Los economistas utilizan las historias por dos motivos. En primer lugar, son mundos simplificados en los que se puede probar la consistencia de una intuición que uno tiene sobre el mundo real. En segundo lugar, las historias sirven también para transmitir la esencia de una idea. Rescatamos una parábola de Stephen Williamson con un novedoso enfoque del dinero:
«Supón que has acordado con un amigo que, cada sábado, uno de los dos cocinará una buena cena para los dos, repartiendo de este modo el dolor de cabeza que supone -para algunos- decidir qué hacer, conseguir los ingredientes y también el tiempo y la energía necesarios para cocinar.
Lamentablemente, los dos tenéis una memoria nefasta, y cada sábado sois incapaces de recordar donde habéis cenado el sábado anterior. Pero habéis ideado un sencillo sistema. Cada sábado a las siete de la tarde, abres una caja que tienes en la repisa de la entrada. Si dentro hay una preciosa piedra pulida, la coges y acudes a casa de tu amigo a cenar. Le das la piedra según entras en su casa. Si, cuando miras dentro de la caja, ves que no hay piedra alguna, sabes que hoy te toca preparar una cena para los dos».
Esta sencilla historia recoge una de las ideas que más importancia han tenido durante las últimas décadas en macroeconomía monetaria: dinero es memoria. Las personas usamos el dinero porque la información sobre nuestras transacciones pasadas -propias y ajenas- es imperfecta y se deteriora con facilidad. Por eso utilizamos un forma de memoria, el dinero, que no sea susceptible de deteriorarse. Y esto también explica por qué las primeras formas de dinero fueron las piedras preciosas y los minerales, por su facilidad para mantener su valor.
La base analítica de la idea se debe a Narayana Kocherlakota, actual presidente de la Fed de Minneapolis, quien en su artículo «Money is Memory» argumentaba:
«Este artículo analiza las asignaciones de recursos alcanzables en un amplio tipo de entornos económicos en los cuales la capacidad de compromiso no existe. Estos entornos funcionan a través de memoria o de dinero. La memoria se define como el conocimiento sobre toda la historia de todos los agentes con los cuales un agente concreto puede haber tenido contacto directo o indirecto en el pasado. El dinero se define como un objeto que no entra en las preferencias de los agentes ni en la producción y que está disponible en una cantidad fija. La proposición principal del artículo demuestra que cualquier asignación posible en un entorno con dinero también es posible en un entorno con memoria. En cambio, el caso opuesto no es cierto. Por lo tanto, desde un punto de vista tecnológico, el dinero puede considerarse como una forma primitiva de memoria.”
Kocherlakota muestra, por lo tanto, que el dinero es un sustituto imperfecto de una tecnología ideal de memoria perfecta; existen situaciones posibles en un sistema de memoria perfecta que son imposibles mediante el uso de dinero.
Esta idea ayuda también a explicar algunos de los fenómenos macroeconómicos más importantes de la historia, como el ratio entre las transacciones y la cantidad de efectivo disponible (es decir, la velocidad de circulación del agregado M1). El propio Kocherlakota argumenta (página 27 del artículo):
“Al igual que el propio dinero, las tarjetas de crédito son, básicamente, artilugios mnemotécnicos. Cuando compro un objeto con mi tarjeta de crédito, no doy ningún recurso real a cambio. Al igual que con el dinero, estoy recibiendo esencialmente un regalo. Pero, al contrario que con el dinero, las tarjetas de crédito permiten que la transferencia de recursos reales sea rápidamente registrada, con un coste muy bajo, en un historial de crédito. Ese historial de crédito puede ser rápidamente consultado por mis potenciales socios en transacciones. De acuerdo con este argumento, el ratio entre transacciones totales y dinero crece en el tiempo no porque los agentes tengan un mayor acceso a acuerdos de deuda respaldados por la ley, sino porque los costes de guardar y acceder a información (la memoria) están cayendo con rapidez”.
El artículo responde, en definitiva, a la clásica pregunta “¿por qué existe el dinero?” y argumenta que, en contraposición a la idea clásica del dinero como depósito de valor, el único valor que el dinero aporta a la sociedad es su (limitada) capacidad para registrar información sobre el pasado.