Cuando Lisa Brennan-Jobs vino al mundo en un rancho de Oregón, su padre, de apena 23 años, negó que aquella fuera su hija. De hecho, continuó negándolo durante los 7 años siguientes, incluso asegurando que era estéril ante el juez que determinó su paternidad (con el paso del tiempo, por cierto, su “esterilidad” trajo al mundo tres hijos); la sentencia le imponía, conforme a sus posibilidades económicas, una pensión mensual de 500 $. Sus abogados urgieron a la madre a aceptar para dar por finiquitado cuanto antes el asunto, como así hizo, obligada por la necesidad. Dos días después, “casualmente”, la fortuna del padre cambió radicalmente pasando a ser de más de 200 millones de dólares cuando su empresa salió a Bolsa. El padre se llamaba Steve Jobs.
El fundador de Apple se toma con frecuencia como referencia de la inteligencia y habilidades que todo empresario, ejecutivo o simple currante con aspiraciones, debe tener. Su “caso” es EL caso por antonomasia en cualquier Escuela de Negocios que se precie. Y, además, es transversal, es decir, sirve para entender conceptos como estrategia, emprendimiento, liderazgo y gestión de equipos, marketing, posicionamiento de marca… etc. Quizá, eso sí, si en el programa se contempla e imparte algo relacionado con la ética empresarial,
el caso Jobs-Apple empieza a necesitar mucha imaginación para que los alumnos lo tomen como modelo a imitar.
Lo que la hija de Steve Jobs, Lisa, cuenta en su libro “Small Fry” (algo así como Mocosa o Niña insignificante), nos perfila algunos de los rasgos morales de éste que, no obstante, fue un enorme hombre de empresa y un visionario al que, como tal, convendría imitar en muchos aspectos. Otra cosa, al parecer, era su talante personal y los valores por los que, en ocasiones, se movió tanto como padre como en el manejo de los recursos “humanos” de las empresas que fundó.
Talento
Klaus Schwab, Fundador y Presidente Ejecutivo del Foro Económico Mundial que se reúne todos los años en Davos, ya hace tiempo que viene insistiendo en la importancia del talento como valor a descubrir y retener en la empresa, más aún si, como se puso de manifiesto en la última reunión del Foro, estamos en un mundo fracturado que necesita reordenarse.
“El recurso más valioso será el talento, no el capital tradicional –afirma K. Schwab— para gestionar factores como la integración, la conexión, la automatización, la economía colaborativa y otros, propios de la 4ª Revolución Industrial”.
Pero no es fácil concretar a qué nos referimos cuando hablamos de “talento”. José Antonio Marina lo define con acierto como el acto de invertir bien la inteligencia. Cabe entonces preguntarse qué es la inteligencia, a lo que la RAE responde como la capacidad de resolver problemas… mediante la movilización –añadiríamos—de recursos personales como los conocimientos y habilidades de cada cual. Así pues,
demuestra talento quien actúa con inteligencia, y es inteligente quien adopta una posición activa para la resolución de los dilemas, conflictos o dificultades que se le presenten. En resumen, hablamos de la inteligencia con una perspectiva instrumental. Es inteligente quien sabe y, además, actúa. Es por eso que la inteligencia es la cualidad codiciada por las organizaciones para sus profesionales, con toda razón, por cierto.
Sin embargo, expresiones como “captar y retener talento”, tan usadas en las estrategias empresariales, parecen reducir el talento a la inteligencia, como si fueran sinónimos, cuando la verdad es que para hablar del talento hay que añadir a las capacidades y conocimientos que conforman la inteligencia, la virtud del buen uso que se haga de los mismos.
¿Qué es, entonces, lo que falta? En mi opinión, falta dar sentido a la inteligencia, dotarla de un por qué y un para qué. Y justo lo que enlaza saberes, aptitudes, competencias y habilidades con el talento son los valores.
Eso que, al parecer, no siempre exhibió nuestro admirado, por otras razones, Steve Jobs.
Ahora bien, ¿puede enseñarse el talento al igual que se enseña la ciencia, las competencias y el resto de ingredientes que conforman la inteligencia?
