“Investigar, descubrir, crear”. Éste es uno de los mantras que recorren el mundo a través de las redes sociales, las escuelas de formación y los numerosos artículos que se publican. Aunque alguien ya pensó en ello hace muchos años…
Se habla cada vez con más insistencia sobre nuevas formas de entender la educación, de despertar el interés del alumno, motivar su pensamiento, sugerir nuevos puntos de vista, enseñar a razonar con rigor y a resumir con claridad y precisión los resultados.
En definitiva, queremos hacer de la experimentación la fórmula básica de aprendizaje en el entorno educativo. Seguro que le suena…
Alguien ya pensó en todo esto hace unos cuantos años. En 1876 un grupo de personas lideradas por Francisco Giner de los Ríos crea en España la Institución Libre de Enseñanza con el objetivo de modernizar el país a través de la educación para alcanzar la sintonía cultural y científica con el resto de países de su entorno.
Para este grupo el fin de la educación se centraba en la formación multifacética de la persona incluyendo, especialmente, los aspectos éticos. Para ello, debía transformar el rol de profesorado (de comunicador unidireccional a facilitador y guía) y el rol del alumno (de “producto” a “productor y creador de su propio conocimiento”). Buscaban una escuela activa, alejada de cualquier dogma oficial y en la que el alumno fuera el actor central del proceso. Crear una escuela activa implica que la educación primara sobre la enseñanza.
La ILE pretendía despertar el interés hacia una formación amplia y orientada. Procuraba que se asimilara el conocimiento que cada época exige para cimentar una educación profesional de acuerdo con las aptitudes y la vocación personal. Seguro que esto también le suena…
Parece que este grupo de personas intuía las bases de lo que años después hemos denominado “economía del conocimiento” y la importancia que la formación tiene para la educación profesional. Toda una declaración de principios hecha hace 140 años en España.
“El desconocimiento es la llave que te abrirá todas las puertas”
La formación ha cambiado sensiblemente en los últimos años. Son las universidades y centros de formación los que comienzan a salir al mercado a buscar futuros estudiantes.
Hasta hace unos años todo el conocimiento requerido podía ser cubierto, de forma más o menos completa, por lo transmitido en las diferentes asignaturas impartidas en una licenciatura, dejando en manos del estudiante conceptos algo más diferenciales como la informática, los idiomas o algunas habilidades interpersonales como el trabajo en equipo.
La transformación de la economía de analógica a digital, la apertura e integración de los mercados internacionales, el creciente ritmo de creación y espíritu innovador, está dibujando una geografía económica completamente distinta. Un nuevo escenario que requiere, una vez más, de una formación multifacética como la que mencionábamos anteriormente.
Cuantos más rápidos sean los cambios en el entorno, más rápido debemos reaccionar. Cuanto más conocimiento diverso se genere, mayor profundidad de análisis se requiere. El entorno se vuelve cada vez más complejo e incierto y la responsabilidad de aprender debe ser asumida por las propias personas y no por el «sistema».
Si somos capaces de describir el entorno en el que actualmente nos encontramos, más fácil será describir la dirección que tiene que tomar nuestro aprendizaje en los próximos años.
¿Cuáles son los pilares en los que se asienta este nuevo proceso?
«Lo analítico»: la integración de los mercados internacionales, la existencia de multitud de jugadores en el tablero mundial, la amplitud y diversidad del conocimiento generado año tras año, hace que tomen fuerza conceptos como la gestión de riesgos.
Cualquier cambio político, geoeconómico, financiero, social o tecnológico puede poner en aprietos a cualquier organización y puesto de trabajo. Es habitual que este perfil se desarrolle por puestos concretos y especializados en la empresa: departamentos de inteligencia competitiva y empresarial o de análisis de riesgos.
Pero es conveniente que las organizaciones del siglo XXI “distribuyan” este cometido en todos los puestos de la organización que tengan contacto con el entorno. Las instituciones formativas, por su parte, deben incorporar a sus programas nuevas metodologías que permitan analizar entornos cada vez más complejos donde la incertidumbre se postula como el elemento clave.
2- «Lo relacional»: organizaciones y personas necesitamos generar atención e interacción con los demás, sobre la base de intangibles como la reputación.
