Uno de los mayores problemas de la investigación en ciencias sociales es la endogeneidad, es decir, el hecho de que la mayoría de los factores de interés en un estudio estén determinados por mecanismos internos al fenómeno que se estudia. Otro problema relacionado es el sesgo de autoselección, por el cual los individuos que atraviesan una situación dada suelen ser individuos más propensos a sufrirla que la media poblacional.
Veamos un ejemplo sencillo para comprender estos problemas, intentando responder a la pregunta ¿qué efecto tiene sobre la salud el acudir a un hospital? Una primera aproximación consistiría en comparar la salud de quienes acuden a un hospital frente a aquellos que no han acudido. A nadie le sorprenderá observar que la salud de los que están en el hospital es peor que la salud de los que no están… porque suele acudir quien ya tiene un estado peor de salud. Así, para una investigación rigurosa, deberíamos realizar un experimento en el que, sobre un grupo amplio de personas, ante una dolencia solo se permitiera acudir al hospital a la mitad. La otra mitad, incluso en caso de enfermedad grave, debería permanecer en casa. Midiendo las diferencias de resultados entre ambos grupos podríamos saber exactamente lo beneficiosos que son los hospitales para las personas. Lógicamente, el experimento es irrealizable por motivos éticos.
Supongamos ahora que queremos investigar el efecto de una pena en prisión sobre la conducta, la salud mental de quienes cumplen una pena en prisión y la idoneidad de los centros penitenciarios como rehabilitadores de quien ha cometido un delito. Por el mismo motivo que con el caso del hospital, no podemos comparar sencillamente a las personas que se encuentran en prisión con las que no, dados los factores y características que han llevado a los primeros a estar en prisión. Pero, sorprendentemente, en este caso sí se ha llevado a cabo un experimento.
El experimento
Varios estudiantes de la Universidad de Stanford se sometieron en 1971 a un experimento en el que, en primer lugar, fueron separados aleatoriamente entre presos y carceleros. Se construyó una prisión especial para el experimento, que comenzó con el arresto público de los estudiantes en sus domicilios, acusados de robo con armas. A los acusados se les aplicó el procedimiento habitual de entrada a prisión, inspección, identificación y aislamiento incluídos.
Se les desnudó y roció con un spray como prevención ante posibles gérmenes y se les proporcionó un uniforme genérico con el fin de comenzar a socavar la noción de identidad. También se proporcionó a los guardas un uniforme en el que se incluía unas gafas de sol de espejo que ayudaban a aislar sus emociones.
La estancia en la falsa prisión comenzó con cierta normalidad. Cada noche se despertaba a los reclusos con silbatos para realizar el habitual recuento de presos. En estos recuentos, la dificultad de los guardas para mantener la autoridad comenzó a provocar las primeras confrontaciones. Los guardas comenzaron a exigir la realización de flexiones como castigo a los presos, una práctica documentada en muchos centros penitenciarios.
A la mañana siguiente del primer recuento y humillación, algunos presos se rebelaron, negándose a salir de la celda y poniendo sus colchones contra la puerta. Los guardas del turno de la mañana siguiente, alertados por el incidente, pidieron refuerzos. Dos turnos completos de guardias resolvieron aplacar la rebelión con extintores y aislar a los culpables sin ropa ni cama en celdas aparte.
Puesto que dos turnos de guardias habían sido necesarios para mantener la disciplina, los guardas se dieron cuenta de que no podían mantenerla solo por la fuerza, por lo que decidieron usar tácticas psicológicas, dando a los presos que no habían participado un trato privilegiado: se les devolvió su ropa habitual y se les dio una celda independiente con cama y ducha. Se les dio además comida especial, frente a los aislados que se habían quedado temporalmente sin comida. Todo ello buscaba la ruptura de la solidaridad entre presos, una práctica habitual en la cárcel.
A las 36 horas de comenzar el experimento, un preso empezó a sufrir estrés emocional y comenzó a llorar y experimentar ataques de rabia. Los guardas pensaron que se trataba de una táctica para que lo dejaran salir. El preso fue liberado, aunque al poco tiempo los guardas escucharon grabaciones sobre un plan externo para liberar a los estudiantes de la falsa cárcel al día siguiente. Tras un día entero de traslado a otro pabellón y aislamiento, el plan resultó ser solo un falso rumor. Como represalia por las molestias, los guardas endurecieron de nuevo su trato a los presos.
Cancelación y resultados
Pasados seis días (los detalles completos de la historia pueden ser consultados en la página oficial del experimento, www.prisonexp.org), la moral de los presos estaba completamente desintegrada y su individualidad había desaparecido, siendo sustituida por una sumisión total hacia los guardas. Varios padres contactaron con un abogado para sacar a sus hijos del experimento e incluso otros investigadores de Stanford dieron la voz de alarma ante la degradación psicológica y conductual que estaban sufriendo los prisioneros. El experimento, cuya duración estaba programada en dos semanas, se canceló tras solo seis días.
Extraído de las conclusiones del estudio:
“Tras observar nuestra prisión simulada durante solo seis días, pudimos observar cómo la cárcel deshumaniza a las personas, transformándolas en objetos e inoculándoles un sentimiento de desesperanza. Respecto a los guardias, nos dimos cuenta de cómo gente normal puede llegar a transformarse desde el bueno Dr. Jekyll al malvado Mr. Hyde.”
Creemos que el experimento de la prisión de Stanford no debería ser olvidado y tampoco que occidente está lleno de prisiones no experimentales donde situaciones como las descritas ocurren a diario. Una parte de la economía trata sobre el uso de los incentivos para lograr fines socialmente deseables. Pero la forma en que tratamos con el delito y la reinserción en sociedad ha avanzado muy poco a lo largo de los siglos, pues seguimos recluyendo en un ambiente deshumanizador a los presos. Como economistas deberíamos perseguir el cumplimiento de unos objetivos sociales que nuestro sistema penitenciario es incapaz de alcanzar en estos momentos.