Me duele el término “I+D+i” (con la “i” de “innovación” en minúscula), que tanto se ha popularizado en nuestro sistema de innovación. Creo que es un concepto trasnochado, repleto de apriorismos y que resume todos los vicios y axiomas que han llevado al diseño de un ineficiente sistema de conversión de la ciencia en crecimiento económico en España.
El término “I+D+i” implícitamente remite a un concepto elevado de “I+D” (generación de conocimiento, básicamente en entornos académicos), y a una “i” de menor trascendencia (aplicación de ese conocimiento para crear riqueza económica –y también empleo-, básicamente función del sector privado).
Técnicamente, el concepto es erróneo por muchos motivos:
(1) La «i» minúscula merece tanto (o más) respeto y consideración que la «I+D» en mayúscula. La «i» es la «innovación», la fuente principal de competitividad de las naciones, el motor fundamental de crecimiento económico de los países, la base de su bienestar social y de su nivel de vida. Sin «i» (sin innovación»), la I+D no se consuma en prosperidad.
Efectivamente, mientras la I+D suele asimilarse a la pureza investigadora, básicamente académica (otro error: la industria hace y debe hacer más I+D), la pequeña «i» sólo puede darse en entornos empresariales. La «i», por definición, es la explotación con éxito del nuevo conocimiento o nuevas ideas.
Sin la «i», la «I+D», sea de naturaleza pública o privada, deja de tener correlación con la prosperidad de la sociedad. El término «I+D+i» resume y plasma gráficamente la marginación ancestral que la innovación ha tenido en España. Que en parte, sigue teniendo. Y que explica buena parte de la crisis que hemos sufrido, y del modelo competitivo con el cual estamos saliendo de la misma: un modelo competitivo low-cost, que ha expulsado a millones de personas del mercado de trabajo, ha reducido drásticamente los salarios, y ha hecho insostenible el estado del bienestar. Investigamos, pero no innovamos. Somos más sabios, pero más precarios. Y continuamos con el mismo modelo: políticas de impulso a la I+D, olvidando las de impulso a la innovación.
(2) El concepto «I+D+i» transmite un modelo lineal de innovación, inexistente. El fenómeno de la innovación no es secuencial. No es cierto que alguien haga investigación básica, que esta investigación básica (I) se transforme en desarrollo experimental (D), y que finalmente alguien más lo aplique en la empresa (i). Hay investigación básica (mucha) que no se va a convertir jamás en innovación. Hay innovación que no proviene de la I+D. Hay desarrollo tecnológico que no surge de la investigación básica.
Y, por otro, lado, investigación básica realizada hace 20 años en Massachussets puede convertirse en innovación hoy en España. La innovación es un proceso complejo, interactivo y abierto. Inyectar recursos en investigación básica esperando que, por difusión natural, se conviertan en desarrollo experimental y finalmente en innovación empresarial en su entorno inmediato, que se extienda el conocimiento como una mancha de aceite, no ha funcionado en ningún lugar del mundo. Y menos, ahora, que la ciencia está totalmente globalizada y la innovación se da en entornos abiertos.
La innovación tecnológica (existen otros tipos de innovación) es un fenómeno complejo, de tensión dinámica entre las necesidades (arrastre) del mercado, y las oportunidades (empuje) que genera la tecnología. Para que aflore en un territorio determinado, precisa de condiciones de contorno: presiones (de mercado, rivalidad local, competencia…), incentivos (públicos y privados), capacidades (talento, infraestructuras, tradición industrial, emprendedores, cultura de excelencia), y estabilidad política para mantener dichas condiciones en el largo plazo. Todo ello configura un ecosistema de innovación. Demasiados policymakers creen todavía que inyectando recursos a la I+D básica (pública), el resto (el incremento de competitividad del país) va a suceder solo. Falso: la innovación precisa ecosistemas interactivos, y políticas específicas e integrales de soporte.
(3) La «fórmula» es incorrecta. No tiene sentido sumar los conceptos «I+D+i». En todo caso, la I+D es una parte de la «i». La “i” (innovación) es la suma (de hecho, el resultado) de un proceso empresarial que incorpora I+D, pero también creatividad, liderazgo, estrategia, organización y marketing, como mínimo. Todos estos conceptos son “inputs”. La innovación es el “output” de este sumatorio.
(4) El concepto “I+D+i” parecer marginar deliberadamente el fenómeno de la innovación empresarial. Exime responsabilidades. Nos lleva a pensar que existen instituciones (básicamente públicas) donde la I+D se lleva a cabo con éxito (y se publica a buen nivel internacional), pero si todo ello no revierte en suficiente competitividad, es porque otros (la industria) no están a la altura. Falso: la investigación pública y la innovación empresarial no son variables independientes.