La formación como negocio y los conocimientos como producto
No hay duda de que el mercado educativo cumple con todos los requisitos para llamarse así, mercado. En su caso, la demanda es variable (porque la natalidad es voluble en tiempo y espacio); a dicha demanda procura adaptarse una oferta tanto pública como privada; hay establecidas “categorías” formativas; se aplican estrategias para captar al alumno a edad cada vez más temprana con el fin de mantenerlo y fidelizarlo durante más tiempo (típico procedimiento de las tabaqueras, por ejemplo); existen promociones por tipo de cliente o volumen de compra; y, en fin, los principios y materias de la formación incluso se adaptan a los tiempos y requerimientos del mercado parental (el cliente-alumno opina poco puesto que, sobre todo a edades tempranas, está sometido a sus prescriptores naturales) con innovaciones artísticas, deportivas, tecnológicas, ecológicas, lingüísticas, ideológicas, etc..
Todo obedece a un esquema perfectamente equiparable al de cualquier otro proceso productivo en el que se utiliza una materia prima, un know how concreto y se procura un resultado también concebido en términos de “rentabilidad”. Y es así, con ligeras variantes, en cualquier etapa y área formativa, de forma más evidente cuanto más “actualizados” y modernos sean los programas y técnicas docentes o agresiva sea la publicidad de la Centro. Fijémonos, por ejemplo, en la frecuencia con que se usa como reclamo y argumento el porcentaje de inserción laboral de los alumnos que terminan tal o cual carrera en una institución educativa concreta.
No veremos, por el contrario, muchos anuncios en los que se destaque el porcentaje de alumnos que salen preparados para construirse su propia vida, para ser buenas personas, para construir su carrera profesional sobre el respeto y el esfuerzo, para asumir los fracasos, para entender el trabajo como un bien más que como un fin. Al “mercado” formativo, hoy, no son estos los mensajes que les funcionan ni parecen preocuparles.
Quizá lo parece, pero no es ésta una visión exagerada y alejada de la realidad, aunque sí aceptaré un cierto reduccionismo por generalización.
Como docente, pero también como simple ciudadano que observa, educar hoy se me antoja un servicio cada vez menos artesanal y más automatizado, en el que se busca satisfacer la demanda laboral. El objetivo es dotar a nuestros alumnos de instrumentos que faciliten su inserción profesional futura y de conseguir, por tanto, la mayor y mejor “rentabilidad” a la formación adquirida. Colegios, universidades, escuelas de negocios, centros de FP… son proveedores de terceros que necesitan un “producto” con determinadas características. Educamos bajo pedido. El mercado laboral orienta los programas formativos haciendo hincapié en la adquisición de las destrezas y habilidades que puedan luego ser adquiridas casi como un traje a medida. Las soft, hard, building… skills son esenciales si se quiere estar en sintonía con la demanda del mercado.
Las empresas buscan profesionales que tengan un bagaje suficiente de conocimientos y sean hábiles en la búsqueda de aquéllos que no poseen; que tengan determinadas virtudes personales pero, sobre todo, que resulten idóneos para trabajar en equipo; que se impliquen y comprometan con la organización, pero sin olvidar la eventualidad permanente de su participación en la misma; que no se salgan del engranaje productivo dirigido aunque tengan siempre a mano un buzón de sugerencias… Y en el centro de todo ello la evaluación continua de su participación en la obtención de resultados. Más o menos, el perfil de las filosofías formativas más en sintonía con los tiempos que corren.
El camino de vuelta: habilidades y valores
No obstante lo dicho, quizá en trazo algo grueso y desde luego gris, se empieza a vislumbrar una esperanzadora recuperación de esa otra sabiduría que, en el fondo, ha sido la que nos ha traído en volandas al desarrollo actual. La prueba es que la CEO de You Tube, Susan Wojcicki, es historiadora; la directora de operaciones de Facebook, Sheryl Sandberg, es economista; los cofundadores de Paypal, Flickr y Linkedin estudiaron filosofía…, y antropólogos y sicólogos están en la nómina de Nissan o Tinder.
Parece que no todo ni siempre se debe reducir a habilidades y conocimientos sino que resulta imprescindible formar en dar sentido a los mismos, en otras palabras, formar en valores.
Vaya por delante que esta suerte de “habilidades virtuosas” que, a diferencia de las otras, van más allá de un algoritmo y del teclado que lo activa, no deben identificarse, como a veces se hace, ni con religiones ni con ideologías, ni tan siquiera con corrientes culturales, aunque todas ellas contemplen de una u otra forma los valores espirituales (del espíritu) como esenciales.
¿Por qué es tan necesaria para nuestros niños y jóvenes la formación en valores, aunque ello suponga sacrificar algunos conocimientos y habilidades más fruto de criterios mercantiles y modas pedagógicas que de la necesidad de promocionar su talento?
