Hace unos días, como parte de un taller sobre marketing, propuse a un grupo de alumnos realizar una breve estrategia de lanzamiento para una marca de gorras que, para empezar, debían crear. En el momento de la exposición, uno de los grupos sugirió llamar a su línea de gorras “Fundamental”. Reconozco que en un primer momento no capté la intención, hasta que un leve gesto de la mano de la portavoz del grupo me descubrió su doble sentido. Cabeza, cerebro, mente… en una funda. Gorra = funda… mental.
Recuperado del shock inicial, (a la vista del lapsus de mi legendaria agudeza intelectual) seguí luego dándole vueltas al asunto. En esa imagen había algo inquietante.
Nuestra capacidad de razonamiento y creación como seres inteligentes ha engendrado otro tipo de inteligencia (¿contrainteligencia, quizá?) que llamamos “artificial”. Ya saben, la “movida tecnológica” ésta en la que estamos inmersos. Pues bien, si buscamos la raíz etimológica de la palabra inteligencia nos encontramos con el prefijo inter (entre), el verbo legere (escoger) y el sufijo ia (que indica cualidad). O sea, inteligencia es la cualidad del que sabe escoger la mejor entre varias opciones.
De ahí que no convenga confundir la cualidad de inteligente con la de intelectual; este último sabe mucho porque acumula información, pero la persona inteligente vive mucho porque se ocupa en llenarse de experiencias y poner en práctica sus decisiones.
CTRL
La secuencia de los procesos de conocimiento y decisión en las empresas, y en realidad ya casi en cualquier ámbito de nuestra vida, arranca con la recopilación de datos, generalmente en bruto y casi siempre desde internet. Desde la oferta cinematográfica a los movimientos de la competencia, pasando por lo último en prótesis de cadera a la receta de la abuela para el salmorejo.
La inabarcable —excepto para la red de redes— cantidad de información a la que tenemos acceso puede ser un frondoso bosque de conocimiento sin límites o un desierto de datos sin sentido y sin apenas vida. La diferencia está en el control, que actúa como la tecla del ordenador Ctrl, que nos da acceso a otras opciones y combinaciones para exprimir el valor de los datos.
Se trata en suma de que nuestra inteligencia, la humana y también la artificial, poseen la capacidad de analizar, filtrar y elegir los datos útiles para el objetivo que perseguimos.
Los mecanismos que nos permiten distinguir el grano de la paja en el granero digital residen por un lado en nuestros conocimientos previos y por otro en los algoritmos que gestionan tal flujo de datos, según estén o no comprometidos con su veracidad.
Internet nos permite acceder a TODA la información, pero la sabiduría y el conocimiento nacen del análisis del dato, no del dato en sí mismo.
Por otra parte, la misma tecnología de la información puede incorporar fórmulas de selección que excluyan los junk data (datos basura), sea cual sea el motivo por el que deban considerarse como desperdicio.
El control, vía análisis y selección, es la primera etapa para acceder al resto de virtualidades de los datos.
ALT
El estudio analítico de la información tiene como objetivo extraer de ella su valor. Los datos no son nada si no significan algo.
Los DATOS, así, en mayúsculas (Alt) solo merecen tal distinción cuando son objeto de reflexión desde perspectivas nuevas para encontrarles un significado también nuevo. Para una empresa, por ejemplo, los data, inteligentemente analizados, pueden suponer un importante ahorro de costes, así como la automatización de tareas, la mejora de la experiencia del cliente, etc. El significado de los datos no es sino la confirmación de su utilidad por éstas y otras vías que a velocidad de vértigo se van añadiendo.
Estamos ya muy avanzados en este punto —al decir de los expertos— pues abundan el software y el hardware capaces de habilitar la IA para tareas claramente definidas, reglamentadas y rutinarias. Es la que, en cadenas productivas, se llama Inteligencia Asistida, como el formato más básico de la Inteligencia Artificial.
SUPR
Del análisis de los datos, como venimos diciendo, se extrae su significado y con ello el primer índice de su valor real. El segundo derivará de su aplicación, de su componente práctico. Una empresa no puede recrearse en actitudes contemplativas porque su razón de ser es la acción. Las personas sí nos podemos permitir tal postura de vez en cuando, pero en cualquier caso conocimientos y experiencia piden ser útiles como forma de reafirmar su valor.
En este capítulo, las nuevas tecnologías de acceso y uso de la información (data) vienen acompañadas de abundantes tentaciones de uso ilegal o inmoral. La herramienta digital es muy poderosa y es aquí, por ello, donde seguramente más necesario es el comando Supr.