Si la “i” no despunta en nuestro país es porque el mix de “I+D” público no es correcto, no estimula inversiones empresariales. Como ha demostrado recientemente la profesora Mariana Mazzucato en su best seller “The Entrepreneurial State”, la innovación del país es resultado, en gran parte, de la “I+D” que se ejecuta en las administraciones. Si la “I+D” es teóricamente mayúscula, la “i” también debería serlo, o algo está mal diseñado en nuestro sistema.
El concepto «I+D+i», pues, es un concepto inspirado en un modelo trasnochado (el modelo lineal de la innovación), incorrecto conceptualmente y que plasma de forma plástica y explícita la poca consideración que la innovación (el formidable motor de la competitividad global) ha tenido en España. El paradigma de división ancestral entre la I+D pública y la innovación empresarial, como procesos independientes, que aún se mantiene. La obstinación en desarrollar política científica sin una política industrial que la acompañe. El trágico error de impulsar la I+D pública pensando que la innovación empresarial va a surgir sola, sin mecanismos de soporte a la transferencia tecnológica. La fijación en seguir creando grandes infraestructuras científicas sin desarrollar ecosistemas capaces de convertir el conocimiento generado en crecimiento económico.
Un país, o una organización, rica en I+D, pero que desprecie la «i» (que desprecie, en definitiva, la innovación) es como una empresa que compre excelente materia prima, pero renuncie a procesarla. O un equipo de fútbol que pasee virtuosamente la pelota por el medio del campo, sin marcar un solo gol. Empecemos a cambiar el concepto, hablemos de «I» mayúscula, y situemos de una vez a la innovación en el centro de las estrategias de salida de la crisis para crear un país competitivo que aspire a liderar el futuro mediante tecnología y valor añadido.
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6 Comentarios
Creo que superar la idea de que la I+D es la parte central de la innovación esta difícil.
Es algo que desde la administración no interesa.
Por lo tanto no esperemos una rectificación de los policymakers. Su mantra se seguirá repitiendo «si la I+D+i es un fracaso es por culpa de la austeridad» No por el resultado y mmantenimiento de un sistema nacional de I+D absurdo y obsoleto.
Saludos y muy buen artículo por cierto
Xavier excelente post. Y si le llamamos i+d+I
Las políticas de impulso de la investigación académica han de ser diferentes de la de la investigacion industrial. Esta última sí se orienta a la innovación, por razones competitivas, y es la fuente de la diferenciación. Si se confunden ambas, se llega al absurdo que comentas, pensar que la i+d está en la Universidad. Que le digan a las OTRIS lo que sufren para que la endogamia del investigador no esté permanentemente por encima de las necesidades de competitividad de la empresa española, la «i», y que dicha endogamia evite la transferencia universidad-empresa. Saludos y Enhorabuena
Xavier.
El problema en mi opinión se genera por los manuales de Oslo (innovacion) y Frascati (I+D) que se crearon inicialmente como instrumentos para la recogida de datos estadísticos.
Lamnetablemente a partir de ellos se creó todo un edificio conceptual con unos fundamentos erroneos que provoca la actual disociación entre la «I+D» y la «i» que expones.
Ello también conlleva que la «I+D Pública» desprecie a menudo la innovación porque «no tiene el nivel de relevancia» cuando es gracias a la innovación que se generan los impuestos que permiten pagar la «I+D».
Si no se entiende que la I+D+i es un ciclo continuo (como el de Deming) entonces «Houston tenemos un problema».
Saludos.
Gian-Lluís
Hola Xavier,
No creo que la «I+D+i» sea un concepto erroneo, lo que pasa es que hace falta mucha pedagogía para clarificar significados; y artículos como el tuyo van muy bien en este sentido. Hace 10 años no se cuestionaba este aspecto pero el nivel actual de maduración de nuestro ecosistema demanda ir un paso más lejos. Oslo y Frascati son útiles porque establecen criterios de medida para determinados tipos de actividades pero hace falta un complemento a estos manuales que ponga énfasis en la «i» como generadora de riqueza, valor diferencial, avance económico, avance tecnológico y crecimiento sostenible.
Pues a mi todo esto me parece como discutir sobre el sexo de los ángeles. Puede haber investigación sin innovación, pero el desarrollo ya lleva implícito el hacer algo nuevo (al menos en el sentido de que antes no existía aunque se conociera). La primera vez que vi la «i» me pareció un estrambote y una pedantería más. ¿Y por qué no I+D+i+p -de progreso-, ya sea con «p» mayúscula o minúscula? Y si me pongo, seguro que consigo unas cuantas coletilla más. Para el común, la tercera «i» sólo significó confusionismo. Otra cosa es la innovación (y progreso)que se pueda conseguir con los mismos recursos en diferentes equipos de I+D. A eso se le llama rendimiento.