Se me ocurren varias razones.
1ª/ Porque en habilidades y conocimientos, las máquinas ya nos llevan la delantera en muchos casos, si por tales entendemos detectar, acumular y gestionar información y saber hacer. La tecnología digital es, de partida, mucho más capaz que nosotros en almacenamiento y en cálculo lo que la hace más rentable en procesos repetitivos y de precisión. Además, la inteligencia artificial incorpora el aprendizaje con lo que el razonamiento deductivo y las decisiones operativas, por ejemplo, ya no son rasgos exclusivos nuestros. En consecuencia,
no está de más poner énfasis en moldear a los seres humanos en aquellas virtudes y capacidades útiles para programar a la máquina pero también para llegar donde ésta no llega, allí donde hacen falta emoción, intuición, voluntad, empatía…
2º/ Porque es fundamental que los recursos de los que se dota a los alumnos tengan un porqué y un para qué. Hay que darles sentido a habilidades como el trabajo en equipo, la capacidad de liderazgo, la comunicación…, y conocimientos como la economía, la programación o los idiomas. Todos ellos tienen una causa que los hacen imprescindibles para crecer en el aspecto humano y profesional, y tienen también un objetivo.
El por qué y el para qué de lo que el alumno aprende debería ser el aprendizaje más importante de su etapa formativa.
3º/ Porque las habilidades y conocimientos van a cambiar cada vez con mayor rapidez. Las técnicas que hoy se enseñan y la información y datos que ahora sustentan buena parte de las materias que se imparten, estarán obsoletos en poco tiempo. Solo se mantendrán aquellas que no se apoyan en la inmediatez ni en el cambio: la historia, la filosofía, la ética…, es decir, las materias cuyos contenidos no se sustituyen sino que se incrementan y enriquecen.
4º/ Porque, en fin, si a los que peinamos ya alguna cana –o ni tan siquiera eso—nos preguntan qué enseñanzas consideramos más importantes para la vida, dudo que respondiéramos la extracción de datos, la negociación, la gestión de proyectos estratégicos, la capacidad de previsión o el Lean manufacturing (Habilidades profesionales más valoradas. Forbes. 2018) ¿Adivinan, por el contrario, ¿qué destacaríamos?
Lo que Aristóteles llamaba eudaimonia o búsqueda de la felicidad está ligaba a la virtud y la sabiduría, que muy bien podríamos identificar con el talento y la inteligencia, materia prima de toda formación que merezca la pena.
Quizá el error es considerar la enseñanza como un negocio, los conocimientos como un producto, y al alumno como un cliente…, al que, por cierto, ¿también hay que darle siempre la razón? De seguir así, terminaremos aceptando devoluciones de las notas que les queden pequeñas.
3 Comentarios
Excelente artículo Javier, la educación tiene que dar un giro total para entender las necesidades actuales y futuras de talento humano.
Pobre Steve Jobs, raras vez se le atribuye haber evolucionado en su carácter y yo creo que eso es importante; es lo que más admiro de su historia.
En 1992, Next, ya decía respecto al equipo:
«A mind is too important to waste»
«I now take a longer-term view on people»
https://appletalkweb.blog/2018/05/28/steve-jobs-at-mit-sloan-spring-1992/
“The greatest joy of working with Steve Jobs was that his agenda in life was clearly to change the world. He had no other interests. Money didn’t matter to him. Power didn’t matter to him and women didn’t matter to him. As a person on his team it was so refreshing to work in that kind of environment. Even though he was challenging and difficult, it was very refreshing.
https://appletalkweb.blog/2018/08/24/changing-the-world-by-working-with-steve-jobs/
Vale un tipo un poco raro, menuda entrevistade trabajo:
https://appletalkweb.blog/2017/03/28/how-hard-did-steve-jobs-work/
Preparando esta respuesta encontré este artículo de 2015 al respecto con inumerables referencias al Steve con valores…
https://www.fastcompany.com/3042433/the-real-legacy-of-steve-jobs
Gracias por tu aportación, Juan. Como todos los genios, sea desde una perspectiva humana, profesional o empresarial, Steve Jobs tenía una personalidad compleja, muy compleja, como demuestra su biografía. Y también cambiante, como corresponde a quien tenía la curiosidad y la innovación como filosofía vital. Creo que ahí están su grandeza y su miseria.