Cualquier herramienta, sea cual sea su estado del arte y nivel de desarrollo, es en principio inocua porque no contiene, a día de hoy, la facultad de un comportamiento libre, tal y como tenemos los seres humanos (veremos luego cómo esta afirmación empieza también a ser cuestionada).
Lo cierto es que la misma tecnología que creamos y controlamos, en sus distintas versiones, produjo en el pasado siglo 180 millones de muertos merced al uso que los seres “inteligentes” —la especie humana— hicimos de ella.
El dato parece sugerir que, puesto que tendemos a repetir errores, la actual revolución tecnológica bien podría contemplar la inclusión de la ética como ingrediente algorítmico para la gestión de procesos y comportamientos, sobre todo si de los mismos pueden derivarse resultados reproblables o no deseados.
Se dirá que un robot solo puede hacer lo que alguien ha decidido previamente y para lo que ha sido programado. Sabemos que esto ya no es así. El avance en la tecnología digital ha llegado al punto de conseguir máquinas capaces de aprender, al modo en el que hacemos los humanos.
Nuestro complejo sistema neuronal está siendo ya replicado en forma de “redes neuronales” accediendo a cada vez más funciones y habilidades hasta hace poco exclusivas de nuestro cerebro. Pero es que, además, hay que añadir ciertos matices para entender que la batalla entre nuestro poder de procesamiento y el de una máquina regida por algoritmos empieza a inclinarse a favor de esta última. Sirva de muestra el hecho de que, mientras nuestras neuronas propagan sus impulsos por los axones para llegar con sus órdenes al último rincón de nuestro cuerpo a una velocidad de 100 metros por segundo, en un ordenador las señales equivalentes pueden ir a la velocidad de la luz.
Yo soy infinitamente más lento en lograr que mis dedos pulsen la tecla que mi cerebro ha decidido, que el ordenador en el que escribo lo es en reflejar la letra correspondiente en la pantalla. Por eso, para cuando terminamos de decirle a Google qué queremos buscar, él ya lo sabe y completa nuestra decisión por nosotros.
El hecho de que las máquinas ya puedan aprender por sí mismas es solo el paso previo a que sean también capaces de mejorar por sí mismas. Hasta ahora el machine learning o aprendizaje automático está sirviendo para conformar la llamada “Inteligencia aumentada”, es decir, para mejorar las propias capacidades cognitivas humanas y no tanto para reemplazarlas. Podríamos decir que es un aprendizaje controlado, a partir de datos previos que la inteligencia artificial sabe combinar en fracciones de tiempo imposibles para nosotros.
Pero el siguiente paso será ya de un aprendizaje proactivo en el que la máquina seguramente nos superará en potencial para automejorar, para hacer mejor por sí misma lo que hasta entonces le ordenábamos hacer bien según nuestro criterio. Nos topamos en este punto con un nuevo concepto, la singularidad. Será el estado de la evolución tecnológica en el que se habrán logrado reproducir en formato digital los procesos cerebrales, incluida la inteligencia emocional. Y no falta mucho. Dicen que apenas una década.
Cuando usamos en el ordenador la combinación de teclas Ctrl+Alt+Supr o Esc (⌘ + Opción ⌥ + ESC en Mac, que nadie se enfade) se abre el Administrador de tareas. Interesante ventana. Traslademos por un momento sus pestañas a nuestras organizaciones: procesos, rendimiento, historial… todo un índice de los elementos que conforman la vida de una empresa y modelo de una posible evaluación de la misma. Aquí me he permitido usar dicho comando como metáfora de que pueda guiar nuestra posición ante las “inteligencias” externas con las que ya convivimos.
Por cierto, dicha combinación de teclas fue creada por David Bradley, ingeniero de IBM, a principios de los ochenta, pero fue Bill Gates quien la popularizó y la mantuvo para facilitar el reseteo del sistema. El obligado uso de tres dedos para su ejecución fue una protección para torpes de tecla ligera. Lo curioso es que años después confesó su arrepentimiento por no haber adoptado un sistema más sencillo. Personalmente lo prefiero así. De la dificultad surge el reto, y del reto el logro. Y en eso estamos siempre.
1 Comentario
Admiro tu criollisima manera de aclarar conceptos, las metáforas que usas ayudan a entender el significado de las cosas que están sucediendo con la AI y de que manera estamos siendo igualados y en lo sucesivo superados, bueno hoy día por la capacidad de procesamiento de las máquinas y pronto en el análisis simultáneo de la información más aún tenemos una ventaja significativa respecto a quién decide que hacer con el resultado.