A mí el término I+D+i no “me duele tanto” como al autor. No creo que refleje lo que él dice, ni que sea tan dramático. Voy a comentar sus puntos:
(1) No creo que poner la “i” pequeña sea “plasmar gráficamente la marginación ancestral que la innovación ha tenido en España”. A ver, se ha discutido mucho sobre el hecho de que se ponga pequeña, y sinceramente, hay argumentos también para estar de acuerdo con eso. En primer lugar, dado que ya existe la “I” de Investigación (I+D), había que hacer algo para diferenciarla de la innovación, que empieza por la misma letra, y que como bien explica el autor es una cosa bien distinta. Poner la segunda en minúscula ha sido una solución bastante práctica para evitar la confusión. Para los que dicen que utilizar la minúscula significa restarle importancia frente a la “Investigación”, a mí francamente, me parece un argumento forzado y peregrino. Hay otras formas de verlo que apuntan exactamente en dirección contraria. Por ejemplo, que la minúscula le pega más a la “innovación” por el hecho de ser un fenómeno más mayoritario y popular, más cotidiano y habitual que la “Investigación”, a la que veo más elitista, más “estirada”, como puede sugerir la “I” mayúscula. Al revés de la tesis del autor, la “i” pequeña de “innovación” acerca más esta acción a la calle, a la vida de las personas. Como veis, hay interpretaciones para todos los gustos así que, francamente, no me tomaría de forma tan dramática, ni sacaría tantas conclusiones de una simple minúscula.
(2) De acuerdo con que el proceso de innovación no es un “modelo lineal”. Está claro que es mucho más complejo e interactivo que eso. Pero siendo eso cierto, y es bueno recordarlo, la notación “I+D+i” sigue teniendo valor práctico para simplificar y operacionalizar cada una de las tres actividades. Por ejemplo, para financiar proyectos, es útil distinguir entre qué es realmente “I”, qué es “D”, qué es “I+D” y qué es “i” de innovación, porque cada una tiene lógicas de financiación distintas. Tiene también valor didáctico, porque te hace ver que a medida que te mueves de izquierda a derecha, te acercas más al mercado/sociedad. Asimismo, tiene el valor añadido de visibilizar la relación que puede haber (no siempre la hay) entre el dinero que se mete en la “I” y su potencial impacto en la “i”. Todo eso me parece útil y ayuda a explicar ciertas cosas que son muy complejas. El autor achaca al término demasiados males. No creo que porque se hable de “I+D+i”, los “policymakers” vayan a inferir por eso que solo hay que financiar la I+D, y “la i sale sola”. Nop, eso lo hacen los “policymakers” ignorantes, que no se enteran de nada. Porque uno que sepa, al ver el término, lo que se plantearía es otra cosa: “Oye, mira, tenemos que financiar las tres, pero con lógicas diferentes”. Así que, vuelvo a lo mismo, no deberíamos inferir del término más de lo que dice.
(3) Debo decir que NO siempre “la I+D es parte de la i”. Hay mucha “i” que no incluye “I+D” en su proceso de obtención, así que afirmar como lo hace el autor que “la i (innovación) es la suma (de hecho, el resultado) de un proceso empresarial que incorpora I+D” es incorrecto. Puede serlo, o puede no serlo. Y establecer esa relación vinculante es también una interpretación que puede tener consecuencias nefastas. Conozco empresas que no hacen “I+D”, ni tienen departamentos de I+D, pero sí muchísima “i” de innovación, y no por ello dejan de ser buenas empresas. La “I+D” es una cosa, insisto, y la “i” de innovación es otra, aunque se retroalimenten mutuamente. A mí sí que me parece importante que los policymakers entiendan esa diferencia.
(4) La 4ta conclusión del autor, con perdón, es rizar el rizo: “El concepto I+D+i parecer marginar deliberadamente el fenómeno de la innovación empresarial”. En fin, no sé por qué se puede inferir eso. ¿Qué margina? ¿Quién ha dicho que ese término significa que la primera parte, la “I+D”, tiene que ser pública, y que la segunda “i”, privada?. Esto, repito, es suponer mucho, porque en ningún sitio dice eso.
Tampoco creo que la “i” de nuestro país no despunte porque “el mix de “I+D” público no es correcto, ni estimula inversiones empresariales”. Esa explicación es demasiado simple, y suena a una visión que pondera en exceso el impacto de la I+D en el sistema. Estando de acuerdo que ese es parte del problema, hay muchos otros factores probablemente más relevantes que ese, y que tienen que ver directamente con la famosa “i” pequeña, y la aCtitud-aPtitud que tenemos para asimilarla y gestionarla. Echar toda la culpa al “I+D publico” es negar la realidad. No olvidemos que tenemos las empresas que tenemos.