Innovar no tiene que ver con gastar más; o, al menos, gastando más no nos aseguramos que podamos innovar. Tiene que ver con la capacidad de generar muchas ideas, filtrarlas, experimentar con aquellas que pueden resolver algún problema o aquellas que logren que alguien (y a ser posible muchos) tengan una disposición a pagar por lo que le ofreces. Las ideas hay que convertirlas en modelos de negocio, ejecutarlas a la perfección de forma flexible, rápida y escalonada.
La primera pregunta es, por tanto, evidente, ¿con más gasto público en I+D se innova más? ¿Son las subvenciones el mejor mecanismo para que las empresas amplíen su frontera de conocimiento? ¿Se necesitan más subvenciones para romper las reglas del juego o la innovación verdadera tiene que ver con la forma en la que trabajamos, en la que nos gestionamos, en la tipología de incentivos que establecemos en nuestras organizaciones? Éstas son algunas de las reflexiones que queremos abordar en este artículo.
La naturaleza del descubrimiento
El primer problema de la sacralización de la subvención pública de la I+D es que idealiza el proceso del progreso técnico, transmitiendo la imagen de un científico abnegado con bata blanca de cuyo laboratorio o computadora surgen todos los avances técnicos que la humanidad necesita. Esta imagen se basa en una percepción errónea del proceso real de la innovación, forjado en gran medida en el ensayo, el error y la casualidad y no tanto el diseño intencional. La historia está llena de descubrimientos casuales, y el motivo está en que es muy difícil buscar intencionalmente aquello que uno no puede ni siquiera imaginar, como en el caso de la penicilina, el continente americano, los post-it o la famosa confusión de excrementos de pájaro que resultaron ser la radiación de fondo de microondas.
Tim Harford dedica su último libro, Adapt, a esta cuestión y a cómo la complejidad en nuestras sociedades crece de una forma exponencial, lo que dificulta aún más la generación de nuevas ideas que «rompan las reglas del juego». ¿Cómo se mide el retorno de las inversiones para generar nuevas ideas? El propio Harford lo explica muy bien:
“el retorno de la inversión no es una forma útil de pensar cuando se trata de ideas nuevas y nuevas tecnologías. Es imposible calcular un porcentaje de retorno sobre las investigaciones que no tienen ningún tipo de límite, incluso es una estupidez intentarlo. La mayoría de las nuevas tecnologías fallan estrepitosamente. La mayoría de las ideas originales resultan no ser tan originales, y cuando lo son, se debe a que son inútiles. Pero cuando una idea original funciona, el retorno puede ser demasiado alto para calcularlo.
[…] Girolamo Cardano fue el primero en explorar los ‘números imaginarios’ en 1545…pero fueron de vital importancia para la explosión de la televisión, la radio y los ordenadores siglos después; Fleming descubrió el primer antibiótico del mundo gracias a que no tenía limpio su laboratorio. […] Todo esto parece una especie de ‘loteria’ casual… pero la lotería es un juego de suma cero, redistribuye recursos ya existentes, mientras que la I+D puede hacer que todo el mundo mejore”.
Es difícil prescindir de sos proyectos que amplían la frontera del conocimiento y cambian las reglas del juego, aunque son “frustrantes e impredecibles”: cuando acertamos, el retorno social y económico es inmenso. Pero la pregunta es, ¿podemos hacer todos -todas las universidades, todos los centros de investigación, todos los centros tecnológicos- I+D que “rompa las reglas del juego”? En el caso de España, ¿tenemos ventajas competitivas para ello?
Uno de los problemas fundamentales de la complejidad creciente, también documentada en solventes estudios citados por Hardford, es que cada vez es más difícil lograr avances en investigación básica sin grandes equipos multidisciplinares, muy conectados entre sí y con acceso a un gran volumen de conocimiento ya generado. En definitiva, con costes e inversiones muy cuantiosas y mucho, mucho talento junto.
Excelencia científica e innovaciones cotidianas
¿Tenemos que aportar un “café para todos” en España para fomentar ese conocimiento o tenemos que buscar centros excelentes, con investigadores de primera línea y con capacidad para llevar a cabo proyectos de envergadura global?
