El placer de resucitar: la Declaración por la Calidad y el Conocimiento

18 octubre 2012

Año 1960, Japón, fábrica de Toyota. Un asesore externo, Shigeo Shingo, observa que preparar una prensa de 1.000 toneladas les lleva una media de 4 horas, lo cual supone más del doble que en otras empresas de la competencia, como Volkswagen, en Alemania Occidental. Shingo diseña un proceso participativo para lograr el compromiso de todo el equipo de la compañía. El objetivo era tan simple como complejo: reducir drásticamente estas 4 horas.

Tras este proceso participativo y de inteligencia colectiva –si, ya hace más de 50 años de aquello y se puede denominar así-, la compañía logró diseñar acciones que le permitieron reducir de 4 a 1,5 horas. El compromiso adquirido de todos los trabajadores había tenido éxito. El método parecía funcionar, lo perfeccionaron y lo implementaron con más rigor. El resultado fue que, en los siguientes tres meses, el tiempo de preparado de una prensa de 1.000 toneladas se logró colocar en los 3 minutos. De 4 horas a 3 minutos. Una reducción así jamás se habría conseguido sin contar con el compromiso absoluto de todos los integrantes de la planta.

Esta historia es uno de los hitos mundiales más importantes de innovación en los procesos industriales y un verdadero paradigma de la calidad en todas las fases de gestación de un producto. Un hito que destaca por tratarse de un proceso participativo, consciente y de adhesión a unos valores y objetivos comunes.

A principios de los años 50, la mayoría de las empresas japonesas empezaron a importar tecnología del exterior, principalmente de Estados Unidos y de la entonces República Federal Alemana. La asimilación de la tecnología importada fue inmediata. Se trataba de diseccionar con “bisturí” la tecnología importada, siendo el objetivo inmediato mejorarla. Esto supuso, en términos macroeconómicos, un gran impulso para el desarrollo tecnológico del país.

Décadas más tarde, Japón es una economía deprimida incapaz de salir de una vez de su letargo financiero, tras una crisis que ya arrancó a finales de los 90 (Daniel Lacalle lo explicaba recientemente). Pero es indudable que, desde la época de Shigeo Shingo hasta la actualidad, su fortaleza económica y la calidad de vida de los japoneses aumentó de forma importante: su renta per cápita supera hoy los 35.000 $ (en paridad de poder adquisitivo), similar a la de los países de la Zona Euro –aunque superior en 4.000 dólares por habitante respecto a España – y equivalente a la media de la OCDE.

Japón ha sido un referente mundial tanto en producir como en asimilar conocimiento de forma participativa, y aún más en aplicarlo de forma productiva. Y gran parte de dicha capacidad reside en un conjunto de valores de cohesión, esfuerzo y cooperación que quizás no están suficientemente implantados en nuestra sociedad; esta es, precisamente, la reflexión que me gustaría realizar sobre nuestro país, España.

España está sumida en tasas de crecimiento negativas, el 25% de la población que desea trabajar no puede hacerlo, el sistema financiero se encuentra en la UVI y tenemos serias dificultades para despejar las dudas sobre un futuro hoy por hoy muy incierto para millones de ciudadanos y empresas.

A pesar de lograr mantenerse en el índice de competitividad en el puesto 36, que ya ocupaba en el año 2011, España está por detrás de una decena de sus socios de la Unión Europea, Estonia incluida. ¿Por qué este indicador y sus consecuencias no tienen una mayor atención mediática? Pertenecer a la segunda división de occidente en competitividad, investigación e innovación empresarial, ¿no debería ser un problema nacional al que nos hemos de enfrentar todos, con las mejores herramientas posibles? 

Es fundamental que en España pasemos a tomarnos muy en serio las políticas de calidad y excelencia, que han de convertirse en instrumentos de máxima prioridad en todos los escalones de una organización, grande-mediana o pequeña. La investigación, innovación y desarrollo no consiste solo en la creación de nuevo conocimiento en laboratorios: hay un paso previo, un gen fundamental a desarrollar: la concepción, la motivación y la intención de asumir que sólo podemos vender en más mercados con más y mejores productos o servicios; resolviendo problemas y afrontando mejoras en todos los procesos de la cadena de producción.

El último informe de la Fundación COTEC ofrece datos contundentes sobre la gravedad de la situación: las empresas españolas manifiestan una baja consideración hacia la investigación, desarrollo tecnológico e innovación como elemento esencial para la competitividad. 

La empleabilidad de titulados y personal cualificado es de las más bajas de la Unión Europea y nuestros indicadores de innovación –utilizando hasta un total de 24 indicadores distintos- también son de los más bajos de Europa, solo tras Grecia.

