la rentabilidad empresarial.