En España se duda poco y mal. No nos gusta. Nos hace parecer débiles. No hay nada más admirable que una persona que camina por el mundo lleno de certezas y convenciendo a todo el mundo de que su verdad es La Verdad. Ese/a es un/a triunfador/a. Y, sin embargo, desde mi punto de vista, esa persona estará siempre en una posición más débil que aquella que está dispuesta a cambiar, que aquella que duda.
Pero vayamos por partes. Antes de empezar he de reflejar una declaración de intenciones: todo lo que digo/escribo lo creo firmemente, pero eso no quiere decir que no esté dispuesto a cambiar mis creencias si alguien me demuestra que son erróneas.
Y aquí hay una de las claves de la gestión de la duda: no significa que el que duda esté en la indecisión permanente, sino que la utiliza (la utilizamos) como herramienta de conocimiento y mejora continua.
Las 4 fases de la duda de Descartes
Descartes creó, en su obra El Discurso del Método un método de conocimiento dividido en 4 puntos:
- el primero se trataba de dudar absolutamente de todo y no dar nada por cierto si no habíamos sido capaces de demostrarlo antes.
- En el segundo punto, Descartes proponía dividir el objeto de conocimiento en partes más pequeñas, para facilitar su conocimiento y su acceso a ellas.
- Después, ordenar el pensamiento de modo que vaya de lo más simple a lo más complejo, apoyando así el razonamiento en bases sólidas.
- Y finalmente, Descartes predica la necesidad de revisar constantemente todo lo hecho para afianzar el avance que vamos obteniendo.
Como puedes ver, Descartes empieza y termina con la duda, al inicio como fuente de conocimiento primero, y al final como herramienta de “solidificación” de ese conocimiento.
La duda no es una debilidad, es el camino al conocimiento. Y es también el camino a la innovación. Sólo desde la duda podemos innovar. Si nuestra vida está llena de certezas va a ser imposible (e innecesario) que busquemos nuevos caminos, nuevas soluciones a los problemas existentes, básicamente porque nos sirve lo que ya hay porque tenemos la certeza saber qué es lo mejor. ¿Para qué cambiar si no hay una duda que lo motive?
Como ya he dicho, dudar no implicar estar en la indecisión permanente. Dudar significa estar abierto a cambiar de opinión, pero con argumentos fundados que respalden ese cambio. Aquí me parece fundamental revisar las teorías de Karl R. Popper sobre el conocimiento objetivo.
La duda como motor del método científico
Para Popper ninguna teoría es verdad, o al menos no es un valor determinante. El sentido de una teoría es tratar de falsearla a través de un continuo contraste con la realidad. Esto implica que una teoría la consideramos como acertada porque, hasta el momento, es la que mejor explica el fenómeno estudiado. Pero esto sólo es cierto hasta que esta teoría pueda ser falseada o encontremos una teoría mejor, avalada por más y mejores datos, pruebas o conocimiento. Y esto mueve las montañas del método científico.
Bajo este método operan las ciencias físicas, la química, la biología, las matemáticas… ¿Y por qué no las ciencias sociales (sociología, antropología, economía…)?
Nuestra capacidad de llegar al conocimiento, a la verdad si lo prefieren decir así, es muy limitada porque existen muchas variables que no se comportan de manera exacta y uniforme.
Piensen por ejemplo en la economía. Hay corrientes teóricas que consideran que el ser humano se rige por una razón instrumental. El homo economicus, que es algo así como una representación teórica de las personas, se mueve con el objetivo de maximizar el beneficio en cualquier decisión. Pero la psicología nos explica que esto no siempre es cierto. En realidad, en la coctelera de las decisiones entran las emociones, los sesgos, incluso lo irracional a veces, lo que complica mucho la predicción de los comportamientos económicos. Y esto, en sí mismo, ya es una fuente de dudas, interpretaciones, teorías y una imposibilidad manifiesta por saber qué es o no La Verdad.
