#DiálogosSintetia: conversación sobre incentivos, competencia y función pública (I)

6 noviembre 2014

Diálogos_Sintetia

Lilian Fernández: Cuando me preguntan porque estoy en twitter siempre digo que es por la oportunidad de encontrar personas que me aportan un prisma distinto, me hacen dudar y repensar sobre todo lo que yo daba por cierto e inamovible. Una de estas personas es Simón. Solemos nutrir nuestro Tweetline con largas charlas en 140 caracteres sobre lo divino y lo humano, en las que solemos llegar a un cierto grado de consenso desde el disenso. Así que hoy nos proponemos a resultas de un cruce de tuits llevar esta “confrontación” más allá del límite de los 140 caracteres. Un simple divertimento intelectual, como diría, nuestro tercer mosquetero tuitero Sebastián Puig

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Simón González de la Riva: Aunque no niego que en twitter me alegra ver que me sigue una persona cuyo pensamiento o forma de razonar respeto, estoy allí por las personas a las que sigo. Me obligan a pensar y replantearme constantemente mi visión del mundo y las relaciones humanas… E, igualmente importante, me obligan a comunicar mis ideas de forma clara, sencilla, y concisa. Gimnasia mental diaria. Lilian es una de esas personas cuyas frases hay que leer varias veces, no para ver qué ocultan sino todo lo que contienen.

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Lilian Fernández: Tras estos juegos florales, ¿pasamos al Rock´n Roll?

Simón González de la Riva: ¡Vamos!

Lilian Fernández: Primera divergencia: ¿Son analizables desde el mismo enfoque y metodología del sector privado las Administraciones Públicas (AAPP)?

En mi opinión, las AAPP tienen unas especificidades y limitaciones que hacen que conceptos como competencia, mercado, cliente, usuario… deban matizarse.

El Estado es una organización económica a la que se pertenece sin práctica posibilidad de elección, ostenta unos derechos coactivos –expropiación, imposición, etc.- que le colocan en un plano de supremacía en sus relaciones, su legitimidad no se deriva de la propiedad sino del proceso electoral y el beneficio no puede entenderse en términos estrictamente económicos, sino de rentabilidad social, con todo lo difuso que es este concepto.

Por tanto, mal que nos pese, las Administraciones Publicas, entendidas como aquellas organizaciones de las que se sirven los gobiernos para el cumplimiento de sus compromisos electorales, parten de un marco y tienen unas potestades claramente diferenciadas con el sector privado. Por tanto, las técnicas gerenciales privadas no son trasplantables al ámbito público sino a través de procesos de adaptación-innovación dando lugar a un cuerpo nuevo y propio, las técnicas gerenciales públicas en las que, si bien las palabras pueden ser las mismas, no el significado o las implicaciones prácticas que de ellas se deriva. Ahí te lo dijo Simón….

Simón González de la Riva: Ese plano de supremacía en sus relaciones con los usuarios de sus servicios, no es exclusiva de las administraciones públicas. Es la norma general en todos los sectores en los que el alejamiento entre cliente y usuario puede desconectar sus preferencias e intereses. Pongo un ejemplo, para el cual aclaro que no es un paralelismo ni una metáfora de las relaciones del ciudadano con la administración pública: un internado del tipo academia militar. El cliente es el padre, tutor, o quien decide ingresar al alumno en el centro, y podemos suponer que sus preferencias e intereses están muy alejadas de las del interno, al menos en el caso de los más díscolos. Los principios de gestión de organizaciones, o son universales, o no son principios. En consecuencia, puede que me equivoque en la identificación y formulación de dichos principios; estoy siempre dispuesto a revisarlos, pero dado que se refieren al comportamiento y psicología humanas (universales), son también universales (a modo de ilustración, este tuit y este).

Lilian Fernández: Buena metáfora, Simón, siempre digo, parafraseando al Profesor Velarde, que las Administraciones Publicas padecen de un afán ordenancista de hábitos cuarteleros. Ahí radica la diferencia esencial con cualquier otro sector. Su capacidad para dictar las reglas de juego y obligar a cumplirlas al resto de jugadores. Estoy de acuerdo que los comportamientos y psicología humanos son universales, pero matizables por el ecosistema. El administrativo es diferente, tanto que sus habitantes pueden cambiarlo a su antojo según sus intereses, imposible para el sector privado, y obligar a los demás a adaptarse a él para sobrevivir –Un ejemplo, Las Administraciones Públicas en el conflicto de los taxistas y Uber: en busca de un culpable (II)

Por cierto, “el cliente” para mí no es quien toma la decisión de ingresar al pequeño en la academia militar, sino el destinatario del servicio, el niño. Plantear que quién decide por otro usar un servicio público es “el cliente” es una perversión muy común en la gestión de políticas públicas que acaba conllevando que el servicio no se destina a la población objetivo sino a quien decide y vota o, en su mayor deriva, a otros agentes del proceso como sindicatos, asociaciones, etc. No debe olvidarse que la razón de ser de una política pública es el interés general, entendido como la agregación del individual y el de la sociedad en su conjunto. Desenfocar quien es la población objetivo suele implicar que los objetivos que motivan la intervención pública, quedan relegados a secundarios, en favor de los que imponen aquellos otros agentes capaces de realizar una mayor presión.