Frente a esa investigación básica está otra realidad más empresarial y cotidiana. Y es que existen infinidad de procesos productivos que pueden suponer enormes mejoras de productividad y un ahorro ingente de recursos que nunca pasarían el filtro para ser catalogados como de I+D. Un sencillo ejemplo es la creciente implantación del tele-trabajo, que puede aumentar simultáneamente el ahorro de una empresa y la satisfacción de sus trabajadores. ¿Habría recibido una propuesta de ensayo del tele-trabajo una subvención para su desarrollo? ¿Dónde está la línea que separa lo que puede recibir una subvención y lo que no?
Vivimos en un mundo donde Google o Apple, gigantes de la innovación, surgen de un garage mientras la vacuna del SIDA, prevista para el año 1984, sigue sin aparecer. Hay problemas que son muy complejos de abordar que requieren de años de mucho esfuerzo e investigación -y por tanto, una ingente cantidad de dinero- y hay otra infinidad de actividades, de pequeñas/grandes variaciones de nuestra vida que se logran a través de otro tipo de actuaciones.
¿Quiénes generan esa ‘innovación cotidiana’? Los trabajadores creativos y capacitados, con una cierta flexibilidad a la hora de hacer las cosas, con acceso a redes de conocimiento y con una motivación intrínseca muy fuerte por lo que hacen. A una persona difícilmente puede ocurrírsele una innovación logística mientras se encuentra desempleado o si realiza su labor a disgusto y preferiría trabajar en otra cosa.
En este tipo de innovaciones las posibilidades son muchas y crecen cada día, porque existen infinidad de nuevos procesos por descubrir… siempre que la inspiración nos llegue “con el mazo dando”, probando, experimentando y testeando constantemente con el mercado. Todo eso es muy “barato”, con un retorno social y económico inmediato, más fácil y tangible y que también aporta crecimiento económico, aunque no amplíe la frontera de conocimiento de forma sustancial.
¿Cuál es la importancia de todo ello para la economía española? El principal déficit de España se encuentra en la enorme cantidad de personas jóvenes desempleadas y en las escasas posibilidades que tienen para desarrollar su talento. España tiene un gigantesco problema de desperdicio de recursos valiosos, pues la innovación y la absorción de conocimiento se producen, principalmente, en el puesto de trabajo; o poniendo en práctica ideas que surgen de actuar y experimentar en un ecosistema de gente motivada y con posibilidades para desarrollarse profesionalmente.
Desde este punto de vista, ¿tenemos que obsesionarnos con realizar aportaciones a la frontera del conocimiento cuando el país se encuentra tan lejos de la misma? Cualquier esfuerzo reformador debería ir a parar nuestra principal hemorragia, ya que la ganancia esperada de conseguir emplear a los millones de jóvenes no se limita sólo al hecho de que pasarían a ser personas realizadas y productivas, sino que, además, cada día que pasa, una posible innovación no se realiza y la frontera del conocimiento se encuentra más lejos: el desempleo es la mayor lacra para el capital humano y la empleabilidad de una persona.
Las universidades y los centros tecnológicos son grandes nodos donde se gesta conocimiento y capacidades profesionales y humanas muy importantes para tejer ecosistemas sociales que nos permitan escalar en el progreso como país. Pero no debemos olvidar que más I+D, por sí misma, no es más empresa, no es más innovación ni crecimiento económico. Hay que crear los condimentos adecuados para que la I+D sea un motor de productividad social y económico. Y eso ni es evidente ni se resuelve con más o menos subvenciones.
En definitiva, aunque comprendemos la alarma creada por los recortes en las subvenciones a I+D, la alarma respecto a nuestro capital intelectual menor de 35 años debería estar a nivel del defcon 1. La magnitud de la ganancia social de crear ecosistemas que generen empleo a los jóvenes españoles es, en términos de productividad, de mucha mayor magnitud que la esperable mediante las subvenciones a la I+D. Estamos lejos de la frontera del conocimiento… pero estamos aún más lejos de nuestra “frontera de posibilidades de producción” y, además, todos esos recursos ociosos son un desperdicio diario de posibles innovaciones productivas. La frontera del conocimiento puede, después de varios siglos esperando a España, aguardar un par de años más; la ganancia esperada de utilizar todos los recursos ociosos de nuestra economía es mucho mayor en términos de las innovaciones que estos producirían.