Victoria Camps y su Elogio de la Duda
Victoria Camps tiene un magnífico libro, Elogio de la Duda, en el que dice: «Anteponer la duda a la reacción visceral. Es lo que trato de defender en este libro: la actitud dubitativa, no como parálisis de la acción, sino como ejercicio de reflexión, de ponderar pros y contras…»
Efectivamente, no se trata de adentrarse en un laberinto de dudas del que es imposible salir ni avanzar. Se trata de reflexionar sobre todo lo que se muestra a nuestro intelecto, con mayor o menor profundidad, pero siempre dispuestos a utilizar la duda como herramienta de conocimiento.
Victoria Camps, sentencia:
«La filosofía, el conocimiento, procede de personas que se equivocan. La sabiduría consiste en dudar de lo que uno cree saber».
Lo contrario a la duda no es la certeza, sino el dogmatismo. El que no duda es un dogmático, que cree tener la verdad y rechaza otras opiniones. Sólo con la duda llegamos al conocimiento, a enriquecer nuestras reflexiones con opiniones ajenas y externas. Nuestra capacidad de conocimiento va a tener mucho que ver con nuestra capacidad de dudar.
Seguimos con Victoria Camps: «Dudar, en la línea de Montaigne, es dar un paso atrás, distanciarse de uno mismo, no ceder a la espontaneidad del primer impulso. Es una actitud reflexiva y prudente […] la regla del intelecto que busca la respuesta más justa en cada caso».
Dudar es un estilo de vida
Porque dudar es pausar, reflexionar profundamente y con consistencia, sin dejarnos llevar por la inmediatez y la urgencia.
¿Y por qué Montaigne? Tal vez por esto: “Montaigne duda mientras camina, pero sin fin. No pretende llegar a ninguna conclusión definitiva ni a ningún punto de partida indiscutible. Se diría que goza poniendo en tela de juicio cuestiones que se dan por sabidas, mas no simplemente por el gusto de llevar la contraria. Más bien por conocer cuanto le rodea y conocerse dentro de ello, procurando adoptar el estilo de vida más adecuado”.
En definitiva, el ejercicio de dudar es un estilo de vida. Es la base que permite construir nuestro pensamiento critico. Dudar es nuestra manera de estar en el mundo. La duda es el reflejo de nuestra manera de ser. No se puede dudar sin ser una persona reflexiva, tolerante, abierta, con un ego controlado e, incluso, con una capacidad empática hacia los que te hacen dudar.
No se duda para permanecer. Se duda para avanzar con seguridad.
¿Y de qué dudamos? María Ángeles Quesada, en su libro La virtud de Pensar, dice que vivimos estamos sumidos en la sociedad de las soluciones, no en la de los problemas. Esto me parece fundamental. Porque cuando partimos de una posición, para solucionar problemas. sin conocer las raíces de los problemas, nos conduce directos a una sociedad de lo superficial. A la sociedad de la imagen, como ha recogido Byung-Chul Han en su extensa y a veces sobrevalorada obra.
Si no trabajamos en comprender, en saber cuáles son los problemas sobre los que reflexionar. Si no dudamos sobre ellos, jamás tendremos un conocimiento relevante. La clave es pensar, trabajar y actuar bajo la premisa de dudar sobre lo que hay que dudar.
En ocasiones trabajo con alumnos y les hago que reflexionen sobre un texto en el cual se define un problema. No es raro —diría más, es bastante habitual— que los alumnos se centren en problemas secundarios, o en causas del problema principal, o directamente en pseudo-problemas.
Nos cuesta centrar nuestro foco en lo realmente importante. Queremos ir directamente a la solución. A lo inmediato, lo urgente. Pero, ¿solución a qué? No importa, tú dame la solución que yo ya buscaré el problema.
La filosofía es crítica en la educación como ciudadanos
Somos una sociedad ejecutiva (soluciones) en lugar de una sociedad reflexiva (problemas)
Por eso no es importante que la filosofía pierda rango e importancia en los planes de estudio. Porque la filosofía se centra en las preguntas, no en las acciones. Pero así nos quedamos en una acción sin reflexión, al menos sin una reflexión de calidad.
La primera duda ha de estar en los problemas, en el inicio del razonamiento. No olvidemos que un inicio inconsistente nos lleva a una reflexión débil. Partir de premisas falsas y un problema inexistente o irrelevante es la peor premisa. Nos lleva a perder el tiempo en divagaciones de salón, que pueden tener un impacto momentáneo, pero que no pasan de recursos para salir del paso.