Simón González de la Riva: La administración, el estado, la legislación, la normativa, pueden pretender “dictar las reglas de juego y obligar a cumplirlas al resto de jugadores”. Pero no es así. Pueden intentar cambiar el entorno “según sus intereses y obligar a los demás a adaptarse a él para sobrevivir”. Pero se equivocan. Exactamente igual que en los intentos externos de reducir el riesgo en que incurren voluntariamente las personas, de los que hablé en esta casa con Sebastián.

Vamos con otra ley universal: Cuando cumplir la ley es excesivamente costoso, ¡no se cumple! Y recordemos que el coste no es ni objetivable ni fácilmente cognoscible desde fuera. Como dicen en EEUU (creo que en Texas), “puedes llevar al caballo al abrevadero, pero no obligarle a beber”. Se destruye actividad, se envía a la informalidad a los menos productivos, se expulsa del país a los más productivos y quienes permanecen en activo acaban viviendo de espaldas al mundo oficial.

Lilian Fernández: Planteo que quien toma la decisión de compra es el cliente, porque así lo entienden las personas. La única forma pacífica de mantener o mejorar la propia situación es siempre y únicamente servir al cliente (si no te gusta emplear cliente, elige otra palabra; significará lo mismo). Que haya una enorme desconexión entre cliente, usuario y pagano, que sus intereses no estén alineados, no es culpa del trabajador público. La “perversión” no está en él sino en el sistema; él tan sólo reacciona a los incentivos que recibe. El resto de actores son influenciadores, no decisores; y el político, altamente extorsionable por ellos, quien decide.

Lilian Fernández: Espera un momento. ¿Qué quieres decir con que el político es altamente extorsionable?

Simón González de la Riva: Intentaré expresarlo con otro paralelismo. Piensa en el niño maldito (o aparentemente poseído) que agarra una rabieta en público para lograr que sus padres le compren algo o le dejen hacer lo que desea. El mecanismo es sencillo: dar por saco a las demás personas del entorno hasta que sus padres ceden. Si sucede que lo que quiere es el juguete que está usando otro niño, y lo logra, hemos encontrado el pagano. El problema está en los padres y el tipo de relación que están instituyendo con su hijo. 

Lilian Fernández:¡Ja, ja, ja! No se me había ocurrido, pero la relación con las Administraciones Publicas tiene mucho de ese niño consentido que, perreta tras perreta, consigue lo que quiere. Y aquí los ciudadanos y medios de comunicación deberíamos hacernos una profunda autocrítica, con esa concepción del Estado paternalista que tiene que solucionarnos todos nuestros problemas, hasta los de soledad u pareja, y si no gritamos y berreamos hasta conseguir el capricho.

Siendo serios, creo que estas poniendo el dedo en la llaga de la encrucijada en la que se encuentran las Administraciones en esta nueva era, la Era Digital. Asistimos a un cambio marcado por una sociedad más libre, con mayor capacidad de autorganización que huye cada vez más del control y el intervencionismo, en la que el Estado va perdiendo su papel central. Y, sin embargo, en lugar de proceder a su transformación y redefinición, se enroca en defender con uñas y dientes su rol clásico, actuando como un dictador benevolente que considera al sufrido ciudadano como un menor de edad que necesita ser tutelado. El resultado es una regulación extenuante que limita y prohíbe, que concede privilegios e impone sobrecostes burocráticos e ineficiencias de las que, lo siento por no estar de acuerdo Simón, no se puede escapar, se puede ocasionalmente sortear, pero, al final, de un modo u otro, el Estado siempre está ahí, omnipresente y recaudador.

Simón González de la Riva: Pero la Era Digital ya ha llegado, y la sociedad civil no necesita que le den la información masticada. Procesa la información por sí misma y la pone a disposición de los demás. Hasta en este ámbito le ha salido competencia a la administración.

Competencia que no estaría mal que fuera en muchos más ámbitos, puesto que trae aparejada la eficiencia. ¿Hablamos de competencia?

Lilian Fernández:  Hablemos…. ¡La gran cuestión en las Administraciones!

(Y hablaremos en la siguiente entrega de estos #DialogosSintetia)

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