En su análisis del comercio con economías de escala, Robert Mundell comenzaba presentando un escenario en el cual la demanda de los productos de un país se sustituye en favor de los productos de otro. En este escenario, la presencia de esta sustitución genera “shocks diferenciales” que impactan de forma asimétrica en la demanda agregada de ambos países. Una de las grandes cuestiones que se debatió con la creación de la unión monetaria europea fue, ¿ocurren este tipo de shocks frecuentemente entre los países que forman una unión monetaria? Hay dos visiones opuestas para responder esta pregunta. La primera la llamaremos la visión de la Comisión Europea (CE), defendida en el estudio ”One market, one Money”. La segunda es la asociada al trabajo desarrollado por el economista Paul Krugman.
La visión de la CE sostiene que shocks diferenciales como los estudiados por Mundell ocurren de forma menos frecuente en uniones monetarias. La principal razón es que el comercio entre las economías de Europa es, en un alto grado, comercio entre industrias, lo cual conduce a una estructura del comercio con economías de escala en la cual los países se compran y venden entre sí las mismas categorías de productos. Por ejemplo, España vende y compra coches a Francia y viceversa. En esta estructura de mercado, los shocks de demanda afectan a los países de una forma similar. El mercado único refuerza esta tendencia, y por tanto, los shocks de demanda tenderían a tener efectos similares. En vez de ser asimétricos, serian más bien simétricos.
Por otro lado, Paul Krugman introduce en el análisis otra característica de las dinámicas de comercio con economías de escala. La integración del comercio con economías de escala también induce a la concentración regional de las actividades industriales. El argumento es que, cuando no hay impedimentos al comercio, como en el caso de una unión económica y monetaria, no existen restricciones a la localización de la industria, que tiende a concentrar más su producción en torno a un punto (espacio) para obtener un mayor rendimiento a las economías de escala, así como a producir lo más cerca posible del mercado final. Esta circunstancia hace que la integración del comercio lleve en realidad a una concentración regional de la actividad. Mayor concentración, mayor asimetría en los shocks.
La visión de la CE tiene una debilidad; parte de la base de que las economías de la unión monetaria son similares. Esta visión tiene lógica económica cuanto existe una unión monetaria de países homogéneos. Sin embargo, en la Unión Europea había importantes diferencias entre los países que formaron el euro (y que no han sido corregidas). Muchas de estas diferencias son fundamentales: mercado laboral, los sistemas tributarios, los mercados financieros y principalmente, la estructura industrial y la productividad. En una unión monetaria con economías sin un grado de convergencia óptimo, la visión de Krugman resulta más realista. La unión monetaria profundiza las asimetrías entre los países miembros a través de una mayor concentración de la actividad en los polos económicos con mayor ritmo de incremento de la productividad, es decir, con mayor competitividad dinámica.
El mayor riesgo oculto de entrar en una unión monetaria para países con menores niveles y crecimiento de productividad es que, una vez dentro, ya no pueden ajustar el valor de su moneda al de su nivel y ritmo de crecimiento de la productividad. En situaciones de recesión económica, los países con menos polos económicos y con menores niveles de productividad y de competitividad dinámica son los que absorben la mayor parte de los shocks asimétricos dentro de la unión, provocando pronunciadas caídas de la demanda agregada, altas tasas de desempleo y, como consecuencia, caídas del ingreso fiscal y el consumo, algo que se ha observado en determinados países de la zona euro. Hemos de tener en cuenta que ésta es la primera crisis económica a la que se enfrenta la eurozona desde el establecimiento de la moneda única en 1999. Y su severidad ha puesto de manifiesto la complejidad que entraña su solución, ya que es necesario aplicar recetas únicas para enfermos con diferentes dolencias. También se ha evidenciado la falta de coordinación de las instituciones de la eurozona y ciertas rigideces para disponer de una rápida capacidad de adaptación y respuesta ante situaciones críticas. El actual sistema político y monetario de la Unión Europea se muestra ineficiente para dar respuesta a las necesidades de algunos los socios que atraviesan mayores dificultades.
El problema de fondo es que se ha comenzado a cuestionar el modelo en su conjunto. Existe en varios países una corriente contraria a la unión monetaria porque se sienten perjudicados o abandonados por las políticas adoptadas desde el comienzo de la crisis. Además, la Comisión Europea no es un órgano electo por los ciudadanos europeos, y el euro tampoco ha sido sometido a procesos de referemdum para su creación, y por tanto hay una cierta falta implícita de legitimidad en las medidas adoptadas por los tomadores de decisiones de Bruselas. Europa está ante una encrucijada en la que tiene dos alternativas. O (a) bien se deshace total o parcialmente la unión monetaria y se mantiene la unión europea como un tratado comercial; o (b) se profundiza en la integración económica, hasta el nivel necesario para disponer de una unión monetaria eficiente. Si el euro sobrevive a esta crisis, lo urgente debe dejar paso a lo importante. Y lo importante es un verdadero programa de convergencia, donde uno de los puntos principales a tratar es el desarrollo de una política industrial común dentro de la eurozona. La generación de economías regionales sostenibles en y entre los países de la Unión es fundamental para garantizar la futura estabilidad política y económica de la eurozona. ¿Cederán los países más soberanía para impulsar esta integración?
Sobre el Autor:
Juan Martínez Álvarez . Consultor Financiero de la División de Mercados de Capital e Instituciones Financieras del Banco Interamericano de Desarrollo en Washington D.C.