Es interesante, siguiendo con estas fases iniciales del proceso de razonamiento, cómo el sesgo de confirmación nos lleva a partir desde la inconsistencia. El sesgo de confirmación no sólo cumple una función epistemológica, sino que también es importante desde el punto de vista antropológico o sociológico.
Con el sesgo de confirmación buscamos la seguridad de la tribu. Cuando recurro una y otra vez a ideas, textos o autores que me reafirman en mis creencias/pensamientos trato al mismo tiempo de reafirmar mi pertenencia. Porque acabamos inmersos a una forma muy concreta (y cerrada) de ver el mundo. Buscamos consolidar la pertenencia a un grupo intelectual, social o incluso racial.
Si soy de izquierdas o de derechas leeré ciertos periódicos y autores. Escucharé ciertas emisoras de radio o programas de televisión. Lo mismo pasa si soy de algún movimiento racial o social. El problema de este tipo de comportamientos es que nos consolida en la ausencia de duda, en el dogmatismo.
No hay ejercicio más sano intelectualmente que leer, escuchar y ver desde fuentes contrarias a tus ideas
Es la mejor forma de tener una imagen más real del mundo en que vivimos. Pero no sólo hemos de dudar del origen de nuestra reflexión, de los problemas sobre los que trabajamos, sino también del proceso que seguimos a la hora de llegar a las conclusiones.
¿Estamos utilizando las fuentes adecuadas? ¿Estamos seleccionando y filtrando correctamente los datos recogidos? ¿Convertimos esos datos en información consistente y relevante? ¿Seguimos un proceso lógico, racional y sólido de acceso a nuevo conocimiento?
No hay nada más frustrante que tener un problema relevante sobre el que trabajar y divagar sin un modelo de reflexión o de trabajo ordenado y firme. Aquí es importante ser consciente del proceso, de que cada paso de este proceso tiene su importancia y de que no podemos adelantarnos son consolidar los pasos anteriores.
Design Thinking y el método para dudar
Utilizo mucho el Design Thinking y me encuentro muchas veces con la misma solución: no acabamos de plantear el problema, y ya hay quien sólo piensa en las soluciones. Sin antes recopilar, filtrar y procesar la información. Por ello, todo el proceso se vicia al enfocarse a unas soluciones que se proponen demasiado pronto.
Todo proceso de reflexión y construcción (de innovación, de conocimiento…) siempre es mejorable. Aunque llevemos años trabajando con metodologías que nos son útiles no podemos cerrar los ojos a mejorarlas, modificarlas o incluso desecharlas. Nuestro trabajo, por aquello de que dudar es un estilo de vida, consiste en siempre tratar de mejorar o adaptar nuestras herramientas ante cualquier proyecto nuevo.
En esta sociedad de la solución, como decía María Ángeles Quesada, es importante dudar de las soluciones a las que llegamos. Ya sean creadas por nosotros o por otros. Una solución —que al fin y al cabo es lo que son todos los productos y servicios— es una respuesta concreta a un problema determinado, en un momento dado, y para un tipo de personas. Si somos tan ilusos de pensar que esa solución es inamovible es porque estamos dominados por sesgos e inconsistencia intelectual.
¿Queremos resultados de calidad? No hay atajos, tenemos que trabajar la duda de forma sistemática. Implantarla dentro de nuestros procesos de reflexión —individual, en equipos o en organizaciones enteras—, como una herramienta de mejora continua. Y esto no es incompatible con la certeza. De hecho, es la forma de mejorar la certeza de lo que hacemos. Necesitamos asegurarnos de que hay elementos que permanecen firmes en nuestros procesos: trabajar en el problema adecuado, con los procesos lo más afinados posibles, el mejor acceso a datos que se nos permita…
Tener certeza en las piezas, en la forma de caminar y avanzar no es tener la certeza absoluta de todo. Nada es inamovible. Si usamos la duda como combustible, siempre estaremos dispuestos a evaluar, mejorar, absorber ideas, escuchar y controlar con humildad y mucho trabajo las creencias que, en la gran mayoría, nos limitan para avanzar.
Dudar no es un mal camino hacia el conocimiento. En realidad, es el único camino. ¿Creo?