1. El gran campo de batalla del siglo XXI
Hace unas semanas comentaba con mis compañeros de Sintetia el resultado de los stress test de Oliver Wymann, que evidenciaron una necesidad de capital para la banca española de 59.300 millones de euros. Aunque los test fueron presentados oficialmente al mundo económico como un ejercicio modélico de transparencia y buena voluntad gubernamental, yo argumenté entonces que también significaban la revelación pública de una debilidad económica crítica, certificada además con luz y taquígrafos. Nada bueno para un país financieramente tan frágil como el nuestro.
Quizás piensen ustedes que exagero, pero conviene que profundicemos en el asunto. Quienes intervienen en los mercados financieros buscan generalmente el beneficio económico. Ello puede conseguirse, a su vez, por medios legales o no. En el primer caso, dichos intervinientes estudian en profundidad el funcionamiento de los procesos económicos y de las instituciones, reconocen patrones y analizan fallos regulatorios que puedan ser explotados de forma lícita. Por otra parte, también pueden actuar (y lo hacen) manipulando ilegalmente los mercados buscando un enriquecimiento mucho mayor y más rápido.
Ambos comportamientos coexisten en la realidad cotidiana del mundo económico, donde la competencia es feroz y el acceso se ha convertido en prácticamente universal gracias a la tecnología. Se trata de una realidad compleja y volátil, donde cualquier evento puede afectar a elementos muy dispares y geográficamente distantes. Lo hace, además en tiempo real y en un entorno de difusión de poder (muy bien descrito por Josep Nye) donde medios de comunicación globales, empresas transnacionales, grupos de interés, organizaciones no gubernamentales, redes terroristas y mafias internacionales disputan la soberanía a los tradicionales estados-nación.
La dialéctica descrita determina un espacio en continua disputa. Una disputa en la que existe un tercer grupo de actores: aquellos que aprovechando las debilidades sistémicas no buscan directamente el beneficio económico, sino objetivos de otra naturaleza, como la quiebra de una gran compañía o la desestabilización de un país o comunidad de países. Y es aquí cuando entramos en el terreno de la amenaza económica estratégica.
No resulta exagerado pues asemejar este tablero global a un campo de batalla, un verdadero teatro de operaciones económico del siglo XXI, congestionado, confuso, disputado, conectado y restrictivo. Y si de campos de batalla hablamos, la ciencia del planeamiento militar nos puede enseñar mucho.
2. Hablando de “operaciones económicas”
La guerra económica, expresada en el sentido más generalista, puede ser entendida del mismo modo que Clausewitz definía el concepto militar de guerra, esto es, “la simple continuación de la política con otros medios”. Por tanto, nace de una intención política, de la que surgen todas las operaciones económicas de un determinado actor. Operaciones que, no les quepa duda, se planean más o menos formalmente, con mayor o menor anticipación, de manera explícita u oculta, honesta o sucia, y empleando todos los recursos posibles: inteligencia, diplomacia, influencia, información, acción política y, cómo no, militar.
Las operaciones económicas, al igual que las militares, buscan producir efectos en tres dominios estrechamente interrelacionados: el domino físico, el informativo-cibernético y el moral.
El dominio físico incluye todos los elementos económicos y sus efectos en el teatro geoeconómico global: mercados, instituciones financieras, empresas, trabajadores, recursos energéticos e infraestructuras. Las operaciones persiguen aquí la destrucción financiera, el desgaste, la degradación o la negación de la actividad económica a los oponentes. El objetivo es derrotar al otro contendiente denegándole los medios económicos que precisa.
El dominio informativo-cibernético incluye los sistemas de gobierno económico, su capacidad de obtención, proceso y distribución de información, de tomar decisiones oportunas en el tiempo y de gestionar la economía propia. Las operaciones en este dominio buscan negar, degradar o retrasar la obtención y distribución de información financiera, comunicar información falsa o engañosa, ejecutar la decepción y afectar los mecanismos de gobernanza. El objetivo es incapacitar al oponente para percibir la situación económica, tomar decisiones y dirigir oportunamente sus acciones.
Finalmente, el dominio moral comprende la motivación, convicción y compromiso de los individuos y de la sociedad para alcanzar su objetivo de bienestar común. Incluye aspectos cognitivos, como la confianza institucional o el adoctrinamiento político, así como respuestas emocionales, como el patriotismo/nacionalismo, los sentimientos étnicos, los religiosos y de pertenencia al grupo. En este dominio se pretenden originar determinadas actitudes y comportamientos en los gobiernos, organizaciones, grupos e individuos, opuestos, favorables o neutrales, en apoyo de la consecución del objetivo económico perseguido.
Por tanto, un buen planeamiento económico operacional consistirá en la imaginación y habilidad de un determinado actor (país, grupo de países, empresas, grupos corporativos, etc.) para equilibrar todos los elementos descritos, a fin de tomar y conservar la iniciativa económica y crear las condiciones del éxito. Todo un arte de dificilísima ejecución, que desgraciadamente no se enseña a nuestros dirigentes y servidores públicos.
Imagino que a esas alturas del artículo muchos lectores estarán atando cabos y comparando situaciones y crisis reales con los planteamientos aquí expresados. Esto nos lleva a analizar a algunos interesantes conceptos de “economía operacional”, provenientes de la teoría militar, que nos ayudarán a entender mejor lo que está ocurriendo en la actualidad. Pero ello será objeto de otro artículo. Hasta entonces, no dejen de observar ni de pensar.