Y, en este contexto, estamos sumidos en recortes a los presupuestos a la I+D, somos muy poco imaginativos para crear nuevas fórmulas que impulsen ese germen de innovación fuera de la subvención. Nos encontramos ante la inquietud de un rescate inminente para el que nos estamos preparando mediante fuerte austeridad, pero no estamos logrando generar nuevos ingresos, gestionando mejor los recursos escasos y aplicando nuestro conocimiento.

Existen multitud de propuestas para dirigirnos hacia dichos objetivos, muchas de las cuales compartimos. No obstante, ninguna de ellas pasa por hacer un ejercicio de reflexión sobre nuestros valores y sobre nuestro papel individual en los procesos que nos rodean. Y, si bien es cierto que los valores y las actitudes respecto a la innovación y al esfuerzo son ciertamente difíciles de cambiar, y dependen en gran medida de nuestro poso cultural, ello no debería ser excusa para no actuar decididamente, centrando la atención en nuestras carencias en este aspecto y adoptando un compromiso mutuo para comenzar a avanzar en este cambio de valores.

Para ello nos gustaría formular una propuesta concreta y distinta de las habituales. Una propuesta que, si bien podría parecer excesivamente idealista, tiene precedentes y además no supondría un esfuerzo presupuestario adicional: creemos la Declaración por la Calidad y el Conocimiento. Elaborémosla como si de otra Constitución se tratase, como un proceso participativo ciudadano entre empresas, universidades, y administraciones. Definamos nuestros valores en pro del conocimiento, la educación, el esfuerzo, la cooperación y la búsqueda incansable por aprovechar la inteligencia colectiva que poseemos. Evaluemos cada día en qué medida nuestras acciones han servido para acercarnos hacia nuestros objetivos. Aprendamos de la Toyota de Shingeo Shingo y comprometámonos.

¿Le suena esta declaración a papel mojado o a ciencia ficción? Pues no lo es. En primer lugar, existen precedentes cercanos: el País Vasco, a través de Innobasque, ha realizado un gran manifiesto para que las empresas y todo aquel que tenga algo que aportar en materia de conocimiento -la sociedad en su conjunto- lo firme, se comprometa y actúe en consecuencia. ¿Desconfía usted del poder que tiene el plasmar una firma en un manifiesto? ¿Alguna vez han firmado uno, meditando detenidamente qué es lo que firma y hasta qué punto uno puede comprometerse?

Tras su adhesión, debería usted preguntarse cada día qué conocimiento y procesos públicos o productivos ha compartido con aquellos a los que pueden ser útiles, y en qué medida ha trabajado usted para perfeccionar todos los procesos a su alcance susceptibles de ser mejorados.

Los cambios culturales y de valores solo pueden darse desde abajo, mediante un proceso consciente, voluntario y participativo. Trabajemos decididamente sobre nuestra capacidad para crear soluciones colaborativas y para afrontar la complejidad con nuestra inteligencia, valorando como sociedad el esfuerzo de las personas que trabajan creando soluciones, colaborando y obteniendo el máximo de cada euro público y privado invertido en ello.

Autores:

Daniel G. Cernuda

Director de Auditores Sistemas de Prevención (ASP)

Profesor asociado en la Universidad San Pablo CEU

Javier García,

editor de www.sintetia.com

Artículo escrito por Colaboración

2 Comentarios

  1. Gian-Lluís Ribechini

    Excelente artículo que expone la necesidad del compromiso de aceptar y aplicar un manifiesto hacia la excelencia.
    Shigeo Shingo es un ejemplo claro de una persona excepcional que desarrolla métodos como el SMED que citais, el cero defectos que incluye el desarrollo de los Poka-Yokes o la producción sin estocs. Pero que además tiene el apoyo de las empresas para implantarlos.
    Pero Japón también fue consciente de que no sabia lo suficiente y por eso aceptó y aplicó las enseñanzas sobre calidad de Deming y Juran.
    También adoptaron el «Análisis del Valor» desarrollado en los años 40 por Lawrence D. Miles.
    Deming, Juran y Miles fueron galardonados con la «Orden del Tesoro Sagrado» como reconocimiento a su aportación al crecimiento económico e industrial de Japón.
    En cambio en España la implantación efectiva de las enseñanzas de estos excepcionales profesionales ha sido minoritaria.
    Y como un elemento a considerar dentro del objetivo que planteais seria volver a explicar y adoptar lo que funcionó y continua funcionando en Japón.
    Saludos.
    Gian-Lluís.

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  2. Javier Cernuda

    Excelente artículo de Daniel G. Cernuda una
    de las mentes más preclaras en Prevención de
    Riesgos Laborales.

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