El tiempo para influir se va reduciendo, ya que los estímulos para captar nuestra atención rondan los 3000 impactos diarios. En consecuencia, el mensaje fuerza por el que queremos ser posicionados debe ser sintético.
Además, nuestras redes profesionales y personales son cada vez más numerosas y abiertas, lo cual requiere que todo el mundo trabaje «día a día» su prestigio en sus redes más abiertas y la confianza en sus vínculos más cercanos.
3- «Lo creativo»: está cada vez más cerca la época en la que para una persona, los dos hemisferios cerebrales tienen que estar más conectados que nunca. Lo racional y lo creativo. El proceso creativo debe estar presente en cada etapa del proceso racional. Como afirmó Benedetti: “cuando creíamos que teníamos todas las respuestas, de pronto, cambiaron las preguntas”.
Y para que lo creativo juegue un papel fundamental debe estar presente en nuestro aprendizaje durante toda la vida ya que la formación por memorización (y repetición) según sugirió la Institución Libre de Enseñanza: “contribuye a petrificar el espíritu y a mecanizar el pensamiento”.
La educación debe enseñar a la persona a cuestionar su statu quo, a manejar la solución de problemas (adversidad) desde un enfoque creativo y debe permitir que el alumno sea cogenerador de su propio aprendizaje en lugar de marcar rutas educativas programadas y especializadas. El mercado de trabajo ha puesto el foco, y cada vez más, en puestos con conocimiento útil (empleable) y multifacético (horizontal) y va dejando atrás la especialización lineal de tareas y las estructuras jerarquizadas.
4- “Lo ético”. Lo moral está sufriendo un importante cambio. Los valores, las estructuras sociales y las ideologías que propiciaron el actual modelo social están siendo influenciadas por la revolución tecnológica, el acceso a las redes y el cambio de lo particular a lo global.
Las transformaciones que estamos viviendo demandan un nuevo sentido de los valores existentes y que sustantivos como cooperación, igualdad y libertad se llenen de un significado sin ambigüedad. La economía colaborativa tendrá mucho que ver en esta transformación en los próximos años.
Y la educación juega un papel esencial como impulsor de este significado en base a lo que vemos y hacemos.
¿Podríamos tener una versión moderna de la ILE?
Qué duda cabe que el uso de las nuevas tecnologías facilita el aprendizaje activo y ayuda a investigar, descubrir y crear contenidos, porque es fácil y barato intercambiar información y conocimientos de forma más eficaz.
Para ello el primer paso debe ser nuevamente “aprender a aprender”. Y por eso el rol de la educación debe potenciar el aprendizaje por descubrimiento. En este punto, las nuevas tecnologías dentro del ámbito educativo tienen mucho que aportar. Los nuevos espacios educativos van tomando protagonismo al centrarse en el alumno y en la aplicabilidad de lo aprendido. Las instituciones tradicionales, centradas aún en una oferta muy especializada, miran este cambio con cierto recelo y sin ser conscientes de que, en unos años, el paradigma educativo habrá evolucionado notablemente.
Sobrevivir en el presente implica manejar nuevos conocimientos, el manejo de situaciones extraordinarias, trabajar sobre soluciones con poca información previa y en la que cada acto es medido por sus consecuencias inmediatas.
Atrás ha quedado el almacenamiento del conocimiento en unas pocas mentes o las oportunidades “sólo para unos pocos”.
Si como afirmó Schumpeter: “la virtud central de una economía de mercado es su capacidad de innovar”, la innovación surge de la capacidad de individuos y organizaciones de absorber el conocimiento externo y “reconfigurar” su conocimiento interno para “ponerlo” en el mercado o en la sociedad.
Un entorno basado en la incertidumbre requiere de personas creativas e interconectadas que trabajen de forma conjunta para lograr unos resultados concretos. Personas que reflexionen más allá de lo establecido y conforme a unos valores compartidos.
Quizás hoy por hoy una Institución Libre de Enseñanza no tenga cabida en nuestro sistema actual, aunque sus principios siguen vigentes 140 años después… ¿Quién dijo que en España no se ha innovado nunca en educación?